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Trueque y Economía Solidaria
Susana Hintze (Editora)

Parte V. Fractura social. ¿Integración por abajo?

En casi la totalidad de las entrevistas analizadas, las personas se ubicaron como habiendo sido parte de una clase media que ya no existe. Fueron, pero ya no son. Pero algo nuevo se significa en sus relatos: desde la perspectiva de estos actores, no es que subsista esa posición social y ellos dejaron de pertenecer a la misma. Es la clase media misma la que dejó de existir cuando la mayoría de ellos dejaron de pertenecer. La clase media se extinguió cuando ellos, que la sostenían y la representaban, cayeron en la nueva pobreza. La imagen que proyectan sus testimonios sobre la sociedad argentina actual es la de una estructura social absolutamente dual donde sólo hay “ricos y pobres”.

“ Hoy no hay clase media, la destruyeron. O hay muy pobre, o el que tiene toda la plata que se llevaron todos los gobiernos, porque no vamos a culpar solamente al gobierno pasado, viene de arrastre, pero los últimos diez años fueron de terror.”1

“La clase media murió, quedó la clase alta que es la que te pisa y quedó la clase de pobres, porque ya ni siquiera es la clase baja, es la clase pobre. La media tiene que acostumbrarse a vivir como pobres y nos está costando horrores. Y los ricos no se dan cuenta de nada, siguen en la misma porque para ellos no hubo cambios.”2

“Yo creo que la clase media no existe más, está la gente que tiene dinero y los que nos vinimos abajo. Yo hasta hace diez años era clase media porque tenía una buena casa, tenía un buen auto, mi marido tenía un buen laburo (…) Ahora ya no soy clase media, no soy nada, voy a tener que vender la casa. No soy pobre porque tengo para comer, pero no sé dónde meterme, seré clase media baja, bajísima.”3

“La clase media desapareció. Estamos en vías de extinción, no existe. Están los de arriba y los de abajo, nada más. El de abajo no sufre, porque es así, porque está acostumbrado a pasar sus necesidades, pero la clase media no, y ese es el problema.” “La clase media ya es pobre, la hicieron bolsa. Ahora están los ricos y los pobres.”4  

La percepción de que ya no existe ese estrato social es inclusive compartida también por quienes no llegaron nunca a pertenecer al mismo y ahora conviven el trueque con los sectores medias en descenso social. La distancia social entre sectores trabajadores y clase media en descenso empieza a acortarse y comienza a surgir una nueva identificación común en la figura de los “pobres” que se alejan cada vez más de los “ricos”. En esta visión extrema de la estructura social existen “los de abajo” y “los de arriba”; “los del medio” desaparecen.

“La clase media tenía coche, casa, alquilaba, ahora no pueden ni coche, ni casa, ni nada. Ahora hay ‘clase un cuarto’”5 “Yo no soy de decir es media o baja. A mi manera de ver están los que alto, están alto y los que están bajo, estamos bajo.”6 “¿La clase media? Ya no existe, se terminó, la están matando, de a poco va desapareciendo (…) Antes se notaba el nivel social que había, la clase alta, la clase media, la clase pobre. Pero ahora no, existe la clase alta y la clase pobre y a la que más necesita que es la pobre, nadie le da una mano porque los altos, los de arriba si te pueden sacar, te sacan, no te dan, no te ayudan.”7

En el subsuelo más profundo del trueque empiezan a percibirse signos de una “integración por abajo” en la que los sectores más empobrecidos de una antigua clase media empiezan a interactuar con sectores anteriormente ligados al trabajo manual en la industria, el servicio doméstico, los vendedores ambulantes. El primer punto de encuentro es el ingreso a la informalidad como modo de vida y de trabajo, y luego, el trueque. Sólo que éste es percibido por unos o por otros de modo muy distinto. Para los nuevos pobres es un signo de caída (mejor o peor resignificada según sea su adhesión a las propuestas ideológicas).Para los segundos, el acceso a esta nueva forma de sociabilidad es un signo de ascenso en la medida en que comparten un espacio donde circulan competencias y saberes y hábitos más complejos y desconocidos hasta entonces.

“En algo hay que engancharse para poder vivir, ‘sub-vivir’, no vivir. Nosotros empezamos hace quince días y en mi heladera, gracias a Dios, hay de todo. Antes pasábamos el día tomando mate y comiendo pan. Somos dos personas grandes que estamos encerrados y esto nos da vida. Acá somos todos una comunidad, yo pienso que esto es lo que nos hacía falta a los argentinos: la comunidad de la gente. Para mí esto es una fiesta, el viaje es hermoso, nos venimos riendo.”8

Incluso algunos empiezan a intercambiar consumos de servicios complejos totalmente ajenos a su ámbito de origen y que expresan un acercamiento desde abajo a nuevas pautas culturales que traen como novedad los sectores medios que vienen cayendo. Estos, a su vez, se abastecen en el trueque de servicios de una mano de obra que ya no pueden pagar: plomeros, electricistas, albañiles, zapateros, etcétera.

“Me hice ‘reiki’ y terapias florales. Yo no podía creer lo del ‘reiki’, parece que es una técnica japonesa. Te pasan energía positiva a tu cuerpo. Para gente que está enferma, ya de última (…) Yo, por ejemplo, estaba mal de los nervios, tenía un dolor acá en el cuello, me he hecho reiki y he estado quince días sin dolor, es impresionante.”9 La gran pregunta es si lo hacen como iguales o si se reproduce en esta nueva zona de encuentros mecanismos de distinción social, de diferenciación e incluso de posible segregación. Este es un interesante desafío que deberá enfrentar la red del trueque para no reproducir en su interior segmentaciones y clivajes de la antigua estructura social argentina. Al respecto, existen testimonios contrapuestos según sea el sector de donde se proviene:

“Llegué al trueque por necesidad, pero aparte de la necesidad es muy bueno, porque acá tenés mucho nivel social, de distintas clases, te habitúas a la gente, compartís un montón de cosas (...) Hemos tenido muchos beneficios, conocer gente, salir un poco de los problemas que uno tiene, porque en el estado depresivo en el que había entrado era grave. Entonces esto para nosotros es como un shopping, como le decimos ‘vamos de shopping, chicas’.

“Es como si fueras la ‘Nannis’ que se va al shopping, nosotras nos venimos al trueque, la pasamos bomba.(…) Acá somos todos iguales, no hay nivel social, ni económico, todos hablamos de la misma forma.”10

Sin embargo, también pueden percibirse algunos signos de producción de “distinción” dentro del espacio del trueque que aparece planteado no como una discriminación de las personas, pero sí de los productos que se truecan. Básicamente, el corte se establece entre los que intercambian bienes “nuevos” o “usados”. Si esta segmentación llegara a institucionalizarse, sin duda provocará una fractura social en el interior de esta práctica, cambiando con ello su potencial integrador por “abajo”.

“Uno no esta acostumbrado a este tipo de cosas, cuesta, cuesta(…) Incluso a veces yo me he puesto a pensar qué estoy haciendo acá porque uno tiene otra forma de vida. Esta es nueva, y bueno hay que adaptarse, si no hay otra. En este momento traigo camperas, traigo joggings, todo nuevo (…) La desventaja es que ahora mucha gente está viniendo con ropa usada. Yo ropa no me puedo comprar acá adentro. Yo para mí, no. Hay gente que la compra, pero yo no estoy acostumbrada a ese tipo de cosas, para usado tengo en mi casa. Yo estoy en contra de ese tema, como hay mucha gente que está en contra. Entonces se está poniendo un día por mes para lo usado, que lo veo muy bien.”11 Esto que provisoriamente denominamos “integración por abajo” abre una nueva problemática social que deberá ser retomada con mayor profundidad. Este incipiente proceso debiera ser objeto de mayores indagaciones por sus implicancias futuras. Para decirlo en los términos de una entrevistada:

“Hay que tratar de que la gente que puede, y que tiene más posibilidades, que tiene otra mentalidad y valores, como de pronto la creatividad o la inteligencia o que sé yo, lo pueda manifestar en forma de servicios, como por ejemplo en este caso: hay tanta gente que sabe tanto, que sabe hacer de todo, que es inteligente, que sabe organizar, que sabe hacer dinero y todo y hay otros, pobres, que no les da, por ahí más que para hacer empanadas. Y es un potencial perdido que queda en el aire.”12

La constatación de casos en los que representantes de sectores populares acceden a redes propias de la clase media emprobrecida, nos indujo a buscar una situación inversa: sectores medios interactuando en redes de sectores populares. La expansión de la práctica del trueque más allá de sus fronteras sociales iniciales, nos brindó la oportunidad de analizar esta nueva variante en un nuevo nodo de un barrio carenciado, aunque lindante con barrios de clase media, que tuvo su origen en la erradicación de una villa, donde la mayoría de su población –operarios y trabajadores de la construcción– está desocupada. Muchos de ellos son ahora beneficiarios de programas sociales. El barrio es producto de un proyecto de autoconstrucción patrocinado por entidades religiosas, donde había un fuerte sentido comunitario que se fue perdiendo por la droga y la inseguridad.

Sin embargo, subsisten allí lazos sociales fuertes entre algunos de sus habitantes. En particular entre mujeres que se encontraban una vez a la semana en “terapia” con una ex directora del jardín de infantes de la zona transformada en “sicóloga social “ sui generis por alguna experiencia ganada en un curso de capacitación dictado por una ONG. Es a partir de ella que sigue “atendiendo” en la salita de primeros auxilios, y con un fin “terapéutico” que se organiza el trueque en este contexto atípico.

“Yo soy sicóloga social, digamos hice dos años y al final lo dejé, porque no tenía sentido ahora a la vejez. (…) Yo funciono por intuición y después le fui buscando el fundamento teórico. A mí se me metió esto del trueque por casualidad, lo había descubierto un día en Palermo y yo dije “esto es para José C. Paz”. Y fijate lo que son las cosas, yo un día me encuentro con un boletín de ustedes, de la universidad, que anunciaba un club de truque en San Miguel y entonces llego al grupo y les digo ‘chicas, en San Miguel hay un grupo de trueque.’”

El grupo al que se refiere son mujeres del barrio, madres de niños que fueron al jardín cuando Elvira era directora y con las que mantiene vinculación ya que todas ellas concurren a la “terapia”. Elvira descubre que el trueque puede ser un dispositivo de recreación de lazos sociales en un barrio en el que el tejido social se encuentra en peligro, una manera de expandir la cohesión y contención social que ella genera en el grupo de “terapia”. Su intuición le indica que el trueque puede ser un generador de lazos sociales, un reparador de relaciones sociales en peligro de fractura en el barrio.

“El grupo es de todo un poco, es un grupo de autoayuda, pero al mismo tiempo no es autoayuda porque al haber un rol diferenciado en mí deja de ser un grupo de ayuda; entonces, podríamos llamarlo una terapia, digamos que es un espacio de encuentro. Esas mujeres no tienen con quien hablar, cuando llegan no paran de hablar (…) Vinieron con algunas dificultades con otra gente, es gente muy pobre, muy falta de ideas de organización, muy primitiva. Bueno, yo les insistía con el trueque, además del día que se reúnen para el intercambio, es toda una ideología de vida, ellas tenían que empezar a reunirse con esa gente y crear un grupo como el que funciona en al salita, un grupo de contención, donde pudieran charlar con otros, donde hicieran hincapié en eso de la autoestima y no pensar siempre en lo que no puedo y en lo que no tengo…”

Con este punto de partida tan peculiar, las mujeres fundan el nodo para intercambiar primero entre ellas: “que una teje”, “que la otra peina”. Aún no se contactan con la organización del Club del Trueque. Establecen su propia metodología y fijan su propios valores de intercambio. Al tiempo, la experiencia fracasa, pero vuelven a refundar el nodo ahora incorporando algo del “know how” proporcionado por la red. Sin embargo, para adaptarse a la realidad social del barrio fijan valores bajos a sus créditos. Y entonces, el nodo resultó “invadido” por gente de afuera, en mejor posición económica y con mayor experiencia en el trueque, que aprovecharon la diferencia de precios.

“Vinieron con una camioneta llena y se llevaban todo. Esto se supone que es solidario, es para ayudarnos un poco más entre nosotros que para beneficiar a los de afuera (…) el que viene de afuera se lleva toda la mercadería, pero si yo después no puedo comprar de qué me sirve (…) En el nodo de Villa de Pilar los precios eran el doble más que acá. Eso nos obligó a subir más los precios, nosotros subimos un 50%.”13  

La red intensa de lazos sociales que constituía este grupo comienza a ser amenazada por los principios del intercambio generalizado que signan al trueque como red extensa. Y empiezan los conflictos entre un “adentro” –caracterizado por la solidaridad y un consumo de subsistencia– y un “afuera” de otros con menos necesidades y que operan más estratégicamente. El conflicto abierto obliga a encontrar nuevas transacciones.

“Viene gente que tiene otra clase de mercadería… Nosotros por ejemplo, tenemos una señora que vende productos Adidas, todo Adidas. Claro, ella lo vende porque al marido lo echaron del trabajo y le pagaron con mercadería y tiene toda un habitación llena de mercadería. Entonces ella lo lleva al trueque, nosotras nos alucinamos, le compramos todo (…) pero ¿qué pasa? Ella los créditos no los gasta acá, porque las necesidades de ellas no son las mismas que las nuestras. Yo compro azúcar, aceite, yerba para toda la semana.

Ella no tiene esa necesidad, entonces ella acumula créditos y se va a a otro lado. Cuando yo vi lo que estaba pasando, que nuestros créditos se estaban yendo, fui a hablar con ella. Le dije que si bien nos interesaba que ella trajera la mercadería porque era una necesidad nuestra, pero también nos interesaba que gaste, ¿entendés? Porque si vos acumulas 300 o 400 créditos y te los llevás a otro lado, nos perjudicas. (…) Por suerte ella entendió nuestro problema y ahora está comprando, porque ahora entró mucha gente con cosas nuevas.” 14

Pero no toda intromisión de otros es vista como amenaza y se llegan a arreglos. En algunos casos, el compartir el espacio de intercambio con personas de otro nivel social es vivido con una satisfacción que les abre la esfera del consumo hacia nuevos productos tales como “souveniers”, libros, plantas, artesanías o servicios como peluquería, incorporándose así una dimensión más estética del consumo a precios accesibles.

“Aparte me llama la atención la clase de gente que está asistiendo, porque de repente vos esperás a la gente más necesitada y de repente viene gente que vos sabés que está estudiando, gente con nivel, no te digo alto, sino con un nivel medio, que vos la ves más o menos capaz. Yo pensaba que va a venir gente más humilde, pero no hay gente que realmente progresa. Hay un muchacho que vende libros, está trabajando en oficina. Yo nunca lo invité porque realmente pensé que no le interesaba.”15

También frecuentan el nodo personas que no tienen “necesidad” y afirman hacerlo por lo “social”. Mezcla de militancia política ya muy difusa y alejada de los discursos doctrinarios, claros nostálgicos de una comunidad que ven amenazada por la desintegración, buscan cicatrizar, en la medida de su posibilidades, las heridas en lazos sociales que ven romperse con preocupación.

“Yo lo tomo como la posibilidad de ayudar a otro, no es que a mí me sobre ni nada por el estilo, simplemente yo tengo mi trabajo, mi profesión, soy docente, pero aparte trabajo en la municipalidad. (…) Lo mío no pasa por lo económico sino por la relación con el grupo (…) me gusta juntarme con mi vecino, con mi amigo, con mi compadre que está al lado a comer un asado, un guiso, unos ravioles, no importa, a juntarnos. En Europa no existe esto, no saben quien vive al lado, ni quien vive arriba, ni quien vive abajo, son ellos nada más. No vienen tiempos buenos.”16

Han perdido la referencia a grandes proyectos colectivos (o no se animan ya a formular ideologías) pero se resisten a un individualismo que juzgan peligroso para la cohesión social . Se refugian en el mundo de las asociaciones intermedias como reservas de integración. Quieren hacer de ellas escuelas de integración, pequeñas máquinas de “sociabilización” y descubren en el trueque puede ser un nuevo operador de solidaridad social que intentan expandir.

“No se apunta a lo comunitario. Y no hablo de comunismo, ojo, no soy ningún comunista. No se apunta a lo social, a las relaciones humanas, se apunta a lo individual y eso nos va a perjudicar. En qué escuela enseñan qué es una cooperadora, qué es un club y qué función tiene (…) que tenemos que participar de fiestitas, que tenemos que ayudar a otros, que tenemos que ir a la salita de primeros auxilios para ver si podemos ayudar en algo. Sólo si nos enseñan eso de chiquitos vamos a poder socializarnos, pensar en el vecino que no tiene. Pero lo que pasa es que cada vez tenemos menos al vecino que ayuda”17

En este contexto de sociabilidad, las fronteras entre los que aún se sienten representantes de la clase media, los nuevos pobres y los pobres estructurales aparecen como lábiles y porosas. Las distancias sociales siguen existiendo, pero se establecen intercambios. Algunos estratégicos, como los nuevos pobres que aprovechan la baja de precios. Otros, tal vez más solidarios, como estos operadores de integración social: la “sicóloga” o el militante nostálgico. Todos perciben que están viviendo una gran transformación y que las posiciones alcanzadas en el pasado pueden volverse precarias en el presente. Han olvidado cómo alcanzaron a ser de clase media, pero perciben los peligros ciertos de dejar de serlo en el futuro próximo.

“No yo creo que la clase media ya no existe, Si existe es muy poquita. Por ejemplo, mi nivel de vida es un nivel clase media baja, no creo que exista ya la clase media que vivía con soltura. Me parece que ahora se ha distanciado muchísimo, por ahí a una clase humilde o pobre, de cuarta, no tan a ese nivel, pero la clase media ha bajado o ha subido. Se ha disgregado, no sé como decirlo, pero me da la sensación de que los que antes tenían la posibilidad de hacer un poco más, de hacer un poco más de dinero, están muy arriba y nosotros nos hemos venido abajo alevosamente.”18 Un estudio cualitativo con una muestra de entrevistas intencionadas, como el que presentamos aquí, no puede contestar la pregunta que ayudó a formular: ¿hay signos de integración por abajo?, ¿cuán extendido es este proceso?, ¿es propio de este tiempo o siempre hubo quienes “cayeron”?, ¿cuál es la temporalidad inmanente de estos procesos? ¿cuándo y qué nos indica que ya no es reversible?

En los orígenes de la sociología en la Argentina, G. Germani nos mostraba por primera vez las transformaciones de la estructura social argentina con estadísticas que dejaban traslucir su fascinación por una vertiginosa movilidad social ascendente que se verificaba entre una generación y la siguiente. Me pregunto ahora, ¿cuántos años de bonanza económica hicieron falta para alcanzar tal logro? Pensando en procesos inversos, ¿habrán sido más o menos de los que llevamos en la crisis actual? Germani nos habló con cifras, pero sabemos que esa formación de la clase media argentina que nos mostró con números no fue el mero resultado de la economía. Existieron en aquél tiempo otras “máquinas” de igualación social: la escuela pública, el barrio, la universidad, espacios comunes donde distintos sectores convivieron y se integraron socialmente para alimentar, tal vez más allá de su realidad efectiva, el mito de una clase media invencible, el motor del progreso del país, un verdadero “invento” argentino más. Buenos Aires, octubre del 2001  


1. Silvia, 51 años, separada, cuatro hijos, ex comerciante, actualmente desocupada. Su ex marido le pasa una mensualidad que no declara, dice obtener del trueque aproximadamente $ 30 a la semana.  

2. Nora, ama de casa, entrevista citada.  

3. Mirta, 54 años, casada, un hijo ya independiente, empleada administrativa. Declara $ 600 de ingresos en efectivo del grupo familiar, cubre el 60% de su presupuesto por medio del trueque.  

4. Josefina, 62 años, entrevista citada.  

5. Viviana, enfermera, entrevista ya citada.  

6. Luis, trabajador industrial, entrevista citada.  

7. Gladys, vendedora ambulante, entrevista citada.  

8. María, empleada doméstica desocupada, entrevista citada.  

9. José, 74 años, casado, trabajador industrial jubilado. Declara ingresos en efectivo por $ 250, dice cubrir todos los alimentos a través del trueque.

10. Luis, trabajador industria textil, entrevista ya citada.

11. María, 41 años, casada, dos hijos. Empleada doméstica desocupada, su esposo, herrero inactivo por enfermedad. Declara ingresos en efectivo por $ 100, cubre el 80% del presupuesto a través del trueque.  

12. Josefina, 62 años, casada, dos hijos independientes, jubilada, esposo desocupado sin jubilación. No quiere declarar ingresos ni sabe calcular cuánto le aporta el trueque.  

13. Mariela, psicóloga social y terapeuta floral, 36 años, entrevista citada  

14. Claudia de José C. Paz, 32 años, soltera, universitario incompleto, desocupada, ingresos del hogar, $ 600, vive con la familia, no puede calcular cuánto obtiene del trueque. 53 Gloria, coordinadora del nodo, integra el grupo de terapia de Elvira la “sicóloga”.  

15. Gloria, coordinadora del nodo.  

16. Sergio de José C. Paz, 38 años, casado, 3 hijos, terciario incompleto, docente, funcionario municipal, $ 1600 ingresos del hogar.  

17. Sergio, entrevista citada.  

18. Claudia, entrevista citada.  

 


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