Rebelión contra el centralismo

 

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Alfonso Klauer

Premios y reconocimientos

El fenomenal reto ante el que nos enfrentamos exige dinamizar todas y cada una de las actividades del país: individuales, empresariales, sociales, distritales, provinciales y regionales. Si bien está demostrado que es consustancial a la educación y al progreso la presencia de estímulos y sanciones, la más moderna ciencia también ha demostrado que es aún más eficiente aquel sistema en el que se pone mayor énfasis a los estímulos que a las sanciones.

Coherentemente con la progresión del centralismo, es decir, con su esencia intrínsecamente elitista, en nuestro país –cuando los hubo– sólo se dieron estímulos –los recordados Premios Nacionales– a individualidades y sólo en los ámbitos académico y artístico. O, en su defecto, premios que siendo simbólicos, estaban además teñidos de subrepticias dosis de partidarismo: las ya casi olvidadas “lampas de oro”.

Nunca ha habido premios nacionales a la producción. Ni premios nacionales a la productividad. Ni a los incrementos de ésta y aquélla. Ni a la calidad de los servicios. Ni premios regionales de unas y otras. En el país no ha habido nunca una consistente y generalizada política de premios y reconocimiento a los individuos o grupos que con su esfuerzo, talento y honorabilidad contribuyen al desarrollo.

Estamos todavía a tiempo de empezar a hacerlo. Mas, en adelante, deben estar enmarcados y orientados en función del gran objetivo estratégico: la descentralización. Deberá premiarse y reconocerse públicamente todo aquello que la incentive y promueva, todo aquello que objetivamente la vaya incrementando y afianzando.

Sin retaceos ni mezquindades de ninguna índole, debe crearse, a nivel nacional y regional, la más amplia y variada gama de premios y reconocimientos. Y, consecuentemente, debe movilizarse a todos los sectores sociales y productivos para que anualmente propongan candidaturas y conformen jurados calificadores.

Lima: “inversión cero”

He aquí uno de los aspectos más sensibles y, muy probablemente, de los que serán más controvertidos en la cuestión. En efecto, si las propuestas anteriores eventualmente pueden suscitar la simpatía de nuestros compatriotas de las provincias del Perú, ésta y otras habrán de suscitar las iras del poder residente en Lima, aunque no necesariamente las de todos los habitantes de la capital, menos aún, los de la inmensa mayoría que precisamente ha migrado a Lima dejando a sus padres y abuelos en su tierra natal.

Lo cierto y concluyente es, sin embargo, que el Perú no puede seguir concentrando el grueso de sus más importantes inversiones –tanto en las regiones como en la propia capital– para satisfacer prioritariamente las exigencias de Lima, sea en energía eléctrica, petróleo o gas, abastecimiento de agua dulce, insumos o alimentos; o para resolver sus problemas de comunicación –autopistas, trenes eléctricos, etc.– No pues. Mas no sólo porque el centralismo de las inversiones perjudica gravemente a las provincias. Sino porque incluso es contraproducente respecto de los propios intereses de largo plazo de quienes habitan en la capital. En efecto, como bien afirma Barrenechea Lercari, “el centralismo no beneficia a Lima”.

La está ahogando, la está saturando, y, en definitiva, la está poniendo en un nefasto nivel de vulnerabilidad. Y, desocupándose cada vez más el territorio nacional, está también colocando a todo el país en un peligroso nivel de vulnerabilidad.

Así, es obligación de todos los peruanos frenar a toda costa el centralismo asfixiante e hipertrófico de Lima. Y la forma más eficiente no es otra que revertir la tendencia actual, es decir, pasar a realizar la mayor parte de las inversiones del país fuera de la capital actual. Eso y no otra cosa es lo que queremos decir con la expresión “Lima, inversión cero”.

Mas ello significa detener, antes de que se inicien, los grandes proyectos de inversión que ya han sido anunciados para Lima: el trasvase del Mantaro; la supercarretera costera de 30 kilómetros y 2,5 millones de dólares por kilómetro que anunció la Corporación de Desarrollo de Lima y Callao en junio de 1998 ; el anillo vial de 54 kilómetros, con 25 kilómetros. de vía aérea que, con un costo promedio de 9 millones de dólares/km, anunció en agosto de 1996 el Ministerio de Transportes.

Esos mismos 1 530 millones de dólares, aunque siempre se invirtieran en áreas urbanas, pero en Arequipa, Trujillo, Huancayo y Cusco, por ejemplo, tendrían efectos descentralizadores extraordinarios En Lima, en cambio, precipitarán aún más el centralismo.

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