Descentralización: Sí o Sí

 

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Alfonso Klauer

Factores endógenos

¿Existen realmente los factores desperdiciados? Sí. En muchas circunstancias, algunos actores, guiados exclusivamente por sus objetivos inmediatos y sus intereses, o con extrema ceguera, han dejado de usar factores que, aún cuando no hubieran revertido totalmente la correlación de fuerzas, habrían podido modificarla significativa y positivamente.

Brasil, para el caso que venimos estudiando, es precisamente el mejor y más significativo ejemplo. El enorme país amazónico –aunque nunca hayamos tenido conciencia seria y lúcida de ello–, es vecino nuestro. Más aún, es aquel con el que compartimos no sólo la frontera más larga, sino una de las fronteras artificiales más extensas creadas por el hombre en la Tierra.

Más todavía, es el único con el que compartimos una riqueza de extraordinarias proporciones: la Amazonía. Y, por añadidura, es el único con el cual virtualmente la población peruana no tiene ni siente ningún tipo de rivalidad o animadversión. Es decir, y en términos históricos, ha podido y ha debido ser nuestro “mejor amigo”, nuestro mayor y más firme aliado económico y social. Pablo Macera –el gran historiador peruano– ha dicho muy recientemente: “hasta el decenio del cincuenta, creíamos que el Perú podía ser un socio privilegiado del Brasil; hoy para Brasil no somos más ni menos que otros” 48. No obstante, a diferencia de lo que opina Macera, creemos firmemente que, en el mediano plazo, aún es posible concretar una alianza económica estratégica con el gigante sudamericano.

En el mundo entero, en particular allí donde priman decisiones razonables –incluyendo por cierto las económicas– las vías de comunicación se construyen pensando –casi siempre prioritariamente –en los mercados más relevantes. A ese respecto, las grandes y medianas ciudades de Brasil son mercados objetivamente más importantes que las del norte de Chile, o las de Ecuador y Bolivia.

Es decir, quizá incluso antes que la Panamericana, debimos construir una, dos y hasta tres grandes vías transamazónicas. Pero no, se actuó contra la razón y contra la historia. Y conste que la primera y quizá la más grande inversión vial de toda nuestra historia republicana –el ferrocarril central– se hizo precisamente en esa dirección –aunque no precisamente pensando en el mercado de Brasil, sino en la riqueza mineral de nuestros Andes y para sacarla con destino a los centros hegemónicos mundiales–. Y que luego se prolongó hasta Cerro de Pasco, por el norte, y Huancavelica, por el sur, aunque no precisamente pensando en los mercados de Brasil, sino nuevamente en la riqueza mineral de las entrañas de los Andes. Y conste también que todo ello se hizo el siglo pasado. Es decir, ha habido tiempo suficiente para lograr el objetivo –si éste hubiera estado en la mente de nuestros gobernantes, es decir, en la del grupo social dominante–.

¿Y cuál pudo ser –si la hubo– la objeción más importante? ¿Quizá el hecho de que allá se habla portugués y acá el grupo hegemónico centralista hablaba y habla castellano? Con ese criterio Argentina, Uruguay, Paraguay y Bolivia no habrían hecho nunca vías de comunicación con Brasil. Ni España y Alemania vías de comunicación con Francia y viceversa. Y tampoco México con Estados Unidos. ¿Quizá entonces por el hecho de que las distancias son enormes? Con ese criterio en la ex Unión Soviética no hubiera construido el ferrocarril transiberiano. Ni en Estados Unidos los ferrocarriles y carreteras que unen el Atlántico con el Pacífico. Pero, por lo demás, al Perú sólo le correspondía llevar sus líneas hasta la frontera y, vía acuerdos internacionales, alentar que Brasil hiciera lo propio. Nunca se hizo. Se privilegió todo menos eso, que de haberse realizado habría tenido repercusiones descentralistas realmente trascendentales. Sin que por lo demás el grupo hegemónico perdiera un ápice de sus intereses. Éste es, quizá, el más grave error de apreciación estratégica que pueda enrrostrarse a la aristocracia, a la oligarquía y a la tecnocracia que han gobernado el Perú. Y aunque sea subsanado en el futuro, nada nos permitirá recuperar el valioso tiempo perdido: más de un siglo.

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