¿Leyes de la historia?

 

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Alfonso Klauer

¿Por qué voltear a mirar el pasado?

Revisemos pues qué ha ocurrido en la historia de la humanidad, o más precisamente en la historia de Occidente, que nos permite tener la certeza de que terminarán cambiando radicalmente las relaciones Norte–Sur. Y que nos permite tener igualmente la certeza de que el poder hegemónico actual ha ingresado a la inexorable e irreversible fase de deterioro, previa al colapso. Pero mostrar el fundamento histórico y objetivo de esas certezas no es precisamente el principal objetivo de este libro, sino uno de ellos.

Pretendemos con este texto, fundamentalmente:

a) Plantear, a título de hipótesis, un amplio conjunto de formulaciones que ayudan a entender la evolución de la historia de los pueblos.

En ese sentido intentamos mostrar que, tanto en la historia del conjunto de los pueblos, como en la de cada uno, antes que el azar, consustancialmente errático e impredecible; ha primado la lógica, es decir, han estado siempre presentes leyes invariables que, como tales, tienen valor proyectivo, y permiten pues avisosar sucesos del futuro.

b) Mostrar que, en el contexto de las leyes de la historia, o, si se prefiere, de las constantes que han regido la historia de los pueblos, más que la voluntad y/o los deseos del ser humano, que intrínsecamente son factores subjetivos e inasibles, han primado factores objetivos, tangibles, explicables y comprensibles.

c) Mostrar que, a diferencia de las endebles, apriorísticas y engañosas razones que hoy se esgrime y prevalecen, sí hay explicaciones sólidas y certeras para entender el “éxito” de unos pueblos y el “fracaso” de otros. Y,

d) Mostrar que la historia, en efecto, y de cara al futuro, ofrece lecciones invalorables:

– Acciones y políticas que, habiendo resultado benéficas y exitosas para los pueblos, debe tratar de reeditarse en el futuro; y;

– Acciones y políticas que, habiendo resultado nefastas y contraproducentes, debe dejarse de lado y pugnar porque no se den más.

La Historia tradicional –en lo que podría considerarse uno de sus escasos pero insignificantes méritos–, ha insistido siempre en la importancia de estudiar el pasado para aprender las lecciones que de él se desprenden. Hoy mismo se recuerda a Cicerón que en el siglo I aC afirmó que la “historia es (…) maestra de la vida”. Y al propio a Cervantes, cuando en el siglo XVI afirmó que es “advertencia de lo por venir”.

Pero, paradójicamente –y de allí que el mérito no sea sino mínimo–, nunca ha puesto en evidencia cuáles son esas lecciones –las trascendentes–, y menos pues con claridad meridiana e incontrovertible. Es decir, la Historia tradicional se ha quedado sin cumplir su tarea esencial: mostrar las lecciones de la historia; aquellas en las que es maestra y aquellas que advierten el porvenir.

¿Qué dice la Historia tradicional, por ejemplo, en relación con las acciones y políticas que conviene a los pueblos repetir en el futuro, porque fueron exitosas en el pasado? ¿Cuáles habrían sido pues las buenas lecciones de la historia? Nada.

¿Y qué dice la Historia tradicional en relación con las acciones y políticas que conviene dejar de realizar tanto a los pueblos como a los poderes dominantes, y no acometer en el futuro, porque en el pasado condujeron invariablemente al fracaso? Tampoco nada.

Pero a despecho de lo que puedan creer los historiadores tradicionales, esa deficiencia, esa carencia, no es una omisión transitoria, que eventualmente podría ser entonces subsanada. No, es, lisa y llanamente, una omisión insalvable de y por la historiografía tradicional, porque los recursos de que ha decidido disponer, los criterios que utiliza, y los procedimientos a los que recurre, no se lo permiten.

Así como el martillo es un instrumento insuficiente para construir una mesa; el simple recuento cronológico de los acontecimientos de la historia y menos pues el recuento simple de la versión oficial de los hechos; y la ausencia en la disciplina de las técnicas e instrumentos indispensables para una adecuada contrastación y verificación de muchos de los datos de la historia (que pertenecen a disciplinas a las que no se ha apelado, o muy tardíamente), se constituyen en recursos insuficientes para construir una versión científica de la Historia.

Asimismo, si apreciar el tamaño de los parlantes de radio en un automóvil no representa destacar los aspectos más relevantes del vehículo; destacar lo anecdótico, lo circunstancial y lo insignificante de los hechos históricos, y concurrentemente desechar a priori y hasta despreciar valiosos datos, resultan criterios muy pobres para acceder a la construcción de una versión científica de la historia.

Y así como apreciar la apariencia de un enfermo es en general un procedimiento insuficiente para realizar un buen diagnóstico; la simple descripción de la apariencia de los hechos históricos, prescindiendo del análisis de los mismos –aquellos que revelan la esencia de los mismos–, y de su relación con otros hechos históricos, y el desenterrar o desempolvar nuevas evidencias en ausencia de hipótesis, son a su turno procedimientos inapropiados e insuficientes para arribar a conclusiones válidas y significativas para la construcción de una versión científica de la Historia.

En definitiva, con recursos insuficientes, criterios pobres y procedimientos inapropiados, la Historia tradicional tiene negada la posibilidad de construir una Teoría de la Historia en la cual quede reunido el cuerpo de conocimientos abstractos comprobados, e hipótesis válidas a comprobar, que sirvan para contrastar cada nuevo dato que ofrece la investigación arqueológica o documental, o hacer lo propio con viejos y valiosos datos que corresponde reevaluar o recontextualizar.

Si de Herodoto en adelante, en los 2 500 años transcurridos, y de mano de la Historia tradicional, no hemos sido capaces de construir una Teoría de la Historia, no significa que no pueda hacerse. Sólo significa que hasta hoy no se ha hecho y que de la mano de ella no podrá hacerse. Pero, además, eventualmente, ni siquiera se ha intentado construirla rebasanda para ello las anteojeras o camisas de fuerza de la Historia tradicional.

Porque puede postularse la hipótesis de que esa tarea ha sido deliberadamente omitida, en base a la fundada sospecha de que los resultados serían sumamente comprometedores. Sobre todo de cara a la relación entre los historiadores y los poderes de turno, que bien puede expresarse, entre otras manifestaciones, en la enorme capacidad de decisión de éstos (e incapacidad de oposición de aquéllos) respecto de qué se enseña (y qué no) a nuestros hijos en la escuela, o, lo que es lo mismo, en qué pues contienen y qué callan los textos de Historia con los que se educa a los pueblos.

Hay quienes suponen y quienes creen estar en lo cierto cuando afirman que no puede haber una Teoría de la Historia porque todos los seres humanos y todos los pueblos somos distintos, y más aún pues si se compara a los pueblos de hoy con los de la antigüedad. Esto es, suponen o creen que nada hay ni puede haber en común en las historias de los pueblos; y, entonces, que mal puede encontrarse constantes o leyes científicas. ¿Para qué pues buscar aquello que no existe ni existirá?, se preguntan y responden unos y otros.

No obstante, también estudia al ser humano la Medicina. Y estudian el ser humano y su conducta la Sicología, la Sociología, la Antropología, la Economía, la Politología, etc. ¿Por qué todas éstas son ciencias? Es decir, ¿por qué todas ellas sí han podido encontrar leyes o constantes en la conducta del hombre, y no habría de poder hacerlo la Historia?

 

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