Rebelión contra el centralismo

 

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Alfonso Klauer

Dependamos de nosotros mismos

Empecemos a ver ahora aquellos aspectos sobre los que más comúnmente nos referimos todos como “recursos” económicos. Es decir, aquellos que con el concurso del hombre se convierten en la riqueza que un país produce, gasta y capitaliza.

Para que se descentralice y desarrolle un país no es suficiente que este disponga de grandes recursos explotables. El Perú, a lo largo de su historia, ha dispuesto y explotado ingentes cantidades de recursos naturales y, no obstante, nos contamos entre los pueblos más pobres y subdesarrollados del mundo. Felizmente, sin embargo, aún están disponibles en nuestro suelo inmensas riquezas. Mas no será suficiente con explotarlas adecuadamente.

Debemos tener siempre presente que el secreto del desarrollo está en que, de los excedentes obtenidos en la explotación de nuestros recursos, una parte sustantiva sea invertida. Pero, como se ha advertido también antes en este texto, no basta con que se invierta, sino que es imprescindible que la inversión se haga en el territorio del país y, sobre todo, de manera absolutamente descentralizada.

Vista, a la luz de nuestra historia, la imposibilidad de que ese objetivo se concrete en el contexto del centralismo, sólo nos cabe poner todas nuestras expectativas en el proceso de descentralización.

Es decir, en que las autoridades regionales logren materializar el objetivo de que se invierta en el país de manera absolutamente descentralizada. ¿Pero es suficiente con tener bien claro ese principio? Todo indica que no.

En efecto, las autoridades en las regiones deben tener en cuenta, entre otros, siete aspectos fundamentales en relación con la inversión:

 

a) magnitud de las inversiones;

b) disponibilidad de capitales;

c) reinversión;

d) creación de fuentes de trabajo;

e) generación de valor agregado;

f) adquisición de insumos locales, y;

g) disponibilidad descentralizada de recursos naturales.

La exploración y explotación de los grandes recursos naturales de que todavía dispone el Perú (petróleo, gas, fosfatos, grandes yacimientos polimetálicos, etc.), la gran industria de transformación de los mismos, y la ejecución de grandes obras de infraestructura (centrales eléctricas, grandes puertos y aeropuertos, autopistas, etc.), demanda enormes inversiones que ni el Estado central ni las regiones ni los capitales nacionales dispondrán en mucho tiempo. Estamos a ese respecto a expensas de los grandes capitales transnacionales.

Por lo demás, el mundo globalizado de hoy supone una voraz e implacable competencia por atraer capitales internacionales de inversión, competencia en la que no tenemos precisamente una ventaja decisiva que ofrecer, salvo en proyectos particularmente muy rentables. Y allí donde ellos se concretan, muy difícilmente puede esperarse que reinviertan indefinidamente (y menos cuando se explotan recursos no renovables).

Por lo demás –como se aprecia en el caso del recientemente inaugurado proyecto polimetálico de Antamina, en el Callejón de Conchucos (Ancash)–, las más grandes inversiones son generalmente muy intensivas en capital pero no en creación de fuentes directas de trabajo.

Pero además, y como está profusamente comprobado, las más grandes inversiones extranjeras incorporan poco valor agregado a la producción que exportan, y no son precisamente grandes consumidoras de insumos y bienes y servicios locales.

Así pues, contra todo lo que se cree –y difunde–, y aun cuando deben ser bienvenidas, ni el país en su conjunto ni las regiones en particular, deben apostar por la gran inversión extranjera como palanca del desarrollo. Ninguno de los grandes países desarrollados del mundo ha alcanzado esa privilegiada situación en base a la inversión extranjera. El Perú no será una excepción.

Tenemos entonces que ser capaces de diseñar una estrategia de desarrollo económico a partir de la creciente potenciación de nuestra propia aunque hoy incipiente capacidad de inversión.

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