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Una revisión de la Economía dominante
Alfonso Galindo Lucas
Capítulo III
SISTEMA ECONÓMICO Y TECNOLOGÍA
Tecnología y libre comercio
Cuando hablamos de tecnología, a veces utilizamos este término sin reparar en que la rueda, la piedra tallada o el control del fuego también lo son. Solemos referirnos, con el uso de esta palabra, únicamente a la tecnología comercializable y, más concretamente, la rentable. En definitiva, llamamos tecnología a la tecnología punta, aquella que, según veremos, marca una etapa económica y social y durante esa etapa decide la ventaja competitiva de las naciones. En esta confusión terminológica es posible que se esconda una injusticia de alcance mundial, cual es el comercio de bienes tecnológicos.
En el siglo XIX, se habría considerado una máquina de escribir como un bien tecnológico y las grandes potencias se habrían procurado la libertad para exportar estos bienes sin aranceles, bajo la excusa de la modernización. Este invento no es tan antiguo, pero sí lo son otros productos manufacturados, que sobraban en los países ricos, como consecuencia de la producción en serie. Así lo notaron economistas como Hobson (1902). De la época de Hobson es el invento de la cremallera y posterior es la máquina de escribir. Hoy ninguno de estos bienes determina la ventaja competitiva de las naciones. No son bienes de nuestra era tecnológica.
En las políticas de modernización corruptas de países tercermundistas, se encuentra a veces la importación de maquinaria y otros elementos tecnológicos que no casan con el desarrollo económico de dicho país o que, simplemente, incorporan tecnologías que han quedado obsoletas en el primer mundo. Un ejemplo de ello son las impresoras matriciales y los monitores de rayos catódicos.
Las tecnologías punteras no sustituyen automáticamente a las antiguas, sino que las patentes anteriores se amortizan.
Esto significa que los países pobres se convierten en vertederos de inventos cuya época ya pasó o que incluso no llegaron a tener mercado en el primer mundo. En la actualidad, sucede que la principal potencia militar está perdiendo competitividad tecnológica y está siendo sobrepasada por las potencias asiáticas (Stiglitz, 2003). Esto no parece representar el fin de la hegemonía o liderazgo mundial norteamericano. Para evitarlo y de modo contrario a lo que propugnaba el GATT (General Agreement on Tariffs and Trade), la Organización Mundial del Comercio (OMC) restringe el tráfico de nuevos productos, aunque se persigue, como novedad, controlar el comercio de patentes, para que esto permita a Estados Unidos recuperar el atraso de los inventos en cuya investigación no ha invertido y convertirse en un mercader de tecnología en posición ventajosa. Mientras, las cláusulas contra la piratería tienden a proteger las tecnologías más tradicionales (especialmente, el software) y la producción cultural estadounidense. Por eso, por mucho que se proclame la caída global de los aranceles, es preciso notar que aquellos productos liberalizados son los que ya no suponen un peligro y que la agricultura de Estados Unidos y Unión Europea siguen estando protegidas de la competencia exterior.