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Trueque y Economía Solidaria
Susana Hintze (Editora)

2. La comunidad de trueque como mercado

Normalmente, en nuestras sociedades urbanas el método predominante para resolver las necesidades es comprar los bienes y servicios que las satisfacen utilizando dinero obtenido a través de la venta de recursos que son necesarios para (deseados por) otros. En ambos momentos participamos de compraventas en el mercado. En un sistema social donde impera la interdependencia resultante de la división social del trabajo, el primer sentido de la compraventa generalizada de mercancías es así la satisfacción de las múltiples necesidades de sus poseedores. Ocasionalmente, tal objetivo puede también lograrse mediante el trueque entre dos personas (o dos comunidades) poseedoras de productos que son mutuamente deseados. Se supone que el peso relativo de estas formas forma de intercambio fue diverso en las sociedades capitalistas y más aún en las antiguas.

En un intento de reconstrucción lógica de su desarrollo histórico, el trueque aparece inicialmente realizado en proporciones casuales, y su repetición termina estableciendo términos de intercambio en ciertas cantidades o precios relativos. El acto se completa mediante la entrega, simultánea o en momentos acordados, de un bien o servicio y la recepción del otro, en cantidades también acordadas. Pero este tipo de intercambio limita los alcances de la circulación (requiere, por ejemplo, que se reconozcan y encuentren en un mismo momento o plazo y lugar dos partes que poseen los bienes o capacidades mutuamente deseados). Por necesidad surge la institucionalización de una mercancía que cumple la función del equivalente general, cuya posesión da acceso inmediato a todas las demás mercancías independientemente del lugar y tiempo y de los deseos o necesidades particulares de sus poseedores.

La circulación del dinero supone la confianza en la posibilidad de completar el movimiento de intercambio de bienes y por tanto en la aceptación universal de esa mercancía como medio de pago. Posteriormente las formas de papel moneda de circulación obligatoria, y hoy del dinero electrónico, perfeccionan esta institución.1

El mercado capitalista subordina ese primer sentido de las transacciones de mercado (la satisfacción de necesidades) al de la acumulación (las empresas producen y venden mercancías para acumular capital, no para obtener los medios de consumo deseados). Pero para vender sus productos las empresas requieren finalmente que haya consumidores que van al mercado a comprar medios de consumo personal, y al hacerlo contribuyen a la realización del ciclo del capital. Pero esos consumidores interesan sólo como portadores del dinero, el equivalente general acumulable. Las necesidades, personalidades o sentimientos de los consumidores entran en consideración sólo instrumentalmente, como dato a tener en cuenta al diseñar u ofrecer los productos, o como objeto de manipulación (propaganda, etc.) a fin de que decidan gastar su dinero en los productos que ofrecen y no en los de sus competidores.

En todo caso, el dinero facilita el proceso de intercambio al constituirse en equivalente general de toda mercancía. Para todos los efectos prácticos, quien tiene (suficiente) dinero puede acceder a las mercancías. Los intercambios posibles pueden estar limitados por restricciones extraeconómicas, como la prohibición de realizar transacciones de ciertas drogas, o de vender influencias derivadas del poder administrativo estatal, etc. También es (era) posible acceder legalmente a bienes y servicios sin dinero, a través de sistemas de distribución directa (servicios públicos gratuitos, redes de caridad, etc.). En general, sin embargo, en una sociedad de mercado plenamente desarrollada, sin dinero es imposible acceder legalmente a bienes que no sean producto del propio trabajo.

El mercado en que se intercambian mercancías por dinero aparece así como una institución generalizada por el capital, que conecta con el sistema de necesidades de los miembros de la sociedad con las decisiones de la producción (y la acumulación). ¿Por qué, entonces, observamos intentos de “regresar” al trueque?2 Trueques ocasionales nunca dejó de haber, aún en las sociedades capitalistas más avanzadas. Pero el trueque como propuesta generalizable surge en medio de crisis en que el dinero deja de funcionar (ser aceptado) como equivalente general y la única manera de tener certidumbre de que el cambio permite acceder a los bienes deseados es el cambio directo de productos. Claro ejemplo de esto son las situaciones de hiperinflación.

También surge cuando amplios sectores localizados de la población quedan fuera del mercado capitalista3 por no tener ingresos monetarios aunque a la vez poseen recursos productivos (trabajo, medios de producción) –con los que pueden producir bienes o servicios capaces de satisfacer necesidades pero que no son competitivos en el mercado capitalista (no son aceptados por su calidad, su precio, la ilegalidad de su posesión, etc.)– o bienes durables de consumo usados (vivienda, artefactos, etcétera).

De operaciones individuales y ocasionales de trueque se puede pasar a redes de personas o comunidades que se organizan para sistemáticamente intercambiar bienes y servicios para satisfacer sus necesidades recíprocas, constituyendo así verdaderos mercados “locales”4 donde se encuentran los poseedores de distintas mercancías que no requieren dinero para efectivizar el intercambio de sus trabajos o posesiones pues al desprenderse de su producto inmediatamente obtienen a cambio otro que consideran de valor equivalente. En tanto los oferentes son ellos mismos productores, surge la figura del “prosumidor”.5

Cuando las transacciones se vuelven recurrentes, los términos del intercambio (cuántas empanadas por un saco tejido, cuántas horas de clase de yoga por el arreglo de una muela), pueden fijarse a partir de la valoración de las horas de trabajo de manera homogénea (cada hora vale lo mismo, sea de dentista o de cocinero) o ponderada (una hora de dentista equivale a cuatro horas de cocinero), ya sea fijadas por un acuerdo entre los participantes individuales de la red, ya sea tomadas de las relaciones imperantes en el mercado capitalista del cual no se puede participar. Esas relaciones suelen estar reguladas por normas compartidas de justicia o de solidaridad entre los miembros de esa comunidad de intercambio.

Suele atribuirse el surgimiento de estas comunidades a la falta de dinero y también denominarlas economía del “no dinero”.6-7 Lo que “falta” es el reconocimiento social (demanda) de las capacidades productivas de las personas o comunidades hoy excluidas, sea porque están asociadas con productos que han sido sustituidos (competencia por calidad), sea porque son ineficientes en términos del valor que reclaman para reproducirse (competencia por precios). Esto lleva a los excluidos a perder el acceso normal al trabajo de otros en una sociedad de mercado: vía trabajo/ingreso por salario-compra de productos o trabajo/ingreso por venta de productos-compra de otros productos para satisfacer las necesidades vía consumo.

Como resultado de la falta de demanda de trabajo o de los productos o servicios que se pueden producir por cuenta propia, le faltan ingresos monetarios a un sector. Pero las capacidades están allí, y también las necesidades insatisfechas. El problema es volver a unirlas, por ejemplo, mediante la producción para el propio consumo individual o regenerando un segmento de mercado comunitario segregado o segmentado.

En todo caso, la mayoría de los bienes y servicios intercambiados a través del trueque requieren también el uso de insumos y del gasto de medios de producción, los que varían entre actividad y actividad, que se suman a los valores de los tiempos de trabajo. Dado que estas redes no surgen en sociedades precapitalistas sino en medio del capitalismo, y que no sólo los insumos sino los conocimientos y destrezas mismas del trabajo han sido o deben ser adquiridas en buena medida en dicho sistema, acceder a ellos requiere dinero, pues el sistema capitalista no admite el trueque salvo que sea parte de su propio movimiento interno (como la circulación de bienes e insumos intermedios entre plantas de una misma empresa o entre empresas de un mismo conglomerado para eludir los impuestos nacionales). Esto supone que los miembros de una red de trueque participan paralelamente en el mercado capitalista, sea para obtener los insumos que no pueden encontrar dentro de la red,8 sea para copiar diseños o adoptar tecnologías, sea para cubrir el espectro complejo de necesidades que la red sólo cubre parcialmente. Participan, por tanto de dos sistemas de relaciones y valores contradictorios: los de la competencia y la relación objetivada del mercado capitalista, y los de la solidaridad y los acuerdos conscientes de la comunidad de trueque. Y ello plantea la cuestión de si es posible que ambos sistemas coexistan o si el mercado capitalista tarde o temprano desintegrará el mercado solidario.  


1. Esta reconstrucción lógica no necesariamente coincide con cada secuencia histórica real, pero es un recurso del análisis conceptual, del cual el ejemplo clásico es el análisis del tema por Karl Marx.

2. Ver: Schüldt J. (1997).

3. Regiones con actividades que son extinguidas por el mercado o por el agotamiento de sus recursos no renovables, o ahora los sectores excluidos estructuralmente como resultado de la revolución tecnológica impulsada dentro de un sistema capitalista que libera al mercado de la acción regulatoria del Estado.

4. Podemos aceptar esa denominación en tanto se refiere a conjuntos de personas ligadas por relaciones cara a cara, una de las connotaciones del término “local”.

5. Ver: Toffler, A., (1990).

6. Ver: Schüldt, op cit.

7. No es correcto caracterizarlo así. El papel moneda oficial es expresión abstracta del valor, pero también lo son los registros, vales o créditos que emiten las redes de trueque, pues no expresan ningún trabajo particular. Por otro lado, los defensores de esta tesis afirman contradictoriamente que los créditos tienen igual valor que el dinero. No es así. Tienen un valor de cambio limitado, acotado a un universo particular de bienes y servicios. No es equivalente general pues no es aceptado en toda la sociedad. Se dice también que al no tratarse de dinero (oficial) se está a salvo de la inflación, etc. Pero no es así: si se emiten créditos de más, o si se deprime la oferta de bienes, se devalúa el poder adquisitivo de los créditos acumulados, pues se trata de una relación entre la masa material de bienes y servicios y sus representaciones. Quien obtuvo créditos a cambio de cierto trabajo y los conserva, puede encontrar que no puede obtener un trabajo equivalente (o que se han valorizado) como reflejo de la variación en las productividades o en las demandas relativas.  

8. Un ejemplo en este sentido es la importancia de incorporar servicios de transporte para extender el mercado comunitario, lo que requiere dinero oficial a menos que un grupo de transportitas se incorporen a la red, pero esto es difícil por ser una actividad que tiene un alto valor de insumos externos con relación al trabajo del transportista (o al valor equivalente de productos y servicios de la red que puede requerir a cambio).  

 


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