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EL FUTURO, DE LA ESPERANZA
Alejandro A. Tagliavini

CAPITULO V. MONEDA, CRÉDITO, FINANZAS Y SISTEMA BANCARIO

LA TEORÍA MONETARIA

Lo primero que debemos tener en cuenta es que la moneda no es más que otra mercadería o servicio (para el caso, a los fines de este estudio, es lo mismo) como los zapatos, las vacas, los autos o el oro, y como tal debe ser tratada(1). Segundo, la conclusión es que, la inflación (o deflación), es un fenómeno propio, inevitable y exclusivo del sistema monetario estatista. En consecuencia, carece de sentido hablar de inflación (o deflación) dentro de un sistema monetario natural.

Empecemos por decir que, más allá de las precisiones históricas, en el principio era el trueque y hoy, todavía, sigue siéndolo. En el principio, la gente iba al mercado con gallinas o cerdos para cambiarlos por flechas o sandalias. Y, cansados de transportar gallinas, las cambiaron por pequeños trozos de oro. Luego, como se hace con cualquier mercadería, al oro le pusieron marca y lo acuñaron y lo llamaron moneda. Y, cansados de transportar oro, lo depositaron en cajas seguras. Y fueron al mercado con certificados de depósito, a los que llamaron billetes. Apareciendo más tarde los cheques, las tarjetas de crédito (o 'dinero plástico'), el dinero 'electrónico'(2), 'tikets canasta' y demás. Pero, el principio, no ha dejado de ser el mismo: mercadería por mercadería, servicio. La moneda, en definitiva, podría verse como otro servicio bancario que permite, básicamente, el cálculo (basado en una unidad común) y la agilidad en las transacciones. En fin, en cualquier caso, para distorsionar todo, en algún momento, a alguien se le antojó que el Príncipe o el Estado debía tener el monopolio (coercitvo, obviamente) de la fabricación de moneda, y el curso forzoso(3).

Consecuentemente, el dinero cumple, al igual que cualquier otra mercadería o servicio, con la curva de oferta-demanda(4), OD, pudiendo ocurrir dos cosas, según el sistema sea natural o coercitivo. Conviene recordar que, en rigor de verdad, no existe un punto de equilibrio en la curva de OD, sino, un entorno puntual, con tendencia al equilibrio en la medida en que no existan fuerzas coercitivas (extrínsecas a la sociedad, descoordinadoras). De otro modo, de no existir un entorno en permanente movimiento, el mercado sería estático.

Si el sistema es natural, intrínseco al mercado, es decir, que cualquiera puede emitir moneda y hacerla circular sin impedimentos de carácter violento(5), una sobreoferta, por ejemplo, significará una pérdida para el emisor(6). Lo que advertirá inmediatamente y corregirá con urgencia so pena de quebrar. Por su lado, el público advertirá rápidamente esta situación y buscará otra moneda. En cualquier caso, no habrá alza generalizada de precios sino que, en el peor de los casos, simplemente, una de las tantas monedas ofertadas, perderá valor frente a los demás bienes, servicios y monedas. Si se produjera un shock de desconfianza, ocurriría una corrida como cualquier corrida bancaria, y el emisor en cuestión, probablemente, quebraría (si no tiene un buen seguro, lo que resulta poco creíble), pero, nuevamente, no se produciría alza generalizada de precios. El mercado, en definitiva, se comportaría con respecto a la moneda del mismo modo como se comporta frente a los cheques. Inversamente, una suboferta, producirá un aumento en el precio de la moneda, con respecto a los demás bienes, lo que, rápidamente, alentaría al emisor a emitir más intentando equilibrar la demanda.

Si el sistema es estatista (extrínseco al mercado natural), es decir, sólo el Estado coercitivo puede emitir y obliga al curso forzoso, la inflación (o deflación), en cualquier caso, es inevitable. Todo lo que el burócrata puede hacer, es tratar de regular la variación generalizada, no de precios en general, sino del precio de su moneda con respecto a los demás bienes, conteniendo la emisión y rezando para que no se produzca una corrida. En primer lugar, como el Estado coercitivo, por propia definición, no se maneja con criterios de eficiencia económica sino políticos, no le importa perder y, en consecuencia, sus operadores no están preparados para advertir las pérdidas ocasionadas por una tendencia desequilibrante en la OD. Y, entonces, salvo por una fugaz casualidad, la tendencia equilibrante de la OD nunca se logrará. Y la inflación (o deflación) es una enfermedad monetaria generalizada que desnaturaliza todo el proceso económico, puesto que, al ser la moneda estatal el único medio de cambio, todas las transacciones y cálculos quedan distorsionados en la medida de la inflación (o deflación).

Peor aún, al no existir mercado natural, no existen índices reales de la OD. Todo lo que en los sistemas estatistas se habla acerca de la demanda monetaria, no es más que pura ficción de economistas planificadores que prentenden sustituir, con rígidos sistemas ingenieriles, el comportamiento absolutamente maleable e impredecible de la naturaleza humana. De modo que, ni siquiera en el hipotético caso de que, por pura casualidad (más bien por un 'milagro', porque la coerción es de suyo descoordinadora, por cuanto la coordinación implica acuerdo voluntario, y, por tanto, desequilibrante) el Estado artificial hubiera logrado una tendencia equilibrante de la OD, tendrá conciencia de tal tendencia. Dado que sólo el mercado natural puede reflejar, con explícita certeza, las variables económicas. Es decir, en un mercado, los precios, como resultado de la competencia, van indicando el nivel de la tendencia de oferta y demanda (si la demanda aumenta, los precios aumentan, si baja los precios bajan), pero si no hay precios reales (en este caso, porque al ser el mercado monopólico no hay competencia) no es posible saber como está variando la OD.

La inflación (o deflación), en definitiva, no es más que el desfasaje que se produce, en forma artificial, entre la curva natural de oferta y demanda de moneda (la curva intrínseca, la que ocurrirá en la medida en que el mercado no sea distorsionado por medidas coercitivas) y la oferta y demanda de moneda que efectivamente rige en el mercado. Y este desfasaje se produce, insisto, cuando, vía curso forzoso, se impone un sistema monetario que no responde (extrínseco) al mercado natural. De paso, cabe señalar que lo que a veces sucede en los sistemas estatistas es que, debido a que el Estado coercitivo imprime moneda en forma exagerada, para poder solventar sus gastos, existe una exagerada oferta monetaria por parte del único oferente, y esto provoca una acelerada depreciación del signo monetario, dando lugar a que se hable de la inflación como el resultado de la 'creación espuria de moneda'. Lo que, en rigor, no se ajusta a la verdad.

Si el aumento (o disminución) lo produce el mercado natural, entonces, bienvenido sea porque ésta variación de los precios es el modo en que la sociedad, de acuerdo con el orden natural, decide la eficiente asignación de los recursos. Recordemos que, la eficiencia, supone de suyo las relaciones voluntarias, porque éste es el modo de garantizar que ambas partes se benefician (se coordinan). Ahora, si el aumento (o disminución) tiene un origen extrínseco, en un sistema coercitivo, es decir, en una interferencia artificial ajena al mercado del orden natural, entonces, los aumentos (bajas) son malos porque significan una distorsión de lo que la sociedad haría, por su cuenta (intrínsecamente), en función de la eficiencia económica.

Resumiendo, si el sistema es coercitivo de moneda única estatal, siempre habrá inflación (o deflación) porque, como el Estado racionalista es incapaz de acertar (incapaz de planificar) con la tendencia equilibrante entre oferta y demanda, el valor de la moneda estatal variará permanentemente, en forma artificial (de modo caótico y desordenado, desequilibrante, descoordinador), con respecto a los otros bienes. Si el sistema es de moneda 'privada y libre', es decir, varias monedas ofertadas, no tiene sentido hablar de inflación (o deflación). Simplemente ocurrirá que las mejores (las más eficientes) monedas serán más solicitadas y el juego de los precios será lo que siempre es en un mercado ordenado: un juego de índices para la más eficiente dirección de los recursos sociales.


(1) Probablemente fue el franciscano Jean Buridan de Bethune (1300-1358) el primero que explicitó la teoría del dinero como fenómeno del mercado, es decir, que la moneda nace naturalmente como mercancía (cfr. 'Historia del Pensamiento Económico', Murray N. Rothbard, Unión Editorial, Madrid 1999, Vol. I, pp. 104-5), teoría que luego es desarrollada por varios escolásticos. Así "El valor de la moneda, indudablemente, es como el valor de todo lo que hay bajo el sol; queda determinado de acuerdo con el precio que ellos (la gente) están dispuestos a asignar", aseguró J.M. Dominguez ('Discursos Jurídicos', Madrid 1732, aprobado por la Inquisición "por no contener cosa que se oponga a nuestra Santa Fe Catholica y buenas costumbres"). En fin, en cualquier caso, es interesante notar que "... aunque habitualmente supongamos que existe una línea determinada para distinguir lo que es dinero de lo que no lo es y la ley generalmente intenta hacer tal distinción- en lo que se refiere a los efectos causales de los eventos monetarios no se aprecia una diferencia clara. Nos encontramos más bien con una continuidad en la que objetos con distintos grados de liquidez, o cuyos valores fluctúan independientemente de los demás, se confunden unos con otros en la medida en que funcionan como dinero (ver J.R. Hicks, 'A Suggestion for Simplifying the Theory of Money', Económica, Febrero 1935)", según asegura Friedrich A. Hayek en 'La Desnacionalización del Dinero', Ediciones Folio, Barcelona 1996, p. 55.

(2) Los métodos electrónicos para la transferencia de fondos, que hoy se están empezando a utilizar (con un costo muy bajo), parecieran perfilar una sociedad en la cual el dinero estatista podría caer en desuso. Y, quizás, ser reemplazado por dinero emitido privadamente en forma de saldos inscritos en 'tarjetas inteligentes', o cargados en computadoras personales. Estos podrían transferirse mediante 'billeteras electrónicas' o computadoras conectadas a través de Internet. Los saldos de las tarjetas inteligentes, que pueden transferirse sin que sea imprescindible la participación de bancos, podrían convertirse, en el futuro, en el equivalente del billete de banco privado (ver Frank Browne y David Cronin, 'How Technology is Likely to Mould the Future Shape of Banking', Irish Banking Review, Autumn 1994, 3-29; ver también Steven Levy, 'E-Money (That's What I Want)', Wired, December 1994, p. 174; y Lawrence H. White, 'Spending Money Freely', The Freeman, May 1995, p. 296). En este sentido, sin duda resulta sugestiva la siguiente afirmación de Andy Kessler según quien "El dólar está respaldado, al menos sentimentalmente, por el oro sentado en Fort Knox. Este papel de Internet, en cambio, está respaldado por empresarios inteligentes que trabajan como perros a lo largo de la noche para cambiar al mundo. Un poco bizarro, sin duda. Pero aquí es adonde el mundo, y todos nosotros, estamos siendo dirigidos". Sin olvidar que la apreciación de estos papeles (stocks) de Internet "puede desafiar la ley de gravedad, inducir el sangrado nasal y provocar vértigo. Pero esto no significa que sea muy alta", 'The Upside-Down World of High-Tech', The Wall Street Journal, New York, July 19, 1999.

(3) Quizás, el hito histórico más significativo, en Occidente, se produjo en el siglo V antes de Cristo cuando Atenas conquistó el dominio del área mediterránea imponiendo el curso forzoso de su moneda. Luego, el líder ateniense Solón, debasó las monedas provocando la primera inflación registrada de la historia.

(4) Un dominico y escolástico español, Martín de Azpilcueta Navarro (nacido en 1493), en su 'Comentario Resolutorio de Cambios' (1556), escribió que "el dinero vale más donde y cuando ay falta del, que donde, y cuando ay abundancia". Por su parte, otro escolástico español, Luis de Molina, afirmó que "...siempre que la moneda sea más abundante será menos valiosa con el propósito de comprar bienes...pero donde es escasa...será más valiosa...Siempre que la demanda de moneda sea mayor, ya sea para comprar o transportar bienes...o para cualquier otra razón, allí su valor será más alto", 'De Iustitia et Iure' (Moguntiae, 1614), disp. 406, cols. 704-705 (citado por Alejandro A. Chafuén, `Christians For Freedom', Ignatius Press, San Franciso, USA, 1986, p. 77). En fin, según lo que podríamos llamar la 'escuela clásica' de la teoría monetaria, la curva de oferta y demanda simplificada tiene que ver con que: "Las presiones inflacionarias están positivamente relacionadas con la velocidad de las transacciones y la liquidez de los bienes medio de intercambio del modo representado por los modernos índices 'divisia' de oferta monetaria. Aceptando que los bienes tienen una 'premia' diferencial por liquidez, los bienes con alta liquidez tienen un mayor impacto sobre los precios que los bienes con baja liquidez", Tyler Cowen & Randall Kroszner, 'Explorations in the new monetary economics', Blackwell Publishers, Cambridge, Mass. 1994, p. 51. Nótese que no necesariamente tiene que ser dinero sino, también, certificados por especies o especies. De hecho, hoy en día, a ningún economista se le ocurriría hablar de dinero sin incluir los depósitos bancarios a la vista redimibles en dinero corriente a la par (M1). En una definición más amplia, se suelen incluir los depósitos de ahorro de bancos comerciales, los depósitos en cajas de ahorro, las acciones o participaciones en bancos de ahorro y préstamo y los valores de rescate en efectivo de compañías de seguros de vida, todos redimibles en dinero corriente a la par. Ahora, lo que confunde, en la cita anterior, es que se refiere al 'impacto sobre los precios', dando la idea de que queda impactado el precio de los bienes en general, cuando está claro que estos no cambian, en principio, ni su 'situación objetiva' ni su 'situación subjetiva', por algo que les es extraño como la liquidez (o velocidad) de los bienes de intercambio. Está claro, pues, que lo que queda impactado es el precio de los bienes de intercambio. Si éste es único (existe una sola moneda 'legal' en el mercado), entonces sí puede decirse que existe 'impacto sobre los precios' (inflación o deflación) en general, por cuanto, los 'precios' dejan de reflejar la situación propia ('objetiva' o `subjetiva') de cada bien, en particular, en relación al proceso distributivo (que es para lo que sirven los precios en el mercado natural, según vimos) para reflejar la relación con el único modo de intercambio.

(5) El sistema monetario natural tiene un muy buen precedente histórico. Efectivamente, durante la primera mitad del siglo pasado, un sistema bancario 'libre' existió en Escocia. Bancos privados, en competencia, emitían notas bancarias que eran convertibles en especies, y las personas tenían el derecho de usar la moneda de su elección (ver Lawrence H. White, 'Free Banking in Britain: Theory, Expirience, and Debate 1800-1845', New York: Cambridge University Press, 1984).

(6) Recordemos que, en definitiva, al igual que en cualquier actividad empresaria, es el mercado natural el que manda, el que decide las cosas. Y el empresario será exitoso en la medida en que sepa adaptarse a estas demandas. Ante una oferta de oro determinada, éste tendrá un precio al cual, por ejemplo, un banquero puede comprar una determinada cantidad, con el fin de establecer una moneda convertible en el metal amarillo. Si, el empresario en cuestión, luego emite certificados, billetes, por más oro del que compró, lo que habrá hecho es 'aumentar' la oferta del metal en el mercado. Con lo que, el precio del oro, tenderá a bajar y, entonces, en principio, habrá perdido dinero, porque habrá bajado el precio de su capital real. Pero, quizás haya logrado, en el interín, colocar la suficiente cantidad de certificados a buen precio, de modo de garantizarse una buena ganancia. Aun corriendo el riesgo de que ocurra una corrida y se le demande todo el oro de los certificados, que no tiene. Pero, en este caso, podría haberse cubierto con un seguro bancario. En fin, lo que quiero significar con esto es que, por un lado, podrían ocurrir malos manejos empresarios, pero que, en definitiva, quedarán siempre autorregulados y controlados por el mercado natural. En definitiva, que cuando el mercado opera intrínsecamente, es él el absoluto soberano y no los empresarios. Para una teoría que intenta explicar cuales son los límites económicos, para la cantidad de billetes rescatables, que puede crear voluntariamente un emisor privado, en un sistema bancario 'libre', puede verse Lawrence H. White, 'Free Banking in Britain', Cambridge University Press, UK, 1984; también George A. Selgin, 'The Theory of Free Banking', Rowman and Littlefield, Totowa N.J., 1988.

 


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