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Alfonso Klauer
¿Somos acaso una excepción?
Como venimos diciendo, una de las más importantes manifestaciones del centralismo es la concentración poblacional en la capital.
Lima, concentrando al 32 % de la población del Perú, tiene uno de los índices más elevados del mundo a ese respecto. En Brasilia habita sólo el 1 %, y en Sao Paulo, la ciudad más poblada de Sudamérica, reside sólo el 10 % de los brasileños.
El gigante sudamericano, sin embargo, sólo es una excepción a la regla. Santiago, Buenos Aires y San José de Costa Rica, por ejemplo, concentran el 33, 32 y 29 % de las poblaciones de sus respectivos países. Y en general, aunque menores, no son muy distintos a ellos los índices de concentración poblacional en el resto de América Latina.
Es decir, el acusado centralismo poblacional peruano no es pues un caso sui géneris, no es una excepción. Por el contrario, confirma la regla.
Esa es una evidente demostración de que el macrocefalismo poblacional no es un problema específico y aislado, que se manifiesta en uno o pocos de nuestros países, sino, por el contrario, un problema común, que por igual los afecta a todos. Pues bien, ello no hace sino indicarnos que las causas del problema no son entonces tampoco específicas para cada país –su propia historia, distinta a la de los otros; el particular y distinto contexto en el que se encuentra; los especialísimos y particulares estilos de sus gobernantes, que por cierto no gobernaron a los otros países, etc.–. No, si el problema es común, razonablemente, entonces, tenemos derecho a suponer que la causa también debe ser común.
¿Hay entonces causas comunes? ¿Es acaso difícil probar esa hipótesis? Ciertamente no. En lo que a historia se refiere, durante trescientos largos y trascendentales años, todos los países latinoamericanos fueron colonias de potencias europeas. ¿No es ese acaso un importantísimo común denominador? ¿No fue ese un decisivo y común condicionante de nuestro desarrollo histórico? Y, sin duda, durante esos mismos largos años, nuestros países formaron parte de un mismo gran contexto: el surgimiento, expansión y consolidación del capitalismo mundial, proceso dentro del cual Estados Unidos se alzó como potencia hegemónica. Hay, pues, dos gravitantes causas comunes. ¿Pero son acaso las únicas? ¿Podemos acaso desconocer –a despecho de que los “auténticos”, maliciosa y falazmente, nos consideren idiotas– que América Latina lleva casi doscientos años sometida a la hegemonía política, económica, tecnológica, financiera y cultural, sucesiva e ininterrumpida, de Inglaterra y Estados Unidos? ¿No define también eso una segunda causa y un segundo contexto histórico comunes en nuestros pueblos? ¿Serán pues esas causas y contextos comunes las razones de nuestro común centralismo? Sin duda sí, e intentaremos demostrarlo más adelante.
A muchos les resulta difícil reconocer y aceptar que fenómenos de hoy puedan tener como causas circunstancias que no sólo no están vigentes, sino que incluso son remotas. Así, la relativa lejanía en el tiempo de los imperialismos español, portugués, francés e inglés, que nos dominaron hasta el siglo XIX, difícilmente es aceptada –por críticos y escépticos– como causa de nuestro pernicioso y endémico centralismo actual. No obstante, muchísimos de esos críticos y escépticos reconocen la enorme “trascendencia” de la Conquista y la Colonia en la vida de nuestros pueblos.
¿Han reparado acaso, seriamente, en lo que significa la palabra “trascender”? Inconsistentemente, pues, terminan dando característica de banales a aquellos sucesos a los que pomposamente caracterizan como “trascendentes”. El colonialismo de los siglos XVII a XIX no fue trascendental por los millones de hombres que cayeron bajo su dominio, ni por la vasta extensión geográfica sobre la que se impuso, ni por el largo período que tuvo de vigencia. Para ser congruentes y consistentes, debemos admitir que, real y objetivamente, el colonialismo fue “trascendental” –trascendente– porque sus consecuencias se han “extendido”, “propagado” y “sobrepasado” más allá de sus propios límites, y, sobre todo, los del tiempo. Así, el Colonialismo, después de muerto, sigue “ganando” batallas a los pueblos que sojuzgó. Y el centralismo es una de ellas.
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