Del nombre de los españoles
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Alfonso Klauer
¿Estado de Derecho?
Pizarro y sus huestes, como vimos muchas páginas atrás, habrían sido los que
inauguraron la práctica de la evasión tributaria, entregándole a la Corona menos
de la mitad de lo que le correspondía.
Pizarro y sus huestes como bien lo
recuerda M. L. Laviana pusieron en práctica
una fórmula conocida en Castilla desde
muy antiguo: se obedece, pero no se cumple.
A inicios de la República, un ingenioso escritor
peruano, Manuel Atanasio Fuentes El Murciélago
enriquecería la idea preguntándose y respondiéndose a
sí mismo: ¿Para qué sirve la ley en el Perú se entiende
? Para tres cosas: para leerla, para reírse de ella, y
para guardarla.
Veamos algunos ejemplos del estado de
derecho que terminaron moldeando los virreyes del Perú con la activa, conciente y deliberada
complicidad de los integrantes de la
como veremos más adelante, tan ponderada
Audiencia de Lima.
Dios perdona el pecado, pero no el escándalo...
Como en algún momento hemos mencionado antes, uno de los primeros virreyes que
gobernó el Perú murió sorpresiva y repentinamente: fue asesinado. El magnicidio
conmovió al imperio, pero más a su metrópoli.
El virrey sucesor llegó con expresas órdenes
de investigar los hechos, y llegar hasta las
últimas consecuencias, sin miramientos de
ninguna índole con los culpables. Poco
después, el propio virrey obviamente con
anuencia de la Corona fue el primer interesado
en echar tierra al asunto y oficialmente
olvidarse de todo.
¿Qué había pasado? ¿Por qué tan súbito,
drástico e inconsecuente giro? Simple y llanamente
porque el virrey investigador fue
enterado, con desagradable lujo de detalles,
que su predecesor había muerto en una orgía
y en manos de un marido celoso.
Con la estrecha y esquizofrénica escala
de valores de los reyes y los virreyes, el silencio
cómplice y la inconsecuencia eran preferibles
al escándalo. Con éste podía quedar
desacreditado el prestigio de la administración
colonial, sacrosanta institución tutelar
de la patria nueva que se estaba construyendo
en América.
Habrá quizá quienes estén tentados a pensar
que ése fue un hecho aislado, anecdótico,
e intrascendente. Aceptar eso supondría,
una vez más, desconocer la historia y desconocer
a los hombres.
El olvido oficial de la Corona tanto
como el origen del asunto y los entretelones
de la historia no sólo corrieron como reguero
de pólvora porque la institución del
chisme, tan castizo, tan femenino pero también
tan machista, era muy eficiente en estos
menesteres, sino que quedaron perfectamente
registrados en miles de conciencias.
Constituían un dato de la realidad que
convenía sobremanera conservar en el archivo
de la mente, porque en cualquier momento
resultaba útil a cualquiera en el virreinato.
Por lo menos a cualquiera que tuviera un
poco de poder para hacer uso del dato y extorsionar
a quien correspondiera.
Todos, pues, quedaron notificados: hay
crímenes y crímenes. La brevísima y lacónica
señal trascendió y perduró. De allí en más,
cientos y miles de gentes con mayor o menor
cuota de poder usufructuaron del precedente.
Así, entonces, ¿podemos seguir diciendo que
fue un hecho anecdótico e intrascendente?