DESCUBRIMIENTO Y CONQUISTA:

Del nombre de los españoles


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Alfonso Klauer

Primera disquisición: Los desterrados

¿Cuáles fueron las poblaciones más afectadas con esos destierros masivos que llevaron a cabo los conquistadores romanos? ¿Y adónde fueron trasladadas esas poblaciones que se resistieron a la conquista?

No hemos encontrado respuesta a esas interrogantes que, por lo demás, no son preguntas superfluas. Y es que –como veremos más adelante–, todo parece indicar que, habiendo indicios suficientes para respuestas altamente verosímiles a las mismas, ellas podrían dar pie a vuelcos sustanciales a las versiones más difundidas de uno de los más importantes episodios de la historia de Occidente.

Por de pronto, tenemos derecho a admitir que, así como hoy, también ayer debieron reaccionar de manera distinta frente al destierro los hombres y mujeres que migraban voluntariamente, de aquellos que lo tenían que hacer obligados por la fuerza.

Éstos, sin duda, no perdieron nunca de vista su propósito de, tarde o temprano, regresar a su tierra, el territorio de donde compulsivamente habían sido expulsados. Pues bien –como habremos de ver después–, hay indicios suficientes para considerar que efectivamente algunas de las poblaciones desterradas de España por los romanos lograron regresar a la península ibérica, aunque varios siglos después.

Por otro lado, de la información que proporciona Altamira, bien puede concluirse que los primeros grupos que desterraron los romanos fueron sin duda esos derrotados cartagineses que en el siglo III aC habían sido encontrados residiendo básicamente en el sur del territorio español, en Murcia y Andalucía.

En adelante –en este texto– habremos de reconocer a este grupo como cartago–españoles, aun cuando su residencia en la península no se había prolongado sino dos generaciones .

Sin duda, pero un siglo más tarde, también fueron objeto de destierro los también derrotados cartagineses africanos, tanto de la saqueada y destruida Cartago, como de otros territorios del norte de África, y a los que en adelante reconoceremos como cartago–africanos.

Más a la llegada de los conquistadores romanos –como se ha dicho–, la península ibérica estaba ocupada también por fenicios, principalmente en el sur, en torno a Cádiz, a los que aquí empezaremos a denominar como fenicio–españoles.

Pero además la península estaba ocupada por los descendientes de las viejas colonias griegas de Tarragona, Emporia y Afrodisia, en la costa este, en el área de Cataluña, con hasta 500 años de residencia en la zona, y a los que venimos denominando griego–catalanes, porque por su antiguo asentamiento, muy probablemente, hablaban más el idioma del pueblo en el que se habían ubicado que el idioma de sus antecesores.

¿Cómo se comportaron frente a los romanos los fenicio–españoles y los griego– catalanes? Al inicio de la invasión romana –ha dicho Altamira–, apoyaron a los nuevos invasores comportándose como aliados.

¿Pero acaso siguió siendo esa su conducta, cuando constataron que la invasión romana no era una guerra episódica contra los cartagineses, sino una conquista en la que también ellos perdían sus propias posesiones y privilegios?

Podemos pues presumir que algunos grupos de fenicio–españoles y de griego–catalanes también fueron desterrados al ofrecer resistencia a la arremetida romana. Y –como además veremos– también hay indicios de su retorno a la península al cabo de varios siglos.

Mas, ¿adónde fueron desterradas esas poblaciones? Tampoco hay respuesta. Debe sin embargo descartarse la posibilidad de que fueran expulsadas fuera del territorio que hasta ese entonces había alcanzado el Imperio Romano.

Al fin y al cabo, la élite y los generales romanos requerían de los brazos de esas poblaciones para colonizar algunas de las vastas tierras subocupadas y agrícolamente subexplotadas del inmenso imperio que día a día ampliaba sus fronteras. Francia y el resto de la Europa Central, por el contrario, no sólo eran territorios densamente poblados, sino suficientemente próximos a España como para que siempre hubiera el riesgo de que las poblaciones transplantadas pudieran fugarse de regreso.

Así, resulta sensato presumir que las poblaciones desterradas fueron sucesiva y sistemáticamente desplazadas cada vez más hacia el este de Europa. Por último, es también conocido que los imperios utilizaban a las poblaciones desterradas como carne de cañón y como tapón contra la incursión de fuerzas extranjeras en las fronteras mismas del imperio.

Cuando los conquistadores romanos “eran bien acogidos –nos sigue diciendo el historiador español Altamira– celebraban tratados de alianza, reconociendo la independencia de las tribus amigas y respetando sus derechos con mayor o menor amplitud, según el grado de amistad y la confianza que les merecieran, o concediéndoles honores y distinciones que halagaban la vanidad de los indígenas y su afán de acercarse social y políticamente a los nuevos dominadores, cuyo poder y cultura les asombraban.” En todo caso, Julio César refiere extensamente en sus crónicas esas ya conocidas y eficaces prácticas de dominación.

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