Fundamentos de valoración de empresas

 

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Una revisión de la Economía dominante

Alfonso Galindo Lucas

Capítulo VI

SISTEMA FINANCIERO INTERNACIONAL

Instituciones financieras

Si los mercados son dioses, la Bolsa es la Iglesia donde éste mora ¿Qué sería del capitalismo sin las bolsas de valores? ¿Qué ocurriría si las gentes alzaran la voz demandando la supresión de estos mercados? Hoy se asume como imprescindible esta institución para cualquier economía, pero hay países que no tienen bolsa de valores.

Sin embargo, los principales interesados en su existencia han conseguido que se propague, durante las tres últimas décadas, la creencia de que la bolsa es el “termómetro de la economía”; incluso en los noticiarios nos informan, muy de corrido, de cómo han evolucionado los principales índices y empresas, como si a la gente común le fuese útil esa información. También se ha conseguido que los sistemas fiscales favorezcan la inversión en estos mercados, incluso más que el buen destino de los fondos invertidos. El alcance sociológico de las instituciones bursátiles tiene su reflejo en el denominado capitalismo popular o en escándalos, como el reciente de Enron y Arthur Andersen. En el caso español, el escándalo propiciado por una entidad financiera como Gestcartera suele tener relación con las estructuras de poder fáctico bastante consolidadas.

Gestcartera estaba incurriendo en un gran riesgo financiero, al casar entre sí las desinversiones de sus clientes con la captación de nuevos clientes propios. Las ganancias ofrecidas en determinadas operaciones de sus clientes eran compensadas con pérdidas imputadas a sujetos que no poseían dinero invertido y que eran insolventes (parados, inmigrantes, etc.). Otro motivo para invertir en Gestcartera sería el blanqueo de dinero, cuyos interesados estaban dispuestos a asumir cierta disminución patrimonial, con la que retribuir a los insolventes.

Con este tipo de operaciones de contado, perfectamente lícitas, al efectuar simultáneamente la compra y la venta de valores, los depósitos realizados por los clientes estaban siempre a disposición de los gestores, para el disfrute de lujos personales a cuenta de la empresa.

Esta falta de transparencia y concurrencia es un fallo grave del mercado. La función de la Bolsa como indicador de crecimiento y bienestar es ficticia y su misión como mecanismo de liquidez, tendente a proporcionar financiación (Suárez, 1998) está llegando a ser secundaria.

Hoy la principal labor de los mercados de valores es salvaguardar y acumular el capital financiero de los inversores y .qué duda cabe. el blanqueo de dinero.

En la práctica totalidad de las empresas que cotizan en bolsa, la suma algebraica de los activos que forman parte de las empresas casi siempre tiene un valor sistemáticamente muy inferior al que alcanzan sus pasivos en el mercado de capitales. Esta diferencia se ha achacado, indistintamente y sin poder discernir la medida exacta de cada efecto, a la imperfección en los mercados de valores (especulación, volatilidad) y a la existencia de elementos intangibles dentro de la empresa. En términos generales, la capitalización de los valores admitidos a cotización, en relación con el valor contable de las empresas emisoras (tasa q de Tobin) indica la volatilidad o “burbuja financiera” existente en una economía27. Se considera demostrado que, en la actualidad, la generalidad de los mercados de valores se encuentra en situación de alta volatilidad, lo que es sinónimo de riesgo. No hay acuerdo sobre qué magnitud puede alcanzar la “burbuja”, sin que se pueda achacar a un exceso especulativo, pero si es excesiva, puede haber una crisis similar al crack del '29, en el momento en que una desinversión significativa hiciese cundir el pánico. Eso se evita hoy en día (así se actuó el 12 de septiembre de 2001, después del Atentado de Nueva York) exceptuando la libre competencia, es decir, prohibiendo las operaciones y suspendiendo las cotizaciones. Esta intervención es totalmente pertinente, pero demuestra que hay situaciones para las que los mercados no están preparados.

El motivo por el que existe esta escalada de precios, tanto en el mercado de mobiliario, como en el inmobiliario, es múltiple, pero la excesiva concentración del capital es uno de los motivos fundamentales. Esa es la verdadera finalidad de las bolsas; no es ganar dinero, sino colocar excesos de capital; a cambio, se está dispuesto a ofrecer al pequeño inversor una cierta ganancia, con su inherente riesgo.

En cuanto al Sistema Bancario, sería arduo y prolongado iniciar un debate general acerca del sector, cuya labor, sin duda, es muy necesaria. En España, los fenómenos de la concentración y la privatización han sido muy discutidos, tanto por su naturaleza intrínseca, como por la forma en que se han producido (p. ej., Álvarez, 2000).

El poder relativo que de esta situación se deriva, en relación con los clientes de la Banca, se pone de manifiesto en la gran cantidad de abusos o ‘errores’ sistemáticos a su favor (Lozano, 1996), irregularidades en la canalización de donaciones, coste efectivo de la valoración en fechas distintas, etc. Además, los intereses materiales de la Banca se han visto muy favorecidos por la nueva estructura económica. La legalidad de partidos políticos, asociaciones y otras comunidades cuya constitución llega a ser obligatoria (p. ej., las de propiedad horizontal) suponen una de las principales fuentes de depósitos y la ayuda humanitaria uno de los principales negocios de intermediación.

En la repatriación de rentas por parte de inmigrantes28, las comisiones que se dejan en el camino sirven a los bancos para contrarrestar con creces el efecto de negocios pretéritos, como el canje de monedas que hoy no existen, debido al euro. Todos estos flujos consolidan, de momento, la burbuja financiera, gracias a la colocación de fondos por parte de los bancos y sus instituciones de inversión.

En relación con los procesos de fusión y absorción, en múltiples trabajos se asevera que, a pesar de todo, se ha incrementado la competencia en el sector bancario, debido a la entrada de nuevos competidores europeos en las economías nacionales. Esta argumentación es falaz, pues si ha de medirse la concentración en un Mercado Común bancario, no debe hacerse por países, puesto que el marco de referencia se ha ampliado. Si se hiciese de este modo, se detectaría un impresionante incremento de la concentración empresarial en el sector.

Una institución financiera a la que ya se han dedicado multitud de críticas es el Fondo Monetario Internacional (FMI). El FMI ha sido, pese a sus estatutos, el principal enemigo del funcionamiento de los mercados monetarios, en el ámbito internacional. El modelo de convertibilidad en dólares, ideado por White en 1944 era inseguro, en comparación con el sistema mundial de bancos centrales propugnado por Keynes, pero se impuso por el simple motivo de que favorecía a los Estados Unidos.

Cuando el Sistema Monetario Internacional llegó a su fin en 1971, muchos afirmaron con ligereza que el esquema adoptado en Bretton Woods había fracasado, pero en realidad, sirvió a los fines para los que se había creado.

Estados Unidos no había dejado de inundar los mercados de “eurodólares” para la reconstrucción, eludiendo el papel del Banco Mundial, en lo que se ha dado en llamar Plan Marshall. La emisión de papel moneda es una forma de financiación del déficit público y, cuando se hace en el exterior, permite al país financiar ventajosamente un déficit de pagos, siempre que el exceso de oferta de dólares permita depreciar dicha moneda muy por debajo de su paridad oficial en términos de oro. Saldaban esos déficit con nuevos dólares, cuyo valor era muy inferior al fiduciario y, desde 1969, con Derechos Especiales de Giro (DEG), mientras que los demás países tenían que hacerlo en oro. En 1971, algunos economistas aventajados (Kenwood, y Lougheed,1972, p. 495) se anticipaban a dudar de la eficacia que tendría este instrumento en la resolución de los problemas internacionales de liquidez.

Aquí quedó patente que al FMI, creador y emisor de los DEG, lo que le preocupaba no era la liquidez internacional, sino la recuperación de la inversión bélica que Estados Unidos había realizado entre 1941 y 1945 y la posterior inversión en reconstrucción. Este mecanismo que, como postuló Keynes, no era el más idóneo para los fines inicialmente propuestos en Bretton Woods, fue consentido por los países europeos, como si se tratase de una indemnización de guerra, por la ayuda prestada contra Alemania y contra la Unión soviética. Lo que posteriormente se ha denominado “Dumping monetario” (Eiteman, Stonehill, y Moffett, 2000) era un tributo que los agentes económicos del mundo entero tendría que pagar a Estados Unidos en virtud de su nuevo papel de gendarme mundial.

Aparte de su destacado papel como banco exterior de Estados Unidos, el carácter de “prestamista de última instancia” es una de las facetas que más juego ha dado al FMI, porque además de decidir sobre los propios dólares y otras divisas contenidos en el Fondo, este organismo puede vetar el otorgamiento de préstamos de ajuste estructural por parte del BM. Como su propio nombre indica, los “préstamos de ajuste estructural” están condicionados a la adopción de determinadas medidas de política económica estandarizadas según el ‘consenso de Washington’. Estas ayudas se otorgan, según Greg Palast, mediante un contrato de adhesión, que se toma o se deja. La necesidad de liquidez de los países en cuestión es el arma de negociación fulminante del FMI.

 

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