Fundamentos de valoración de empresas

 

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Una revisión de la Economía dominante

Alfonso Galindo Lucas

Capítulo III

SISTEMA ECONÓMICO Y TECNOLOGÍA

Tecnología y competencia

Es fácil adoptar un discurso tendente a demostrar que a largo plazo el avance tecnológico permita imponer en el mercado la supremacía de aquellas empresas que sean más eficientes, desde el punto de vista del consumidor.

Sin embargo, la competencia es algo que se produce en el corto plazo, pues el consumo no puede esperar a que se resuelva la disputa tecnológica para adquirir, al cabo de los años, un producto inmejorable. Se pueden encontrar múltiples ejemplos de que el paradigma del mercado también es rebatido por el desarrollo tecnológico.

Las empresas necesitan vender rápido para poder financiar inversiones futuras tendentes a superar tecnológicamente a la competencia. Pero vender rápido y constantemente significa, en primer lugar, diseñar envases que maximicen la probabilidad de derroche del producto, piezas mecánicas que tengan una vida útil no superior al periodo de garantía, ociosidad de inventos que esperan a que se comercialicen las últimas existencias de otros (como por ejemplo, el Pentium III). En el precio de cualquier producto, el consumidor paga por un perjuicio: La tecnología necesaria para que su producto dure menos es sufragada por el propio consumidor, como también lo es la publicidad que le indujo a consumirlo. Esto contradice la denominada “lógica del mercado”, pero no es incompatible con la hipótesis de racionalidad, puesto que esta ineficiencia es derivada de los problemas de información y el carácter limitado de la oferta disponible; es decir, aunque el consumidor supiera que está pagando por algo perjudicial, puede percibir al mismo tiempo que no puede sustituir esta decisión de consumo por otra.

Por eso, prefiero utilizar, con base en estos argumentos, la expresión “lógica del lucro”, para describir el mecanismo de asignación de recursos imperante. La lógica del mercado presupone que a largo plazo se impondrá el producto más honesto, pero a veces esto no es posible, porque las empresas honradas desaparecen antes y sólo quedan aquellas que invirtieron en señuelos y ocultación, pues la competencia, como se ha dicho, se produce únicamente en el corto plazo y desaparece, en tanto que la honestidad es difícil de comprobar a priori.

El propio hecho de que existan las patentes es una exceptuación a la libre competencia. Eso no significa que la protección de los inventos sea injusta o improcedente, sino que falla el supuesto de libre mercado. Por eso, el coste de la inversión en patentes es un obstáculo para el progreso tecnológico. Una prueba del gran montante invertido en ineficiencia es la sucesión de episodios de litigios entre la poderosa empresa de Bill Gates y los apóstoles del copy-left. La mayoría de éstos tienen como única finalidad frenar la inversión en mejoras de software, no sólo para dar tiempo a las ventas de entornos “windows”, sino también para fomentar la resistencia al cambio de sucesivas generaciones de consumidores.

 

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