EL ORDEN ECONÓMICO NATURAL

EL ORDEN ECONÓMICO NATURAL

Silvio Gesell

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El industrial

Ventas, colocación de mercancías, esto es lo que nosotros los empresarios, precisamos; salida normal y segura, pedidos hechos anticipadamente y a largo plazo; porque en la regularidad de la venta está basada la industria. No podemos, desde luego, despedir nuestro personal competente a cada momento y cada vez que las ventas se paralizan, para tomar poco después personas novicias e incompetentes. Tampoco podemos, „por pálpito“, llenar los depósitos con mercaderías, por carencia de pedidos firmes. Que se nos procure mercados seguros, instituciones públicas y adecuadas para realizar la venta de nuestros productos, y ya las venceremos nosotros mismos las dificultades técnicas. Que nos procuren salida de nuestros productos, pago al contado, precios estables y nosotros crearemos lo demás.

Esas fueron nuestras aspiraciones al discutirse la cuestión de la implantación de la libremoneda. Y esas aspiraciones se han cumplido.

Pues ¿qué es salida? Es venta. Y ¿qué es venta? Es cambio de mercancías por dinero. Y ¿de dónde viene el dinero? De la venta de mercancías. Esto es, pues, una circulación completa.

Y cuando el dinero, como en el caso de la Libremoneda, obliga a su poseedor a comprar, recordándole a cada momento sus obligaciones de comprador, mediante la merma que le causa cualquier demora, entonces la compra y la venta se siguen sin interrupción una a otra en toda circunstancia y tiempo. Si cada uno tiene que comprar por el importe de lo que vende, ¿cómo podría entonces paralizarse la venta? La Libremoneda cierra por lo tanto el engranaje de la circulación monetaria.

Así como la mercancía representa la oferta, así representa ahora el dinero a la demanda. Ella ya no anda por las nubes, no es más una pajuela a merced del viento de los rumores políticos. La demanda ha dejado de ser una manifestación de la voluntad de los compradores, de los banqueros, de los especuladores, es el mismo dinero, constituído ahora en la encarnación y matrialización de la demanda. Los dueños del dinero, y la demanda, corren ahora en la misma carrera; el dinero conduce al poseedor, como se lleva a un perro por la cuerda.

Y es justo y equitativo que sea así. ¿Acaso nosotros, los productores y poseedores de mercancías, somos dueños de la oferta de nuestros productos? ¿o es la naturaleza de los mismos, la que nos compele a ofrecerlos, ya sea por el espacio que ocupan, el peligro del fuego, la pudrición a que están sujetos, la alteración en el gusto, la fragilidad y miles de otros factores, y eso siempre, inmediatamente después de su elaboración? Por lo tanto, si la oferta de las mercancías está sujeta a una compulsión natural de orden material, ¿no exige, entonces, la equidad, que se someta también la demanda de las mercancías, o sea la oferta del dinero, a una compulsión?

Fué un acto honroso, contestar afirmativamente a esta pregunta con la introducción de la Libremoneda.

Hasta entonces, se había pensado siempre y exclusivamente en los compradores, ahora se recordó que también los vendedores tienen sus intereses, y que sólo a expensas de éstos se cumplían todos los deseos de aquéllos. Bastante tiempo se ha necesitado para comprender esta verdad tan sencilla.

Cuando no hay salida y los precios bajan, ya no se dice, que se ha producido en exceso, que hay superproducción; más bien se declara que el dinero, o sea la demanda, escasea. Y en este caso la Administración Monetaria lanza más dinero a la circulación, haciendo así subir los precios a su nivel normal, puesto que el dinero es la demanda encarnada. Nosotros producimos y lanzamos nuestras mercancías al mercado ‑ la oferta; la Administración Monetaria analiza la oferta, y lanza al mercado la correspondiente cantidad de dinero ‑ la demanda. Oferta y demanda representan ahora productos de trabajo. En la demanda ya no queda ni rastro de acciones arbitrarias, de anhelos, esperanzas, perspectivas variables o especulaciones. Será más bien exactamente tan grande como sean nuestros deseos. Nuestros productos, la oferta, son una orden para la demanda, y la Administración Monetaria ejecuta la orden.

El director de este instituto tendrá que empeñarse mucho para cumplir con sus deberes. Ya no puede ampararse en la frase hueca: „exigencias del comercio“ ejercitando así un poder ilimitado. Con precisión matemática han sido fijadas las obligaciones de la Administración Monetaria, y de igual precisión son las armas que hemos dado a este instituto. El Reichsmark era hasta la fecha algo indefinido. Ahora el mismo Reichsmark se ha convertido en un concepto estable, y de esta estabilidad responden los funcionarios de la Administración.

Dejamos de ser un juguete en manos de los capitalistas, de los banqueros y de los especuladores; ya no necesitamos esperar devotamente hasta que mejore la „coyuntura“, como se decía antes. Dominamos ahora la demanda, pues el dinero, cuya fabricación y oferta está en nuestro poder, forma por sí solo la demanda. Esto no puede ser repetido ni recalcado bastante. Ahora vemos la demanda, la podemos palpar y medir, ‑ lo mismo que ver, palpar y medir la oferta. Mucha mercancía ‑ mucho dinero; poca mercancía - poco dinero. Esa es la línea de conducta de la Administración Monetaria. Una cosa extremadamente sencilla.

Y ¿a qué se debe, que desde la implantación de la Libremoneda afluyan los pedidos con tanta abundancia, que la industria tiene trabajo para meses? Los comerciantes dicen que el comprador prefiere hoy la mercancía al dinero; ya no posterga la compra hasta necesitar los objetos con absoluta urgencia, sino que los adquiere tan pronto dispone de dinero. En cada casa hay una despensa especial, y quien tiene que hacer regalos, p. e. para Navidad no espera hasta la Noche Buena: compra cuando se le ofrece la oportunidad. De ahí que los objetos para Navidad se adquieren ahora durante todo el año, y a mi fábrica de muñecas llegan pedidos continuamente. La excesiva actividad de la temporada de Navidad se distribuye, así, sobre todo el año. Lo mismo ocurre con los demás ramos del comercio. Quien necesita un sobretodo no espera que caiga la primera nieve; lo encarga cuando tiene dinero para ello, aunque el termómetro registre ese día 30° a la sombra.

Porque la Libremoneda apura al comprador de la misma manera que el paño al sastre. Efectivamente, la Libremoneda no deja en paz a quien la posee, le picanea, lo perjudica y le recuerda sin cesar, que el sastre está con brazos cruzados y agradecería que se le encargase ahora mismo un traje para el invierno venidero, ‑ aunque fuera abonado con un dinero aún peor que la Libremoneda. Porque no hay dinero tan malo que no sea mejor que el paño no vendido.

A causa de esta conducta singular de los compradores, gran parte de los negocios están demás, porque al proveerse los compradores con mucha anticipación, y no requerir la entrega inmediata, el comerciante no necesita tener las mercaderías en depósito. Más bien se provee de muestras, y el cliente pide con ellas a la vista. El comerciante hace entonces una colección de pedidos, y cuando llegan las mercancías, las reparte directamente desde la estación, con la consiguiente rebaja de precios.

Esta supresión de los negocios, donde todo podía comprarse a última hora, da lugar a que hasta los más retrasados compradores reflexionen a tiempo sobre la clase de artículos que habrán de precisar, y procuren asegurárselos con suficiente anticipación. Y así, por fin, hemos conseguido, que mediante la libremoneda, la determinación del consumo de mercancías se efectúe ya no por los comerciantes, sino por sus mismos clientes, lo que constituye una ventaja enorme para todos los interesados. Antes el comerciante debía apreciar anticipadamente las necesidades de sus compradores, para formular los pedidos, y por cierto que solía equivocarse. Ahora el mismo comprador aprecia sus necesidades y, dado que nadie mejor que él conoce sus exigencias y su estado financiero, habrá seguramente menos errores.

Es así como el comerciante se ha convertido en un simple portador de muestras, y el fabricante tiene la seguridad de que los pedidos que aquél le envía, no reflejan ya su opinión personal, sino que son, en su cantidad, la demanda directa de los consumidores, la verdadera necesidad de las mercancías. Más aún, el fabricante tiene ahora, en los pedidos, una imagen fiel de los cambios de gusto y de las necesidades del pueblo, y puede siempre ajustarse a tiempo a ellos. Antes, cuando los encargos reflejaban sólo la opinión personal de los comerciantes, eran frecuentes las alteraciones bruscas, los repentinos cambios de moda.

Vemos entonces que la Libremoneda nos resuelve muchas dificultades.

Ahora bien, si el trabajo del empresario se ha hecho tan fácil, que en lugar de comerciante no es más que técnico, se comprenderá que mermen sus beneficios. Como no escasean buenos técnicos y la dirección comercial de una empresa ofrece tan pocas dificultades, resulta que un buen técnico será asimismo un empresario capaz. Entonces, según las leyes de la competencia el beneficio del empresario habrá de descender al nivel del salario de un técnico. No será éste un fenómeno muy grato para muchos empresarios, cuyos éxitos estriban en sus aptitudes comerciales. Merced a la Libremoneda, el genio creador en el terreno comercial está demás, por haber desaparecido las dificultades que aquel talento comercial tan bien remunerado debía resolver.

¿Quién aprovecha ahora el beneficio suculento que correspondía al empresario? En alguna parte ha de quedar: o en la rebaja de los precios o, lo que después de todo es lo mismo, en el aumento de los salarios. Otra cosa no hay.