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Trueque y Economía Solidaria
Susana Hintze (Editora)

Parte IV. Diferentes tipos de sociabilidad hallados en el trueque

Hemos podido observar cómo la práctica del trueque es también la inmersión en un universo de discursos y sentidos que proveen de significado la acción de los individuos que lo ejercen. El “grupo fundador”, o como se los llama frecuentemente, “los ideólogos”, son el centro de irradiación de una usina de sentidos que se materializa en cursos de capacitación, intercambios de modelos con otros países, registro de experiencias en escritos, artículos y difusión en los medios de comunicación que ponen en funcionamiento un vasto dispositivo que funciona de modo reticular.

El grado de inmersión discursiva que llega a generar una convicción ideológica parece estar directamente relacionada con el grado de cercanía a este centro de irradiación: básicamente los nodos de Capital Federal. Sin embargo, esta impronta ideológica que nos habla de un nuevo estilo de vida parece ir debilitándose a medida que nos alejamos del centro y que aumenta la necesidad con la que la gente se acerca a esta práctica y hace de ella un “un trabajo más” o, directamente, un mecanismo para la subsistencia. Es decir, guarda cierta relación con las diferentes “necesidades básicas insatisfechas” de las distintas capas de la clase media empobrecida. No es la misma la relación que se genera, y el significado que se le atribuye, cuando se intercambian “saberes” o “servicios” –como una limpieza de cutis o un masaje reiki– que cuando el trueque es la única posibilidad de garantizar la alimentación del hogar. Pareciera que toda vez que aumenta la necesidad, el trueque va perdiendo su dimensión programática de estilo de vida alternativo, y se acerca a una más pragmática, a un símil con el trabajo, o se lo asocia directamente como un mecanismo de subsistencia. En este subsuelo más profundo del trueque, ¿estaremos frente a un fenómeno en el nivel de los nuevos pobres semejante al de las redes de auto-ayuda estudiadas en los sectores de la pobreza estructural?

Los distintos tipos expresan, a su vez, grados en el que el pasaje de lo privado a lo público es una acción electiva, conveniente o casi necesaria, hasta convertirse en imprescindible para la subsistencia. Salvo en el primer caso, está muy claro que no es una sociabilidad buscada o elegida por quienes requieren de ella. La salida del ámbito privado es efecto de una necesidad, pero claramente no elegida. La iniciativa de participación en estos ámbitos más públicos es vivida como una pérdida de autonomía y sacrificio de la vida privada, aunque luego esta necesidad pueda ser re-significada positivamente. Recorramos ahora por dentro los diversos tipos que presenta la sociabilidad en las redes del trueque.

a) El proyecto alternativo El trueque aparece como una actividad que contiene en germen la posibilidad de una sociedad alternativa para los marginados de la economía global y sus efectos más despiadados: el desempleo y la exclusión social. Frente a esto surge la alternativa de “reinventar el mercado” y lograr espacios de interacción mutua en la que las transacciones económicas estén orientadas (o reconozcan) límites en valores como la “solidaridad”, la “confianza”, la revalorización de las capacidades que las personas tienen pero que el actual sistema económico desconoce. En este sentido, el discurso que enviste al trueque tiene por función otorgar un nuevo valor y un nuevo sentido a quienes el sistema arroja fuera y se sienten caducos. El trueque da un sentido de pertenencia a un espacio alternativo, que, además, tiene la ventaja de aparecer como crítico al sistema y en tanto permite la crítica, posibilita a quien lo ejerce construir una posición de superioridad que lo aleja del lugar de la mera víctima del mismo sistema que lo expulsa.  

“Haría falta que los que tenemos algunas cosas claras nos decidamos (…) no sé, o que caiga algo del cielo y haga desaparecer a los de arriba, que les de vuelta la cabeza a los diez o doce que manejan la historia y que pase algo, aunque sea un hilo, no creo en un cambio profundo de un día para otro, pero que hubiera un lugar, un poco de lugar para ir ascendiendo (…) un cambio de conciencia tan grande es difícil, pero que haya al menos una posibilidad.”1

Es un discurso que insiste en decir a los individuos “sos útil” “algo podés hacer”, “tenés que poder”, “sólo se trata de descubrir qué”, en el trueque lo vas a descubrir. En este sentido busca potenciar capacidades “emprendedoras” de las personas dormidas, olvidadas, escondidas o negadas por un sistema económico que no sólo los ha marginado, sino que los ha humillado. Por este motivo, el trueque contiene lo que podríamos denominar “tecnologías del yo” en la medida en que se trasmiten pautas, consignas, exhortaciones a reforzar el poder de las personas para lograr una adaptación mejor. No casualmente, entran en fácil equivalencia en el trueque una variedad infinita de nuevas ofertas terapéuticas que prometen la felicidad para el mundo subjetivo tales como: “la aromaterapia”, “ los masajes energéticos reiki”, “las flores de bach”, “los aceites esenciales”, “el tarot”, la “velo-terapia”. Una verdadera “industria de La subjetividad”, una gama extensa de consumos para garantizar una promesa de felicidad que es posible encontrar en un “sobre sí mismo”, en una reflexividad interior y no sólo en la capacidad de dominar un mundo externo hostil. ¿En qué medida esto reconoce orígenes nuevos o es una derivación adecuada a los nuevos tiempos e ingresos de una clase media que en décadas pasadas alimentó el llamado mundo “psi” en Buenos Aires y su llamativa dimensión?

“Yo creía que estaba todo terminado, que no había más alternativa, porque uno se engancha en que no hay trabajo, no hay posibilidades de insertarse en la sociedad y yo veía todo como una pared adelante. Esto hizo una apertura (…) se me abrió la mente, se me despertó algo acá adentro. Me di cuenta de que existe otro mundo, que yo no lo conocía y que acá adentro lo descubrí. (…) No sabía dónde llegar y buceaba y acá me encontré con la Licenciada y los elixires y un médico que me está atendiendo solamente con los elixires, que es energético y además va en todos los cuerpos áuricos, de limpieza de las toxinas, realmente salvé mi vida.”2

También conviven aquí personajes que reeditan en el trueque anteriores adscripciones a identidades colectivas de un pasado reciente que han quedado desprendidas del universo de las prácticas políticas. Representantes de un sector así llamado “progresista”, actualmente decepcionados de la política, que encuentran en el trueque un espacio para la solidaridad social. A estos espacios de sociabilidad recurren, a su vez, “bohemios”, “artesanos”, “intelectuales”, gente que desarrolló una conducta que genéricamente podemos denominar antisistema en su juventud.

Que una relativa bonanza les permitía vivir sin sobresaltos, que no previeron riesgos y que ahora han ingresado definitivamente en la nueva pobreza, pero a los que el trueque les posibilita aún el ejercicio de sus competencias y sobre todo un encuentro de interlocución con semejantes.

“Yo soy artesana de oficio, hace más de treinta años que soy artesana. Nosotros nos iniciamos en la artesanía haciendo trueques. Para mí fue descubrir algo dentro de la sociedad para rescatar, una forma de vivir, casi como una adolescencia. Pero tuve que dejar de elaborar artesanía con técnicas que en este momento no están al alcance de la gente. Pero la forma de vivir es la misma, nosotros no teníamos ese sistema de vida de la gente burguesa.”3

“Comencé Letras, pero después dejé, me pareció aburrido hasta que me hice dramaturga. Presenté cinco obras en el San Martín con premios (…) Creo que la gente en su mayoría viene por soledad, porque aquí se comparten muchas soledades. El trueque es como un volver a empezar. Yo, yo ofrezco milagros: hago videncia, tiro tarot, egipcias, gitanas. Yo cobro cinco créditos, no es nada, en un consultorio costaría treinta pesos. Pero ellos me entregan sus ganas de salir y yo mis ganas de ayudarlos, es un trueque perfecto para mi persona. Yo digo que soy bruja, porque sólo los brujos hacemos milagros.”4 Y más ocasionalmente podemos ver a los que no manifiestan necesidades materiales, sino que encuentran en el trueque un espacio para recrear una sociabilidad en retracción por cambios en el ciclo de vida (los hijos se fueron), desarraigos, disminución de la actividad laboral, etc. En estos casos, el trueque aparece como una alternativa buscada para evitar el aislamiento.

“Yo te podría decir que vine al club del trueque porque tenía necesidades económicas. Mentira, yo no vine por eso (…) Por ahí empezó como una terapia para mi señora, como se le casaron los hijos estaba muy ‘depre’, y después bueno, nos gustó el clima, la gente y un poco es esa cosa que creo que todos los argentinos la tenemos aunque algunos muy oculta, pero la tenemos: la solidaridad por los demás. Lo que digo va a sonar como que me hago publicidad, me da un poco de vergüenza decirlo: tratamos de ayudar a mucha gente.”5

En estos casos, las personas eligen y acomodan en función de este otro tipo de necesidad de lazos sociales la frecuencia con la que participan, los bienes que intercambian, los grupos donde se sienten más a gusto, etc. En síntesis, pareciera que los productos que se dan y se obtienen son de mayor calidad, la rotación entre nodos es menor y la frecuencia con la que participan es más acotada (una o dos veces por semana). Así la sociabilidad se presenta como más extensa y electiva.

b) Hacer de la necesidad una virtud En este tipo intermedio se admite la necesidad de recurrir al trueque para satisfacer necesidades que ya no se pueden cubrir con los ingresos normales. Se enfrentan a faltas antes desconocidas, pero el discurso que circula entre los intercambios del trueque les proporciona elementos para re-significar su situación positivamente. Admiten que de no ser por las carencias no estarían allí, pero ese estar les ha abierto la oportunidad para ejercer otro estilo de vida, más “auténtico”, “austero”, “menos consumista”, ligado a lo que verdaderamente importa: la familia, los hijos, el tiempo libre, etcétera.

Para estas personas, el trueque les brinda la posibilidad de cambiar sus aspiraciones adaptándolas a su situación real. Es como si se dijeran a sí mismos: si tus ingresos no pueden satisfacer tus necesidades, cambia tus necesidades al nivel de tus posibilidades y encuentra otro nivel de satisfacción. Los significados y nuevas relaciones que el trueque moviliza les permite vivir sus carencias como un cambio en el estilo de vida y “solucionar” así la brecha entre lo que se puede y lo que se desea, disminuyendo así el grado de insatisfacción y malestar personal.

“Yo ingresos prácticamente no tengo, más de lo que me pasa mi ex-marido como mensualidad, no es la real, pero algo pasa (…) Y extraño las salidas con los nenes, llevarlos a lugares donde ellos se puedan divertir. Al no tener dinero no los puedo llevar (…) Pero vamos al parque a que anden en bicicleta, está bien porque nos beneficiamos con otras cosas, nos unificamos más entre nosotros, un poco más de relaciones humanas (…) El juego de videitos se rompió, entonces ahora podemos jugar, nos tiramos en el piso. Comparto más tiempo y aprendí a disfrutarlos a ellos.”6

Estos son casos donde el acceso a una sociabilidad más amplia aparece como un sustituto importante de otra sociabilidad perdida, la que se derivaba de un poder de consumo que ya no existe en las familias. El trueque es una salida al aislamiento relacional que la crisis les provoca y la puerta de acceso a nuevos marcos relacionales. En ese sentido, no todo fue pérdida, hay algo que se gana: nuevos amigos, relaciones personales más estrechas, etc. Es como si el hecho de poder abrirse a estos nuevos lazos sociales redundara en una revalorización de la esfera de la intimidad, antes vivida como puro aislamiento.  

“Tuvimos que dejar un montón de cosas, por ejemplo, salir a comer los fines de semana afuera, llevar los chicos al zoológico, al cine, todas esas cositas. Tampoco de vacaciones. Y no las suplanté con nada. (…) A partir del trueque, salgo más, mi agenda está completa. Por ahí nos vamos a la Costanera a comer un asadito, pero nos llevamos tan bien que nos vamos adaptando. Amistades hice un montón, tenía muy pocos amigos (…) vivía encerrada en mi casa, limpiando.”7

En situaciones en las que las necesidades no son tan extremas (hay algún ingreso asegurado, no hay hijos, por ejemplo), la experiencia del desempleo y su combinación con la práctica del trueque como socialización se muestra casi como una preferencia frente a la degradación de vida laboral con la flexibilización del contrato de trabajo, la extensión de los horarios, etc. La nueva disciplina de vida a los que obligan los empleos precarios implicarían un sacrificio tal que no se compensa con los bajos e inseguros ingresos. Sin embargo, las personas admiten que su retiro del mercado de trabajo formal implica resignar aspiraciones que por medio del trueque no puede satisfacer, por ejemplo, estudios formales, pago de impuestos y servicios públicos, etcétera.

“Me gustaría ser instrumentadora quirúrgica, pero como no tengo trabajo, no puedo (…) El trueque ayuda porque si uno esta todo el día en la casa pensando en lo que pasa, en cambio así uno sale, se distrae, es mejor. Acá uno hace nuevas amistades (…) esto me ha dado la oportunidad de estar más en sociales, con gente, no estar en la casa metida para adentro. Cuando uno trabaja va del trabajo a la casa y sale una sola vez por semana, a lo mejor, pero nada más y no está uno con tanta gente. En cambio, ahora sí.”8

Lo que parece marcar la diferencia con una situación más crítica es el acceso o no a otra modalidad de ingreso en dinero efectivo dentro del grupo familiar que posibilite cumplir con obligaciones no transables por medio del trueque: pago de impuestos, servicios públicos, y muy particularmente, el transporte, ya que la dificultad de movilización afecta además el despliegue de esta actividad informal que pasa a ser cada vez más un complemento importante para la satisfacción de sus necesidades.

En estos casos la frecuencia con la que concurren al trueque aumenta (dos o tres veces por semana) y existe un poco más de rotación entre diversos nodos, aunque se privilegian los lugares donde ya se han establecidos lazos sociales más estables. Los bienes que se intercambian empiezan a estar más ligados a la satisfacción de necesidades más materiales (ropa, artículos de limpieza, perfumería) pero también alimentación. En estas personas no se encuentran convicciones ideológicas tan claras respecto del trueque como ordenador de un estilo de vida alternativo pero, sin duda, la práctica misma del trueque les permite re-significar su existencia y alcanzar un nuevo posicionamiento frente a la vida. En estos casos, el dispositivo del trueque se muestra efectivo a la hora de remplazar una sociabilidad pasada por una más acorde con las nuevas condiciones de vida.

c) Pragmáticos primera versión: hacer del trueque un “negocio” En los tipos pragmáticos el trueque juega un rol central para la vida de las personas, hay una dedicación muy alta en tiempo y esfuerzo dedicado al mismo. A pesar de la variedad que es posible reconocer según sea la necesidad que se experimenten, algo tienen en común: “el trueque es como un trabajo”, o el “trueque es como un negocio”. Así se lo vive y así se lo ejerce. No hay discursos ideológicos que envistan su práctica , ni son necesarias las re-significaciones. El trueque es el instrumento para seguir manteniendo el nivel de vida de los que mejor se encuentran; o se combina con el trabajo (especialmente de trabajadores informales); o directamente es una ocupación a tiempo completo para aquellos que deben subsistir en base al mismo ante la imposibilidad de hacerlo por otro medio.

El trueque se pude ejercer como un intercambio simple o de un modo más “ampliado” (para hacer un parangón con la idea de Marx y la mercancía). Al parecer, quienes acceden a este nivel obtienen considerables beneficios que les permiten financiar proyectos que van más allá del consumo diario. Pero acceder a este modo de reproducción ampliada tiene al parecer dos condiciones básicas: a) no partir de un estado de necesidad extrema; b) invertir no sólo bienes sino un cierto capital fijo o servicios para obtener a cambio otros servicios que, en proporción a los productos ligados a la satisfacción de necesidades muy básicas, están subvaluados; b) tener ciertas competencias más complejas para la gestión, es un cuasimanagment que se expresa en un lenguaje propio.

“En mi opinión, esto no deja de ser un negocio, igual que un negocio de afuera, obviando impuestos. Sabiéndolo manejar, dando trabajo a personas que por su edad no pueden conseguir trabajo (…) pero vos para generarte un trabajo tenés que invertir, estás arriesgando a ganar o perder, a sacar un cincuenta o un veinte, tenés que calcular tu mano de obra, tu tiempo (…) y en qué necesidades te cubre el trueque, porque sino te las cubre, no tiene sentido llenarse de papelitos. Al principio llevé milanesas y me traje una frazada (…) Después, con mi camioneta empecé a llevar a trabajadores de la construcción (…) Yo los voy a buscar, les cobró veinticinco créditos, traigo a ocho, se reparten, tres quedan en mi casa y vamos descontando los veinticinco créditos que yo tengo de viático (…) y así estoy terminando mi casa. Yo en tres años le puse a la casa arriba de siete mil, llamále pesos, papelitos o lo que sea.”9

La pregunta que se impone y no podemos contestar aún es: ¿cuánto de estos conocimientos microempresariales circulan también en las redes del trueque? Si así fuera, ¿son accesibles a todos? O bien, ¿éstas son competencias previas que algunas personas tienen y han encontrado en el particular mundo del trueque una oportunidad para ejercerla de modo productivo? ¿El intercambio entre estos servicios se da bajo términos relativamente igualitarios entre ellos o se verifican “excesos” que serían contrarios a los principios solidarios que sostiene la “moralidad” del trueque? Lo cierto es que el trueque tiene un sistema muy especial de contabilidad y de cálculo costos-beneficios, que es difícil de entender para casi todas las personas entrevistadas, salvo casos excepcionales como los pocos de han logrado hacer del trueque un negocio.

d) Pragmáticos segunda versión: hacer del trueque un “trabajo” Los casos más comunes dentro de los “pragmáticos” están representados por quienes hacen del trueque una extensión casi indiferenciada de su trabajo, por lo general ligado al sector informal o de los cuentapropistas. O bien de aquellos que establecen una especie de división de trabajo en la familia que asegura una circulación entre las dos esferas: el mercado de trabajo y el trueque. Para ellos, la práctica del trueque es “como ir a trabajar”, lisa y llanamente. Lo que no se puede colocar en un mercado se lo traslada al otro. Se puede ganar o perder según sea el estado de necesidad en la que acceden a los mismos.

“Fabriqué un stock, vamos a poner 20 mochilas. En mi negocio no salió, estuvo muy embromado. Bueno, ahora lo estoy liquidando. La competencia está bravísima, imposible competir con lo que viene de afuera, entonces lo manejo acá. Hago servicio de arreglo de zapatos, calzado a medida (…). Las cosas usadas que los clientes no retiran del negocio las traigo acá (…). La vida se te altera. Yo antes los días de semana estaba en el negocio y los domingos en casa, nada más. Ahora me cambió, vivo acelerado.”10

Para estas personas el trueque es una prolongación de su vida laboral, necesaria porque ésta ya no reporta los ingresos esperados. Como ampliación de lo que se considera la esfera del trabajo es vivido como un sacrificio de la vida privada y el descanso. Aunque pueden llegar a valorar la “buena onda” que hay en esos espacios, ellos no buscan ni tienen demasiado tiempo para la sociabilidad que allí se despliega y no alcanzan a compartir códigos de significados más complejos. Hacen su trabajo y quieren volver a descansar a su casa. Cuánto más nos acercamos al trueque como un puro trabajo, más descendemos en la estructura social, hasta alejarnos ya de las clases medias empobrecidas y nos acercamos al confuso mundo de los trabajadores informales.11 “Ahora trabajo 12 horas diarias, porque estoy en la tejeduría y como está la situación textil me van tirando de a moneditas. Y para colmo, el aguinaldo me lo dan en ropa para vender, nos pagan con ropa, precio al por mayor, no al costo. En vez de darme a mí el aguinaldo de 400 pesos me dan 100 pesos porque a ellos el jean este les sale 10 pesos y me lo dejan a mí en 40 pesos (…). Como hace cinco años que me están pagando así con ropa, yo traigo la ropa, recibo créditos y con los créditos me llevo comida (…). Para toda la gente que está acá esto es un paliativo. Pero beneficio no es. Con esta forma que me están pagando, pierdo tiempo, pierdo horas de estar con mi familia. Venir al trueque es como ir a trabajar.”12

Ingresan en la escena del trueque otros protagonistas, trabajadores industriales flexibilizados, vendedores ambulantes, obreros jubilados, personas de los antes llamados “sectores populares”, que llegan a estos espacios –desconocidos para ellos– para “realizar” en el trueque lo poco que les queda por lo básico que les falta. No todos pueden acceder a los códigos del nuevo encuentro, algunos van ahí como irían a una casa de empeño a dejar el poco capital que conservan por la comida que no tienen. ¿Podrá el trueque como práctica social contener a estos nuevos sectores como parece hacerlo con la clase media?

“Yo salgo a las 8 y vuelvo a las 8 de la tarde, recorro las casa, el barrio, conocidos, pero no me compran y no tengo otro recurso: a mi marido también le va mal en el trabajo. El problema es la comida, porque no hay efectivo en mi casa, me metí en el nodo por esa razón. Cambio las prendas que tenía compradas porque no tengo nada para comer.(…). A lo mejor lo que yo vendía en 15 pesos acá lo dejo en 12 pesos, recorro y compro comida. Yo quería plata, no trueque, porque tenía todo vencido, la luz, el gas, todo vencido y tengo deudas por todos lados. Pero sigo porque cambio por comida, sino tengo para comer, con una nena de dos años (…) el problema es la comida. Lo que compro es de muy baja calidad, así hecho, no nos gusta, pero igual, si no hay otra cosa comemos. Siempre fui a casas particulares, a domicilio (…) Me gusta más eso que venir acá, pero al ver que no me pagan, no me queda otra salida.”13

Los “pragmáticos” se diferencian mucho entre sí. Para unos pocos es un “negocio”, para los demás un “trabajo”. Pero comparten el hecho de que el trueque no actualiza para ellos convicciones ideológicas, ni se presentan re-significaciones que simbolicen sus faltas. La mayoría está allí por sus carencias, éstas se expresan y viven con toda su crudeza. Y en los mismos términos proceden con el trueque: saben que están allí por pura necesidad y que si pudieran no estar, no estarían. Pero si es necesario le dedican la frecuencia que sus necesidades les dictan. Van rotando de un nodo a otro según se presenten mejores oportunidades, no parecen tener ni tiempo ni ánimos para desplegar otros lazos sociales. Prefieren el trabajo que conocen a este otro tipo de “trabajo” que no alcanzan a comprender. En estos casos, el trueque es más un mecanismo de supervivencia que un dispositivo de sociabilidad. Los lazos sociales que se generan son débiles e instrumentales.  


1. Ana de Almagro, 54 años, casada, un hijo, universitario completo, empleada administrativa, ingresos $ 600, 70% del trueque.

2. José de Moreno, 49 años, casado, 3 hijos, terciario completo, universitario incompleto, desocupado, ingresos $ 500, no sabe calcular cúanto obtiene en el trueque.  

3. Mariela, 36 años, psicóloga social, terapeuta floral y produce comida naturista, casada, tres hijos, ingreso declarado del grupo familiar $ 1000 mensuales y dice cubrir el 40% a través del trueque.  

4. Julia, 60 años, casada sin hijos, experta en belleza y terapeuta floral, ingreso declarado del grupo familiar $ 1600, dice cubrir el 90 % a través del trueque.  

5. Myrna, 49 años, artesana desocupada, separada, dos hijos, una hija y un nieto viven con ella. Ingresos declarados del grupo familiar, $ 450, no puede calcular cuánto representa el trueque en su presupuesto.

6. Claudia, 58 años, separada sin hijos, desocupada, ejerce la “videncia”, fue dueña de una agencia de turismo que se fundió en los ochenta. Declara ingresos en efectivo por $ 200 para cubrir gastos de servicios, el resto por el trueque.

7. Juan, 55 años, empleado administrativo, 3 hijos ya independizados, declara ingresos del grupo familiar de $ 2000, no puede estimar cuánto cubre a través del trueque.

8. Nora, 36 años, separada con tres hijos, comerciante, actualmente desocupada. Declara ingresos en efectivo por $ 200, dice cubrir cerca del 70% de su presupuesto a través del trueque.  

9. Mariela, casada, tres hijos, ama de casa. No declara ingresos del grupo familiar, pero sostiene que el marido le da $ 20 por día y con eso mantiene el hogar y construye su casa. Fue coordinadora de un nodo de trueque.  

10. Gustavo, 47 años, casado, dos hijos. Cuentapropista, arregla calzados. No tiene ingresos fijos ni puede calcular cuánto cubre por medio del trueque.

11. Véase Feldman y Murmis (2002).  

12. Luis, 38 años, casado, dos hijos. Trabajador industria textil. Ingreso declarado del grupo familiar $ 700 a 800. El aporte del trueque al presupuesto es muy variable, aproximadamente un promedio del 10% mensual.

13. Gladys, 39 años, casada, dos hijos, vendedora ambulante, marido hace changas, le dan 50$ de vez en cuando. No tiene más ingresos en efectivo, está liquidando en el trueque su mercadería para cubrir gastos de alimentación.  

 


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