Fundamentos de valoración de empresas

 

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Una revisión de la Economía dominante

Alfonso Galindo Lucas

Capítulo XI.

ECONOMÍA Y DEMOCRACIA

Por qué es bueno el mercado

A pesar de que este ensayo será catalogado inmediatamente de izquierdista, es preciso admitir que la idea de un mercado libre es muy atractiva y que sería bueno que el mercado existiese, como lo sería también que existiese Dios. El fundamento real de este indiscutible atractivo viene a justificarse, a grandes rasgos, como sigue: En el sector público, las decisiones las toma un individuo, puesto que los ámbitos de competencia están bastante parcelados. Ese individuo puede padecer los efectos de la irracionalidad; normalmente se encuentra aislado de la opinión general y rodeado de un séquito de envidiosos. Su devenir psicológico puede volverle neurótico o supersticioso, la responsabilidad puede asustarle, etc. Cuando Hitler tomaba una decisión, era el sector público quien asignaba los recursos económicos y vitales.

En términos menos dramáticos, el decisor público puede ser honesto, inteligente y estar en sus cabales, pero eso no le cubre el riesgo de tomar una decisión simplemente equivocada. Esto es debido a que en la vida real, no se está siempre bien informado acerca del presente y mucho menos del futuro.

Sin embargo, en el mercado se supone que ningún loco rematado puede influir sensiblemente en los precios ni las cantidades, que todos los agentes se controlan mutuamente y que la Ley de los grandes números actúa a favor de la racionalidad en la asignación de dichos recursos. Incluso muchos atribuyen al mercado la virtud de imponer la cultura o las creencias más correctas o más útiles. Por eso, cuando exista o si existiese mercado, hay que dejar que el mercado tome las decisiones libremente. Pero en los asuntos cuantitativamente más trascendentales para una economía no existe transparencia en la información. Un purista de los modelos de oferta y demanda podría afirmar que los mercados a veces se equivocan con respecto a las previsiones, pero lo que ocurre es que las grandes transacciones no se realizan en un contexto eficiente de mercado.

En definitiva, es bueno que un servicio u obra pública se otorgue por licitación, pero es difícil que la convocatoria se difunda de forma transparente y “global” y que el proceso de concesión se resuelva con verdadera competencia. La competencia debe ser defendida e incluso impuesta por los poderes públicos, pero entonces ésta sería incompatible con la libertad, lo cual demuestra que hablar de libre competencia es proclamar una utopía. La situación actual es más de libertad que de competencia, pero no es una libertad común, sino exclusiva para unos y limitada para otros. Debido a que ambos conceptos son incompatibles, quellos agentes que disfrutan de mayor libertad están sometidos a menor competencia y viceversa. Esta idea ha quedado suficientemente demostrada con los hechos que se han expuesto.

Allá donde ha surgido un mercado, no han tardado en prosperar iniciativas corporativistas, tendentes a restringir la competencia. Los gremios eran una solución de este tipo. Los competidores potenciales deben ser captados y mantenidos unos años bajo la promesa de que más tarde podrán incorporarse a la profesión. Esta práctica puede parecer poco ética de tan antigua, pero lo que vino después también restringió considerablemente la competencia, puesto que en el paradigma fundado por Smith, era lícito propiciar la salida del competidor más débil.

Como todas las etapas socioeconómicas anteriores de la humanidad, el Capitalismo global no sólo tiene nuevas tecnologías y nueva economía, sino que se acompaña de un sistema político propio a la que también se le podría llamar “democracia extensiva”72 o también “democracia virtual” o aparente. La nueva democracia no surge como una necesidad o demanda del pueblo, sino como una imposición o injerencia de las grandes potencias a los demás países, para favorecer la implantación del mal llamado “liberalismo económico”.  

 

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