EL TAMAÑO EMPRESARIAL COMO FACTOR DE DIVERSIDAD

 

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El tamaño empresarial como factor de diversidad

Alfonso Galindo Lucas

Capítulo II: Diversidad y Tamaño empresarial
 

1. LA DIVERSIDAD EMPRESARIAL

Se ha reclamado una mayor atención institucional a las características diferenciales de las categorías de empresas, concretamente, con la finalidad de hacer más efectivas las políticas públicas de apoyo a las PYME (González y Correa, 1998). Esto requiere la determinación de si una empresa se define mejor por su tamaño, por su rentabilidad, por su sector, por su estrategia, etc.

Haciendo abstracción, por el momento, de la actual discusión acerca del efecto de los recursos empresariales y la estructura del sector en la rentabilidad empresarial, la diversidad empresarial ha de medirse en función de multitud de variables no necesariamente indicativas de la rentabilidad. Esto ha de hacerse de una forma más bien exploratoria, al margen de los intentos de contrastar teorías existentes.

El antecedente más inmediato en esta línea es un estudio (Forsaith y Hall, 2001) que trata de comprobar si las definiciones de tamaño usadas por la Ofincina Australiana de Estadísticas (ABS) refleja diferencias fundamentales y observables en las características y comportamiento de las empresas. Este artículo está basado en un estudio previo realizado en Estados Unidos (Osteryoung et al., 1995). La caracterización de las empresas se ha abordado según varias circunstancias, entre ellas el tamaño. Del citado artículo se desprende que, en todo caso, dicha caracterización implica que las empresas son razonablemente similares en sus necesidades y comportamiento. El resultado no fue nada favorable al criterio empleado por dicho organismo.

Existen numerosas investigaciones que tratan de medir la variabilidad del beneficio u otras medidas económicas o estratégicas, segmentando las muestras por tamaños o limitándose a un solo tipo de tamaño (Fernández et al., 1996b). En ellas, se está asumiendo implícitamente que el tamaño es un factor discriminante entre tipos de empresas, incluso de forma más evidente que el propio fenómeno que se pretende analizar (la rentabilidad, la estructura financiera, etc.).

A menudo se ha utilizado en sentido tan amplio el concepto de dimensión empresarial que se ha identificado a variables como el número de empleados con el denominado “efecto empresa” en la explicación de fenómenos tan complejos como la rentabilidad, el crecimiento o el endeudamiento empresarial, por oposición al “ efecto sector” (Fernández et al., 1996a; González Gómez et al., 2000).

La deficitaria definición del concepto de tamaño puede ser una de las causas de que se haya encontrado a las denominadas PYME como un colectivo muy heterogéneo, sobre todo, en cuanto a resultado contable (Martín y Sáez, 2001; Maroto, 1996; Salas, 1994, inter alia).

No es difícil desvelar una contraposición de planteamientos subyacente en múltiples trabajos, en unos, a favor de las peculiaridades individuales de la empresa y en otros en conformidad determinista con el entorno. En la primera de estas dos concepciones, las empresas se caracterizarían por su idiosincrasia y las aptitudes personales de sus directivos y su devenir dependería muy estrechamente de las decisiones y acciones que éstos emprendiesen. En el otro punto de vista, más institucionalista, la suerte que corran los resultados, la estructura financiera o el crecimiento de la empresa obedecerá en gran medida a factores que escapan al control de los directivos, entre ellos, las políticas públicas, la estructura del sistema financiero, el ciclo económico y, por su puesto, un componente aleatorio. En el primer caso, la idoneidad de las opciones estratégicas será muy importante y requerirá la mayor atención; en el segundo, el destinatario principal de las recomendaciones no será la empresa, sino las distintas Administraciones públicas.

Por una parte, es cierto que las posibilidades de financiación vienen dadas por imposiciones de entidades financieras, Administraciones, proveedores o clientes. Por otra, no lo es menos que en tales situaciones de limitación de poder y recursos materiales, son más valiosas las capacidades humanas. Al parecer, dado el carácter escaso, inimitable y organizado de los recursos estratégicos, existe gran dificultad en la constitución de ventajas competitivas de carácter financiero (Acosta et al., 2000). Sin embargo, el carácter escaso de dichas competencias, para aquellas empresas que logren alcanzarlas, las hará valiosas y diferenciadas. En sentido contrario, Balakrishnan y Fox (1993) hablan de la utilización de recursos financieros puestos a disposición de las empresas y de su capacidad de generar fondos financieros, como determinantes de la capacidad competitiva.

 

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