Rebelión contra el centralismo

 

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Alfonso Klauer

El soberano y la demagogia electoral

Ya veremos entonces cómo, siendo esencialmente distintos los representantes de sus representados, no siempre puede hablarse de traición, aunque sí de engaño. Quizá puede decirse que unos engañaron para traicionar, y otros traicionaron engañando.

Pues bien, una de las formas de engaño más socorridas a lo largo de nuestra historia ha sido la demagogia electoral. Y de ello no han estado precisamente exentas las jornadas del 2000 y 2001. Por el contrario, y vía los medios de comunicación de masas, fueron quizá las más demagógicas de cuantas campañas ha habido.

A este respecto, en tercer lugar entonces, las movilizaciones de los primeros meses del gobierno del presidente Toledo han resultado muy aleccionadoras para todos: para el Gobierno, los partidos que quieren estar en él, para la prensa que puede aportar las pruebas irrefutables, y, claro está, para la población. “Cúmplase lo prometido, y no se prometa tan alegre e irresponsablemente” –ha sido el afilado y punzante mensaje que, con absoluta legitimidad, han esgrimido las masas–.

Y téngase por seguro que, tras cada nueva elección, con cada vez más legitimidad, el pueblo será menos flexible y menos tolerante con la demagogia. Revocatoria, sin contemplaciones, terminará siendo la sanción para el que no cumpla la palabra empeñada.

Tanto al que por irresponsable desconocimiento prometió lo imposible. Cuanto al que optó por el engaño burdo para obtener un sitial de privilegio. Y al que urdió el engaño para concretar una traición. Sí, en cada ocasión, en todos los casos, el pueblo tiene el derecho de desnudar políticamente a sus gobernantes y representantes.

Ya sea cuando lo traicionan; cuando resulta flagrante el engaño; e incluso cuando por miopía o subalternos intereses que-dan a la zaga y dejan de expresar adecuadamente sus intereses (los del pueblo).

Con engaño y traición, sistemáticamente el Estado ha dado las espaldas al país. Así, aunque tarde, pero no definitivamente tarde, hora es de que el auténtico y proclamado soberano demuestre que lo es. Y de que sus mandatarios actúen en correspondencia: por y para el pueblo; o, de lo contrario, que sean urgidos a dejar la posta en mejores manos.

El país, tanto a través de los dirigentes de las organizaciones populares, de las voces más autorizadas de las instituciones de todo género, y por cierto de la prensa, no puede bajar la guardia respecto del control que hoy, como nunca antes, viene ejerciendo sobre sus gobernantes. “Toledo –dice Jorge Bruce – va a agradecer al país, y a la prensa en especial, que tenga esta marcación tan estricta”.

Pero en rigor –y con seguridad Bruce compartirá esta idea–, es el país el que se va a agradecer a sí mismo haber alcanzado los actuales niveles de conciencia, mínimamente indispensables para el desarrollo, y que antes resultaban inimaginables.

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