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Trueque y Economía Solidaria
Susana Hintze (Editora)

6. David y Goliat versión tercer milenio

La lucha –como el crecimiento económico– es combinada y desigual. No pretendemos aquí hacer una apología de las redes de clubes de trueque, que acaban de mostrar cómo era posible sucumbir al impulso del paradigma de la escasez: voracidad y miedo a la pérdida (¿de poder?, ¿prestigio?, ¿dinero?) hicieron explotar la burbuja de abundancia, construida a lo largo de seis trabajosos años, en pocos meses...

Lo que sí queremos rescatar es que, pese a las desviaciones que han sufrido en nuestro país, inauguraron una forma de emancipación monetaria, probablemente mucho más inspiradora para la política que para la economía...

Si tuviéramos que sintetizar en pocas palabras esos logros, diríamos que la experiencia acumulada de las redes de trueque en la Argentina nos permite cuestionar algunos supuestos nada triviales para cambiar nuestra mirada sobre las políticas públicas, en relación a la naturaleza misma del dinero y la economía como proceso:

• Una gran proporción de necesidades de las personas requiere esencialmente materia prima, conocimiento, productores y consumidores organizados en escala adecuada para conformarse de forma estable e incluyente de las grandes mayorías de la población. Este es un mercado que se realiza sin dinero y ocupa una fracción importante del mercado total, principalmente con el trabajo no asalariado de la mujer y del voluntariado.

• La escasez de dinero como condición causal de la pobreza es una falacia epistemológica que alimenta un proyecto ideológico de exclusión.

• La moneda social es una herramienta pacífica capaz de construir ciudadanía política a partir de la ciudadanía económica

• La mujer y el voluntariado son protagonistas del mercado subterráneo que reproduce la sociedad misma.

• El estilo de gestión femenino corresponde a la recuperación del paradigma de la abundancia: en el centro están el cuidado del otro y la distribución justa, valores opuestos al paradigma de la escasez, vigente en el mercado capitalista.

• Las monedas sociales permiten encarar al mismo tiempo la construcción del bienvivir de las personas y el respeto por el medio ambiente que legaremos a las generaciones futuras.

Creemos, asimismo que, como instrumento de construcción política las redes de trueque son absolutamente insuficientes. Pero podrá, seguramente, combinada con otras estrategias ser la palanca potenciadora de esas dos herramientas tan transformadoras que son, por ejemplo, el microcrédito y el presupuesto participativo. Articuladas, esas tres herramientas representan las armas de nuestro David, la honda en construcción, insospechable, con que ya podemos enfrentar al gigante que no parece dispuesto a moverse desde sus mismas bases.

En la vereda de enfrente, tenemos las armas de Goliat, bien representadas por el impecable triángulo perverso del capital financiero, herramienta fundamental del capitalismo de la globalización, como propone Ceci Juruá (2002): los aceitados mecanismos de pago de la deuda externa de los países pobres se articulan con el capital concentrado en los fondos de pensión de los países ricos y de los ricos de los países pobres, terminando su itinerario definitivamente concentrador de la riqueza en los paraísos fiscales, donde se consuma esa fina arquitectura del juego mayor del gran casino internacional, con sus bolsas de valores que no duermen las 24 horas del día...

Si lo vemos desde ese lugar, desde esa especie de guerra santa lanzada de abajo hacia arriba, podemos anclar nuestras interpretaciones en nuevas bases, en las que la lucha – por cierto, cruel y mucha– sin embargo se ve como más... ¡posible! Lo que no es poco. Se ve como posibilidad de entretejer ese entramado de todo lo que ya existe y está aislado, de modo de hacer visible todo lo que tenemos (lógica de la abundancia) y no sólo lo que nos falta (lógica de la escasez). Se ve la posibilidad de construir una ciudadanía activa y responsable, capaz de enfrentar esa lucha anclada en lo más profundo de nuestras creencias, no importa cuanto tiempo nos tome.

¿O alguien aún cree realmente que los países ricos, tan bien tutelados por el FMI y BM, secundados por la OMC y los fondos de pensión, les van a ofrecer a los países pobres la cancelación de la deuda externa que los desangra? ¿O alguien aún cree que las políticas fiscales de los países pobres van a empezar a redistribuir la riqueza, aunque sea como lo hizo hace tan sólo algunas décadas (¿se acuerdan?) en forma de servicios básicos, educación, salud, vivienda?

Así vistas las cosas, ¿por qué no podemos pensar –tal David ansioso– en cómo preparar nuestras hondas? ¿En descubrir dónde hay redes solidarias que multiplican todos los días los panes y los peces? ¿Qué podemos aprender de cada una de ellas? ¿Cómo vincularlas? Por cierto, no para hacer caridad, no para ejercer un neoclientelismo, sino para redescubrir lo que hemos dejado que nos oculten en las últimas décadas: que las cosas pueden ser hechas de otra manera. Que el pensamiento único –en todas las disciplinas– empieza a ser derrotado. Que no sólo tenemos que creer que otro mundo es posible, sino que además es nuestra responsabilidad ver dónde ya está siendo construido y conquistar nuevas formas.

Por qué no pensar juntos: intensidad y creatividad, en el país de los piqueteros, cacerolas, clubes de trueque y asambleas barriales (¡casi) todo se puede! Intensidad y creatividad, la imaginación está viva, la esperanza arde, pero no espera.

Pensando en la responsabilidad que nos atribuimos hacia los jóvenes con quienes nos encontramos cada día, no puedo dejar de recordar otra mujer que hizo historia en mi vida, la Tzvetáieva de Máximo Gorki, en sus Pequeños burgueses, que a una desahuciada Tatiana que le preguntaba “Y vos ¿qué podés ver hoy en el futuro?” , le contestaba, con pasión: “ ¡LO QUE QUIERAS VER!”  

 


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