Rebelión contra el centralismo

 

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Alfonso Klauer

Grandes retos macroeconómicos

Remontar las diferencias de equipamiento infraestructural, presupuesto estatal, y capacidad de inversión que nos separan con Chile, constituyen desafíos históricos, legítimos y plausibles para los peruanos. ¿Es ello posible? En teoría sí. Mas representaría esfuerzos y sacrificios realmente extraordinarios.

En 25 años, por ejemplo, podríamos alcanzar su mismo nivel de presupuesto estatal por habitante: pero siempre que seamos capaces de hacer crecer la riqueza que producimos –PBI–, no a la tasa de 4,5 % de la que hablan usualmente los economistas (y el Gobierno), sino al desafiante ritmo de 10 % anual. Una vez más, ¿es eso factible? Lo viene logrando un país tan complejo y gigantesco como China, ¿por qué entonces no podríamos lograrlo nosotros? Pero sería necesario, además, que nuestra sociedad sea capaz de registrar un nivel de presión tributaria del 24 %. Ello, por cierto, implica varias condiciones: incremento significativo de la base tributaria; eliminación total de la evasión impositiva (particularmente notable entre los profesionales independientes, por ejemplo, y muy común entre las pequeñas y medianas empresas); eliminar la elusión (que con tanto éxito consiguen muchos tributaristas en beneficio de grandes empresas); desterrar el contrabando, la subvaluación y el dumping; concretar mayores tasas impositivas a quienes más ingresos y riqueza poseen, etc.

¿Es todo ello posible? Si nuestro vecino del sur puede, ¿por qué no habríamos de poder nosotros? Y si durante ese mismo cuarto de siglo fuésemos capaces de registrar una tasa de inversión del 25 % respecto del PBI –y no del 14–15 % como viene dándose actualmente–, nuestra sociedad habría acumulado en ese lapso nada menos que 800 mil millones de dólares de nuevas inversiones de todo género. Si en las décadas pasadas esa meta la concretaron algunos países de Asia, ¿por qué no habríamos de lograrla nosotros? Claro que podríamos hacerlo, mas para ello se requiere que seamos capaces de cumplir también con diversas condiciones.

En primer lugar, diseñar y concretar una política de efectiva y mucho mayor tendencia a la inversión que al gasto. A tal efecto, debemos ser capaces de adoptar políticas específicas para estimular y premiar la inversión y la reinversión; de desalentar el consumo superfluo y de lujo (en vehículos ostentosos, por ejemplo); de represtigiar y alentar al máximo el consumo de nuestras riquezas propias y ancestrales (pescado y papa seca, charqui, carne de auquénidos, etc.), como se viene pensando sin concretar desde hace más de cuarenta años, y sobre lo que volvió a insistir Macera 139 hace dos décadas; y, entre otras, estimular y premiar la austeridad y la sobriedad –que, como se vera, hace 180 años ya preconizaba Sánchez Carrión–.

Sin embargo, y en segundo término, nunca será suficiente conque se invierta. Resulta fundamental invertir en el territorio nacional, y no fuera de él. Deberá en consecuencia desalentarse tanto la fuga de capitales peruanos, como la inversión de peruanos en el extranjero. Pero, además, congruentemente, deberá premiarse la repatriación de capitales e inversiones. Y, si todavía resultara necesario explicitarlo, habrá para todo ello que apelar también al más noble, generoso y genuino nacionalismo.

Por último, en tercer lugar, debemos destacar que no es suficiente invertir, e invertir en el territorio nacional. Es también imprescindible, para concretar el desarrollo del país, invertir de modo absolutamente descentralizado. Pero ello demanda también que se cumplan varias condiciones: desalentar la inversión pública y privada en la provincia de Lima; estimular y premiar la inversión pública y privada fuera de la capital metropolitana, y con más decisión mientras más lejos de ella se concrete.

Según nos parece, resulta harto suficiente cuanto se ha expuesto hasta aquí, para dejar claramente establecido que, ni el Estado ni la sociedad peruana, han podido concretar hasta nuestros días ni los recursos ni las políticas necesarias para satisfacer razonablemente nuestras más mínimas expectativas.

Así, valga la ilustración, la torta que diariamente y cada año nos repartimos los peruanos, pero sobre todo la irrisoria porción que llega a las grandes mayorías, es muy pequeña, del todo insuficiente.

Tenemos el derecho, y la obligación, de hacerla crecer, y muchísimo, porque a todas luces la paciencia de los comensales está llegando al límite. Si no es que –como realmente sospechamos–, ya llegó a ese punto crucial.

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