DESCUBRIMIENTO Y CONQUISTA:

Del nombre de los españoles


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Alfonso Klauer

Las “razones” de los historiadores

En verdad, pues, no lo hace ninguno. Más casi todos, de una u otra manera, como pasaremos a ver, han puesto su grano de arena en el problema. ¿Cómo explican los historiadores el comportamiento de esos pueblos que abiertamente –unos con más y otros con menos evidencia–, prestaron su colaboración a los conquistadores? Del Busto por ejemplo habla de la “enemistad” de los tallanes hacia el inka Atahualpa (p. 71). Dice también que “la voz común entre los indios era que los soldados barbudos iban a ayudar a Huáscar” (p. 77). Habla también de la aversión de los huancas “tanto a Quito como al Cusco” (p. 108). Ésa es, en líneas generales la explicación que, a partir de las crónicas, da ese autor para todos los demás casos.

Espinoza, por su parte, concluye que “los curacazgos andinos, absorbidos militarmente por los cuzqueños, veían en éstos a una clase explotadora, depredadora, usurpadora y abusiva, de la que querían ansiosamente liberarse.

Muchas rebeliones y motines ocurridos desde los tiempos de Pachacútec hasta Atahuallpa así lo manifiestan”.

Vega, a su turno, dice por ejemplo lo siguiente: “los caudillos indígenas locales anti–incas, actuando con ciega rebeldía, se convirtieron inconscientemente en instrumento de los invasores...”.

Bonilla Amado por su parte, refiriéndose también al caso de los huancas, dice que éstos estaban “convencidos de que [los españoles] venían a expulsar a los intrusos quiteños y a devolverles su libertad”.

Iwasaki dice: “Lo cierto es que los hombres andinos no fueron capaces de responder coherentemente a la agresion extranjera...”.

Terminemos citando a Portal: “Los enemigos de Atahualpa (...) [acudieron] a Cajamarca para felicitar a los cristianos por haber logrado sojuzgar a su enemigo (...) y les solicitaban ayuda para liberarse de los Incas”.

Agruparemos las ideas que nos hemos permitido poner en cursiva, y que –al decir de estos historiadores– habrían estado en la mente de los pueblos que prestaron su colaboración a los conquistadores españoles: 1) aversión a Quito y al Cusco –Del Busto–; 2) los inkas, una clase explotadora –Espinoza–; 3) ciega rebeldía –Vega–; 4) intrusos quiteños –Bonilla Amado–; 5) no fueron capaces de responder coherentemente a la agresión extranjera –Iwasaki–, y; 6) solicitaban ayuda para liberarse de los Incas, sus enemigos –Portal–.

Pues bien, a estas alturas del texto, ya no nos extraña, en lo más mínimo, que el más joven, el menos conocido, el menos leído y el menos encumbrado de los autores citados, Manuel Portal, guía de turismo y autodidacta en Historia, sea el más certero y preciso de todos. Veamos.

Si pretendemos que la Historia alcance a ser una ciencia, respetable y respetada, tenemos obligación de, entre otras exigencias: a) ser rigurosos, aún al precio de sacrificar la “riqueza” del lenguaje que, en muchos casos, se explica más como “abundancia de resuello” que como erudición o calidad literaria; b) ser objetivos, y no dejarnos llevar por nuestras filiaciones y pasiones, y; c) ser coherentes y consistentes.

¿Qué se dice explicitamente con “aversión a Quito y al Cusco”? Pues odio a dos ciudades. ¿Puede sincera y objetivamente decirse que lo que estaba en la mente de todos los pueblos no inkas era odio o enemistad a dos ciudades, a dos objetos inertes, distantes y desconocidos para la inmensa mayoría? ¿No había pues odio a hombres sino a ciudades? ¿Por qué no se dice entonces con todas sus letras, siendo como es un asunto tan sustantivo?

¿Y qué se colige de la expresión de Espinoza en el sentido de que los inkas eran una “clase explotadora”? Pues que, dentro del territorio andino, el resto eran la o las clases explotadas. ¿Pretende sostener Espinoza que los inkas y los grupos humanos que bárbara y sanguinariamente habían conquistado y sojuzgado, pertenecían al mismo pueblo; y que, entonces, con ese mismo criterio, romanos y españoles o romanos y franceses en la época del Imperio Romano, pertenecían también al mismo pueblo?

A nuestro juicio, sólo si primero se explicita, directa y categóricamente, que, para el caso que analizamos, se dio primero una relación imperialista de sojuzgamiento de una nación sobre otras, después, y sólo después, con la misma transparencia y como parte de una abstracción general, puede decirse que una era la clase hegemónica y explotadora y las otras las clases sojuzgadas y explotadas.

Vega por su parte habla de “ciega rebeldía”.

¿Rebeldía juvenil, rebeldía obtusa? ¿Rebeldía prejuiciosa? ¿Rebeldía subjetiva? ¿Rebeldía sin fundamento? ¿Rebeldía ingrata y desagradecida? ¿Rebeldía infiel y desleal? Bonilla Amado, por su parte, muestra como “intrusos quiteños” al inka Atahualpa, a la élite que representaba y a las huestes imperiales que dirigía. Así, Huáscar, la élite que representaba y las huestes imperiales que dirigía, no eran entonces intrusos. ¿En qué quedamos, el Imperio Inka iba o no desde Colombia, pasando por Ecuador, Perú y Bolivia, hasta Argentina y Chile? ¿Cómo podían ser intrusos en el imperio quienes residiendo en Ecuador formaban parte de él?

Y, por lo demás, la explicación de Bonilla Amado y la de Vega hacen tabla rasa de la historia anterior, esto es, de las sangrientas conquistas militares que lideraron los inkas cusqueños Pachacútec, su hijo Túpac Yupanqui y de su nieto Huayna Cápac para conquistar y sojuzgar a los pueblos de los Andes.

Iwasaki, por último, en delirante idealismo, sin el más mínimo sustento histórico, implícitamente afirma que, en esas circunstancias, sí era posible “responder coherentemente a la agresión extranjera”. ¿Se ha preguntado Iwasaki por qué, en el siglo XV ningún pueblo, desde Colombia hasta Chile, fue capaz de responder coherentemente a la agresión extranjera inka? ¿Y por qué, durante la expansión del Imperio Español, desde México hasta Chile, tampoco pudo haber esa respuesta coherente que él lamenta no encontrar? ¿Y por que –como también hemos dicho en el Tomo I– ningún pueblo fue capaz de responder coherentemente a la agresión del Imperio Romano, y etc., etc.? No, la historia es inapelable e inexorable: hay casos, como los que estamos mencionando, y muchos más, en que no hay alternativa frente a una fuerza avasalladoramente superior.

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