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Alfonso Klauer
LA GLOBALIZACIÓN Y LA FACTURA DE LA HISTORIA
Los caminos del futuro
Bien harían los descreídos en recordar a Toffler cuando aunque en otra
dirección dice: La mayoría de las personas [...] dan por supuesto que el
mundo que conocen durará indefinidamente. Les resulta difícil imaginar una
forma de vida verdaderamente diferente . El propio Toffler, sin embargo,
haría bien en imaginar ese mundo diferente que nosotros prevemos, y no
precisamente porque estemos alimentados como él dice por una continua
dieta de malas noticias [ni por] apocalípticos relatos bíblicos . A Toffler
le resulta muy difícil imaginar para el futuro al mundo de su Tercera Ola
profundamente deteriorado por lo menos en apariencia, en relación con el
actual.
También a los césares romanos les resultó inimaginable e imprevisible que a
su mundo le sucediera otro que sería precisamente manejado por los
bárbaros que ellos tanto despreciaban. Pero sucedió. Como ocurrió también
una bárbara transición a la caída de los Luises. Sin duda los
acontecimientos dramáticos y caóticos de la Revolución Francesa eran
inimaginables en la mente del más imaginativo de los Luises, si es que hubo
alguno.
Hoy, no obstante, la bárbara transición que nos espera es con el auxilio
de las ciencias sociales, no sólo imaginable sino también previsible. Si
las cosas que hoy hacemos no cambian, es decir, si la relación NorteSur no
cambia, la bárbara transición inexorablemente ocurrirá. Nos guste o no.
Tan previsiblemente como la caída de una manzana si la soltamos de la mano.
Debemos sí tener la convicción de que la que se aproxima, como las
precedentes bárbaras transiciones, siendo que será una pesadilla, es un
paso necesario e imprescindible en el ascenso hacia la globalización de la
humanidad.
¿Qué diferencia hoy, por ejemplo a George W. Bush de Luis XIV? En verdad hay
muchas diferencias (pero ninguno de ambos podría sentirse orgullosos de las
mismas). Pero queremos referirnos a una en particular. Los Luises de la
Francia anterior a la Revolución Francesa no contaban con información que
les permitiera avizorar que sus gravísimos errores los conducían
inexorablemente al fracaso. Otro tanto había ocurrido antes con los
emperadores de Babilonia, con los faraones egipcios, con los césares
romanos, e incluso con Carlos V y Enrique VIII. Bush, en cambio, y todos los
líderes del poderosísimo Grupo de los Ocho el famoso G 8, cuentan con
suficiente información de advertencia. ¿No quieren hacer caso? Ese ya es
otro asunto. ¿Sus analistas estratégicos desechan la hipótesis? Ese también
es otro asunto. Allá ellos. Lo cierto es que la situación de los líderes del
G 8 hoy, en comparación con la de los Luises ayer, puede ser
representada como mostramos en el Gráfico Nº 57 (en la página siguiente).
Es decir, mientras que para Luis XIV el futuro de mediano y largo plazo era
realmente impredecible; hoy los líderes del G 8, no sólo tienen en
términos históricos un futuro de mediano plazo predecible, sino que, mejor
aún, están advertidos de que la transición puede tomar un camino de mucho
menor costo, menos traumático.
Aquí, pues, no estamos dando malas noticias ni apocalípticos relatos. En
todo caso, sí estamos mostrando que la historia el pasado es bastante más
útil de lo que hasta ahora nos ha parecido. La historia es una valiosísima
fuente de información. Nos muestra cuán similares son algunas circunstancias
actuales con otras precedentes. Y cómo, a partir de la comparación, es harto
previsible que los desenlaces que ayer se dieron vuelvan a repetirse,
aunque, claro está, con sus matices diferenciales, pero sólo eso, matices.
Muy cercanos están nuestros pronósticos en relación con la bárbara
transición que se avecina de los de aquellos que, como Christopher
Hougthon Budd, advierten: Pronto dejaremos de considerar lejanos o
temporales problemas tales como las hambrunas, el desempleo y la
especulación porque pronto serán problemas globales, y no sólo del Tercer
Mundo... .
Ése y no otro, pues, parece ser el escenario del final de la Novena Ola. Que
también habrá de corresponder al inicio de la siguiente. Ése, queramos o no
admitirlo, nos guste o no nos guste, será recién el inicio del tramo final
del proceso de globalización de la humanidad. Las pregonadas globalización
de las comunicaciones y la globalización financiera, siendo casi el
comienzo, no son, pues, sino pálido reflejo de la meta superior del proceso
que lenta pero inexorablemente se desarrolla.
Entretanto, la soberbia del Norte ataca de parálisis y de ceguera cada vez
más a sus hombres, cuando como lamentable alternativa no optan por incurrir
en más y más graves yerros. Para el ciudadano promedio de Estados Unidos y
de Europa Occidental, porque así se lo han dicho reiteradamente sus mentes
más lúcidas, el desarrollo del Norte era el resultado inexorable y premio
justo a su propio y meritorio esfuerzo. Nunca se les dijo que, además de
ésa, había otras variables en juego. En ese contexto, y siempre desde la
perspectiva del Norte, pero con más desfachatez desde el siglo pasado, el
subdesarrollo del Sur era también, correpondientemente, el inexorable
resultado y proporcional castigo a nuestros propios errores, cuando no
también al hecho de que los nuestros son pueblos inferiores. Mala suerte,
pues, se nos ha dicho con sorna y displicencia una y mil veces.
Mas esas mismas lúcidas mentes no han sido capaces de explicarles a los
hombres del Norte tres verdades absolutamente simples de entender por
cualquier ser humano: 1) Norte y Sur no son compartimentos estancos, hay,
por el contrario, una histórica e intensa y constante relación entre uno y
otro espacio; 2) toda acción, del género que sea, en la física, en la
química o en la sociedad humana, genera una reacción de la misma intensidad
pero en sentido contrario, y; 3) el Norte ha tenido y tiene una gravísima
responsabilidad en lo que hoy viene ocurriendo en el Sur.
Pues bien, en mérito a ello, cientos de millones de hombres del Sur migran
hacia ese otro espacio con el cual hay relación, el Norte. Ésa es la
reacción. Mala suerte, pues, ¿debería ser entonces también nuestra
estúpida conclusión? Y, apuntando a confirmar la validez del tercer aserto,
las migraciones del Sur no son erráticas. En su inmensa mayoría las
migraciones se orientan a las sedes de las metrópolis que históricamente han
hegemonizado en cada uno de los rincones del Sur. Así, los latinoamericanos
migran mayoritariamente a Estados Unidos y España, por ejemplo. Hay pues un
gran dinamismo y una mayor racionalidad en las relaciones NorteSur de lo
que hasta ahora han sido capaces de explicar o de hidalga y explícitamente
admitir las más lúcidas mentes del Norte.
Pero hay otro aspecto de esa realidad que, aunque algo más abstracto, es muy
importante que también lo perciban los hombres del Norte. En efecto, cuando
una relación es armoniosa, simétrica y constructiva, ambos extremos de la
misma se benefician y crecen. Pero cuando es perversa, cuando es inarmónica,
asimétrica y destructiva porque basta que uno de los extremos se vaya
destruyendo para que lo sea, como en el caso de la relación histórica
NorteSur, genera y desarrolla entonces su propia destrucción, esto es, la
destrucción de esa perversa relación. Ésa como ya se vio bastante atrás,
es una ley inexorable de la vida, y por consiguiente también de la historia
humana.
Así, para que ese absurdo no ocurra, instintivamente la vida, la sociedad
humana en este caso, más allá de la voluntad individual de los hombres
mismos, opta por algo más sano, por algo menos destructivo: romper esa
relación perversa, asegurando la pervivencia de las partes, para luego
trabarlas en una relación nueva y distinta. En otros términos, si la
relación perversa conduce a la muerte, sólo su ruptura garantiza la vida.
Actualmente, como nunca antes en la vida de la humanidad, en el contexto de
la globalización de las comunicaciones se vienen difundiendo masivamente
documentales maravillosos sobre la vida animal. Hay canales de cable que
sólo transmiten eso y nada más que eso. Cuán extraordinario resulta pues
observar la relación y el equilibrio entre los predadores y sus víctimas.
Los herbívoros no depredan todas las hierbas porque morirían de inanición,
y, a su turno, y por la misma razón, los carnívoros tampoco depredan a todos
los herbívoros. Y cada especie se reproduce exactamente en la proporción en
que lo necesita para asegurar su pervivencia sobre el planeta y sin romper
el equilibrio con el resto de las especies. Dejemos volar un instante la
imaginación y asumamos que tras una serie de accidentes desaparecen todas
las polaridades víctimasdepredadores hasta quedar una y nada más que una:
antílopes y chitas. Si ello ocurriera, las propias leyes conocidas de la
naturaleza nos advierten el desenlace. Éste no sería precisamente la muerte
ulterior de ambas especies. No, la vida se aferra a la vida. Así, contra lo
que podríamos imaginar en principio, los antílopes se transformarían en
carnívoros, víctimas pero también predadores de sus predadores. Sería pues,
sin alternativa, y desgraciadamente, un equilibrio endiablado y hostil, pero
que aseguraría, aunque de manera precaria e inestable, la subsistencia de la
vida animal.
Bien podemos decir, pues, que, a propósito de esta analogía, la sociedad
humana prácticamente se ha conducido hasta esos extremos. Al cabo de mil y
una progresivas eliminaciones, si hasta ayer quedaban dos polaridades,
EsteOeste y NorteSur, hoy sólo queda una. En ese contexto, ahora cual
antílopes carnívoros, a los hombres del Sur sólo les queda una solución para
salvar la propia vida: invadir el territorio de sus predadores. Ahí pues, en
el Norte, entre los hombres del Norte y los hombres del Sur que viven en el
Norte, habrán de diseñarse las modalidades de la nueva y distinta relación,
armoniosa, simétrica y constructiva que gobierne la interacción entre los
hombres de ambos grandes espacios del globo.
¿Dejaremos que sea un equilibrio endiablado y hostil, precario e inestable?
Cuan precisas resultan aquí las palabras que, en medio del tronar de los
cañones, durante la Primera Guerra Mundial, escribió en 1915 Teilhard de
Chardin: nos impacientamos de estar en camino hacia algo nuevo,
desconocido... Esta es, sin embargo, la ley de todo progreso que necesita
pasar por lo inestable, y que puede significar un período muy largo... .
¿Es ese realmente el único camino en el proceso ascendente de globalización
de la humanidad?
¿Es inevitable el colapso de los actuales países desarrollados y el
descalabro de sus ciudades? No necesariamente. Debe quedar absolutamente
claro que hay una alternativa constructiva. Debe quedar meridianamente claro
que hay una forma más razonable, justa y humana de que quienes son los más
grandes responsables del subdesarrollo de los pueblos asuman resueltamente y
con sensatez su responsabilidad. ¿Cómo? Pues cambiando el rumbo de los
acontecimientos. No se trata de girar hacia la derecha ni hacia la
izquierda. Se trata, más bien, en adelante, de dejar de marchar hacia el
pozo, y lanzar al mundo hacia arriba, hacia un estadio superior: en pro de
la conciente globalización de la humanidad. ¿Pero cómo hacerlo?
Sólo bastan cuatro palabras para cumplir la receta: Condonar deuda e
invertir. No se necesita ninguna otra. Así de simple. Así de fácil.