Rebelión contra el centralismo

 

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Alfonso Klauer

Mil problemas nos abruman

El país enfrenta infinidad de problemas y urgencias. Nos agobia el déficit histórico y estructural que, para colmo de males, reiteradamente se agudiza con los golpes imprevistos de la naturaleza: terremotos, maremotos, cambios climáticos.

Nos abruman las crisis coyunturales que dilatan indefinidamente la solución de las seculares y penosas precariedades sociales en las que cotidianamente se desenvuelve la gran mayoría de la población peruana, en los barrios marginales y las zonas rurales. Todos los problemas nos resultan relevantes a los peruanos.

“La agenda política del país, [está] cargada de prioridades” –dicen analistas como Juan Paredes Castro –. Cada cual es más agudo o está más extendido que el otro: pobreza y miseria; desnutrición y enfermedad, que dan cuenta de miles de niños famélicos; analfabetismo y pobre calidad escolar; gravísimo déficit de vivienda, energía, servicio doméstico de agua y desagüe; y asimismo desocupación y bajos niveles de ingreso.

Ese dramático conjunto de carencias –como nos lo presentan los investigadores del Proyecto Agenda: Perú–, queda resumido en dos cifras sobrecogedoras: el 54 % de los hogares peruanos está por debajo de la línea de pobreza, y el 30 % en situación de extrema pobreza.

Nos abruman también la violencia, la creciente drogadicción, el narcotráfico, la corrupción, la injusticia; la deplorable infraestructura escolar, de salud, de comunicaciones, y de todo género; la indolencia colectiva frente a los discapacitados; el desprecio por los jubilados; los altos índices de migración al exterior.

Pero además: baja captación de impuestos, contrabando y gran evasión tributaria; presupuesto estatal esmirriado, muy deficitaria capacidad de inversión pública en servicios e infraestructura; burocracia estatal gigantesca, ineficiente, corrupta cuando no desaprensiva, pero también mal remunerada; aún costosa e improductiva fuerza armada; prolongada recesión; nunca adecuada oferta de empleo; incipiente y dependiente industrialización, antigua aunque aún más atrasada agricultura, escaso desarrollo y captación de turistas, bajo índice de exportaciones pero con exportaciones de escaso valor agregado; altísimos intereses, escasa colocación crediticia; agobiante endeudamiento externo; y, aunque poco conocido, abrumador endeudamiento interno.

Y, además: ausencia de instituciones sólidas, democracia frágil e incipiente; inestabilidad jurídica; masiva y generalizada infracción de las normas; mínimo afianzamiento de valores, escaso diálogo, concertación poco institucionalizada; incipiente conciliación: cien mil juicios contra el Estado y dos millones de causas pendientes en el Poder Judicial, nos colocan como uno de los pueblos más litigantes del planeta, ante uno de los sistemas judiciales más ineficientes. Una de cada tres familias y empresas está involucrada en juicios. Ésa debe ser una más entre diversas y vergonzantes marcas mundiales que ostenta el Perú.

Mas no es todo: autoritarismo y mesianismo; intolerancia; desconfianza en la capacidad propia y de los demás; desconocimiento y desprecio de la sabiduría, la experiencia y el instinto popular; profundo desconocimiento del derecho a equivocarnos y de la enorme importancia que la práctica de ensayo–error tiene en el aprendizaje de los pueblos; ausencia de participación y compromiso.

Y, por si todo ello no fuera suficiente, reforzando nuestra escasa capacidad de corrección de las cosas, constituimos una sociedad casi esquizofrénica en la que, contra todo lo indicado, sistemática y estructuralmente se castiga aquello que hay que premiar (esfuerzo, inventiva, iniciativa, honradez) y, por el contrario, se premia aquello que hay que castigar (enriquecimiento ilícito, viveza criolla, demagogia). No están institucionalizados en el país mecanismos ni señales que constituyan estímulos permanentes que orienten en la dirección de todo cuanto debemos alcanzar. Salvo en algunas esferas de las élites, el resto del país no conoce ni de premios ni de estímulos

Tampoco están institucionalizados mecanismos de vigilancia permanente y segura respecto del manejo de la cosa pública.

Ni la sanción justa y adecuada, ejemplarizadora y disuasiva. No nos engañemos, nada todavía garantiza que los vientos de moralización que se dan hoy en el país –únicos y absolutamente insólitos a la luz de nuestra historia–, no pasen de ser epidérmicos, de incidencia focal y pasajeros. Porque, en todo caso, no son suficientemente disuasivos y ejemplares: aún campean a vista y paciencia de todos las coimas públicas y privadas, el nepotismo, el abuso del poder, e irrefrenables ambiciones de enriquecimiento fácil e ilícito.

Habiendo por siglos mantenido hegemonía la corruptela, haciendo del Estado el botín predilecto de inescrupulosos políticos, empresarios y anónimos cazadores de fortuna –amparados por igual y sin reservas por la impunidad institucionalizada–, la ambición, el arribismo y la audacia sin límites se han visto bastante bien sembradas y abonadas. Así, hoy mismo, dentro y en torno al poder, pululan cientos de potenciales copias o remedos del “asesor”. Y miles esperan turno para participar de su corte. Démonos por advertidos. Apenas hemos cortado un brazo a esa infame hidra que posee miles y miles de ellos. Y que los reproduce tan pronto como se los cercenan.

En el contexto de la globalización en que estamos inmersos, nuestras gigantescas brechas no son estáticas. No basta con cubrir mañana las necesidades de hoy. Bien se expresa a este respecto Miguel Ferré Trenzano: “la brecha entre lo que se soluciona y lo nuevo que aparece ve aumentando”. Y –como veremos más adelante–, ello se cumple no sólo respecto de cuanto alcanzan los países desarrollados, sino, incluso, respecto de lo que alcanzan hasta nuestros vecinos más próximos.

Ése es el país que estamos dejando a nuestros hijos. Éste es entonces el país que estamos entregando a una población que, en un mayoritario 57 %, está constituido por jóvenes de 24 años o menos. ¿Dejaremos y dejarán esos jóvenes que se concrete la inviabilidad de que apocalípticamente hablan algunos especialistas? ¿Seremos capaces de tamaña ignominia?

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