AMERICA LATINA ENTRE SOMBRAS Y LUCES

 

 

La política fiscal

La política fiscal, en su versión más primitiva, se reduce a tratar de igualar gastos e ingresos dentro de un mismo periodo. Pero  su versión moderna se ubica en el otro extremo: intenta unir presente con futuro al financiar los gastos de hoy con los ingresos de mañana. 

Entre esos dos extremos, Latinoamérica ha practicado varias versiones intermedias que pueden agruparse en cuatro etapas: la primera etapa, que cubre hasta la Segunda Guerra Mundial, se caracterizó por gastar solo el dinero ya ahorrado; en la segunda etapa, que va desde los años 50 hasta mediados de la década de los 70, se trató de invertir hoy con la ilusión de ahorrar mañana; en la tercera etapa, que se inicia con la ya mencionada ‘Batalla del Yom Kipur’ y que llega hasta 1982, se consumió hoy para  pagar mañana; y en la última etapa que avanza hasta nuestros días, se debe pagar hoy y mañana lo que nunca se invirtió ayer

Es en esta última etapa, que ya forma parte del Siglo XXI, que la política fiscal queda confinada a la búsqueda de recursos para amortizar y pagar los intereses de la deuda. A fines del Siglo XX, la deuda externa de América Latina superó los 700 mil millones de dólares, que demandó un pago anual de 97 mil millones de dólares. Además, para cubrir la deuda interna, se pagó el equivalente anual de 34 mil millones de dólares.

Las anteriores cifras indican que más del 50 por ciento del total de los ingresos fiscales –258 mil millones de dólares- sirvieron exclusivamente para pagar la deuda externa e interna.

Desde luego, ese 50 por ciento es una cifra promedio y, por lo tanto, puede exagerar la situación de algún país y minimizar la de otro. Por ejemplo, la cifra que corresponde a Costa Rica no llega al 30 por ciento, mientras que en Ecuador y Argentina la cifra supera el 65 por ciento. Sin embargo, resaltar los diversos matices de cada país nos alejaría del punto central: sí un gobierno -cualquier gobierno- tiene que sacrificar alrededor de la mitad de sus ingresos únicamente para pagar deudas, significa que la planificación, gestión y dirección de la política fiscal, ya no están bajo su control.

Este descontrol se agudiza al final de cada período fiscal, cuando los recursos para pagar la deuda tienen que dividirse en dos montones: el primero, para pagar la deuda interna; y, el segundo, para pagar la deuda externa.

 El primer montón puede ser apilado, si así se desea, con billetes fabricados en la maquinita del Banco Central. Es decir, para pagar la deuda interna puede prescindirse totalmente de la política fiscal.[1] Desde luego, esa posibilidad no existe en países dolarizados como Panamá o Ecuador.

Pero el segundo montón debe ser necesariamente cubierto, por lo menos hasta hoy, únicamente con dólares. Es decir, se debe recolectar del resto del mundo una cantidad de dólares lo suficientemente grande como para pagar, año tras año, las cuotas y los intereses de la deuda externa. Y es aquí donde América Latina se sumerge año tras año en un inagotable foso.

La recolección de dólares, tradicionalmente, se ha efectuado a través de una balanza comercial positiva. Es decir, vendiendo al resto del mundo más que lo que se compra. En la literatura económica se denomina superávit comercial cuando el valor de lo exportado supera al valor de lo importado. La situación  inversa se denomina déficit comercial.

Desde 1983, el objetivo de la mayoría de las políticas de ajuste fiscal y monetario impuestas en América Latina, ha sido el de alcanzar un superávit comercial. Lo cual efectivamente se ha logrado cumplir en casi todos los años.[2] Pero a pesar del constante esfuerzo de nuestra gente por consumir menos y de las inalterables instrucciones de los organismos internacionales, las cifras de los superávit han sido patéticamente minúsculas.

El 2001 fue un año positivo para la balanza comercial de Latinoamérica: se exportaron 312.6 mil millones de dólares y se  importaron 301.9 mil millones. El superávit resultante, 10.7 mil millones, fue el segundo más grande de la última década. Sin embargo, apenas alcanzó para cubrir un poco más de la décima parte de los 97 mil millones requeridos para pagar las cuotas y los intereses de la deuda externa por ese año. El restante 90 por ciento fue pagado contratando nueva deuda. [3]

Y esa ha sido la historia de Latinoamérica en las dos últimas décadas: la política fiscal se ha visto limitada a contratar nueva deuda para pagar la vieja.

Desde luego, el proceso de contratar nueva deuda para pagar la vieja no puede ser infinito y, tarde o temprano, desbordará sus limites. Desde 1982, año en que se inauguró la crisis, el monto de la deuda externa se ha duplicado,[4] a pesar de la sumisión de las políticas económicas y de la esforzada gestión de todos los gobiernos por renegociar, reestructurar o pagar las deudas propias y ajenas.

En consecuencia, resulta ineludible enfocar el problema de la deuda desde la nueva perspectiva que nace en la economía libre propuesta por Adam Smith; propuesta que luego analizaremos. Ahora nos corresponde examinar la segunda herramienta de estabilización económica -la política monetaria- la cual en América Latina debe perseguir un solo objetivo: forjar una moneda única y estable.

Ese objetivo quizá suene lírico y simple. Sin embargo, esta solidamente cimentado en la historia económica de América Latina, en sus condiciones actuales y en las perspectivas del Siglo XXI. Examinemos esos cimientos. 

[1] En Latinoamérica estos pagos equivalen al 25% del total de pagos. Eso no significa que la deuda interna equivalga al 25% de la deuda total. El servicio anual de la deuda externa cuesta cerca de 14%, mientras que servir la deuda interna cuesta más de 27%. En valores absolutos, esos valores equivalen a 700 y 126 mil millones de dólares respectivamente.

[2] Excepto en 1992-94 y 1997-98.

[3] El incremento de la deuda sería mayor, si no fuera por las remesas de los emigrantes.

[4] La deuda externa creció de 350 mil millones en 1982, a 700 mil millones a fines del 2001.

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