DESCUBRIMIENTO Y CONQUISTA:

Del nombre de los españoles


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Alfonso Klauer

Liquidación de la resistencia inka

No satisfecho con que las cosas quedaran en palabras y en papeles, de viaje al Cusco para dirigir en persona la captura de Manco Inca, “Toledo se hizo cargo de la repugnante tarea de obligar a las provincias próximas a Huancavelica –en más de trescientos kilómetros – a mandar trabajadores a las minas, justificándose con el fallo de la junta de doctos de Lima...”.

¿Repugnante para quién? ¿Bajo qué postulado científico los historiadores colocan su conciencia donde sólo estaba la del virrey? Toledo no veía la hora de concretar ese “matrimonio de más importancia del mundo entre el cerro de Potosí y el de Huancavelica” –dice Hemming–.

Manco Inca, sin embargo, tenía en su poder aún las llaves del “santuario” donde debía consagrarse ese enlace. Por fin el virrey llegó al Cusco en febrero de 1571.

En extraña coincidencia, pocos meses después, a mediados de año, Manco Inca murió repentinamente, a todas luces envenenado.

Su secretario, un mestizo apellidado Pando, y fray Diego Ortiz, fueron ejecutados por los rebeldes que los responsabilizaron de haber asesinado al Inka.

Se suscitó entonces, por la sucesión, una confusa y nefasta pugna entre Titu Cusi, Sayri Túpac y Túpac Amaru, y sus respectivos seguidores. Muerto también Titu Cusi –cuyo deceso también ha sido atribuido a sacerdotes y españoles–, Túpac Amaru I asumió finalmente el liderazgo del “núcleo más belicoso de Vilcabamba”, esto es, el último reducto de la resistencia inka.

Toledo, tras vanos intentos de lograr la rendición del Inka...

y con los votos del cabildo de la ciudad (...), resolvió quitar aquella ladronera y espantajo y hacer de fundamento guerra al Inca, como apóstata, prevaricador y homicida, rebelde y tirano...

Y “declaró la guerra a fuego y sangre” el Domingo de Ramos, 14 de abril de 1572.

Cinco meses más tarde, en setiembre de 1572, más de cien kilómetros más adentro de Vilcabamba, por fin fue capturado el Inka Túpac Amaru I.

El juicio al Inka rebelde fue un remedo.

Toledo –dice Hemming– no estaba interesado en probar la culpabilidad del Inca, él “ya había resuelto eliminar a Túpac Amaru y sabía que debía actuar con rapidez...”. El virrey no aceptó ni las súplicas –de rodillas– de fray Agustín de la Coruña, obispo de Popayán, “varón perfecto y tenido por santo” que lo acompañaba en el viaje.

El último y rebelde Inka fue finalmente ejecutado el 24 de setiembre de 1572. Y, por orden del virrey, su cabeza fue colocada en un poste en la plaza del Cusco, donde permaneció dos días.

Ya sólo faltaba un hito para coronar pues el supremo objetivo del virrey. Sin embargo, había que emprender una larga y lentísima marcha de casi mil kilómetros que, en su gran mayoría, tenía que desarrollarse a afixiantes 3 500 msnm.

Por fin Toledo llegó a Potosí en febrero de 1574, casi un año y medio después de que quedara asegurado al camino del mercurio hacia las minas, y de la plata hacia Europa.

El período 1572–74 es el que, en el Gráfico Nº 16 (del Tomo I), nos habíamos permitido destacar dejando para este lugar su explicación.

Reeditado aquí como Gráfico N° 28, no puede ser más elocuente: sólo después de liquidada la resistencia inka se dispara la producción de la obsesivamente ambicionada riqueza argentífera.

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