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Alfonso Klauer
Responsabilidades jerárquicas
La pirámide de estratificación social guarda estrechísima relación con la del aparato estatal imperial; y la organización de éste con lo que hoy se conoce como organigrama empresarial.
Nadie puede decir que es a los estamentos inferiores a quienes corresponde tomar decisiones. Menos aún, pues, puede decirse que corresponde a éstos apropiarse, si los hay, de los éxitos de la gestión directriz. Pero, coherentemente entonces, tampoco nadie puede pretender endosar cualquier fracaso a dichos mismos estamentos subalternos.
Para el caso que venimos estudiando, sin duda, el mayor fracaso de la élite imperial fue el de haber sembrado en los Andes las más profundas y diversas formas de odio y animadversión contra el pueblo inka en general, y contra ella misma en particular.
O, si se prefiere, el mayor fracaso de la élite imperial inka fue el haber montado un gigante con pies de barro que, a la primera arremetida, cayó como un castillo de naipes.
A este respecto pero también directamente relacionado con la digresión anterior, la historiografía tradicional extraña y sospechosamente se ha eximido de explicar cómo personajes distintos como Moctezuma y Cortés, en un escenario, y Atahualpa y Pizarro, en otro, experimentaron, sin embargo, historias idénticas, cuando, conforme a su tan ponderada hipótesis del rol específico de los líderes o caudillos, debieron corresponder historias muy diferentes. La historiografía tradicional no tiene cómo explicar tamaña incongruencia.
Desde nuestra perspectiva, en cambio, los idénticos desenlaces históricos que se dieron en México y Perú se explican porque, aunque con distintos personajes, tanto el Imperio Azteca como el Inka fueron hegemonizados por élites similares que habían seguido el mismo libreto de explotación inicua de los pueblos dominados, y acaparamiento de la riqueza, aquélla en Teotihuacán y ésta en el Cusco.
Así, la respuesta o reacción final de los pueblos dominados tenía que ser la misma: mayoritaria cuando no unánimemente, se colocaron del lado de los nuevos conquistadores, las huestes de soldados comandadas por Cortés y por Pizarro que, a su turno, no eran sino la avanzada del gigantesco y poderosísimo brazo armado de la élite de la España imperial.
La vigencia del proyecto imperial inka representaba que un grupo muy reducido de personas alcanzaba sus objetivos.
Una entre mil personas estaba llena de privilegios: formaba parte de la élite. Y sólo una de cada diez personas gozaba de algunos beneficios: formaba parte del sector medio.
El resto, la inmensa mayoría de la población del imperio, no sólo no veía concretarse ninguno de sus objetivos, sino que percibía gravemente afectados muchos o casi todos sus intereses.
Así, la regla implícita del proyecto imperial, fácilmente inteligible, era: para obtener algún tipo de beneficio había que pertenecer a la élite inka; tener hijos que pudieran ser considerados como tales; o, en el peor de los casos, acceder al sector intermedio.
Es decir, el rígido y excluyente sistema social mostraba con nitidez cuán pocas eran las vacantes de beneficiarios. En ese contexto, es de presumir que la pugna por dichas plazas fuera muy intensa, y que esa disputa involucró a mucha gente, entre la que hubo quienes no escatimaron esfuerzos ni tuvieron escrúpulos para obtener, de cualquier manera, algún beneficio.
A estos respectos, al iniciarse el siglo XVII Huamán Poma expresó por ejemplo: [la yndia] ya no quiere al yndio sino a los españoles y se hazen grandes putas y paren sólo mestizos, mala casta de este reyno.
Es de presumir que, si bien ese testimonio histórico corresponde a las primeras décadas de la conquista española, el oportunismo y venalidad, así como la inescrupulosidad que denuncia el cronista peruano, fueran conductas practicadas desde muy antiguo en el mundo andino y, sin la menor duda, lógicamente también durante el Imperio Inka.
Huamán Poma, sin embargo, dolido y hasta avergonzado de la conducta de muchas mujeres andinas, quizá nunca supo que en ausencia de otra alternativa esa misma conducta ha sido practicada, en todas las latitudes del planeta, allí donde, sojuzgados por extraños, los pueblos descubrieron que el mestizaje con el conquistador era una y quizá la más expeditiva forma de alcanzar algunos beneficios o de mantener algunos privilegios.
En otro tiempo y en otro espacio, Huamán Poma habría reprochado seguramente también las conductas de la reina de Saba y de Cleopatra.
Pues bien, más allá de los juicios morales que pueda hacerse, lo cierto y definitivo es que los sistemas sociales elitistas y excluyentes, como el del Imperio Inka en el caso que venimos estudiando, exacerban el desarrollo de conductas descaradamente pragmáticas e inescrupulosas.