Rebelión contra el centralismo

 

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Alfonso Klauer

Gobierno por objetivos

La más moderna administración se ha preocupado en difundir las bondades de la administración por objetivos. En ella, se premia o sanciona a los responsables de la conducción de un proyecto en función de cuáles y qué tanto de las metas previstas han logrado.

El país, en cambio, en el contexto del más acusado centralismo, en el que intrínsecamente están ausentes los verdaderos objetivos de desarrollo del país; y en consecuencia lógicamente también ausentes objetivos descentralizadores, se gobierna entonces en función del voluntarismo y espontaneísmo gubernamental.

Mas esto, no podemos seguir engañándonos, es ciertamente la mejor cobertura para la corruptela, la coima y del beneficio indebido (que invariablemente burlan la voluntad de aquellos que, ilusos y pasando esporádicamente por el Gobierno, actúan sólo cargados de buena fe). La población del Perú pues, carece hasta de la más mínima pauta objetiva sobre la cual hacer evaluaciones a sus gobernantes.

Y, sobre todo, porque sistemáticamente todos los gobiernos se preocupan –habiéndolo logrado hasta ahora con éxito sin par–, de que el país olvide sus promesas electorales. Debemos entonces ser capaces de desterrar esa nefasta realidad.

El país y sus regiones, provincias y distritos deben ser capaces de diseñar, cada uno, un conjunto de objetivos generales y de metas específicas para cada año y para cada gestión de gobierno, en todos los niveles y en todos los asuntos de interés público –vías de comunicación, educación, salud, agricultura, etc.–. Y los gobiernos, tanto el central como los regionales, y las autoridades provinciales y distritales, deben ser periódicamente evaluados en función de cuánto y cómo han logrado alcanzar las metas que, antes de empezar su mandato, y al iniciar cada nuevo año del mismo, previeron y ofrecieron alcanzar.

Una nueva capital para el Perú

Lima, desde su “fundación” española, ha estado colocada de espaldas al Perú. A diferencia de la que a la postre resultó una sabia y trascendental decisión de Hernán Cortés en México –fundando la ciudad a 300 kilómetros de la costa–, Pizarro dispuso la fundación de la capital colonial peruana en un punto en el que se asegurara la exportación de las inmensas riquezas ya avistadas en el vasto territorio andino.

Como durante los casi 300 años de la Colonia, desde los inicios de la República el rol de Lima ha seguido siendo el mismo: centro del poder hegemónico interno, y vía de salida de las principales riquezas peruanas al exterior. Y siempre de espaldas al resto del país.

Ese nefasto esquema no puede seguirse manteniendo y, menos aún, en el contexto de un serio y coherente proyecto de descentralización del país. La capital del nuevo Perú, necesaria e incuestionablemente, debe desplazarse a un punto de los Andes centrales o de los Andes Orientales.

Quizá al territorio del actual departamento Junín, ya sea al valle del Mantaro, o en las inmediaciones de La Merced, en la provincia Chanchamayo. Pero también puede pensarse en el departamento Pasco, y específicamente en la provincia Oxapampa, por ejemplo. Precisar aquí la ubicación carece de importancia, máxime si, dada la pobreza de nuestros recursos económicos y financieros, concretar el cambio sólo podría hacerse, eventualmente, bien entrado el presente siglo.

En todo caso, sí debe inculcarse entre nosotros la convicción de que, en ningún caso, debemos aspirar a despliegues urbanísticos y arquitectónicos tan faraónicos como los que se han dado en Brasilia. Donde se le ubique, y cuando se le erija, nuestra nueva capital, aunque inevitablemente moderna, deberá ser sobria y austera, como todo lo nuevo que debe hacerse en el Perú.

La necesidad de alcanzar este objetivo, y dotado de esas características, debe formar parte de la conciencia lúcida de todos los peruanos. Sobre todo porque, a diferencia de hace 30 o 40 años, los extraordinarios avances de la informática y las comunicaciones a distancia, permiten hoy superar inconvenientes que objetivamente antes eran insuperables, a menos que se incurriera en inversiones desproporcionadamente grandes.

Esos niveles de inversión, hoy, en términos igualmente objetivos, ya no resultan imprescindibles. En fin, aunque para el largo plazo, tengamos siempre en mente trasladar la capital del Perú a los Andes. Y bien podría ser ese su nombre: “Los Andes”

Descentralización y nueva estrategia de defensa

Extensa y reiteradamente se ha mostrado hasta aquí cuán gravitantes son los gastos de defensa en la economía fiscal; y, en definitiva, cuán grande es la responsabilidad de nuestro costoso y deficiente sistema de defensa en el subdesarrollo del Perú.

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