EL ORDEN ECONÓMICO NATURAL

EL ORDEN ECONÓMICO NATURAL

Silvio Gesell

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Los partidarios del mutualismo (Proudhon)

Debido a la implantación de la libremoneda todo nuestro programa se ha terminado y cumplido. El objetivo, que buscábamos a tanteos, se ha logrado. La libremoneda nos ha proporcionado de la manera más sencilla ese intercambio perfecto de mercancías, que nosotros esperábamos obtener mediante instituciones complicadas y no claramente definidas: los Bancos de intercambio y las Cooperativas. Ya Proudhon dijo: (1) „En el orden social es la mutualidad la fórmula de la justicia. El mutualismo está expresado en el lema: Haz por los demás lo que tu quieras que ellos hagan por tí“. En el lenguaje de la economía política esto significa: Cambiar los productos por otros. Compraos mútuamente vuestros productos! Toda la ciencia social consiste en la organización de las relaciones recíprocas. „Dad al organismo social una circulación perfecta, es decir, un intercambio exacto y regular de productos por productos, y la solidaridad humana estará afianzada, el trabajo organizado.“

Así es, por cierto. El maestro Proudhon tiene razón, por lo menos en cuanto se refiere a los productos del trabajo y no con respecto a la tierra. Pero ¿cómo podríase lograr eso? Lo que el mismo Proudhon propuso para la consecución de aquella circulación, es absolutamente irrealizable. Con su método podría funcionar quizás un modesto Banco de intercambio. ¿Pero cómo organizar toda la economía sobre tal base?

Debíamos haber preguntado: ¿por qué razón no nos compramos mutuamente los productos de tal modo como lo exige su intercambio regular y completo? y responder a esta pregunta antes de formular proposiciones.

Desde luego sabíamos, o por lo menos sospechábamos, que en lo relativo a la moneda metálica no todo estaba en orden. No en vano llamó Proudhon al oro: „un cerrojo del mercado, un centinela que prohibe el acceso al mercado“. (2)

Pero no sabíamos indicar la razón por qué el dinero metálico era malo; jamás hemos investigado esto. Sin embargo por ahí debíamos haber empezado nuestras investigaciones, si queríamos marchar sobre base firme. Esta omisión nos ha llevado desde un principio por mal camino. Proudhon veía la solución de la cuestión social en la elevación del trabajo al nivel del dinero efectivo (quiere decir: del oro). Pero, ¿por qué debían ser „ascendidas“ las mercaderías? ¿Qué es lo que le daba al oro (que era el dinero en aquél entonces) un rango superior al del trabajo?

Este, precisamente, era el error de Proudhon; querer elevar la mercancía al rango de oro. Lo justo sería invertir la frase diciendo: „Dado que el dinero y la mercancía deben hacer la circulación en pie de igualdad, y que el dinero en ningún caso y bajo ningún concepto ha de ser preferido a la mercancía, será necesario que hagamos descender el dinero al rango del trabajo, para que así se cambien mercancías por dinero y dinero por mercancías“.

No nos es dado modificar en forma alguna las cualidades de las mercancías, ni podemos darles las ventajas que posee el oro en su calidad de mercadería. No podemos quitarle a la dinamita su peligrosidad, ni impedir que el vidrio se rompa, o que el hierro oxide, o que la piel sea comida por la polilla. Las mercancías, sin excepción, tienen sus defectos, se descomponen o sucumben a las fuerzas destructoras de la naturaleza - sólo el oro resiste. Además tiene todavía la prerrogativa de ser dinero y, como tal, vendible en todas partes y transportable sin mayores gastos de un lugar a otro. En vista de esto, ¿cómo lograremos equiparar las mercaderías al oro?

En cambio, podemos proceder a la inversa, diciendo: „El dinero, sí, es amoldable; pues se puede hacer con él lo que se quiere, puesto que nos es imprescindible. Bajémoslo por lo tanto al rango de las mercaderías, dándole cualidades que equivalgan a las malas cualidades de las mercancías.

Esta idea razonable ha sido realizada por la reforma monetaria, y los resultados demuestran, con gran satisfacción nuestra, cuánta verdad y cuánta observación atinada había en las frases medulosas de Proudhon, que tan cerca estuvo de la solución del problema.

La reforma monetaria ha hecho bajar el dinero al rango de la mercancía, obteniéndose que ésta, a su vez, quede equiparada también al dinero, bajo todas las circunstancias y condiciones. „Compraos, dijo Proudhon, vuestros productos recíprocamente, si queréis tener venta y trabajo“. Es lo que sucede ahora. El dinero ya encarna hoy tanto la demanda como la oferta; exactamente como en los tiempos del trueque; porque quien en aquel entonces llevaba una mercancía al mercado, traía otra a casa. Salía, pues, siempre tanta mercancía como entraba. Y por el hecho de que el dinero obtenido por la venta (en la reforma monetaria) es inmediatamente invertido en una compra de mercaderías, la oferta de un objeto cualquiera produce una demanda equivalente. El vendedor, contento de haber realizado lo que tenía, se ve, por la naturaleza de la libremoneda, en la imperiosa necesidad de reintegrar el producto de la venta a la circulación, ya sea mediante la compra de mercancías para el propio consumo, ya construyendo una casa, o procurando una buena educación a sus hijos, o por medio de la mestización de su ganado, etc., etc. Y si nada de todo esto le atrae, habrá de prestar el dinero a aquellos que, necesitando mercaderías, carecen de él para comprarlas. O lo uno o lo otro; ya no hay un tercer camino, como sería: guardar el dinero en casa, prestarlo a condición de que produzca interés, comprar mercaderías con fines de lucro, postergar la compra, especular con la espera de mejores perspectivas, etc., todo esto se acabó. „La naturaleza de las mercancías te obligaba a venderlas, ahora por la naturaleza del dinero estás obligado a comprar“. La compra sigue a la venta incesantemente, una trás la otra. Con la misma regularidad con que la tierra gira alrededor del sol, así circulará el dinero en el mercado, en los buenos tiempos y en los malos, en la victoria como en la derrota. Con la misma regularidad, con que el obrero ofrece su trabajo y sus productos, y con que la mercadería busca salida, así aparece también la demanda en el mercado.

Al principio, seguramente, se habrá quejado el comprador de que se le obligase en cierto modo a desprenderse del dinero; habrá considerado esto una compulsión, una restricción de la libertad personal, un atentado contra la propiedad. Pero todo depende del concepto que se tenga del dinero. El Estado declara que el dinero es una institución de carácter público, cuya administración debe regirse por las exigencias del comercio. Estas determinan que a la venta de las mercaderías ha de seguir inmediatamente una correspondiente compra. Ahora bien, dado que el sólo deseo de que cada uno haga circular el dinero por propia iniciativa y para el bien general, en la práctica no basta para lograr la regularidad y continuidad necesaria de la circulación monetaria, se ha implantado una compulsión material, directamente ligada a la moneda. Con ello se ha conseguido el efecto deseado.

Por cierto, que quien no esté conforme con eso, quien no permite una restricción en la libertad de disponer a su antojo del patrimonio, que guarde sus productos en casa, por ser ellos de su indiscutida propiedad, para venderlos recién cuando necesite otras mercaderías. Nadie le impedirá, ni a nadie molestará que prefiera acumular pasto, cal, pantalones, pipas, en una palabra: los productos de su trabajo, en lugar de venderlos. Que lo haga. Pero tan pronto se haya librado del peso de sus mercaderías, cediéndolas por libremoneda, tendrá que recordar los deberes que ha asumido como vendedor y poseedor de dinero, vale decir, ha de procurar que también los demás gocen de los beneficios de la circulación monetaria, pues el intercambio de bienes reposa en la reciprocidad.

El dinero no ha de ser punto de reposo en el intercambio de las mercancías, sino simplemente un medio de transición. El Estado, que fabrica el dinero por su cuenta, y ejerce la superintendencia sobre este medio de cambio, no puede permitir que otras personas abusen de él con fines ajenos al intercambio. Además, sería injusto consentir en el uso gratuito del dinero, pues los gastos para su conservación deben cubrirse con los ingresos fiscales generales, aunque haya muchos ciudadanos que hacen sólo muy poco uso de la moneda (por ejemplo, los productores primitivos). Es debido a eso que el Estado cobra por el uso del dinero un derecho anual del 5%. Así está seguro de que ya no se abusará del dinero con fines de especulación, de explotación o de ahorro. En lo sucesivo sólo utilizará dinero quien verdaderamente lo necesite como medio de cambio, quien haya producido mercancías y quiera cambiarlas por otras. Para todos los demás fines resulta demasiado costoso. Especialmente ha sido excluído como medio de ahorro.

Es enteramente justo que la reforma monetaria exija del que ha vendido sus productos una pronta inversión del dinero, para que los demás también puedan desprenderse de sus mercaderías. Pero no sólo es justo esta exigencia, sino también prudente. Para que alguien pueda adquirir las mercaderías de los demás, es necesario que pueda vender las propias, „Comprad, pues, y podréis vender todos vuestros productos“. Si en la compra pretendo ser amo, he de ser naturalmente un esclavo en la venta. Sin compra no hay venta, y sin venta no hay compra.

Compra y venta unidas forman el intercambio; en consecuencia están ligadas la una a la otra. Debido al dinero metálico, la compra y venta solían estar temporalmente separadas; la libremoneda las ha juntado de nuevo temporal y regularmente. El dinero metálico había separado las mercancías, interponiendo entre la compra y la venta el tiempo, la espera especulativa, el afán de ganancia y mil otros factores ajenos al intercambio; la libremoneda, en vez, une los productos, procurando que la compra siga inmediatamente a la venta, no dejando ni tiempo ni lugar a factores extraños. El dinero metálico era, según la expresión acertada de Proudhon, un cerrojo para el mercado, la libremoneda, en cambio, es la llave.

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(1) Diehl: Proudhon, pág. 43 y 90.
(2) Mülberger: Proudhon, sus obras y su vida.