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Trueque y Economía Solidaria
Susana Hintze (Editora)

Parte II: La Argentina que se apaga

Encontramos a los entrevistados en contextos de sociabilidad muy precisos: todos ellos se hallaban en el trueque intercambiando bienes o servicios. Pero cabe preguntarnos qué procesos llevaron a estas personas de clase media a hacer lo que hacen cuando seguramente no lo hubieran siquiera pensado como posibilidad pocos años atrás. El presente que están viviendo no es el futuro que imaginaban para sí hace un tiempo. En esta sección nos ocuparemos de analizar el modo en que los sujetos vinculan su situación actual con las variables macro-económicas y sociales que los afectaron en particular. Es un cruce entre la biografía y la historia, reconstruido a partir de sus propios relatos. Relatos que cuentan trayectorias de caídas y buscan una explicación a su posición actual. Para algunos, el comienzo de la caída se sitúa en la inflación, para otros se ubica en la indexación, en la hiperinflación, o en las privatizaciones y la apertura de la economía, etc. Para todos, con absoluta unanimidad, el gran problema es la falta de trabajo.

“Lo que pasa a veces es que cuando a mucha gente le ha sido negativo, a otra nos ha sido positivo. Por ejemplo, la inflación, la inflación para mí fue positiva. Podía comprar mucho de lo mío que eran repuestos de heladera, tenerlos en la estantería y todos los días levantaba el tubo para averiguar el precio. Resulta que lo que había comprado a uno lo vendía a diez. Y ¿cuándo me fue mal? Cuando Alfonsín hizo la indexación y me enganchó con dinero en el banco, ¿te acordás? Así quedamos, tuve que vender las dos casas porque no podía bancar los impuestos”1

“A mí me mataron. He perdido un montón, he perdido casa y negocio, no me acuerdo el año. Me fue mal dentro de estos diez años, me fue muy mal, la casa la perdí anteriormente. Todo comenzó con la hiperinflación, el desagio, ¿te acordás? Ahí perdí la casa” 2

Se ha dicho que el caos de la inflación y el miedo a la disolución social que provocó la experiencia de la hiperinflación, habría generado un consenso tácito a las reformas económicas que vinieron en los años noventa. Pues bien, dicho consenso –al decir de nuestros entrevistados– parece comenzar a quebrarse, a diluirse frente a los nuevos problemas de la economía en depresión. Aquel vértigo insoportable de la inflación empieza a percibirse como algo no tan malo frente al estancamiento de la recesión. ¿Un mecanismo de negación altera la memoria? Tal vez, en la medida en que el discurso de los entrevistados no se establecen conexiones causales entre la crisis de entonces y la depresión actual. Pero lo cierto es que el recuerdo de los males del pasado se borra frente a las desgracias del presente. Con inflación pero con trabajo se participaba en algo, sin trabajo y con depresión no hay nada que hacer. Se avizora incluso una añoranza de la inflación como un movimiento incierto pero más vital que es comparado con la vivencia de una economía que va muriendo, de una Argentina que se apaga.

“Con Alfonsín había inflación, pero teníamos trabajo. Yo de un trabajo me iba a otro, tenía trabajo. Había inflación todos los días, pero había trabajo. Ahora no hay inflación, pero no hay trabajo. No sé cuál de los dos extremos sirve, no sé, yo me quedaría con el de la inflación porque había trabajo. Me iba de un laburo a otro”3 Permanece el mito que habla de la Argentina como un país rico, que aún contiene todo lo que necesitarían sus habitantes, pero que se ha abierto a una globalización que es sentida como pura extracción. Una visión simple de la economía que afirma la idea de la existencia de recursos inmovilizados, desaprovechados y ahora desprotegidos. El demonio de estos tiempos es la apertura, el reclamo es la vuelta al proteccionismo. Cerrar la economía parece ser la salvación.

“Este país tiene que progresar, porque tiene mucho. Hay mucha riqueza en la tierra. Lo que pasa es que no lo saben aprovechar y hacen entrar lo extranjero, lo extranjero le está quitando venta a lo nacional (...) La importación no puede estar abierta como está, porque eso fue lo que nos mandó a la mierda. Incluso mi marido es importador, pero nunca quiso andar en cosas truchas, si hubiéramos andado en lo trucho, no estaríamos en el trueque”4

“Lo que tiene Argentina es este libre mercado que permite traer todo de otros países, la traen acá y nosotros como buen samaritano vamos y la compramos. Taiwan, China, Brasil, Europa, EE.UU., traen toda la basura (...) yo fui un mes a Alemania, tratan de que compres industria nacional. Si nosotros quisiéramos mejorar este país, tendríamos que cerrar las puertas”5  

En un contexto de depresión económica, las reglas del mercado se les imponen sin que puedan ofrecer resistencia alguna. Los derechos sociales desaparecen, el valor del trabajo se deteriora a cada instante. La competencia de precios es feroz para ese segmento de trabajadores informales que en el pasado lograban ingresos aceptables en sus actividades autónomas.

“Estamos llegando a un estado de la esclavitud legal, porque mientras en Francia se baja a 35 horas, acá pretendían que yo hiciera cerca de 68 horas. Entonces dónde está el negocio si en todas partes consideran que el hombre debe laburar 35 horas ¿cómo podemos en Argentina trabajar 70 y les parece poco? Ahora por mi cuenta estoy trabajando más de 70 horas, pero es otra historia, es mi negocio y las posibilidades de crecer son mayores”6

“Yo te lo puedo decir por experiencia propia, yo en el 91 una tapita de mujer la cobraba 5 pesos y empezó a caer el negocio, entonces tuve que salir con mi coche de remisero y empecé a darle valor no solamente a los 2 pesos sino también a los centavos (...) a mí me afectó la corrupción, como le afecta a todo el país, te vuelvo a decir, en el 91 yo una media suela la cobraba 25 pesos y hoy la estoy haciendo por 15 pesos y además con servicio a domicilio, lo voy a buscar, lo traigo al taller y lo vuelvo a llevar”7

A diferencia de lo que encontraban Minujin y Kessler hace una década, la causa de la caída ya no se atribuye a malas decisiones personales que culpabilizaban a estos protagonistas del derrumbe social. Ahora la situación personal se vincula totalmente con alguna medida de política económica tomada por otros que decidieron por ellos. Se ven a sí mismos como las víctimas de un capitalismo salvaje frente al que nada pudieron hacer. Lo que les pasó no fue producto de una racionalidad que les falló, o un cálculo que debieron haber hecho y no hicieron bien (causa de esa culpa que se detectaba años atrás) Lo que se evidencia actualmente es la resignación de quien sabe que contra “eso” no se puede. Hay un cambio importante en el posicionamiento de la subjetividad: el sujeto autónomo de la racionalidad micro-económica desaparece y en su lugar emerge la pura víctima de la macro-economía.

La caída ya no es percibida como un hecho individual o una suma desgraciada de malas decisiones que podrían haberse evitado. Por el contrario, las causas de la crisis que padecen son globales, generalizables, casi inevitables. Están colocadas ya muy lejos del campo de las responsabilidades individuales, pertenecen a otra dimensión absolutamente inmanejable desde los destinos personales: la apertura de la economía, el entierro del mercado interno, el desempleo generalizado, es decir, la globalización con todas las connotaciones de una desnacionalización que se traduce en desprotección para sus habitantes. Por momentos, la globalización parece como una catástrofe, un vendaval que destruye a su paso todo lo que encuentra. Para ellos Argentina es tierra arrasada.

“La globalización se llevó al país, es de terror (…) Mi marido tenía un taller, lo perdió. Mis hijos cada vez me cuesta más que estudien, por suerte están los tres trabajando, pero cuando uno se queda sin trabajo es muy duro para que consigan. Mi papá que tiene 78 años y sigue trabajando aun jubilado, mi hermano está sin trabajo, amigos están sin trabajo. No, no soy yo sola, es todo lo que me rodea”8

“¿Sabés por qué no se mueve el país?, ¿por qué el país se mueve cada vez menos? Porque no hay clases medias; quien mueve el país es la clase media, que es la que trabaja. El que tiene mucho dinero no lo gasta internamente, se va a Brasil, se va a Miami, se va a Punta del Este. Y el que no tiene un mango, no tiene donde gastarlo, entonces no va poder gastar. Siempre lo que ha movido al país, lo que lo ha mantenido en pie, ha sido la clase media. La clase media se está diluyendo, estamos quedando cada vez menos y cada vez está quedando menos país. Sin empresas, sin patrimonios nacionales, no nos queda ni uno, y así estamos”9

Lo que se identifica como situación terminal de las clases medias es algo que va más allá de lo que le ocurre a estos sectores. Herida de muerte, la clase media se derrumba; a su vez, el mito del progreso, la movilidad social y el orgullo de una identidad nacional en el que la vitalidad de las clases medias resultaba paradigmática. Las clases medias se asemejan al “motor” de la historia, al elemento dinamizador de la Argentina. Ellas aseguraban el movimiento y el desarrollo. Si las clases medias se mueren, la Argentina se apaga.


1. Oscar de San Fernando, 52 años, secundario completo, trabajador informal, ingreso del hogar $600, casado, cinco hijos.

2. Ester de Almagro, 51 años, separada, cuatro hijos, desocupada, no declara ingresos ni cuánto obtiene en el trueque.  

3. Claudio de Almagro, casado, dos hijos, universitario incompleto, empleado en una fábrica, ingreso del hogar 800, obtiene el 30% de sus ingresos a través del trueque.

4. Aida de Moreno, 62 años, secundario completo, jubilada, no declara ingresos ni sabe cuánto obtiene en el trueque).

5. Paula de Castelar, 23 años, soltera sin hijos, secundario completo, desocupada, ingresos del hogar $ 500 recién ingresa al trueque.  

6. Enrique de San Fernando, 42 años, casado, tres hijos, primaria completa, trabajador informal, ingresos del hogar 250$, no sabe cuánto obtiene del trueque. 7. Hernán de San Fernando, 47 años, casado, dos hijos, secundario completo, cuentapropista, no declara ingresos fijos ni puede calcular cuánto obtiene del trueque.

8. Silvana, 52 años, casada, 3 hijos, desocupada, marido mecánico, declara ingresos en efectivo por $ 1000, y dice cubrir por medio del trueque el 50% de su presupuesto familiar.  

9. Oscar de San Fernando, 52 años, casado, cinco hijos, secundario completo, trabajador informal, $ 600 de ingresos.  

 


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