ENSAYO SOBRE LA NATURALEZA Y SIGNIFICACIÓN DE LA CIENCIA ECONÓMICA

 

Lionel Robbins

 

LAS GENERALIZACIONES ECONÓMICAS Y LA REALIDAD

§ 1. Es característico de las generalizaciones científicas que se refieran a la realidad. Ya sea que se formulen en términos hipotéticos o categóricos, se distinguen de las proposiciones de la lógica pura y de las matemáticas por el hecho de que, en cierto sentido, se refieren a lo que existe o a lo que puede existir y no a relaciones puramente formales.

A este respecto, es claro que las proposiciones de la Economía coinciden exactamente con las de las otras ciencias. Como ya hemos visto, son deducciones de simples supuestos que reflejan hechos muy elementales de la experiencia general. Si las premisas se refieren a la realidad, las deducciones de ellas derivadas deben tener un punto similar de referencia.

Esto demuestra, por consiguiente, que la creencia frecuentemente expuesta por los críticos de la Economía de que ésta es un mero sistema de deducciones sin relación con la realidad se basa en un mal entendimiento. Debe reconocerse que el conocimiento de los hechos, base de las deducciones económicas, tiene una diferente importancia de la que tiene el conocimiento de los hechos base de las deducciones de las ciencias naturales. Hay que admitir, que, por esta razón, los métodos de la Ciencia Económica -si bien no su consistencia lógica- difieren frecuentemente de los métodos de las ciencias naturales. Pero esto no quiere decir, en modo alguno, que sus generalizaciones tengan un carácter "meramente formal", o que pueda considerárselas como deducciones "escolásticas" de definiciones establecidas arbitrariamente. Por el contrario, puede afirmarse que existe menos fundamento para dudar de su contenido real que para dudar del que tienen las generalizaciones de las ciencias naturales. En Economía, como hemos visto, conocemos los últimos elementos constitutivos de las generalizaciones fundamentales por una familiaridad inmediata. En las ciencias naturales sólo los conocemos por inferencia. Hay mucho menos fundamento para dudar de la contrapartida que en la realidad tiene el supuesto de las preferencias individuales que de la del supuesto del electrón.(1) Es cierto que deducimos demasiado de las definiciones; pero no es exacto que éstas sean arbitrarias.

Lo anterior demuestra, también, que es un craso error considerar al economista, cualquiera que sea el grado de su "pureza", preocupado sólo con la deducción. Es innegable que gran parte de su trabajo la realiza a través de un elaborado proceso de deducción, pero es completamente inexacto suponer que ésa es su única tarea, o siquiera la principal. La ocupación del economista es interpretar la realidad. El trabajo de descubrimiento consiste no en explicar premisas determinadas, sino en percibir los hechos que son su base. El proceso de descubrir esos elementos en una experiencia común que proporciona la base de nuestro tren de razonamiento deductivo es descubrimiento económico en el mismo grado en que lo es sacar nuevas inferencias de premisas viejas. La teoría actual del valor se ha desarrollado en los últimos tiempos por una elaboración progresiva de deducciones obtenidas de premisas muy simples; pero el gran descubrimiento, la revolución mengeriana, de que parte esta etapa del progreso, fué el descubrimiento de las premisas mismas. Igual ha sucedido con los otros principios que hemos examinado. La percepción y la selección de la base del análisis económico son una parte tan esencial de la Economía como el análisis mismo. Esto, además, es lo que le da su significación.

§ 2. Al mismo tiempo debe admitirse que las proposiciones que hemos establecido hasta aquí son de carácter muy general. Si determinado bien es escaso, sabemos entonces que su uso habrá de ajustarse a ciertas leyes. Si su tabla de demanda es de cierto orden, entonces sabemos que las alteraciones de la oferta moverán su precio en determinado sentido. Pero, como ya hemos descubierto,(2) en el concepto de escasez nada hay que nos autorice a atribuirla a una mercancía en particular. Nuestras deducciones no nos autorizan a decir que el caviar es un bien económico y que la carroña es una desutilidad. Todavía nos aclaran menos acerca de la intensidad de la de manda del caviar o de la demanda para librarnos de la carroña. Desde el punto de vista de la Economía pura, estas cosas las condicionan, por una parte, valoraciones individuales y, por otra, los datos técnicos de la situación que se examina. Y tanto las valoraciones individuales como los datos técnicos quedan fuera de la esfera de la uniformidad económica. Para usar la expresiva frase de Strigl, estas cosas constituyen, desde el punto de vista del análisis económico, el elemento irracional del mundo de nuestro razonamiento.(3)

Pero, ¿no es deseable trascender semejantes limitaciones? ¿No debemos aspirar a colocarnos en una posición que nos permita atribuir valores numéricos a las escalas de valoración y establecer leyes cuantitativas de la oferta y la demanda? Esto da lugar, en forma ligeramente distinta, a algunas de las cuestiones que dejamos sin respuesta al terminar el último capítulo.

Semejante conocimiento sería, sin duda, útil; pero un momento de reflexión permitiría precisar que estamos entrando a un campo de investigación en el que no existe ninguna razón para suponer que han de descubrirse uniformidades. Son de naturaleza heterogénea las "causas" que hacen que las valoraciones finales dominantes en un momento sean lo que son: no hay razón para suponer que los efectos resultantes revelen una uniformidad significativa en el tiempo y en el espacio. Puede sostenerse, sin duda, que hay un sentido en el cual toda muestra del universo escogida al azar es el resultado de causas determinadas; mas no hay ningún fundamento para suponer que el estudio de una muestra escogida al azar dé origen a generalizaciones de alguna importancia. Las ciencias no proceden así. Ese, o algo muy parecido, es, empero, el supuesto que yace en la esperanza de que las categorías formales del análisis económico puedan recibir contenido sustancial del valor constante y permanente.(4)

Un simple ejemplo lo aclarará bien. Tomemos la demanda de arenques. Supongamos que nos hallamos frente a una orden que les fija un precio, inferior al que hasta ahora ha regido en el mercado. Supongamos que pudiéramos decir: "de acuerdo con las investigaciones de Pérez (1907-1908), la elasticidad de la demanda del arenque común (Clupea harengus) es de 1.3; por consiguiente, es de esperar que la orden que fija el precio deje un excedente de la demanda sobre la oferta de dos millones de barriles. ¡Qué agradable sería poder decir cosas como ésta! ¡Qué lisonjero para nuestra propia estimación, habitualmente algo deteriorada vis-a-vis la de los profesores de ciencias naturales! Qué impresionante para el gran negociante! ¡ Qué persuasivo para el público en general!

Pero ¿podemos esperar alcanzar posición tan envidiable? Supongamos que en 1907-08 Pérez hubiera acertado, y que, dado un cambio de precio en ese año, la elasticidad de la demanda fuera de 1.3. Esta clase de cómputos groseros no es muy difícil en realidad, y puede tener gran utilidad para ciertos propósitos. Pero ¿qué razón hay para suponer que Pérez desenterraba una ley constante? El arenque satisface, sin duda, ciertas necesidades fisiológicas susceptibles de una descripción muy exacta, aunque no es, en modo alguno, el único alimento capaz de satisfacerlas. La demanda de arenques, sin embargo, no es una simple derivación de las necesidades. Es, como si dijéramos, una función de un gran número de variables aparentemente independientes. Lo es de la moda, y por moda entendemos algo más que los efímeros resultados de una campaña pro consumo de arenques. Su demanda podría alterarla mucho un cambio en las opiniones teológicas de los sujetos económicos que intervienen en el mercado. Es una función de la disponibilidad de otros alimentos; también de la cantidad y calidad de la población; asimismo de la distribución de los ingresos dentro de la comunidad, de los cambios del volumen de dinero. La transformación de los medios de transporte modificará el área de la demanda de arenques. Los descubrimientos del arte culinario pueden modificar su deseabilidad relativa. ¿Se puede suponer razonablemente que los coeficientes derivados de la observación de un mercado determinado de arenques, en un tiempo y lugar particulares, tengan una significación permanente, a no ser como historia económica?

Es posible, desde luego, ampliar con diversos artificios el área de observación para que abarque más tiempo. En lugar de observar el mercado de arenques unos cuantos días, pueden reunirse estadísticas del cambio de precios y de las alteraciones de la oferta y la demanda durante un período de años, "ajustarlas" para tener en cuenta los movimientos estacionales, el aumento o disminución de la población, etc., etc., y usarlas para obtener una cifra que represente la elasticidad media de todo el período. Y dentro de ciertos límites, semejantes cálculos tienen su utilidad. Son un medio conveniente de describir ciertas fuerzas que operan en esa época histórica. Como veremos después, pueden ser una guía para determinar lo que puede acontecer en el futuro inmediato. Si se quiere utilizar eficientemente la más refinada herramienta del análisis económico, es necesario tener ideas, así sean aproximadas, de la elasticidad de la demanda en mercados concretos; mas no hay razón para considerarlas como leyes inmutables. Por más exactamente que describan el pasado no hay ninguna presunción de que deban continuar describiendo el futuro. Las cosas han sucedido en el pasado de cierto modo y pueden seguir ocurriendo así en el futuro por un corto tiempo; pero no hay ningún fundamento para suponer que el modo en que sucedieron en el pasado es el resultado de causas homogéneas. Tampoco lo hay para suponer que sus cambios en el futuro deberán atribuirse a causas que han operado en el pasado. Si quisiéramos servir de algo en materia de arenques, no debemos pensar nunca en apoyarnos en investigaciones como la que realizó en 1907-8 el desdichado de Pérez. Tenemos que rehacer todo de nuevo sobre la base de datos más recientes. Por importantes que puedan ser esas investigaciones -y nada de lo que aquí se dice sobre su carácter metodológico debe tomarse como una negación de su valor práctico muy considerable- no se puede reclamar para sus resultados el carácter de las llamadas leyes "estadísticas" de las ciencias naturales.(5)

Pero, podría preguntarse, ¿acaso la diferencia entre los resultados de semejante investigación y los postulados de que dependen las principales generalizaciones de la Economía no es sólo una diferencia de grado más bien que de especie? Ya hemos demostrado que de no existir una jerarquía de fines, sino que todos tuvieran igual importancia, los resultados de la conducta serían completamente indeterminados, y aun las generalizaciones más elementales de la teoría del valor serían inaplicables. No existe garantía de que no suceda así. El hecho de que las condiciones que permiten aplicar esas proposiciones persistan es sólo cuestión de probabilidad. En la misma forma justa es posible demostrar analíticamente que pueden concebirse circunstancias en las que la curva de la demanda registre una inclinación positiva. Con todo, si esto fuera frecuente, muchas de las más aceptadas generalizaciones de la teoría educativa serían inaplicables. De nuevo, es una cuestión de probabilidad que no sea así. ¿Cuál es la diferencia esencial entre este supuesto y el de que la elasticidad de la demanda de arenques es de 1.3?

El argumento es de peso. Y puede aceptarse que, en este sentido, la diferencia es una diferencia de grado más bien que de género. Mas a esto puede replicarse que la diferencia de grado es tan grande que se justifica considerarla como una diferencia de especie. Pudiera ocurrir que las valoraciones fueran de una naturaleza tan peculiar que la conducta resultara indeterminada; pero ello es tan extraordinariamente improbable que estamos justificados para desdeñar la posibilidad. No lo es tanto que la función de la demanda pueda ser positiva; pero existe una vigorosa probabilidad de que no sea ésa la regla sino la excepción. Por otra parte, cuando se estudia la valoración de productos determinados y la elasticidad de la demanda derivada de ellos, existe seguramente, por las razones ya expuestas, una enorme probabilidad de que no sea de esperar la constancia. He aquí, en verdad, lo histórico-relativo in excelsis. El hecho de que podamos disponer nuestras preferencias conforme a cierto orden es de un grado de generalidad tan superior al orden de preferencias momentáneo de cualquier individuo que estamos plenamente justificados para considerarlas de diferente carácter por lo menos en nuestra esfera de raciocinio. Y aunque pueda sostenerse que en el futuro se harán más valiosos trabajos para indagar estos valores momentáneos, parece más importante, si ha de conservarse el sentido de las proporciones, que sus limitaciones sean admitidas y no que se insista en la similitud formal con los amplios fundamentos cualitativos que constituyen la base de la ciencia tal como es. Quizá esta sea otra de las diferencias metodológicas entre las ciencias naturales y las sociales. En aquéllas la transición de lo cualitativo a lo cuantitativo es fácil e inevitable. En las ciencias sociales, por razones que ya se han expuesto, en cierto sentido, es casi imposible y la acompañan peligros y dificultades. Probablemente se ocasione menos daño, teniendo en cuenta lo que ya ha sucedido, subrayando las diferencias entre las ciencias sociales y las naturales, que insistiendo en sus semejanzas.(6)

§ 3. Si esto es cierto de los intentos para otorgar valores cuantitativos definidos a conceptos elementales como son las funciones de la demanda y de la oferta, lo es más aún de los intentos para formular leyes "concretas" del movimiento de fenómenos más complejos como el de fluctuación de los precios, la dispersión del costo, el ciclo económico, etc., etc. Durante los últimos diez años estas cuestiones se han multiplicado con el nombre de institucionalismo, "economía cuantitativa", "economía dinámica" y no sé cuántas cosas más;(7) no obstante, la mayor parte de las investigaciones han estado condenadas al fracaso desde el principio y hubiera sido igual no haberlas emprendido nunca. La teoría de la probabilidad, sobre la que descansa la estadística matemática moderna, no justifica promediar cuando las condiciones son de tal naturaleza que no permiten suponer que operan causas homogéneas de diferentes clases. Este es el procedimiento normal, empero, de mucha de la obra de esta especie. La correlación de tendencias sujetas a influencias del carácter más diverso se las analiza como "leyes cuantitativas". No obstante que los promedios se derivan de fenómenos que ocurren bajo las circunstancias más heterogéneas de tiempo y espacio, se espera que el resultado tenga alguna significación. En el libro del profesor Wesley Mitchell, Business Cycles,(8) por ejemplo, por cuya magnífica colección de datos los economistas están, con razón, muy agradecidos, después de una prolongada y valiosa descripción del curso de las fluctuaciones cíclicas en diferentes países desde fines del siglo XVIII, se obtiene un promedio de la duración de todos los ciclos, y se traza una curva normal logarítmica de acuerdo con el método Davies para la distribución de la frecuencia de 166 casos observados. ¿Qué significado puede tener semejante operación? Las observaciones se refieren a muy diferentes condiciones de tiempo y de espacio, y hasta de marco institucional, de la actividad económica. Si acaso tiene algún sentido reunirlas, será sólo por contraste. No obstante, el profesor Mitchell, que nunca se cansa de menospreciar los métodos y resultados del análisis ortodoxo, parece creer que al tomarlas en conjunto y trazar una curva muy complicada para su distribución de frecuencia, está construyendo algo importante, algo más que una simple serie de líneas rectas y curvas sobre media página de su célebre tratado.(9) Lo cierto es que nos ha proporcionado un comentario más mordaz sobre la metodología de la "economía cuantitativa" que el que el más ambicioso de sus críticos hubiera podido desear.

No hay necesidad de detenernos a examinar la futileza de estos grandiosos proyectos. Después de todo, y a pesar de su reciente popularidad, no son nuevos, y un movimiento que continuamente invoca una lógica pragmática puede ser sometido a una comprobación pragmática. Hace aproximadamente cien años que Richard Jones, en su conferencia inaugural del King's College de Londres,(10) dió el grito de rebelión contra la "abstracción formal" de la economía ricardiana con argumentos que, si expresados con mayor suavidad, son más o menos parecidos a los expuestos por los defensores de los "metódos inductivos" desde aquel día. El tiempo ha pasado y los "rebeldes" se han convertido en una banda de expertos muy respetable, en pontífices de cátedra, en honorables corresponsales del Kaiser y en directores de costosos institutos de investigación... Ya hemos tenido la escuela histórica, y ahora tenemos a los institucionalistas. Con excepción de uno o dos lugares privilegiados, puede afirmarse con seguridad que hasta la terminación de la guerra los círculos universitarios alemanes estaban dominados por esta clase de opiniones. Y si en los últimos años no han conseguido el predominio, por lo menos han extendido su poderío a Norteamérica. Y, sin embargo, sus esfuerzos no han cristalizado en ninguna "ley" merecedora de este nombre ni en ninguna generalización cuantitativa de validez permanente. A lo más, una cierta cantidad de material estadístico interesante y varias monografías útiles sobre ciertas situaciones históricas. Pero ninguna "ley concreta", ninguna uniformidad sustancial de "conducta económica". Todas las aplicaciones realmente interesantes de la técnica estadística moderna a la investigación económica han sido realizadas no por los institucionalistas, sino por hombres que han optado por las complejidades del análisis teórico "ortodoxo". Y después de cien años, la depresión más grande de la historia los encuentra estériles e incapaces de hacer un comentario útil; un rumbo se tuerce y sus dispersiones se deforman.(11) Entretanto, unos cuantos pensadores aislados, gracias al despreciado aparato de la teoría deductiva, han llevado nuestro conocimiento de la teoría de las fluctuaciones hasta un punto en el cual los fatales acontecimientos de los últimos años pueden ser explicados en términos generales. No es improbable, además, que dentro de los próximos años se halle una solución completa al acertijo de las depresiones.

§ 4. Pero ¿qué decir, entonces, de los más detallados estudios realistas? Habiendo descubierto la persistencia de la escasez, la multiplicidad de factores de la producción, el desconocimiento del futuro y los otros postulados cuantitativos de su teoría, ¿puede excusarse el economista de la obligación de mantener un mayor contacto con la realidad?

La respuesta es francamente negativa y se halla implícita en la práctica de todos los economistas que han contribuído más al desenvolvimiento de la Ciencia Económica, desde Adam Smith y Cantillón. Los exponentes de la llamada tradición ortodoxa nunca han sido enemigos de los estudios realistas. Como Menger hizo notar hace algunos años -cuando las controversias metodológicas habían llegado a su punto álgido-, la escuela analítica nunca ha sido la provocadora de estas controversias.(12) La Economía no es una de esas ciencias sociales que siempre está discutiendo el método antes de conseguir sus fines; no habría habido controversia metodológica de no ser por la escuela histórica, excepto la relativa al status de proposiciones concretas. El método de la "ortodoxia" ha sido siempre esencialmente católico. Los ataques, los intentos de exclusión, han venido siempre de la otra parte. Los analíticos han reconocido constantemente la importancia de los estudios realistas, y han contribuido mucho al desarrollo de la técnica de investigación. Es notorio, en efecto, que la obra más importante de esta clase ha sido hecha no por este o aquel grupo "rebelde" que duda de la aplicación a la economía de las leyes elementales del pensamiento, sino por los hombres mismos que eran objeto de su ataque. En la historia de la Economía aplicada, los trabajos de un Jevons, de un Menger y de un Bowley, son más acreedores de nuestra atención que los trabajos, digamos, de un Schmoller, un Veble o un Hamilton. Y esto no es una casualidad. Las fructíferas investigaciones realistas sólo pueden emprenderlas quienes tienen un dominio pleno de los principios analíticos y una noción de lo que puede y no puede legítimamente esperarse de estas actividades. Pero, ¿cuáles son, entonces las esperanzas legítimas a este respecto? Podemos reunirlas en tres grupos.

El primero y más obvio es la verificación de la aplicabilidad de los diversos tipos de construcción teórica a situaciones concretas. Como ya hemos visto, la validez de una teoría determinada es una cuestión de si se deriva lógicamente de los supuestos generales que hace; pero su aplicabilidad a una situación dada depende de la amplitud con que sus conceptos reflejan realmente las fuerzas que operan en esa situación. Ahora bien, las manifestaciones concretas de la escasez son diversas y cambiantes, y a menos que se tenga un cuidado continuo de las palabras que se usan para describirlas, hay un peligro constante de que el campo de aplicación de un principio particular pueda ser concedido erróneamente. La terminología de la teoría y la de la práctica, pueden, de hecho, cubrir diferentes campos, aunque en apariencia sean idénticas.

Un simple ejemplo aclarará esto. De acuerdo con la teoría monetaria pura, el valor del dinero debe bajar si la cantidad de dinero en circulación aumenta y no varían otros factores. Esta proposición se deduce de los hechos más elementales de la experiencia científica, y su exactitud es independiente de una comprobación inductiva ulterior; pero su aplicabilidad a una situación dada depende de una correcta comprensión de lo que debe considerarse como dinero, cuestión ésta que sólo pueden descubrir los hechos. Fácil es que la significación concreta del término "dinero" se haya alterado con el tiempo. Si en este caso, conservando el término original, procedemos a interpretar una nueva situación en función de su contenido primitivo, podemos cometer un serio error. Y hasta puede concluirse que la teoría es falaz. Es bien sabido que ha pasado así repetidas veces en el curso de la historia de la teoría. La incapacidad de la escuela "monetaria" para lograr una aceptación permanente de su teoría bancaria y de los cambios, en otros aspectos tan superior a la de sus oponentes, se debió sin duda a su ineptitud para percibir la importancia de incluir el crédito bancario en su concepto del dinero. Sólo mediante un constante examen y revisión de la modificación de los hechos(13) pueden evitarse semejantes equivocaciones.

En segundo lugar e íntimamente ligado con esta primera función de los estudios realistas, podemos esperar la aportación de aquellos postulados auxiliares cuyo papel en la estructura del análisis fué discutida en el capítulo anterior. Podemos descubrir tipos de la configuración de los datos adecuados a un estudio analítico posterior inspeccionando los diferentes campos de la actividad económica.

Nuevamente podemos tomar un ejemplo de la teoría monetaria. Un examen de la práctica actual de los bancos de emisión nos permitirá percibir con claridad que los efectos sobre el medio circulante (en el más amplio sentido) de aumentos determinados a la reserva de metales preciosos dependerá de la naturaleza exacta de la ley y de la práctica relativa a los requisitos de la reserva. Debe concluirse, por consiguiente, que la completa elaboración de la teoría monetaria requiere la introducción de supuestos optativos, tomando nota de las diversas posibilidades que existen a este respecto. Es claro que las reflexiones generales sobre el carácter de los bancos de emisión no agotan esas posibilidades fácil y necesariamente. Sólo un estudio muy cuidadoso de los hechos revelará qué supuestos tienen una contrapartida en la realidad, y cuáles, por consiguiente, conviene más hacer.

Por último, no sólo hay que esperar de los estudios realistas un mero conocimiento de la aplicación de teorías particulares determinadas, y de los supuestos que las hacen apropiadas a situaciones también determinadas, sino, al mismo tiempo, la determinación de los puntos en que la teoría pura necesita reformularse y ampliarse. Esto plantea nuevos problemas.

Las fluctuaciones económicas, que han llegado a ser conocidas con el nombre de ciclo económico, nos proporcionan el mejor ejemplo del residuo inexplicable. La teoría elemental del equilibrio, como es bien sabido, no da ninguna explicación del fenómeno del auge y de la depresión. Explica las relaciones de un sistema económico en estado de reposo. Según hemos visto ya, ampliando un tanto los supuestos de que arranca, puede establecer diferencias entre las relaciones resultantes de la diversa configuración de los datos; pero sin una mayor elaboración no explica la existencia, dentro del sistema económico, de las tendencias que conducen a un desarrollo desproporcionado. Tampoco explica las discrepancias entre la oferta y demanda totales en el sentido en que estos términos se usan en la célebre ley de los mercados.(14) No obstante, es incuestionable que semejantes discrepancias existen, y que cualquier intento para interpretar la realidad exclusivamente en términos de semejante teoría debe dejar por fuerza un residuo de fenómenos no susceptibles de ser comprendidos en sus generalizaciones.

Este es un caso típico en que los estudios empíricos nos ponen frente a frente de las insuficiencias de ciertas generalizaciones, y quizá la principal función de los estudios realistas, en relación con la teoría, consiste en la revelación de deficiencias de esta índole.(15) El economista teórico que desea poner a salvo las consecuencias de su teoría, debe "comprobar" continuamente, a través de la explicación de situaciones concretas, las generalizaciones que ha elaborado. Las fallas de la estructura de la teoría quedan al descubierto normalmente al examinar los casos particulares.

Pero esto no quiere decir en modo alguno que las soluciones de los problemas así presentados son el resultado de una mera multiplicación de las observaciones de las divergencias de esta clase. No es esa la función de la observación, y toda la historia de las diversas "rebeliones inductivas" demuestra que han resultado completamente infructuosos cuantos estudios se han basado en esa creencia. Esto es en particular exacta de la teoría del ciclo económico. No se logró ningún progreso importante mientras los investigadores de este problema se contentaron con la multiplicación de series estadísticas y la acumulación de coeficientes de correlación. Los progresos no comenzaron a realizarse hasta que surgieron hombres preparados para emprender la tarea bien distinta de empezar donde el análisis teórico elemental termina y derivar de la introducción de los nuevos supuestos de naturaleza cualitativa elemental que ya hemos examinado una explicación de las fluctuaciones compatible con los supuestos de ese análisis. No puede haber mejor ejemplo de la correcta relación entre las dos ramas de estudio. Los de un género realista pueden plantear los problemas a resolver; pueden comprobar el grado de aplicabilidad de la respuesta cuando ésta se halla en proceso de formulación; pueden sugerir supuestos para una mayor elaboración teórica. Pero la teoría, y sólo la teoría, es capaz de dar la solución. Todo intento de invertir la relación conducirá de modo inevitable al nirvana de la observación y descripción sin propósito.

Más todavía: no hay razón -y esto nos trae al punto de que partimos- para creer que las generalizaciones que pueden elaborarse para explicar los residuos así descubiertos pudieran tener un carácter no general. Por razones que ya hemos examinado, es vano el deseo de dar un contenido particular y permanente a las categorías del análisis puro. Sometiendo a prueba la teoría pura, aplicándola a situaciones concretas y refiriéndola a las dificultades residuales de la teoría pura, podemos esperar un progreso continuo y una aplicación de nuestro instrumental analítico; pero lo que no debe esperarse de semejantes estudios es un criterio que nos permita decir qué bienes son económicos y qué valores deben atribuirse a ellos en situaciones diferentes. Decir esto no equivale a abandonar la esperanza de resolver cualquier problema genuino de la Economía; es apenas reconocer lo que está y lo que no está dentro de las necesarias fronteras del objeto de nuestro estudio. Pretender lo contrario es una baladronada pseudocientífica.

§ 5. Pero reconocer que las leyes económicas son de carácter general no equivale a negar la realidad de las necesidades que describen ni a quitarles su valor como medio de interpretación y predicción. Por el contrario, habiendo delimitado cuidadosamente la naturaleza y alcance de semejantes generalizaciones, con la mayor seguridad podemos reconocerle, dentro de este campo, su carácter necesario.

Las leyes económicas describen consecuencias inevitables. Las que anuncian se deducen necesariamente si los datos en que se apoyan se presentan. En este sentido son iguales a las otras leyes científicas y son, como éstas, incapaces de "suspensión". Si dentro de una situación determinada los hechos son de cierto orden, estamos autorizados para deducir con absoluta seguridad que otros que ella nos permite describir se hallan también presentes. Quienes hayan comprendido el alcance de las proposiciones expuestas en el capítulo anterior, no tienen que ir muy lejos a buscar la razón. Si la "situación dada" se ajusta a cierto modelo, también tienen que estar presentes otras características, pues su presencia es "deducible" del modelo originalmente adoptado. El método analítico es simplemente una manera de descubrir las consecuencias ineludibles de la ordenación compleja de los hechos, consecuencias cuya contrapartida en la realidad no es inmediatamente discernible como la contrapartida de los postulados originales. Es un instrumento para "sacudir" todas las consecuencias de los supuestos. Sus conclusiones son inevitables e ineludibles si la correspondencia entre los supuestos originales y los hechos queda garantizada.

Todo esto se torna bien claro si recurrimos al procedimiento del análisis diagramático. Supongamos, por ejemplo, que queremos poner al descubierto los efectos de un pequeño impuesto sobre los precios. Si hacemos ciertos supuestos respecto a la elasticidad de la demanda y las condiciones del costo, y los trasladamos al diagrama, podemos leer en seguida, por así decirlo, los efectos sobre los precios,(16) pues se hallan implícitos en los supuestos originales. El diagrama sólo ha puesto al descubierto las consecuencias ocultas.

Esta inevitabilidad del análisis económico es la que le da su gran valor de prognosis. Ya se ha reiterado lo bastante el hecho de que la ciencia Económica no tiene medio de predecir de la nada la configuración de los datos en un momento determinado. No puede predecir los cambios de las valoraciones; pero conocidos los datos de una situación particular, puede obtener conclusiones inevitables respecto a sus consecuencias. Y si los datos permanecen inalterables, éstas podrán entenderse con certeza. Y tiene que ser así, pues se hallan implícitas en los datos originales.

Aquí es, justamente, donde podemos percibir una nueva función de la investigación empírica; puede descubrir los cambios de los hechos que hacen viable la predicción en cualquier situación. Como ya hemos visto, es muy improbable que aquella pueda descubrir la ley de los cambios, pues los datos no están sujetos a influencias de causas homogéneas. Puede, sin embargo, procurarnos una información importante para el momento particular de que se trata; puede darnos alguna idea de la magnitud relativa de las diferentes fuerzas que operan; procurarnos una base para conjeturas en relación con las direcciones potenciales del cambio. Y este es incuestionablemente uno de los principales usos de los estudios aplicados: no descubrir leyes empíricas en un campo en que no tienen razón de ser, sino darnos de momento a momento el conocimiento de la variación de los datos sobre los que, en una situación dada, pueda apoyarse la predicción. La investigación no puede desplazar al análisis formal; pero sí sugerir en diferentes situaciones qué análisis formal es propio y procurarnos en ese momento un contenido para las categorías formales.

Por supuesto que las consecuencias enunciadas no se presentan necesariamente si los otros factores cambian. Esta simpleza elemental, necesariamente implícita en cualquier predicción científica, debe tenerse presente al discutir esta clase de prognosis. El estadista que dijo: "¡maldito el ceteris paribus!", conquisté entusiastas simpatías entre los críticos de la Economía. Ningún hombre sensato se atrevería a sostener que las leyes de la mecánica se invalidarían si un terremoto interrumpiera el experimento para ilustrarlas. No obstante, una gran mayoría del público ignorante, y buen número de sedicentes economistas, critican de continuo proposiciones que descansan sobre bases mucho menos endebles.(17) Se establece un arancel protector sobre la importación de mercancías, cuyas condiciones de producción interna permiten asegurar que si los otros factores no cambian, el efecto de semejante protección será un alza del precio. Por razones tan adventicias como el progreso de la técnica, la disminución del precio de las materias primas, la reducción de salarios, etc., los costos se reducen y el precio no se eleva. A los ojos del público ignorante y de los economistas "institucionalistas", las generalizaciones de la Economía se invalidan. Las leyes de la oferta y la demanda se suspenden. Las falsas pretensiones de una ciencia que no toma en consideración los hechos, quedan vacías de contenido, etc., etc., y, sin embargo, ¿quién se atreverá a pedir a los que se dedican a cualquier otra ciencia que hagan una predicción del curso completo de una historia incontrolada?

Ahora bien, es indudable que el mismo hecho de que los acontecimientos sean, en general, incontrolables,(18) y de que el margen de los datos conocidos sea tan extenso y tan expuesto a influencias extrañas, hace que la obra de predicción, por mucho cuidado que en ella se ponga, resulte azarosa en extremo. En muchos casos los pequeños cambios de los datos se hallan tan expuestos a una compensación con otros susceptibles de ocurrir independiente y simultáneamente, que es muy reducido el valor de predicción del conocimiento de las tendencias que intervienen. Pero existen cambios de cierta amplitud que comprenden generalmente diversos renglones de gasto o de producción, en los que el conocimiento de las consecuencias es una base muy firme para hacer conjeturas. Tal es, en particular, el caso en la esfera de los fenómenos monetarios. Es indudable que un conocimiento completamente elemental de la teoría cuantitativa fué de un inmenso valor de prognosis durante la guerra y durante las perturbaciones que la siguieron. Si los especuladores que compraron marcos alemanes después de la guerra con la seguridad de que el marco volvería a tener automáticamente su antiguo valor hubieran tenido un conocimiento de la teoría monetaria como el que tenía, digamos, Sir William Petty, se habrían dado cuenta de que era ridículo lo que hacían. Asimismo, cada vez es más y más claro, por razones puramente analíticas, que en cuanto han aparecido los signos de un auge, la depresión es casi segura, aunque el momento de su llegada, así como su duración, son cuestiones que no pueden preverse, pues dependen de actos volitivos humanos que tienen lugar después de que los síntomas en cuestión han aparecido. Es casi seguro también que en la esfera del mercado de trabajo ciertos tipos de política de salarios se traduzcan en desocupación si los otros factores permanecen iguales; y el conocimiento de cómo los "otros factores" deben cambiar para evitar ese resultado permite con frecuencia predecir con bastante seguridad los verdaderos resultados de esa política. Estas cosas han sido verificadas en la práctica una y otra vez. Hoy día sólo puede negarlas el que se rehusa a ver la realidad. Si ciertas condiciones se presentan, y no se interponen nuevas complicaciones, determinadas consecuencias son inevitables.

§ 6. Las leyes económicas, sin embargo, tienen sus límites y es importante, si queremos usarlas en forma conveniente, que conozcamos exactamente en qué consisten ellas. No debería ser difícil a la luz de lo que ya hemos dicho.

El elemento irracional del mundo discursivo del economista está tras la valoración individual. Como ya hemos visto, no hay medio de determinar el probable movimiento de las escalas relativas de valoración.(19) Por consiguiente, en todo nuestro análisis consideramos las escalas de valoración como dadas. Sólo lo que se deriva de esos supuestos tiene el carácter de inevitabilidad. El imperio de la ley lo encontramos en este único campo.

Se sigue, por consiguiente, que las leyes económicas no pueden limitarse a describir los movimientos de las escalas relativas, y que la causación económica sólo abarca la amplitud de sus supuestos originales. Esto no quiere decir que no podamos considerar las alteraciones del valor, que son, por supuesto, la principal preocupación de la economía teórica. Lo único que queremos decir es que, como economistas, no sabríamos ir más allá de los cambios de las valoraciones individuales. Podemos explicar, en términos de ley económica, las relaciones que se derivan de determinadas condiciones técnicas y de las valoraciones relativas. Podemos explicar los cambios debidos a variaciones de los datos; pero no los cambios de los datos mismos. Para delimitar éstos, los austríacos (20) distinguían los cambios endógenos de los exógenos. Los primeros ocurren dentro de una estructura determinada de supuestos. Los otros vienen de fuera.

Para darnos cuenta de la oportunidad de estas distinciones para el problema de la prognosis, debemos considerar una vez más las derivaciones de la teoría monetaria. Dados ciertos supuestos acerca de la demanda de dinero, podemos afirmar justificadamente que un aumento del volumen de la circulación originaría la caída del valor externo del dinero. Este es un cambio endógeno: se deriva de los supuestos originales y, mientras éstos subsisten, el cambio es absolutamente inevitable. No estamos autorizados para asegurar, sin embargo, como a menudo se ha asegurado en los últimos años, que si los tipos de cambio bajan, necesariamente debe haber inflación. Sabemos que esto acontece a menudo. Sabemos que los gobiernos son a menudo estúpidos y cobardes y que son muy generales las opiniones equivocadas acerca de las funciones del dinero. Pero no hay ninguna conexión inevitable entre la baja de los tipos de cambio y la decisión de poner a trabajar la impresora de billetes. Un nuevo acto volitivo interrumpe la cadena de la "causación"; pero entre la emisión de papel moneda y la caída de su valor externo no se observa ninguna variación de la disposición a la acción que hemos supuesto en los diversos sujetos económicos interesados. Todo lo que acontece es que, por así decirlo, el índice de los tipos de cambio se desplaza hacia un nivel inferior.

Un ejemplo más de la misma distinción lo encontramos en la controversia sobre las reparaciones. Supongamos que pudiera demostrarse que la demanda exterior de productos alemanes era muy inelástica, de manera que, al menos en un plazo corto, resultaba muy grande la carga del grado de traspaso necesario que habría de hacerse además de la carga de pagar los impuestos interiores. En semejantes circunstancias podría afirmarse que la presente crisis se debió directamente a meros factores económicos. Es decir, que hasta el momento en que el pánico sobrevino, las diversas complicaciones fueron consecuencias de los obstáculos implícitos en las condiciones de la oferta y la demanda mundiales.(21) Mas supongamos que pudiera demostrarse que la causa fundamental de la dificultad fué el pánico financiero, debido al temor de una rebelión política a la que inducía la magnitud del peso del impuesto original. En este caso no podría decirse que las causas fueran puramente económicas, pues ha intervenido la reacción política provocada por la carga del impuesto. La "crisis del traspaso" proviene de causas exógenas.(22)

Ahora bien, no siempre es fácil establecer esta distinción. En algunos casos puede haber una conexión funcional entre la tasa de remuneración y los incrementos de la cantidad y calidad de la población trabajadora. ¿Cómo debemos considerar esto? Por lo que se refiere a la respuesta, la causa es endógena; pero por lo que se refiere a la configuración de la demanda del mercado, la causa es exógena. Aparecen nuevas personas con nuevas escalas de valoración relativa. Además, como el profesor Knight lo ha señalado a menudo, la situación se complica todavía más por el hecho de que en algunas sociedades existen incentivos financieros definidos para ciertos individuos que alteran los datos. Existen recursos destinados a la investigación que acaban por modificar el conocimiento técnico, en tanto que los gustos de los sujetos económicos pueden cambiar por la persuasión. Es muy difícil aplicar la distinción a semejantes cambios. Debemos admitir que el sistema es "abierto". Sin embargo, la clasificación es bastante clara e indudablemente es una ayuda positiva para el pensamiento. Conviene, pues, retenerla hasta que la solución de los problemas se halle mucho más adelantada.

Del mismo modo, debe reconocerse que en la discusión de problemas prácticos se halla implícita a menudo cierta clase de cambios exógenos, íntimamente conectados con los cambios dentro de la cadena de la causación económica. En la esfera de los problemas monetarios el peligro de que la baja del tipo de cambio pueda inducir a las autoridades monetarias a la inflación debe ser considerado como una parte de la discusión. En la esfera de la política arancelaria la tendencia a otorgar una tarifa protectora para crear comunidades monopólicas, de interés para los productores nacionales, indudablemente es una probabilidad que no deben pasar por alto los encargados de administrar un negocio. En esta y en otras conexiones hay una especie de penumbra de probabilidades psicológicas que, por meras razones prácticas, conviene frecuentemente tomar en cuenta.(23) No cabe duda de que la comprensión que suelen requerir estos problemas es de un orden muy elemental, no obstante lo cual es sorprendente el número de personas que carecen de ella. Sin duda, la mayor parte de las probabilidades son certidumbres virtuales. Quizá ningún hombre sensato discuta su utilidad como máximas de política práctica. Por desgracia no todos los que participan en discusiones de esta clase son sensatos, y aunque es muy conveniente que el economista que desea que las aplicaciones de su ciencia sean provechosas tenga una amplia preparación en otras disciplinas afines que pueda invocar en su ayuda, también lo es que se reconozca una distinción entre las generalizaciones económicas en el sentido en que hemos venido usando este término y las generalizaciones de la "penumbra sociológica" que no tienen el mismo grado de probabilidad. El economista nada tiene que perder al subestimar más que exagerar el alcance de su certidumbre. En efecto, sólo cuando se hace esto puede esperarse que el enorme poder de convencimiento de lo que resta pueda funcionar libremente.

§ 7. Todo esto tiene una íntima relación con la cuestión que dejamos pendiente al terminar el capítulo anterior. ¿No será posible ampliar nuestras generalizaciones hasta incluir en ellas los cambios de los datos? Hemos visto en qué sentido se puede concebir la economía dinámica: el análisis a través del tiempo del derrotero de un sistema que se ajusta como consecuencia de la existencia de condiciones dadas. ¿Será posible ampliar nuestra técnica para que podamos predecir los cambios de estas condiciones? Más brevemente: ¿no podemos construir una teoría completa del desenvolvimiento económico?

Las perspectivas son muy dudosas si el análisis anterior es correcto. Si fuésemos capaces de conocer de una vez por todas la elasticidad de la demanda de todas las mercancías imaginables y la de la oferta de todos los factores, y si pudiéramos suponer que estos coeficientes fueran constantes, estaríamos en aptitud, ciertamente, de hacer un cálculo que nos permitiera pronosticar -como un Laplace de la Economía- el panorama económico del mundo en cualquier momento del futuro; pero como ya hemos visto, por útil que pueda ser este cálculo para juzgar de la inmediata potencialidad de situaciones particulares, no hay razón para atribuirle una validez permanente. Nuestro Laplace económico fracasaría porque en nuestro sistema no hay constantes de esta clase. Tenemos, por así decirlo, que redescubrir de momento en momento nuestras diversas leyes de gravitación.

Pero ¿no será posible en un sentido más formal pronosticar los cambios importantes de los datos? Podemos no ser capaces de predecir cuáles serán los gustos particulares y cuáles las relaciones entre mercancías determinadas; pero incluyendo en nuestra concepción del cambio endógeno cambios semejantes a los señalados arriba -la actitud de la población frente a un cambio de los ingresos, el estímulo para las invenciones, etc.- ¿ no podríamos delinear en términos generales un plan de probable desarrollo que nos fuera útil?

Por lo que se refiere a los cambios que se operan en la población, es indudable que se les puede concebir como el resultado de incentivos monetarios. Podemos concebir, como lo hicieron los economistas clásicos, un equilibrio final en el que el valor de una futura remuneración descontada del trabajo es igual a los costos descontados del sostenimiento, de la educación y del adiestramiento de los obreros. Es dudoso que convenga suponer esta conexión funcional particular tratándose de otras sociedades que no sean las de propietarios de esclavos. Porque debe recordarse que, con excepción de este caso, no podemos suponer, como lo hicieron alguna vez los economistas clásicos, que son de carácter objetivo los costos que son equivalentes a las ganancias: el ritmo del equilibrio, fuera de una sociedad de esclavos, es aquel que estimula la oferta constante de obreros, y no el que sólo hace posible fisiológicamente sostenerlos. No obstante, semejante supuesto, en lo que vale, puede hacerse.

Pero, aun así, lo único que hemos hecho es describir en términos formales una condición de equilibrio final. No hemos hecho nada que nos permita pronosticar los cambios de las condiciones finales de la oferta de trabajadores. Quedan fuera de nuestra técnica de predicción las grandes vicisitudes de las opiniones acerca de la posible magnitud de la familia o el más apetecible cortejo de esclavos. ¿Quién dirá si persistirán las influencias actuales sobre la magnitud de la familia, que presagian, de continuar por unos cuantos milenios, reducir la población de Europa a pocos cientos de miles de habitantes, o si cederán el paso ante el brote de una nueva fe, de nuevos conceptos del deber, de una concepción distinta de lo que es esencial en una bella vida? Podemos dar rienda suelta a nuestra imaginación; pero es indudable que el análisis económico tiene muy poco que ver con esto.

Las perspectivas no son mejores por lo que se refiere a los cambios técnicos y a la invención. Como el profesor Schumpeter lo ha subrayado, aun aquí es muy difícil concebir un ajuste del equilibrio. Quizá podría concebirse con un poco de maña. Pero ¿de qué nos serviría ello para pronosticar -lo que seria necesario para una teoría del desenvolvimiento en el sentido en que ahora estamos usando el término -la naturaleza de los cambios por venir? ¿Qué técnica analítica podría predecir las tendencias de las invenciones que condujeron, por un lado, a la aparición del ferrocarril y, por otro, al motor de combustión interna? Aun si pensamos que, conociendo la técnica, podemos pronosticar la clase de relaciones económicas asociadas a ella, lo que, naturalmente, es muy discutible ¿cómo podemos pronosticar la técnica? Como los ejemplos citados lo ilustran bastante, no es exacto en manera alguna que la tendencia apunta en general en un solo sentido. No necesitamos postular un indeterminismo final si suponemos que, desde el punto de vista de nuestro sistema, semejantes cambios son impredecibles.

Sucede lo mismo cuando se trata de los cambios en el marco jurídico dentro del que concebimos los ajustes que estudiamos. Hay un sentido importante en que el objeto de la Ciencia Política puede considerarse que cae dentro de los límites de nuestra definición de lo económico. Los sistemas de gobierno, las relaciones de propiedad y otras cosas semejantes pueden ser consideradas como el resultado de una elección. Es conveniente que esta concepción sea examinada más cuidadosamente de acuerdo con el método del análisis mejor conocido. Pero ¿cómo podremos decir de antemano qué elección habría de hacerse? ¿Cómo podemos pronosticar la sustancia de la inferencia política de los sistemas?

Se ha pretendido interpretar la evolución de las formas políticas en términos de la distribución de la fuerza "económica" y por el papel que juega el interés "económico". Sería una necedad negar que, dentro de ciertos límites, pueden darse explicaciones que, por lo menos sean inteligibles. Pero cuando se examinan más rigurosamente los límites dentro de los cuales esto es posible, se ve que son mucho más estrechos de lo que a menudo se cree. Quizá podamos explicar cambios políticos particularidades en términos del "interés" de grupos particulares de productores; el mecanismo del mercado, por lo menos, proporciona un índice vago y superficial de los intereses durante un breve período que es susceptible de una definición objetiva. Pero la verosimilitud de las explicaciones más grandiosas de esta clase descansa en el supuesto de que los intereses de grupos más numerosos son igualmente susceptibles de una definición objetiva, lo que es inexacto. Lejos de que el análisis económico justifique una explicación económica de esta clase, afirma que es completamente falsa. El concepto de interés implícito en todas estas explicaciones es subjetivo. Es una función de lo que el público cree y siente. Y en la Economía no existe ninguna técnica que nos permita pronosticar estas perturbaciones del espíritu. Podemos pronosticar sus efectos cuando han ocurrido, especular acerca de los efectos de cambios hipotéticos, considerar formas alternas e investigar lo concerniente a su estabilidad y a su tendencia a cambiar; pero por lo que se refiere a nuestra capacidad real para predecir el proceso de un cambio, con su manifiesta dependencia de elementos heterogéneos de contingencia, persuasión y fuerzas ciegas, si somos humildes, tenemos que ser modestos en nuestras pretensiones.

Así, pues, el estudio de la Economía nos muestra, en último análisis, una región en la que la conducta humana está sujeta a leyes económicas, y otra en la que no operan. Esto no quiere decir que dentro de esta última región no existan leyes, o uniformidades. Esta cuestión no la investigamos. Lo único que se quiere decir es que, desde el punto de vista del análisis económico, hay por lo menos ciertas cosas que deben considerarse como datos finales.



1. Ver la discusión clásica sobre la cuestión en Character and Logical Method of Political Economy, de CAIRNES, 2ª ed., 81-99. Ver también HAYEK, Collectivist Economic Planning, 8-12.

2. Ver II, §§ 1, 2 y 3

3. STRIGL, Op. cit., 18.

4. Nótese la limitación "valor constante y permanente". Deben examinarse las observaciones que se hacen más abajo sobre el valor positivo de las investigaciones de esta clase antes de rechazar por drástica en exceso la conclusión del texto.

5. En HALBERSTAÉDTER, Die Problematik des Wirtschaftlichen Prinzips, pueden encontrarse observaciones muy interesantes sobre los problemas examinados antes.

6. En todos los asuntos examinados en esta sección debo mucho a mis conversaciones con el doctor Machlup.

7. Sobre el aspecto del institucionalismo que se discute después debiera consultarse el ensayo del profesor Wesley MITCHELL, "The Prospects of Economics", en Trend of Economics (ed. Tugwell). Sobre la posición general de la escuela, ver MORGENSTERN, "Bemerkunger über die Problematik der Amerikanischen Institutionalisten", en Saggi di Storia e Teoria Economica in onore e recordo di Giuseppe Prato, Turín, 1931; FETTER, art. "America", Wirtschaftstheorie der Gegenwart, 1, 31-60. Ver también la reseña de Trend of Economics, por el profesor Allyn YOUNG, reimpresa en su Economic Problems New and Old, 232-260.

8. Business Cycles, 2ª ed., 419.

9. Ver MORGENSTERN, "International vergleichende Konjunkturforschung", Zeitschrift für dic Gesammte Saatswissenschaft, LXXXIII, 261. En la segunda edición de su libro, el profesor Mitchell intenta refutar las críticas del doctor Morgenstern, en una nota muy extensa; pero, a mi modo de ver, fuera de afirmar que sus observaciones sobre China se refieren a ciudades costeras (¡), no hace sino reiterar que la "distribución de observaciones alrededor de su tendencia central es una cuestión de mucho interés teórico". (Business Cycles, 2ª ed., 420.)

10. Richard JONES, Collected Works, 21 y 22. La comparación no es completamente justa para Jones, que pudo haber tenido mucha razón en algunas de sus críticas del sistema ricardiano. El verdadero precursor de la "economía cuantitativa" moderna fué sir Josiah Child, quien intentó demostrar que la concomitancia de millonarios y de tipos de interés reducidos era un índice de que los primeros eran un resultado de los segundos.

11. El descrédito de la escuela histórica en Alemania se debe, en gran parte, a la incapacidad de sus representantes para entender las perturbaciones monetarias de la guerra y de la post-guerra. No es improbable que a la completa incapacidad de la "economía cuantitativa" para entender o predecir la gran depresión, le siga una revulsión similar. Sería muy difícil, en realidad, imaginar una revelación más completa y conspicua.

12. Die Irrthümer des Historismus, Prefacio, III y IV.

13. En los libros Canadian Balance of International Indebtedness, del profesor Jacob VINER, e International Trade, del profesor TAUSSIG, hallamos ejemplos clásicos de este tipo de investigación.

14. Para todo esto ver HAYEK, La Teoría Monetaria y el Ciclo Económico, I y II, passim.

15. En el párrafo siguiente examinaremos otra función importante, esta vez en relación con la práctica.

16. Ver, por ejemplo, DALTON, Public Finance, 2ª ed., 73.

17. Ver, por ejemplo, las diversas "refutaciones" estadísticas de la teoría cuantitativa de la moneda que han aparecido en los últimos años. A este respecto, lo único que necesita repetirse es el comentario de Torrens sobre Tooke. "La Historia de los Precios puede considerarse como un estudio psicológico. Tooke inició sus trabajos como discípulo de Horner y Ricardo, aprovechándose de la luz refleja de su alianza con esos nombres célebres; pero la acumulación de datos lo condujo a un laberinto de errores, dada su capacidad para recolectar hechos contemporáneos que se impuso a sus facultades perceptivas y lógicas. Incapaz de percibir que un principio teórico, si bien puede imponer de manera irresistible el asentimiento en las circunstancias que coincidan con las premisas de que se deduce, debe ser aplicado con mucho cuidado y corrección en todos los casos que no coincidan con las premisas, cayó en un malentendido completo del principio presentado por Adam Smith, imputándole a tan elevada autoridad el absurdo de sostener que las variaciones de la cantidad de dinero son causa de que el valor nominal de todas las otras mercancías varíe en iguales proporciones, en tanto que el valor de las mercancías, el de una en relación con las demás, varían en proporciones desiguales. Los razonamientos derivados de esta extraordinaria falsedad por fuerza habían de conducir a conclusiones extraordinarias. Convencido de que Adam Smith había establecido correctamente como un principio universalmente verdadero el de que las variaciones del poder adquisitivo de la moneda producen una alteración en iguales proporciones de los precios de todas las mercancías, y como no descubriera, a medida que proseguía la investigación de los fenómenos de los mercados en diferentes épocas, casos en los que la expansión o contracción de la circulación provocara una caída o una elevación de iguales proporciones de los precios de las mercancías, llegó, mediante una estricta inferencia lógica, de las premisas así supuestas ilógicamente a su gran descubrimiento de que ningún aumento de los medios de cambio puede tener el efecto de aumentar los precios" (The Principles and Operation of Sir Robert Peel's Act of 1844 Explained and Defended, 1ª ed., 75).

18. La pretendida ventaja de la "planeación" económica (la de que procura una mayor seguridad respecto del futuro) depende del supuesto de que, dentro de un "plan", las fuerzas dominantes, la elección individual del que gasta y del que ahorra, quedan también sometidas a la autoridad de los que formulan el plan. De ahí que surja la paradoja de que los planeadores están desprovistos del instrumento para calcular los fines de la comunidad a la que intentan servir, o que si restauran ese instrumento, suprimen la razón de ser del "plan". Por supuesto, el dilema no aparece si la autoridad se considera capaz de interpretar estos fines o -lo que es mucho más probable- si no tiene intenciones de servir propósitos distintos de los que ella considera propios. Esto sucede no pocas veces, por extraño que parezca. Rascando a un posible "planeador" se descubre con frecuencia un posible dictador.

19. Debiera observarse que no es lo mismo decir que no hay medios disponibles para definir el movimiento probable de la curva de la demanda. Es importante comprender que la curva de la demanda debe concebirse como una derivación del sistema de indiferencia, que es más importante, y a éste es al que se refiere nuestra proposición.

20. Ver especialmente STRIGL, "Aenderungen in den Daten der Wirtschaft", Jahrbücher für Nationalökonomie und Statistik, CXXVIII, 641-662.

21. Este es el caso limite discutido en el ensayo del doctor MACHLUP, "Transfer und Preisbewegung", Zeitschrift für Nationalökonomie, I, 555-561.

22. El profesor Souter dice que le faltan palabras para describir el tipo mental que encuentra placer al establecer semejantes distinciones (op. cit., 139); pero aparte de consideraciones metodológicas, seguramente hay muy sólidas razones para observarlas. Me atrevo a decir que si algún gobierno hubiera pedido consejo al profesor Souter sobre semejantes cuestiones después de haber diagnosticado los factores económicos, se habría detenido para decir: "pero naturalmente surge en seguida el problema político: ¿lo soportará el pueblo?" Y podría añadir con Cantillon: "pero ese asunto no me corresponde". O, como verdadero hegeliano, invadiendo otros campos, podría haberse lanzado hacia una disquisición acerca de lo que es y no es posible políticamente; mas habría tenido que hacer la distinción. Podríamos discutir después amistosamente cómo habría podido llamarla.

23. Como en la primera edición, me atrevo a llamar la atención sobre las palabras usadas en esta receta. Argumento en favor de una mayor exactitud en la forma de presentación no de una austeridad excesiva en el alcance de la especulación. Estoy muy lejos de sugerir que al discutir problemas prácticos los economistas deben abstenerse de considerar la probabilidad de aquellos cambios de los datos cuya causación queda fuera de los limites estrictos de la ciencia económica. Mas me inclino a creer que este es un campo de especulación sociológica en el que los economistas pueden tener una marcada superioridad sobre otros, e indudablemente es un campo en el que hasta hoy han hecho mucho más que otros. Baste pensar en las diversas discusiones sobre las posibles formas de una comisión de aranceles en una comunidad democrática o en las condiciones necesarias de la administración burocrática de empresas productivas para darse cuenta de cuál es mi idea. Todo lo que discuto es la conveniencia de reconocer la distinción entre la clase de generalización que corresponde a este campo y la que corresponde a la economía propiamente dicha.

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