Rebelión contra el centralismo

 

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Alfonso Klauer

El derecho a decidir y equivocarnos

El paternalismo autoritario que prevalece entre nosotros presupone que, “ignorantes y atrasados” como somos, corremos el riesgo de equivocarnos mil veces. Y que, urgidos como estamos para salir de la pobreza y el atraso, no debemos ni podemos perder tiempo en equivocaciones y errores que postergarían aún más la consecución de los “sagrados objetivos del país”.

Pues bien, como subproducto de ese “paternalismo certero” –¡aquel que reclama no equivocarse jamás, pero que constatamos nunca ha acertado respecto de los objetivos del país!– se han impuesto también entre nosotros, entre muchas otras, dos graves y trascendentales lacras: a) la intolerancia y, b) la inmediatez.

Somos intolerantes con quienes supuestamente saben menos; con quienes tienen menos recursos; y con quienes tienen menos poder. Somos intolerantes con quienes tienen otra cultura y con quienes tienen otra ideología. Somos intolerantes con quienes supuestamente tienen una lengua en decadencia y un color de piel supuestamente de segunda categoría. Pero, desgraciadamente, las dosis más grandes de intolerancia las ponen de manifiesto quienes pretenden seguir ensayando un camino que, en ya largos 180 años, no nos conduce sino a la pobreza y el atraso.

Así, aquí y ahora, la más grande prueba de tolerancia habrá de darse con la aprobación de una Ley de Descentralización que verdaderamente abra el camino a la transformación radical del país. Y si nuestros juicios son certeros, será en el proceso de descentralización, entre individuos y grupos más próximos, socialmente más homogéneos y con mayor equiparidad de poder entre sí, que empezará por fin a ensayarse en el Perú el aprendizaje de la mutua y deseable tolerancia.

Y respecto del tiempo estamos también profundamente equivocados y envenenados. En el escasísimo espejo de quienes obtienen una lotería; o en el deforme y más frecuente espejo de quienes ilícitamente hacen fortuna en un abrir y cerrar de ojos, está también instalado entre nosotros el inmediatismo. Así, queremos obtener el éxito, o alcanzar nuestros objetivos, a la vuelta de la esquina. Y el que no lo consigue, muy pronto es satanizado con el estigma del fracaso.

No es difícil prever que los soterrados enemigos de la descentralización estarán muy pronto, y tras sesudas evaluaciones, obteniendo saldos negativos. Estarán exigiendo al cabo del primer año los resultados que correspondería pedir al final del quinto. Y en el quinto los que correspondería obtener en el octavo. Día a día, mes a mes estarán enrostrándonos el fracaso. Buscarán así suscitar una división que reste fuerzas, y sembrar complejos de culpabilidad que nos dejen sin ninguna.

No, nuestros pueblos tienen los mismos legítimos derechos que todos los demás pueblos de la Tierra: tienen el derecho a disponer de plazos razonables para alcanzar sus objetivos y, en el largo camino a recorrer para alcanzarlos, tienen el derecho a equivocarse, una y cien veces, hasta que, por ensayo y error, todos demos con el camino más corto y seguro; con el camino que con más eficiencia nos conduzca al Desarrollo.

Si a Estados Unidos, dotado de una inmensa riqueza, y en la privilegiada situación de no estar sometido a ningún imperio, le costó 80 años, entre 1800 y 1880, para duplicar la magnitud de su economía y su participación en el mercado mundial , por qué habremos de pretender –y creer– que podemos lograrlo en plazo mucho más corto.

Démonos un día a lo que corresponde hacer en un día. Y démonos años, décadas y siglos a lo que corresponde hacer en años, décadas y siglos.

Y, sin excepción de ningún género, reconozcámonos el derecho a equivocarnos, una y mil veces, que, hasta donde se sabe, significa también el reconocimiento de que tenemos el derecho de aprender.

Bien se sabe, al fin y al cabo, que el hombre y los pueblos sólo aprenden por ciencia y por experiencia. Mas también se sabe que, respecto del Desarrollo, aún no hay ciencia del todo cono- cida. Y lo poco que se conoce, se conoce mal. Siendo entonces que el único camino disponible es la experiencia, ¿cómo negárnosla a nosotros mismos? Arriesguemos. Experimentemos, sólo nosotros mismos tendremos el derecho a constructivamente criticarnos y evaluarnos.

Durante el proceso, como también viene ocurriendo en Argentina, Chile, Bolivia y otros países, se nos enrostrará reiteradamente cuán costosos son los ensayos, y cuán más costosos los errores. ¿Pero qué bien que alcanza legítimamente un ser humano no tiene costo? Quizá baste esa pregunta para sospechar que, con más insistencia que los críticos sinceros, criticarán los costos de la descentralización aquellos que han estado acostumbrados a obtener riqueza ilícita, fácil y sin costo.

No deberemos dejarnos aturdir. La descentralización, como la educación de nuestros hijos, como la ropa que vestimos, o la construcción de nuestras viviendas, tiene que costarnos. Nadie nos la va a regalar (y, aunque lo pretendiéramos, a nadie podremos hurtársela). Así, los errores en que se incurra, uno y mil, deberán ser entendidos como el justo precio de aquel anhelado bien que estaremos obteniendo.

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