LA TIERRA Y LA CUESTIÓN SOCIAL

Joaquín Costa Martínez

  Sobre amnistía de los obreros

Para D. Emilio Junoy.

Recibo hoy el telegrama en que se sirven ustedes requerir mi voto para la proposición de una amnistía general á los trabajadores sujetos á proceso ó que están sufriendo ya condena por hechos realizados en la lucha entre el capital y el trabajo; y he aquí mi respuesta.

Si yo me hallara en el caso y lugar del Sr. D. Raymundo Fernández Villaverde, no dudaría en dar satisfacción inmediata á esa pretensión de las clases obreras, que creo es también demanda de la opinión, sin hacérmelo rogar más tiempo, por las razones siguientes:

1.ª Lo primero que me ocurriría es lo mismo que se le ha ocurrido al ilustre hacendista jefe del Gobierno: que el poder público no debe comprometer la dignidad de la ley, cediendo á solicitudes ó reclamaciones que lleven algún dejo de amenaza, de desafuero ó de violencia; pero me haría más fuerza el recuerdo de Cánovas del Castillo, quien proclamó y mantuvo la misma doctrina respecto de los cubanos con el infeliz suceso que todos sabemos: cuando Cuba se someta y deponga las armas, pensaría la Metrópoli, sin mengua ya de su dignidad, en conceder la autonomía... A la vista tenemos las consecuencias.

Los obreros son ya las únicas Indias que le quedan á España: que no las pierda también! Aunque no se consiguiese con la amnistía más que pacificar los espíritus temporalmente (á otra cosa no puede aspirarse), dando esa pequeña satisfacción á los trabajadores, el solo hecho de conjurar la huelga general vale bien por una paz del Zanjón. Se necesita en los Gobiernos más valor para ceder que para resistir; y yo, en el caso del Sr. Villaverde, procuraría tener ese valor. Sobre que no se trata de ceder, sino de transigir; de poner término á una guerra civil incipiente en la misma forma en que han concluído las promovidas por los partidarios del régimen absoluto en el siglo pasado.

2.ª En segundo lugar, no miraría yo al "adversario" exclusivamente desde mi punto de vista, según es uso, sino queme pondría en su lugar; único modo de ser justo con él. Recordaría que según el Sr. Villaverde (en el preámbulo á su proyecto de ley sobre reforma del impuesto de Consumos, presentado al Congreso de los diputados el 16 de Junio de 1899), "muchos jornaleros no ganan más de 1 peseta ó 1,50 al día, insuficiente para costear los 62 céntimos por cada uno de los individuos de la familia á que asciende el importe de la ración de vida"; recordaría que, según el señor conde de San Bernardo, otro ministro de la actual situación (en su discurso del Senado fecha 9 de Junio último), "el obrero no puede vivir con el jornal que recibe, y los propietarios no le pueden dar más, con la producción actual" -(afirmación que envolvería la condena de todo nuestro estado social, la confesión de nuestra incapacidad y la necesidad de someternos á la dirección de un pueblo que sepa gobernar; porque si los trabajadores, trabajando hasta el agotamiento, no pueden vivir, para qué quieren la patria, ni qué puede importarles el orden social); y después de recordar eso, me preguntaría qué pensaríamos y qué haríamos el Sr. Fernández Villaverde, el señor conde de San Bernardo y yo si nos halláramos en el caso de esos honrados obreros y jornaleros de quienes ahora se trata; y luego de deliberar sobre la pregunta, me contestaría probablemente mirando en cada uno de nosotros un héroe digno de premio y alabanza por nuestro aguante y nuestra disciplina, por no haber cometido otras rebeldías, amenazas y apelaciones á la violencia que las que diríamos de autos; y acabaría por repetir aquello que, contra el salvaje sistema probatorio del enjuiciamiento antiguo escribió el buen sentido del jesuita alemán P. Spe y dió á conocer aquí nuestro insigne P. Feijóo, con aplicación especial al delito de hechicería:

"¿Para qué (les dice á los jueces) fatigarse en buscar con tanta solicitud á los hechiceros? Yo os mostraré dónde se encuentran. Prended á los capuchinos, á los jesuitas, á todos los religiosos; sometedlos á cuestión de tormento, y veréis cómo confiesan que han incurrido en el crimen de hechicería. Si algunos negaren, reiterad el tormento tres y cuatro veces, que al fin confesarán. Raedles el pelo, exorcitadlos, repetid la ordinaria cantinela de que el demonio los endurece; proceded siempre inflexibles sobre este supuesto, y veréis como no queda uno solo que no se rinda. Hartos hechiceros tenéis ya; pero si queréis más, prended á los obispos, canónigos y doctores: con la misma diligencia lograréis que confiesen ser hechiceros; porque ¿cómo podría resistir la tortura esta gente delicada? Si todavía deseáis más, venid acá, yo os pondré á vosotros mismos en el tormento y confesaréis lo mismo que aquéllos. Atormentadme luego vosotros á mí, y no hay duda que resultaré tambien reo del mismo delito por confesión propia. De este modo, todos somos hechiceros y magos."

Y de este modo, Sr. D. Raymundo, sometidos á la tortura del hambre, á la tortura del no poder vivir ni mantener á los hijos, del carecer durante treinta años de esa ración mínima de 62 céntimos; de este modo, repito, todos somos rebeldes y anarquistas. Et quod tibi non vis...

3.ª Reflexionaría, por último, que la culpa de lo sucedido no está en los obreros, ó no está en ellos solos: está también en las clases patronales y terratenientes, está en el régimen caciquil, está en la sociedad, que no se ha cuidado seria y eficazmente de fomentar la riqueza y la educación ni de imponer las reformas sociales, aun aquellas ya experimentadas y que han causado definitivo estado en Europa; y quien de tal modo ha sido colaborador en la culpa y desertado su puesto, no tiene derecho á extremar las severidades, como si la razón estuviese entera de su parte y no le alcanzara la más mínima responsabilidad.

Tales son, entre otras, las razones que me mueven á votar por la amnistía general inmediata.

Madrid, 31 de Julio, 1903.

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