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Alfonso Klauer
El Perú: centralismo por antonomasia
Los peruanos, sin que todavía tengamos conciencia de cómo y por qué, constituimos uno de los pueblos más centralizados del planeta. O, si se prefiere, uno de los países más centralistas del mundo Las evidencias que se conoce y que resumiremos más adelante, son concluyentes. No obstante, hay quienes como Betty Alvarado, tímida y discretamente, sólo se atreven a considerar al Perú como uno de los países latinoamericanos más centralistas. Mas, en todo caso, la definición de qué pueblo ostenta ese récord resulta francamente irrelevante.
No lo es, en cambio, el hecho de que, teniendo como patrimonio uno de los territorios más densa y variadamente ricos del globo, ostentemos, en promedio, una pobreza infame. Resulta verdaderamente paradójico que sobre la insólita concentración de riqueza de nuestro territorio se asiente una no menos insólita concentración de hombres y mujeres con carencias de todo orden.
Así, seguimos siendo como advirtió Raimondi ya hace más de un siglo, un mendigo sentado en un banco de oro. Y el centralismo es, precisamente y como veremos, la más cabal y rotunda explicación de la gravísima y ya insostenible situación del Perú.
Las objeciones y críticas al centralismo peruano no son nuevas. Se remontan incluso a los primeros días de la República. Recuérdese que ya la Constitución de 1823 contenía disposiciones descentralistas. Aunque ciertamente, como muchas otras promesas, eran sólo líricas, declarativas, para guardar apariencias y acallar conciencias.
Cien años más tarde el problema no había cambiado en lo más mínimo, y, en todo caso, se había agravado. Uno de los vicios de nuestra organización política es, ciertamente, su centralismo dijo con claridad meridiana José Carlos Mariátegui en la década del 20, en Regionalismo y Centralismo, el sexto de sus célebres 7 ensayos de interpretación de la realidad peruana.
Ya en esa época el crecimiento de la capital era el centro de encendidos debates y serias preocupaciones; no obstante, el censo de 1920, había reportado una población que apenas llegaba a 230 000 habitantes es decir, tenía el tamaño y población de uno de los distritos más chicos de la Lima actual . En el debate de entonces, los más optimistas es decir, los más centralistas, los más ilusos, los más equivocados, auguraban a la ciudad un fantástico porvenir. No se equivocó en cambio Mariátegui, que, apoyado en sólidos razonamientos y contrastaciones, advirtió las debilidades intrínsecas de Lima y del centralismo. Ni se equivocaron todos aquellos que en las décadas siguientes volvieron a insistir en las debilidades de la ciudad