Descentralización: Sí o Sí

 

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Alfonso Klauer

El extraño doble código del Norte

Nuestros pueblos tienen que tener conciencia de que los países del Norte –pero muy especialmente Estados Unidos bajo el gobierno de Reagan, e Inglaterra bajo el gobierno de Thatcher– han venido actuando con un doble código digno de censura, por decir lo menos.

En efecto, mientras presionaban a los países de América Latina para que acataran la “receta monetarista”, en la que “el Estado” debía inhibirse de actuar sobre “el Mercado” y reducirse a su mínima expresión, dejaban al propio tiempo a los Tigres del Asia haciendo olímpica y exactamente lo contrario.

Nadie duda que muy meritoriamente entre los Tigres del Asia –Taiwán y Corea del Sur, en particular– se logró alcanzar tasas de ahorro e inversión extraordinarias, que llegaron a alcanzar durante varias décadas hasta el 30 % del PBI, y que en más de una ocasión –como en el caso de Tailandia– llegaron al récord de 37 % del PBI.

Pero todos saben también que, en el caso de Corea del Sur, por ejemplo, el Estado jugó un papel decisivo para lograr su exitosa industrialización.

Stewart –recogiendo formulaciones de Amsden–, nos recuerda en este sentido que el Estado coreano intervino “deliberadamente con subsidios para distorsionar los precios relativos con el fin de estimular la actividad económica”.

Y que utilizó hasta cinco “instrumentos para lograr sus objetivos industriales”: a) la banca con tasas de interés diferenciales; b) la limitación a quiénes podían entrar y salir del mercado; c) el control de precios; d) el control a la fuga de capitales, y; e) impuestos y subsidios (selectivos).

Y no fue precisamente distinto el caso de Taiwán. Allí también –como lo admiten Stewart y Wade– “el Estado asumió un papel igualmente fuerte: emprendió inversiones por su propia cuenta, garantizó la demanda y otorgó crédito barato a nuevas industrias. El Estado estableció redes de tecnología e institutos de investigación (...) Los bancos eran propiedad del Estado y asignaban créditos de acuerdo con pautas estatales”.

En Malasia –como lo recuerda esta vez Lall –también hubo protección contra las importaciones; y a despecho del desprecio “monetarista” por la planificación, se diseñó y aplicó un “Plan Maestro Industrial”; y se dieron políticas económicas selectivas que fomentaban la inversión multinacional orientada hacia la exportación.

Es decir, y en el contexto del “doble código monetarista” de Reagan y Thatcher, Corea del Sur, Taiwán y Malasia han hecho “libremente” todo lo contrario de lo que para nuestros países ha recomendado –y recomienda –e impuesto –e impone –el “monetarismo”, cuyas bases científicas son tan “sólidas” como las que exhibió décadas atrás el “keynesianismo”

¿Cómo explicar tamaña inconsistencia? ¿Tiene acaso explicación? Claro que la tiene. Los intereses, siempre los intereses Es en el seno de los grandes intereses económicos y políticos de Norteamérica e Inglaterra donde se encuentra ciertamente presente, aunque magníficamente oculta y bien disimulada, la profunda consistencia de esa aparente dualidad cuasi–esquizofrénica.

En efecto, en el contexto de la Guerra Fría, los Tigres del Asia pertenecían al área más sensible de la frontera geopolítica entre el “capitalismo” y el “comunismo”.

Y como los países desarrollados tienen una gran conciencia de la importancia real –económica, política y militar– de sus fronteras, a “cualquier precio”, incluso al de violar las sacrosantas “leyes del Mercado”, alentaron al conjunto de los Tigres del Asia para que se convirtieran en la mejor vitrina de los “éxitos del capitalismo”.

Aquí, en cambio, es decir, en América Latina, ya no había urgencia, porque ya no había peligro: la languideciente Unión Soviética apenas podía seguir apoyando económicamente a Cuba. Sus añosos y cada vez más débiles tentáculos ya no daban para más. La “revolución comunista” había dejado de ser una amenaza en América Latina. En ésta, entonces, no había necesidad de violentar nada, y menos todavía las “inconmovibles leyes del Mercado”.

El “doble código monetarista” se explica porque en el Asia “convenía” una política económica –la del heterodoxo cuasi–estatismo keynesiano– y en América Latina “convenía” otra –la ortodoxamente monetarista–.

Mas no es que aquélla “conviniera” a los Tigres del Asia y ésta “conviniera” a los pueblos de América Latina.

No, ambas, simultáneamente, una allá y otra acá, “convenían” invariablemente sólo a los grandes intereses del capitalismo mundial.
Quizá la mejor prueba de ello es el hecho de que terminada la Guerra Fría, derribado el Muro de Berlín, disuelta la Unión Soviética, eliminado el gran peligro de contaminación y expansión comunista en Asia, los portaestandartes del capitalismo mundial, de la noche a la mañana, abandonaron a su suerte a los Tigres del Asia.

Y éstos, casi sin saber bien cómo ni por qué, y asistiendo además al sorpresivo cierre de inmensas fábricas norteamericanas dentro de sus fronteras, ingresaron a una crisis económica fenomenal, y de la que aún no se reponen del todo.

De cualquier modo, y lamentablemente, han quedado convertidos en tímidos gatitos a los que –y por algún tiempo– casi nadie volteará a mirar como ejemplo de milagro económico alguno.

No obstante, y en definitiva, debe quedar bien claro a todos que el “asombroso” surgimiento de los Tigres del Asia, y su no menos “lamentable” caída, han sido, una vez más, milagro y obra de Washington –con el incuestionable y nada despreciable apoyo de Londres y las otras capitales del Norte–.

¿Resulta acaso muy difícil colegir de esto, por ejemplo, que en nuestro absurdo centralismo, y en nuestros frustrados y frustrantes intentos de descentralización, está también, de una u otra manera, abierta o encubiertamente, deliberada o inadvertidamente, la mano de los grandes intereses del capitalismo mundial? ¿Es difícil concluir acaso que a éstos no les conviene en nada el surgimiento de nuevos países Desarrollados que, a la postre, no serían sino nuevos competidores industriales que harían bajar la rentabilidad de sus negocios y, en consecuencia, su capacidad de acumulación y crecimiento? ¿Acaso no se ha resentido ya bastante la economía norteamericana en el último medio siglo con la incursión de Japón como potencia industrial y tecnológica? ¿No es obvio, entonces, que uno y otro –en incluso la propia Comunidad Europea– se resentirían a su vez con el surgimiento de nuevos competidores? Objetivamente –y por lo menos desde su perspectiva de corto plazo– a los países del Norte no les conviene el surgimiento de nuevos países Desarrollados.

Así, no les interesa en lo más mínimo que nuestros países se descentralicen como primer paso hacia el Desarrollo. Mas nunca sabremos si maquiavélica y deliberadamente están actuando para impedir nuestra descentralización.

Pero de lo que sí debemos estar absolutamente seguros es que de buen grado nunca habrán de apoyarla.

Y, en consecuencia, la descentralización deberá ser un triunfo nuestro, labrado con nuestro propio esfuerzo, en base a nuestra propia inteligencia y nuestras propias estrategias.

Y, a despecho de los intereses del Norte, aprovechando todos y cada uno de los resquicios y debilidades de éste que se presenten en el camino.

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