EL ORDEN ECONÓMICO NATURAL

EL ORDEN ECONÓMICO NATURAL

Silvio Gesell

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El cajero

Al introducirse la libremoneda nosotros, los cajeros, éramos objeto de la compasión general. Todo el mundo nos pronosticaba un recargo terrible de trabajo, grandes déficits constantemente repetidos y otras cosas por el estilo. Y ¿qué resultó? Ante todo nos redujeron las horas de oficina, por falta de trabajo, de diez horas a seis. Luego se ha reducido el personal: los empleados de edad avanzada fueron jubilados, los jóvenes despedidos. Pero aún hay más, gran parte de los Bancos tuvieron que cerrar o liquidar sus sucursales.

En realidad era de preverse lo sucedido; pero los Bancos estaban demasiado apegados a la idea de ser indispensables. Mientras tanto el pagaré y el cheque, ese pan diario de los banqueros, han desaparecido en gran parte. De acuerdo al comunicado de la Administración Monetaria del Estado la totalidad del dinero en circulación no alcanza ahora 1/3 de la anterior. Se debe esto al hecho de que la Libremoneda circula ahora con triple rapidez. Por las manos de los banqueros pasa bastante menos del dinero de antes, ya que este queda ahora en el comercio, en el mercado, en poder de los compradores, comerciantes y empresarios. Pasa de mano en mano sin interrupción; no tiene siquiera tiempo para acumularse en los Bancos. Ya no es el dinero un refugio, donde el productor puede descansar de la labor que le causa la venta de sus mercaderías y aguardar tranquilamente hasta que sus necesidades personales lo obliguen a contribuír, a su vez, a la circulación monetaria. El punto de reposo en el intercambio de los productos es ahora la misma mercadería; desde luego no la mercadería de uno mismo, no el producto del trabajo propio, sino el de los demás. La Libremoneda persigue y apura a quien la posee, exactamente de igual manera que las mercaderías persiguen y apuran siempre al productor, hasta que las ha vendido. En efecto ¿de dónde provienen los nombres „Banco - Banquero“? Naturalmente de los bancos en que se acomodaban a su gusto los dueños del dinero, mientras los poseedores de las mercaderías quedaban „parados“ o corrían con impaciencia de un lado a otro. Gracias a la Libremoneda son los dueños del dinero ahora quienes „corren“, mientras los poseedores de las mercaderías han tomado asiento.

Y, habiéndose hecho el dinero tan movible que todos se apuran para pagar, nadie necesita ya recurrir a los pagarés. El dinero efectivo los ha sustituído. Tampoco se precisan reservas monetarias: la regularidad de la circulación las ha hecho superfluas. Un manantial ha ocupado el lugar de la cisterna, del recipiente rígido.

Las reservas de dinero motivaron la gran locura del siglo: el cheque. En realidad y justamente por ser cajero, puedo asegurar que el cheque es el absurdo más grande que se ha visto. Si para efectuar pagos estaba el dinero, el medio de pago más cómodo debía ser el oro. ¿Por qué, entonces, no se le utilizaba con este fin? ¿Por qué se puso el cheque en lugar del dinero efectivo, cuando éste, según se afirmaba, llenaba tan bién todos los requisitos que se adjudicaban al oro? Comparado con el dinero, el cheque resulta un medio de pago bastante engorroso. Está sujeto a una serie de formalidades, su pago sólo es posible en un lugar determinado, dependiendo, además, la seguridad del mismo de la solvencia del librador y del Banco. ¡Y a eso le llamaban „progreso“! ¡Hasta tenían la ilusión de poder imitar a los ingleses, que pagaban al chofer con un cheque! ¡Cómo si esto fuera un honor o una ventaja para el chofer! En efecto, el cheque ideal, por cierto, es el dinero efectivo, por lo menos para quien lo recibe, pues este „cheque“ puede realizarse en cualquier negocio, en cualquier fonda; no está ligado a ninguna formalidad, a ningún lugar, y su seguridad se halla a cubierto de toda duda. Tan orgullosos nos sentíamos con nuestra moneda de oro; creíamos con ella haber llegado a la suma perfección; y era tanto nuestro entusiasmo que ni siquiera nos dimos cuenta del contrasentido que entraña el cheque. El oro nos parecía demasiado bueno para usarlo en la vida diaria; por eso buscamos un substituto: el cheque. Hicimos lo que el hombre del saco viejo y del paraguas nuevo. Como le diera lástima abrirlo bajo la lluvia, lo guardó debajo del saco.

Sin ningún reparo se nos traía, a los cajeros, hasta paquetes de cheques, cuyo monto total sólo podía establecerse anotándolos uno por uno en largas columnas para sumarlas después. ¡Qué terrible trabajo! Cuanto más fácil resulta contar el dinero. Sólo es preciso contar el número de los billetes, ordenados según su importe.

Además, los cheques debían ser contabilizados en los diferentes bancos, y cargarse uno por uno en la cuenta del librador respectivo. Venía luego el cálculo de los intereses. Al finalizar el trimestre había que remitir un resumen, en el cual tenían todos los cheques que figurar. De este modo cada cheque anotábase 10 veces. ¡Y a eso se llamaba „progreso“! ¡Qué ceguera! Puesto que el oro era pesado y la circulación del dinero irregular, fueron necesarias las cuentas corrientes, y estas a su vez, exigían el uso del cheque. Pero en lugar de considerar esto como un gran inconveniente del patrón oro, los hombres se vanagloriaban de ello.

¡Y fuera de los cheques, esas bolsas pesadas de oro, plata, cobre y níquel y, finalmente, el papel-moneda! Había once diferentes clases de moneda: 1, 2, 5, 10, 20, marcos; 1, 2, 5, 10, 20 y 50 pfennigs. Había 6 diferentes monedas inferiores a un marco y en tres clases de metal. Existían por lo tanto centenares de cheques, once clases de monedas metálicas y diez de billetes.

Ahora, debido a la libremoneda, tengo solamente seis clases, y nada de cheques. Y todo este dinero es liviano, limpio y siempre nuevo.

Se me pregunta, cómo anoto en mi caja la merma causada por la circulación monetaria. La operación es muy sencilla. A fin de la semana, los sábados a las 4 de la tarde, tomo la suma total de la caja, calculo la diferencia en la cotización para la semana entrante y cargo esa diferencia a la cuenta de gastos. En los Bancos particulares se carga esta pérdida a la cuenta de gastos generales, que a su vez es compensada por la reducción del interés que abona el Banco en cuentas corrientes. En las cajas públicas la pérdída es solamente nominal, puesto que toda la merma de la libremoneda redunda en beneficio del Estado.

Hablando con franqueza, desde el punto de vista de la técnica bancaria no encuentro ninguna desventaja en el uso de la Libremoneda. La mejor prueba de ello la tenemos en el hecho, de que hubo que despedir gran parte de los empleados bancarios. ¿Acaso no es buena una máquina que a tantos obreros sustituye?