EL MUNDO PRE-INKA: Sobre el “estado de la cuestión” en Historia  

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Alfonso Klauer

Chincha y su población: enjuiciamiento a la crítica

Hacia el siglo XV, en el valle de Chincha habría residido una población de algo más de 100 000 habitantes, cuya distribución hipotética mostramos en el Cuadro N° 6 (en la página siguiente).

En su época el cronista Lizárraga reportó 100 mil personas; y Torero habla de 100 a 150 mil habitantes. Las cifras son pues razonablemente consistentes, pero hemos preferido optar por las más discretas.

La anotada población urbana del valle de Chincha, concentrada mayoritariamente en Tambo de Mora, pero también en pequeños poblados como Pozuelo, Sunampe y Tacaraca, habría representado aproximadamente un 38 % del total. Del Busto menciona 30 000 habitantes en Tambo de Mora. Hay pues también una razonable consistencia.

La historiadora peruana Liliana Regalado –como se vio en páginas anteriores–, se sorprendió ingratamente de nuestras cifras demográficas, expresando no tener “idea de dónde se ha obtenido cálculos tan precisos...” –según dijo–.

No era difícil tener una idea de cuál había sido nuestro recorrido para llegar a ellas: a) los totales figuraban desde décadas y hasta siglos en los libros; b) varios importantes datos parciales, también –en el cuadro se anota escrupulosamente las fuentes–; c) el dato de la población urbana de Tambo de Mora lo había proporcionado Del Busto desde tiempo atrás, y en este caso, dadas las características especialísimas de la actividad urbano–comercial de Chincha, era razonablemente consistente con el total general que siglos atrás había registrado el cronista Lizárraga, y; d) nuestra única hipótesis fue que la distribución por grupos de edad de Chincha fue la misma del Perú subdesarrollado de la mitad de este siglo. Las demás cifras no son, pues, sino simples deducciones aritméticas, cuya mayor sofisticación fue aplicar simples reglas de tres.

La absurda, injustificada y desproporcionada crítica contra nuestras cifras debió ser, entonces, una aireada y justificada autocrítica profesional: “¡¿por qué no hicimos esos mismos cálculos antes, si era tan sencillo?!”. Todavía hay tiempo de hacerlo. No sólo para revisar, afinar y eventualmente corregir esas cifras, sino porque miles de datos cuantitativos están aún escondidos entre los más viejos textos de Historia, en espera de ser rescatados (cuando los historiadores tradicionales le pierdan el “temor” a los números y/o cuando descarten del todo su anticientífica fobia contra ellos, y/o cuando se tenga conciencia de que lo cuantitativo ayuda profundamente a la comprensión de lo cualitativo).

Mas, como en los restantes valles dominados por los chinchas la población era casi exclusivamente rural, la de sus centros poblados era pues virtualmente toda la población urbana de la nación ica de entonces. Asumiendo que en el resto de la nación se daban las mismas proporciones por grupos de edad y sexo, la población total de la nación ica, que asumimos en no más de 500 mil personas, habría estado compuesta entonces como se indica en el cuadro siguiente.

 

Así, siempre en el siglo XV, la población urbana total de la nación ica habría sido del 8 % de la misma (cifra que es consistente con la que resulta de comparar la población estimada de Chan Chan –100 mil habitantes– con la población total estimada de la nación chimú –1 500 000 personas–).

El cuadro sin embargo muestra también que el contingente máximo de posibles mitayos –hombres adultos– de que podía disponer la élite chincha era del orden de 137 500 personas (27,5 % del total de la población de la nación). Ese conjunto sí era significativamente menor que el que –aplicando el mismo porcentaje–, podia disponer la élite chimú al interior de su propia nación, esto es, antes de emprender sus conquistas: algo más de 400 000 varones adultos.

Es decir, la élite dirigente de la nación ica sólo podía disponer de un tercio de la capacidad de trabajo físico de que disponía su homóloga chimú. Más aún: el limitado volumen de excedente de que era capaz la economía ica impedía movilizar esos brazos tanto como seguramente hubiera querido hacerlo la élite dirigente.

Todo ello permite entender por qué en esa área de la costa sur no se dio el fenómeno de concentración materializada de excedente, en una magnitud tan grande como la que se dio en el valle de Moche, y cuya mejor evidencia es Chan Chan.

Los “números”, pues, aunque sólo fuera a título de simple conjetura o hipótesis, permiten llenar vacíos muy grandes. Y, tanto o más importante, ayudan a la postre a enriquecer el análisis y a llegar a conclusiones más solventes.

El complejo arquitectónico de Tambo de Mora, que incluye el “Centinela”, la “Cumbe” y las “Huacas”, no resiste comparación con Chan Chan. En dimensiones y en acabados, Chan Chan es el resultado de una concentración de esfuerzo y riqueza de magnitud inmensamente mayor, dada la mayor capacidad de generación excedente y la mucho mayor cantidad de brazos de que pudo disponer la élite chimú.

Tambo de Mora, como Chan Chan, son, sin embargo, las únicas grandes realizaciones urbanas en sus respectivas naciones. Es decir, a cada una de estas naciones correspondió un sólo centro al que convergía la riqueza que se creaba en el resto del territorio. Centro que en ambos casos corresponde, no por simple casualidad, al lugar de residencia del grupo de poder.

En Tambo de Mora destaca la presencia de palacios, fortalezas y templos. Ello muestra que el comparativamente magro excedente generado en la nación ica fue administrado por la élite de Chincha, preferentemente, también con criterio consumista, centralista, urbano, ostentoso y oligárquico.

Ha quedado sin embargo, aunque aparentemente como el único ejemplo de inversión en el área, un gran sistema de irrigación en la parte alta del valle de Pisco, a más de 40 kilómetros de Chincha y separado de ésta por una franja desértica.

¿Por qué en el valle de Pisco y no en el de Chincha? ¿Quién y cuándo ejecutó esa valiosísima inversión? ¿Acaso el propio pueblo pisqueño, antes de que cayera bajo la hegemonía de Chincha? ¿No resulta coherente esta conjetura? Porque nada sugiere que la élite urbana y marítimo–comercial de Chincha hubiera volteado algún día a atender las expectativas e intereses de los agricultores de Pisco, Ica, Palpa, ni de Nazca, y acaso ni del propio valle de Chincha. No obstante, la obra ha quedado como evidencia rotunda de la conciencia en los pueblos de alternativas más productivas que la del despilfarro en la utilización del excedente.

Así, puede sostenerse que de una u otra manera, con mayores o menores niveles de conciencia, virtualmente todos los años al final de cada cosecha, todos los pueblos advirtieron de la necesidad de decidir sobre el destino del excedente: consumo y/o inversión.

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