Del nombre de los españoles
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Alfonso Klauer
La novela que no ha querido recoger la Historia
Pues bien, como sobre esto no hemos leído
nunca nadie, nos sentimos obligados a llenar
un vacío que, por lo demás, nos parece de
enorme significación, por la también enorme
importancia y trascendencia de lo que debió
ocurrir entre los tallanes aquellos primeros
días de estancia de las huestes españolas,
pero que significaban también el increíble e
insólito regreso de Felipe y Martín, a quienes,
sin duda, habían creído no volver a ver
jamás.
¿Es acaso difícil imaginar el revuelo que
se suscitó entre sus familiares y amigos? Al
fin y al cabo habían salido apenas cuatro años
atrás. Debieron hacerles mil preguntas.
¿Dónde y cómo habían estado? ¿Qué habían
visto? ¿Quiénes eran esos desconocidos? ¿A
qué venían?
Delante o a espaldas de los conquistadores,
de día o de noche, pero en su propia lengua,
en una lengua que aquéllos desconocidos
no entendían, debieron contar todo: que
habían estado en España, al cabo de un larguísimo
e increíble viaje; que habían estado
en Sanlúcar y en Sevilla.
Las audiencias familiares escucharon seguramente
atónitas las descripciones de la
hermosa ciudad de Sevilla. Otro tanto y con
mayor detalle harían de la hermosa ciudad
sobre el Tajo, Toledo. También dirían que en
ella habían escuchado a Pizarro que el rey lo
había nombrado Gobernador de Nueva Castilla.
¿Y qué es Nueva Castilla habría preguntado
alguien con curiosidad? Todo esto
y mucho más se llama ahora Nueva Castilla
habrían respondido los muchachos, ante el
asombro de la concurrencia.
Dijeron luego que hicieron un viaje acompañando
a Pizarro a su tierra, Extremadura.
Y que allí, en la ciudad de Trujillo,
conocieron a los familiares de don Francisco,
muchos de los cuales estaban ahora allí afuera
con él. Vienen a hacerse ricos anotaron
. Y qué es eso inquirieron con curiosidad
. Hasta dormidos hablan de oro y
plata contestaron los muchachos.
Felipe y Martín asombraron luego a su
audiencia hablando de la fiesta de Navidad,
que habían conocido, ya de vuelta, en Sevilla.
Y del viaje de retorno que en tres carabelas
iniciaron en enero de 1530. Contaron
de las hermosas playas de las islas Canarias y
las de Santa Marta.
Los adultos que los escuchaban, en número
cada vez creciente, voltearon a mirarse
cuando los muchachos dijeron que en una
pequeña ciudad llamada Nombre de Dios
habían escuchado a Pizarro contar a sus hermanos
la tremenda discusión que había tenido
con su socio, Almagro. ¿¡Socio!, qué
es eso? preguntaron en coro. Tras la respuesta,
llevaban ya por lo menos tres cosas
que no entendían: ricos, Navidad y socio, pero
siguieron atentos el relato.
Hicimos luego el viaje por tierra a Panamá,
que queda cerca de la isla de Perlas.
Debe ser ésa de la que tú tanto nos has hablado
volteó Felipe dirigiéndose a uno de sus
tíos.
El tío, efectivamente, era un navegante
que bordeando la costa comerciaba en balsa
a vela hasta Centroamérica, llevando productos
de Tumbes y los que les traían otros navegantes
que venían desde Chincha, a mil quinientos
kilómetros al sur de Tumbes.
Martín se encargó de describir la isla y el
tío efectivamente la reconoció. He hecho
cuatro viajes hasta allá en el tiempo que no
has estado con nosotros contestó el tío, y
agregó: En el último viaje, en una de las
playas de Nicaragua, con las justas me salvé
de morir con los disparos de estos malditos
españoles. Alcanzaron a matar a tres de los
hombres que iban con nosotros en otras balsas.
Pero felizmente llegaron después que
había terminado de entregar las cosas y de
cargar la balsa con lo que traje. El comerciante
de Nicaragua me contó que los españoles
han conquistado prácticamente a todas
las tribus y que ha muerto mucha gente.
Yo le conté que aquí se ha desatado una terrible
guerra entre los malditos Huáscar y
Atahualpa. Ustedes dijo mirando a los muchachos
no los conocen, son dos hijos de
Huayna Cápac que se están peleando por ser
el emperador. El viejo murió con la maldita
viruela. Y de esa maldita enfermedad ha
muerto también tu madre, Martín, y tres de
tus hermanos, Felipe terminó diciendo apenado
el tío.
¿O sea dijo y preguntó Martín que has
sido tú el que ha contado lo de la guerra? Ya
lo saben los españoles. Desde que salimos de
Panamá se ha hablado mucho de ella, pero
nosotros no sabíamos nada. Don Francisco
nos ha preguntado bastante de eso y de los inkas
agregó Martín.
Cuando ya estábamos por llegar aca
terció Felipe, llegó de Panamá un español
con cientos de nicaraguas en una carabela y
han venido con nosotros. Hemos desembarcado
en San Mateo y desde allí venimos a
pie. Estuvimos también en Cancebí. En
Coaque estos españoles casi se vuelven locos
con las esmeraldas. Les dieron muchas. Estando en Coaque se presentó otro barco con
más soldados y más nicaraguas que también
han venido con nosotros.
Todos los españoles que se nos juntan
dijo interrumpiendo Martín, le piden a don
Francisco que les dé un repartimiento de indios.
Hasta ahora no entendemos qué es eso.
En octubre estuvimos en Puerto Viejo,
luego en Picuaza, Marchan, Manta... iba
diciendo Felipe cuando lo interrumpió nuevamente
el tío. Acabo de llegar hace unos
días precisamente de ahí dijo. Cientos de
personas han muerto de una enfermedad que
nadie sabe qué es. Por lo que me dijeron, estoy
seguro que no es viruela. Bueno continuó
diciendo Felipe, luego fuimos a Odón
y a Santa Elena. En todos los pueblos ya
sabían que pronto llegaríamos, ¿tú también
contaste eso? preguntó dirigiéndose a su
tío. No, nosotros llevamos al norte las noticias
de los malditos inkas, y los comerciantes
nicaraguas y panameños son los que vienen
contando lo de los españoles. Aquí ya estamos
preparados desde hace tiempo para recibirlos.
Sabemos el infierno que nos espera
si hacen aquí todo lo que ellos nos han contado.
Rompiendo el silencio grave y triste que
se produjo, terció Martín: ¡Imagínense que
el infeliz del cacique de Puná se presentó en
Santa Elena con regalos para don Francisco!
Nos llevó de visita a la isla. Hemos celebrado
allí nuevamente la fiesta de Navidad. Y el
maldito del cacique llenó de regalos a los españoles.
Nosotros le dijimos a don Francisco
que no se fíe de esos miserables, con los cuales
hemos guerreado tantas veces terminó
diciendo Martín.
Sí intervino entonces Felipe, pero fue
horrible cuando esa misma noche se apareció
en la isla nuestro cacique, Chilimasa. Le
habíamos dicho que no fuera, estábamos en
desacuerdo con él intervino el padre de
Felipe. El muy tonto creía que podía derrotarlos.
Y ya vieron, ha venido hasta encadenado.
Es que cuando estaban en plena lucha
llegaron dos barcos más con españoles y
nicaraguas explicó Martín. Todos hemos
venido juntos.
¿Y qué es lo que quieren de nosotros?
preguntó entonces la madre de Felipe. Estamos
todos desesperados. Ya teníamos bastante
con los inkas y ahora la guerra entre ellos
ha empeorado las cosas para nosotros.
¿No ven cómo está nuestro pueblo, todo quemado?.
Sí hijo dijo el padre de Felipe, no
sabemos si por un malentendido, o simplemente
para amedrentar a las demás naciones,
Atahualpa, pretextando que estábamos apoyando
a Huáscar, mandó sus tropas y han
incendiado todos nuestros pueblos: Tangarará,
Tambo Grande, Chulucanas y Pabur. Y
los comerciantes lambayeques han contado
que en Chérrepe y Sipán ha ocurrido lo mismo,
así como en Motupe, Jayanca, Pacora,
Túcume y Zaña; todo ha sido arrasado. Pero
además tu tío Siesquén, que ya debe de estar
por llegar a la reunión, ayer nos contó que un
comerciante chimú le había dicho hace unos
días que cerca a Chan Chan ha ocurrido lo
mismo, pero dice que a los de Pachacamac y
Chincha no les ha pasado nada.
Bueno, pero qué quieren estos extranjeros
insistió la madre. Madre dijo Felipe
, tú nunca has viajado. Venimos desde
muy al norte, de otro océano a miles de leguas
de aquí. Hay grandes islas, las llaman
Santo Domingo, Cuba, Jamaica, hay otras
pequeñas como Santa Marta, todo, absolutamente
todo ha sido conquistado por ellos.
También han conquistado Panamá, Nicaragua,
Honduras y Guatemala. Y hemos oído
historias increíbles de la conquista de un enorme
territorio al que llaman México. Y no
entendemos pero los soldados repiten que
don Francisco anda buscando su Malinche.
Felipe cortó emocionado Martín, déjame
contar que en la hermosa ciudad española
de Toledo conocimos al conquistador de
México, ¡imagínense, es sobrino de don Francisco,
se llama Hernán Cortés y Pizarro.
¡Qué están viendo mis ojos! se oyó
decir desde la puerta. Era el tío Siesquén.
Le hicieron un breve resumen de todo, y entonces
asombrado preguntó: ¿Vienen a conquistarnos
a todos, también a los lambayeques,
a los chimús y a los limas?.
Tío dijeron a un tiempo Felipe y Martín,
más siguió hablando el primero saben
de nosotros más que nosotros. Vienen a conquistarlo
todo y a llevarse todo el oro y la
plata que puedan. Sólo hablan de eso. A donde
llegan preguntan por oro, plata y perlas.
Ya se han aprendido todas esas palabras en
nuestro idioma. Extorsionan a los caciques y
a todos los que puedan para que informen
dónde hay más oro. Todos entregan lo poco
que tienen y todos han dicho que en el Sur es
donde hay más que en ningún lado. Hay que
tener cuidado. Algunos de ellos destrozan a
la gente a golpes aún después de recibir el
oro o las perlas. Y los perros son temibles.
Hemos visto un montón de gente destrozada
por ellos. Cuando no hay comida, después de
acusar a un nicaragua se que se había querido
fugar lo amarran y se lo dejan a los perros
hambrientos el grupo que escuchaba atento
dio muestras de asombro y espanto, nunca
habían visto antes perros bravos y no podían
imaginarse la pavorosa escena. O sino lo
hacen con esos hombres oscuros que han visto
y que recogimos en las islas Canarias.
Muchas veces prosiguió Felipe lo hacen
sólo para aterrorizar más a los nicaraguas
y a los africanos o a la gente de los pueblos
donde vamos llegando. Pero a éste que está a
mi lado no le teman, éste sí es manso, se
llama Sipán. ¿Te acuerdas tío que ése fue el
único viaje que hice fuera del pueblo antes de
que me llevaran los españoles dijo finalmente
Felipe dirigiéndose a su tío Siesquén y
haciéndole recordar a éste la cantidad de collares
de oro que trajeron de Sipán, y que éste
llevó luego hasta Panamá y Nicaragua, desde
donde los comerciantes de esas tierras, según
decían, los llevaban a su vez muy lejos, e
incluso a unas islas que quedaban en ese otro
mar del que ahora hablaba su sobrino.
Es horrible todo lo que nos espera, a ustedes
y a nosotros agregó Martín. Nosotros
tenemos que acompañarlos a todos lados. Él
dijo volteando a mirar a Felipe le traduce a
don Francisco y yo al capitán Hernando de
Soto. En cualquier momento salimos para
Cajamarca, don Francisco ya sabe que Atahualpa
está allí y que más al sur una parte de
su ejército tiene prisionero a Huáscar. Es pertinente
que sepan que en unos días más va a
llegar Diego de Almagro, el socio de don
Francisco. Viene con más españoles, con más
nicaraguas, con más africanos, con perros y
con artillería. Y detrás de ellos van a venir
muchísimos más. Sólo en Panamá hay cientos
y quizá miles preparándose a venir.
Bueno cortó el tío Siesquén, a quien todos
reconocían como el de mayor autoridad en el
grupo, retírense todos los niños y las mujeres,
los hombres vamos a hablar con Felipe
y Martín.
La segunda parte de la reunión se prologó
todavía más de una hora.
No habían terminado de deliberar y evaluar
la información que les habían proporcionado
los muchachos, cuando oyeron cada
vez más cerca y con más fuerza los ladridos
de uno de los enormes perros traídos por los
españoles. Cundió el pánico. No se preocupen
dijo tranquilizándolos Felipe, sólo
vienen a recogernos, adiós.
Todos los despidieron. Al salir, Felipe,
Martín y Sipán, se toparon en la puerta con el
herrero cojo que tenía asido con cadena a un
enorme y temible animal. Vamos Guineo
dijo el cojo a su perro jalándolo con violencia
. La gente se ha quedado encantada con
lo que les hemos contado de Toledo y de Sevilla
dijo presuroso Felipe, antes de que el
cojo preguntara algo. Les hemos contado de
la Navidad y, como ya falta menos de un
mes, se han quedado locos por aprender a celebrarla
como ustedes, ¿no es cierto Martín?
y volteó hacia éste y con un guiño le indicó
que él dijera lo mismo si algún españól, en
especial don Hernando, le preguntaba algo.
¿Qué se dijo en verdad en esa reunión que
interrumpió el herrero cojo? Nunca lo sabremos.
Mas dejemos estos terrenos de la ficción
y de novela que nos son ajenos, que don
Mario, que también ha estado en esas tierras
y se ha deleitado con su maravilloso sol de
todo el año; o don Gabriel, que ha tenido en
sus manos las mismas maravillosas piedras
que tanto asombraron a los conquistadores, si
les place, pueden finalmente terminar contándonos
la verdad.