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Alfonso Klauer
Las migraciones originarias
La vida humana, sin embargo, no es originaria de los Andes. El hombre llegó a America desde otras latitudes y en diversos momentos.
Hoy es ampliamente compartida la hipótesis inmigracionista que esbozó por primera vez el padre Acosta en el siglo XVI, y que contemporáneamente formuló Alex Hrdlicka. Así, el hombre habría llegado a América desde Asia, atravesando el estrecho de Bering.
A fines del Pleistoceno, en efecto, bruscos enfriamientos de la Tierra incrementaron el espesor del casquete polar, produciéndose el descenso en el nivel de los mares. Quedó así al descubierto, por tiempo prolongado, un puente que facilitó el tránsito de los primeros contingentes humanos que poblaron las tierras de América.
Ello explica la similitud fisonómica entre los primeros pobladores americanos y los descendientes del tronco paleomongoloide de Asia. La pigmentación de la piel y de los ojos; el grosor y la forma de los cabellos; la proyección y ensanchamiento de los pómulos, así como la existencia de lenguas polisintéticas y aglutinantes, son también signos que otorgan verosimilitud a esta hipótesis inmigracionista.
En coherencia con esa hipótesis del poblamiento inicial de América de norte a sur, aparecen vestigios más recientes conforme se avanza desde el ártico hacia las zonas australes.
Complementariamente, y dentro de la misma vertiente inmigracionista, Paul Rivet sostiene que, hace 5 000 o 3 000 años, arrastrados por las grandes corrientes oceánicas, portando elementos culturales significativamente más avanzados que los que habían traído los migrantes asiáticos miles de años antes, también pudieron haber llegado a tierras sudamericanas algunos grupos desde Melanesia y Polinesia. Lazos, hondas, arcos, macanas estrelladas, estólicas, cerbatanas, balsas y quipus, son algunos de los elementos culturales comunes entre americanos y melanesios. Según Rivet, el tifus exantemático fue traído también por estos inmigrantes melanesios.
Mas hay por último indicios como con detalle veremos más adelante, que sugieren que hace aproximadamente 4 500 4 000 años se habría producido una importante migración centroamericana, y específicamente mexicana (olmeca) hacia la costa norte del Perú.
Entre los viajes de los primeros inmigrantes que cruzaron el estrecho de Bering hace 40 000 años, y los de sus descendientes que empezaron a poblar el subcontinente sudamericano y los Andes hace 22 000 años, transcurrieron cientos de generaciones. En ese larguísimo periplo, de tantos miles de años, los primeros grupos migrantes fueron ubicándose en las zonas septentrionales de América. Y sólo algunos grupos, de entre sus tardíos descendientes, alcanzaron por fin el vasto territorio sudamericano y, dentro de él, el especialísimo territorio andino y empezaron a poblarlo.
Estos últimos, es decir, aquellos que atravesaron el istmo de Panamá y llegaron al amplio territorio dominado por los Andes, se constituyeron en los habitantes y conquistadores de un singular rincón del planeta.
Con los polinesios son comunes elementos tales como el hacha de piedra con mango acodado, el abanico de fibras trenzadas que se usaba para avivar el fuego, el tarugo de adorno del lóbulo perforado de la oreja, el poncho como prenda de vestir, la taclla o palo cavador igual al que usaron los maoríes de Nueva Zelanda.
En el quechua o runa simi y en las lenguas de Polinesia, palabras tales como agua, nube, comer, mudo, padre, fortaleza o herida, cuando no tienen expresiones iguales, las tienen equivalentes. Y no deja de ser sorprendente que inga (fonética y semánticamente tan parecido al inka de los quechuas), entre los polinesios signifique caudillo guerrero.
Mendes Correia y otros autores sostienen que, además, pequeños contingentes humanos, siguiendo la ruta Antártica, habrían arribado desde Australia. La similitud del cráneo de los onas de la Patagonia con el de los australianos, y la existencia de objetos comunes como las mantas de piel o las chozas en forma de colmena permiten la formulación de esta hipótesis.