Del nombre de los españoles
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Alfonso Klauer
Una constante histórica
Para Pizarro, con tres décadas ya en el Nuevo Mundo, eso ya no era una sorpresa.
Todos los pueblos, sin excepción le demostraban
que una de las más sólidas leyes
militares se cumplía inexorablemente. Él, de
una u otra manera sabía que, desde la más
remota antigüedad, y en todos lados, cada
hombre y cada pueblo ha hecho siempre lo
imposible por librarse de sus más odiados
enemigos.
¿Cuántas veces no había asistido a la
alianza de dos enemigos para mutuamente librarse
de un enemigo común? Pues exactamente
la misma milenaria estrategia veía,
con enorme recocigo y tranquilidad, que estaban
aplicando con ellos los pueblos que odiaban
a muerte a los inkas.
Del mismo modo, y por idénticas razones,
habían actuado también así los tlaxcaltecas
y muchos otros pueblos de México
contra los aztecas. Se lo había contado en
persona su propio sobrino Hernán Cortés en
Toledo.
Hoy nosotros sabemos también que igual
actuaron más tarde los nativos de La Florida
(Estados Unidos) cuando se aliaron con los
ingleses en contra de los españoles; y todavía
después, San Martín y Bolívar, y los grupos
sociales a los que representaban, cuando se aliaron
también con los imperios de Inglaterra
y Francia en contra del Imperio Español.
¿Y acaso como vimos en el Tomo I, no
habían hecho lo propio los mismos españoles
frente a la invasión cartaginesa, y, siglos más
tarde, frente a la invasión de los moros? ¿Y
no es cierto también que muchas veces los
espartanos se aliaron con los persas en contra
de los atenienses, y los atenienses con los
persas contra los espartanos?
Basta por lo demás leer a Julio César en
sus Comentarios de la guerra de las galias,
para que quede claro que cada vez que él se
encontró con pueblos sometidos por otros, le
salían al paso ofreciéndole alianza para derrotar
a los sojuzgadores. Ese comportamiento,
harto comprensible y explicable, parece
ser pues una constante en la historia.
En todos estos casos específicos, sin embargo,
hay otro común denominador: los nativos
del Perú, de México, del sur de Estados
Unidos, sin excepción, terminaron mal parados de su alianza táctica. Y otro tanto había
ocurrido con los europeos que se aliaron con
Julio César, y con los españoles que se aliaron
con los moros.
Y no por la alianza misma, sino repetimos
por la avasalladora fuerza del socio que
luego terminó convirtiéndose en el nuevo enemigo.
Podemos pues preguntarnos, ¿tiene derecho
la historiografía tradicional para, manteniendo
enormes vacíos y trastocando gravemente
la importancia de los hechos, haber
sembrado subrepticiamente la infeliz idea de
que los pueblos de los Andes, como los de
México, incurrieron en traición, y también en
cobardía?
Pero he aquí entonces que salta a la luz
una nueva y tremenda inconsistencia. ¿Acaso
la historiografía tradicional, utilizando la
misma lógica que ha utilizado para estudiar
la Conquista, cuando ha presentado la historia
de la Independencia, ha insinuado siquiera
la idea de que San Martín y Bolívar, traicionaron
a España?
En el supuesto que rotundamente negamos
de que los pueblos de los Andes hubieran
traicionado a los inkas, habrían incurrido
en filicidio, ¿no es cierto? Pues bien, en
el supuesto también negado de que San Martín
y Bolívar hubieran traicionado a España,
habrían incurrido en parricidio, ¿no es cierto?
Porque, debemos recordarlo, España durante
siglos se presentó como la Madre Patria, ¿no
es cierto?
Siendo pues coherentes y consistentes, tenemos
la obligación meridiana y perentoria
de decir, rotundamente, que durante la conquista
española de los pueblos andinos ninguno
de ellos incurrió nunca en traición. Ése
es un cargo inaceptable. Ésa, por sibilina, es
una de las peores patrañas de la Historia.
Y la personalización en Felipe, cuyo nombre
en su versión despectiva Felipillo, ha
terminado convertido en sinónimo de traición,
es una infamia.