Principios de Economía Política

Por el Doctor
D. Manuel Colmeiro
Catedrático de la Universidad de Madrid


Alojado en "Textos selectos de Economía"
http://www.eumed.net/cursecon/textos/

 

PARTE PRIMERA. - De la producción de la riqueza.

CAPÍTULO XXXV. - De las emigraciones.

Desde tiempos muy antiguos la expatriación es un remedio del exceso de la gente que puebla cierto territorio y de la miseria que aflige a la multitud de habitantes, cuando faltan ó escasean las subsistencias. La Economía política está llamada a dar su voto acerca de las emigraciones por el influjo que tienen en la población y riqueza de los estados.

Las emigraciones pueden ser individuales ó colectivas, voluntarias ó forzosas, temporales ó perpetuas. Hay personas ó familias que se resuelven a dejar su país natal en busca de mejor fortuna, y clases, sectas ó partidos que lo abandonan de grado ó por fuerza. Algunas veces la historia refiere cómo emigraron de su voluntad ó fueron lanzados de la patria hombres y mujeres, ancianos y niños, y en fin todo un pueblo. Acontece asimismo que los emigrantes se establezcan en la tierra hospitalaria a donde se dirigen, despidiéndose para siempre de aquella otra donde han nacido y vivido, ó bien se ausentan por un plazo más ó menos largo, trabajan, recogen sus economías y vuelven al hogar de la familia.

Varias y complicadas son las causas de la emigración, accidentales las unas, y las otras permanentes. La pobreza del país tal vez agravada con una serie de malas cosechas; el amor instintivo a la propiedad territorial imposible de satisfacer allí donde la tierra está ocupada ó vale muy cara; la transformación de la industria que cada día se agranda y arruina la mayor parte de los oficios mecánicos; la cortedad de los salarios; una legislación favorable al deseo de expatriarse; la facilidad de la navegación por medio del vapor; las persecuciones políticas ó religiosas; la imaginación exaltada con la relación de algunos sucesos prósperos; el atractivo de las aventuras y la pasión que nos arrastra a lo desconocido, sobre todo cuando la fama pregona maravillas semejantes al oro de la Australia y la California, son las principales causas de la emigración europea que se derrama por las regiones más remotas del Nuevo Mundo.

No se abandona sin pesadumbre la casa paterna, ni la tierra que nos vio nacer, ni los amigos de la infancia, ni se renuncia con ánimo sereno a los usos y costumbres de toda la vida. Tiene la emigración sus dificultades y sus dolores que la limitan, y tanto que sólo se determinan a romper los lazos de la patria amada aquellos que han perdido la esperanza de arrancarse la espina de la miseria en medio de los suyos. Así son por lo común los emigrantes colonos desposeídos, jornaleros sin pan ni trabajo, mendigos en fin que van huyendo del hambre, de la enfermedad y la muerte.

Las naciones de Europa que dan mayor contingente a la emigración actual son la Gran Bretaña por Irlanda é Inglaterra, Alemania por el gran ducado de Baden, Wurtemberg y Mecklemburgo, Suiza y algo Francia por la Auvernia, el Franco—Condado y sobre todo la Alsacia. España participa de este movimiento, contribuyendo las provincias de levante a poblar la vecina Argelia, y las del norte las distantes repúblicas hispano—americanas.

Los cálculos más largos hacen subir a 600,000 el número total de emigrantes en cada año, pequeño alivio de una población demasiado densa, allí donde existe, ó débil contrapeso a su desarrollo, cuando la abundancia y comodidad de las subsistencias aceleran la propagación de la especie humana. Por eso dicen los economistas que la emigración tiene poca eficacia para moderar la energía del principio de la población asentado y desenvuelto por Malthus y su escuela, porque si da salida a los hombres, también echa fuera el trabajo y capital de la nación, considerando que los emigrantes son de ordinario hombres en la flor de la edad, sanos y robustos, aplicados a los ministerios industriales, expertos en ellos, y gente en suma que enriquece su patria adoptiva tanto como empobrece su patria natural. Pues si crece la miseria con su ausencia, la población se hallará tan oprimida ó acaso más que antes de este aparente desahogo, aunque sea menor en el país el número de habitantes.

Creemos que en esta pintura se sacrifica una parte de la verdad a la idea preconcebida. Los emigrantes no constituyen lo selecto de la población, ni poseen capital excepto el representado por su corta inteligencia, ni menguan de un modo sensible el trabajo, pues precisamente porque no hallan en qué ocuparse y ganar la vida, arrostran los peligros de la navegación, el dolor de una eterna despedida a su patria y los azares de su establecimiento en medio de un pueblo desconocido cuyo idioma, religión, clima, usos y costumbres son muy distintas. Emigran forzados de la necesidad hombres y mujeres, ancianos y niños, sanos y enfermos, casi todos pobres, muchos torpes y rudos y algunos viciosos y criminales.

Lejos de nosotros la idea que la expatriación es providencial y un medio seguro de conservar el equilibrio entre la población y las subsistencias. Admitimos su poca eficacia, y sólo vemos en ella un paliativo del exceso de habitantes, cuando en efecto su número pasa del justo nivel.

Preguntan algunos escritores de Economía política si la emigración es un bien ó un mal para el país de donde procede. La respuesta no puede ser en todos los casos la misma. Cuando rebosa la población ó escasea el trabajo, la emigración alivia la carga que pesa sobre el estado y mejora la suerte de los que se quedan en el seno de la patria. Podrá suceder que la población continúe creciendo y llene pronto el vacío de los emigrantes, pero siempre será un bien aunque pasajero. Mayor bien seria si la emigración contribuyese a poblar y enriquecer las colonias, ó si los expatriados tuviesen la costumbre de volver a su tierra, aumentando el capital de la nación con la fortuna allegada durante su ausencia a fuerza de trabajo y economía. Así sucede que la opinión y el gobierno de la Gran Bretaña no sólo protegen la emigración, pero la fomentan considerándola como un acto de política y una obra de caridad.

Mas si la emigración no es provocada por un exceso relativo de población, ó si las personas y familias que abandonan la patria se llevan consigo capital, industria y hábitos de trabajo, en fin, si los emigrantes constituyesen lo más granado de la gente varonil, robusta, despierta y laboriosa, seria un mal grave, pudiendo vivir en el país con cierta holgura. Este caso es raro y apenas ocurre sino cuando hay expulsiones ó emigraciones involuntarias.

La intervención del gobierno en punto a la emigración debe ser escasa. Si fuere un bien, se habrá de ceñir a remover los estorbos que detienen su corriente; y si fuere un mal, podrá usar de medios indirectos que la entorpezcan, tales como mejorar la condición de los que luchan contra la adversidad. Nunca deberá impedirla, porque nunca tiene la autoridad derecho para encadenar el hombre a su hogar, y porque el derecho de emigrar es el derecho de vivir que a nadie le puede ser negado.

La humanidad exige que el gobierno procure, en cuanto fuere posible, encaminar y dirigir la emigración hacia los climas sanos, las tierras fértiles y los abundantes capitales; condiciones difíciles de reunir, pero al fin dignas de tomarse en cuenta, para que el descuido no sea interpretado por indiferencia ó crueldad con el infortunio.

Respete el gobierno la sagrada voluntad del emigrante; mas no por eso renuncie a la tutela paternal que ejerce previniendo a los incautos que tal vez caen en las redes de una cruel especulación, protegiendo a los viajeros contra los accidentes de una navegación tan larga y peligrosa y velando sobre ellos cuando llegan a la tierra apetecida, no sea que abusen los fuertes de su debilidad y les falten a la ley de los contratos. Una dolorosa experiencia enseña que en muchas partes al tráfico de los negros se sustituyó el tráfico de los blancos.

Las emigraciones forzosas son aborrecibles a los ojos del economista, porque no las provoca la necesidad, ni las aconseja la conveniencia, sino que las causan las persecuciones políticas ó religiosas. Todo el mundo sabe que Luis XIV cometió un deplorable desacierto al revocar el edicto de Nantes, pues con aquella rigorosa providencia obligó a salir de Francia una multitud aplicada a las artes y oficios que pagó la hospitalidad de Prusia, y en general de Alemania, Inglaterra, Holanda y Suiza enriqueciéndolas con nuevas manufacturas.

España arrojó de sus dominios 160,000 judíos útiles y laboriosos por el edicto de Granada de 1492. Eran los judíos de ingenio sutil, solícitos de riquezas, incansables en el trabajo: dábanse al trato y mercadería, allegaban dinero Y lo prestaban a los particulares y al gobierno. Había entre ellos pocos labradores; pero con sus muchos y buenos caudales alimentaban la agricultura, las artes y el comercio de España que sin este poderoso auxilio empezaron a desfallecer. Muchos se pasaron a Francia y se establecieron en el Lenguadoc, y llevaron allí nuestro tráfico con Berbería y con las gentes de Fez y Marruecos. Otros se avecindaron en Inglaterra, Italia, costa de África y regiones de Levante, propagando por estas tierras los hábitos de industria y comercio que habían adquirido viviendo en compañía de moros y cristianos. Fue grande la pérdida de España, no tanto por la cantidad, cuanto por la calidad de los expulsos; y así no es maravilla que nuestros escritores políticos noten este suceso como una causa de la despoblación del reino en el siglo XVI y sobre todo en el XVII.

Siguióse a la expulsión de los judíos la de los moriscos verificada de orden de Felipe III en 1609, cuyo número fluctúa entre 200 y 300,000, gente industriosa, templada en el comer y vestir, toda ella ocupada en algo y que no daba lugar a que ninguno de los suyos mendigase. Eran excelentes labradores como depositarios de las tradiciones de los moros, esmerados en el arte de los riegos, aficionados al cultivo de la caña dulce y a los ingenios de azúcar, expertos en de la cría de la seda y hábiles en diversos oficios.

La razón de estado obligó lanzarlos de España donde su vecindad y amistad con los moros los hacia vasallos peligrosos; pero estuvo el mal en oprimirlos y empujarlos hasta el cabo de la desesperación. Su salida dejó un gran vacío en la población y riqueza de estos reinos, y no lo ocultan los mismos que aplauden el decreto de expulsión con celo religioso. « Limpia quedó España del contagio (dice el P. Peñaranda), aunque disminuida de su anterior dotación con notable atraso de su agricultura é industria.

Ambas expulsiones son providencias que si tienen alguna disculpa ante el tribunal de la historia considerando el tiempo y la ocasión en que se dictaron, no hallan gracia ante el tribunal de la Economía política (V. Historia de la Economía política en España, cap. XXX y cap LV.).

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