Del nombre de los españoles
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Alfonso Klauer
... y además, destrucción...
Además del genocidio y a pesar de todas
las declaraciones en sentido contrario,
¿qué más tuvo que realizar España para concretar
el traslado de tan descomunal riqueza?
Las urgencias de riqueza que reclamaba
la sede imperial fueron tales que, violenta y
compulsivamente, se reestructuró en parte y
destruyó en su gran mayoría la red vial del
territorio andino.
Abrumada por las exigencias de oro y
plata, la autoridad virreinal optó por mantener
única y exclusivamente los caminos que
permitían concretar el flujo de riquezas, principalmente,
hacia LimaCallao.
Todo el resto de vías, y cientos de puentes,
fueron absolutamente abandonados a su
suerte, esto es, quedaron total e irremediablemente
destruidos. Recomponer esa red tiene
hoy un costo elevadísimo: largamente más de
150 mil millones de dólares según hemos
estimado.
¿Y cuánto costará reconstruir y poner nuevamente en producción los millones de
hectáreas de costosísimos andenes que tuvieron que ser abandonados por la
política de reducciones que se inició en la época del virrey Toledo, y por el
despoblamiento de los campos en razón del genocidio? ¿Y cuánto costará repoblar
los enormes espacios que quedaron abandonados ?
Y todo ello, ¿a cambio de qué?
Más de una vez hemos tenido una expresión como la conquista y el saqueo, a
cambio de nada.... ¿Significa eso que estemos despreciando o menospreciando la
cultura occidental traída por los conquistadores, y de la que incuestionable e
irreversiblemente formamos parte? No. Categóricamente no.
La cultura occidental y cristiana de la
que formamos parte incluye, entre otras muchas
cosas: el idioma, la religión, las comidas,
los vestidos, el arte, la manera de ver el
mundo, etc.
Pues bien, categóricamente también, diremos
que el castellano no es superior a ningún otro idioma. Estados Unidos, con el
inglés, ha alcanzado a ser la potencia más
grande que ha conocido jamás la humanidad.
Y, en el extremo oriente, Japón no ha necesitado
ni del castellano ni del inglés para constituirse
en la segunda potencia mundial.
El catolicismo no es objetivamente, ni
superior ni inferior al mahometanismo ni al
budismo ni al protestantismo ni al anglicanismo.
Encierra sí, taras que no tienen otras
variantes del cristianismo. Las demás comparaciones
resultan pues igualmente ociosas.
No hay culturas superiores ni culturas inferiores.
Éste, por consiguiente, no es un asunto
relevante en el análisis histórico. Las
brutales conquistas en idioma castellano no
han sido ni mejores ni peores que las brutales
conquistas en inglés, holandés, alemán, francés,
mongol o japonés.
Han sido igualmente beneficiosas para
los conquistadores e igualmente perniciosas
para los conquistados. La cultura, por heterodoxo
y herético que pueda parecer, no es,
pues, un dato relevante en las conquistas.
Si así fuera, las conquistas en algún idioma
habrían tenido en el balance total consecuencias
beneficiosas para los conquistados,
opuestas a las perniciosas que hemos
mostrado.
La inmensa mayoría de los textos de Historia
de los pueblos conquistados por España
reivindica como importantísimo el aporte
del imperio español y, básicamente, su idioma
y su religión.
El sesgo es grotesto. Subrepticiamente se
insinúa, pues, que el castellano es superior a
otros idiomas y, también, que el catolicismo
es superior a otras religiones.
Enfrentados a la falacia algunos autores
podrían decir entonces que el aporte no ha
sido tanto en esto o en aquello, sino en el balance
general de las cosas. ¿En el balance
general de las cosas? Pero si en el análisis la
cultura no es relevante, ¿fue entonces positivo
el saqueo económico? ¿Si el saqueo económico
fue lo pernicioso, qué fue entonces lo
positivo, que lo iguala o supera en valor?
¿Y cómo podrían hablarnos de balance
general los mismos que hasta hoy han prescindido
del saqueo y del valor del saqueo?
¿Qué han puesto en la balanza? Las trampas
son pues letales. De ellas no puede escaparse
con la lógica tradicional. La historia merece
ser íntegramente reescrita. Sobran evidencias
para demostrarlo.
Por todas estas consideraciones no pasan
de ser superficiales y banales afirmaciones de
sabor tan prosaico y sensiblero como ésta
que recientemente acaba de publicar el venezolano
Arturo Uslar Pietri: la noción de la
existencia de una muy significativa, y plena
comunidad cultural, histórica y de mentalidades
entre España y la América Latina, es
un hecho fundamental que no podemos ni debemos
olvidar.
¿Pero quién está para olvidarlo? ¿Acaso
las mayorías americanas que aún hoy sufren
las consecuencias del violentísimo y destructivo
impacto que supuso el encuentro de esos
dos mundos?
Uslar Pietri, como Montaner y compañía,
olvidan sí todo lo que aquí venimos diciendo.
Todo lo cual ellos perfectamente conocen,
pero como muchos otros, se niegan a reconocer.
Con ese tipo de olvidos todos los
encuentros resultan buenos, incluso el de
Hitler con los judíos, e incluso la traición de
Caín a su hermano Abel en el Paraíso.
Y a propósito de traiciones, hablemos
pues también de este tema. Al fin y al cabo,
es uno de los cargos más duros y graves que,
de un tiempo a esta parte, con insistencia,
aunque soterradamente, se viene haciendo
contra muchos de los pueblos del Perú.
Por sus connotaciones, la traición tiene
una enorme significación en la conciencia de
los hombres y de los pueblos contra los que
se levanta ese pesado dedo acusador, aunque
sea subrepticiamente y de procedencia anónima.