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EL FUTURO, DE LA ESPERANZA
Alejandro A. Tagliavini

LA FUNCIÓN EMPRESARIAL Y LA CREACIÓN HUMANA.

Sucede que, en definitiva, la función empresarial es, eminentemente, una capacidad creativa en pos del mejoramiento social. Ahora, esta capacidad creativa, supone (lo que es propio de la creación humana) el hallazgo de información tal que ésta configure "conocimiento que previamente se desconocía que podía existir"(1). De aquí que, "...prescindir de las típicas características de imaginación, atrevimiento y sorpresa equivale a eliminar enteramente la naturaleza humana del proceso de elección"(2).

Así, para Jesús Huerta de Soto "La función empresarial (pura) no exige medio alguno para ser ejercitada. Es decir, la empresarialidad no supone coste alguno y, por tanto, es esencialmente creativa. Este carácter creativo de la función empresarial se plasma en que la misma da lugar a unos beneficios que, en cierto sentido, surgen de la nada y que denominaremos beneficios empresariales puros. Para obtener beneficios empresariales no es preciso, por tanto, disponer de medio previo alguno, sino tan solo es necesario ejercer bien la función empresaria... Basta darse cuenta de la situación de desajuste o descoordinación que existe entre A y B para que surja, de inmediato, la oportunidad de un beneficio empresarial puro"(3).

Así es que, en principio, cualquier persona pueda ser empresario o que toda actividad pueda ser encarada como empresa. Un enfermero, por caso, podría ser una 'empresa' de servicios de enfermería. Las trabas más grandes que impiden que cada persona sea su propio empresario, hoy en día, son las impuestas coactivamente por los burócratas y la carga impositiva, generadas por el Estado. Nótese que la información que nos da el mercado (las personas), generalmente, se refiere a los desajustes existentes. Por ejemplo, necesito alimentos-los alimentos están lejos, en el campo. La información necesaria para solucionar este desajuste (existen aparatos llamados camiones que sirven para transportar), que a veces también brinda directamente el mercado, debe ser descubierta o 'creada' por el empresario.

"La empresarialidad consiste, por lo tanto, en la capacidad típicamente humana para crear y descubrir en forma continua nuevos fines y medios. Desde esta concepción, los recursos no están dados, sino que tanto los fines como los medios son constantemente ideados y concebidos ex novo por los empresarios, siempre deseosos de alcanzar nuevos objetivos que ellos descubren que tienen un mayor valor. Y si los fines, los medios y los recursos no están dados, sino que la acción empresarial del ser humano los crea sin cesar desde la nada, es claro que el planteamiento ético fundamental deja de consistir en cómo distribuir equitativamente 'lo existente', y empieza a concebirse más bien como la manera más conforme a la naturaleza humana de fomentar la creatividad. Por eso en el campo de la ética social se llega a la conclusión de que la concepción del ser humano como un actor creativo hace inevitable aceptar con carácter axiomático el principio ético de que 'todo ser humano tiene derecho natural a los frutos de su propia creatividad empresarial'. No sólo porque, de no ser así, estos frutos no actuarían como incentivo capaz de movilizar la perspicacia empresarial y creativa del ser humano, sino porque, además, se trata de un principio universal capaz de ser aplicado a todos los seres humanos en todas las circunstancias concebibles..." por otro lado "... (antes de que creara no existía aquello que creó, por lo cual su creación no perjudica a nadie y, como mínimo, beneficia al actor creativo, si es que no beneficia también a muchos otros seres humanos)", asegura Jesús Huerta de Soto(4).

Y así se realiza la vocación humana. Efectivamente, recordemos que "Essentia beatitudinis in actu intellectus consistit" , según el Doctor de Aquino(5), lo que podría traducirse como que la esencia de la felicidad (beatitud, santidad) consiste en un acto del entendimiento (del conocimiento, de la contemplación, la fe natural). Por otro lado es claro que tanto para el Aquinate como para san Agustín conocer es esencialmente enseñoreamiento del mundo y apoderamiento de la realidad. Ahora, todo movimiento busca la quietud y la quietud no está en el querer sino en el conocer(6), porque "Beatus est, qui habet omnia quae vult"(7), feliz es quien tiene todo lo que quiere, todo lo que ama. Si recordamos que, finalmente el conocer (la información), el amar y, ahora, el poseer (interiormente) el objeto amado, se confunden, podemos cerrar el círculo virtuoso de la vocación humana (de servicio, de amor al prójimo, al Amor por excelencia, a la Vida, a Dios, porque "¿Qué quiere decir ser feliz sino esto: poseer algo eterno conociendo?" asegura el Aquinate(8); la acción vital por excelencia, el conocimiento es "perfectissimum quod est in vita", dice santo Tomás(9).

De la última cita de Huerta de Soto, por otro lado, surge claramente que, en un mercado natural, según ya vimos, lo ético (supuesto un fin ético, por cierto, de suyo en la naturaleza de las cosas) sea el intento por obtener el mayor lucro, no por razones materialistas (luego cada uno verá con que criterios maneja lo que gana) sino, por el contrario, porque esto estará indicando un mayor aporte al proceso creativo en función del mejoramiento social.

Así es que, lo que el proceso económico natural (y la función empresarial) realmente produce, no son sólo bienes materiales que, más tarde o más temprano (según sean perecederos o no) terminarán desapareciendo, sino, fundamentalmente, creaciones ideológicas (tecnología, procesos, modelos y demás) que potencian 'hasta el infinito' a los recursos puramente físicos. En un proceso que no tiene límite superior, de tal modo que, es lícito decir que, en definitiva, los recursos que tiene el hombre son ilimitados. En tanto no destruya este proceso creativo, cuya esencia es la Providencia que se manifiesta, a través de la razón natural (tomista) que supone, de modo esencial, el libre albedrío humano.

Así, cuando el Estado coercitivo, al planificar, al suponer datos futuros como ciertos, establece una cantidad de 'información' que, en definitiva, es falsa, porque se basa en la suposición de que el cerebro humano es capaz de adivinar exactamente el futuro. Así atenta directamente contra la función empresarial, su carácter creativo, y, consecuentemente, la naturaleza humana. Así es que, el paradigma autoritario de la administración, se basa en el supuesto de que, para un buen administrador o un buen grupo de expertos, es posible, y deseable a la vez, asimilar todo el conocimiento disponible en una organización. Y, a partir de aquí, diseñar un plan maestro que coordine las acciones de todos. En un sistema como éste, todo lo que debe hacer cada persona es realizar el trabajo que se le asigna en el plan. Las personas no tienen incentivos para trastocar la 'misión' común, porque los administradores suponen que conocen las aptitudes de cada persona y los esfuerzos que realiza, o que pueden observarlos fácilmente(10).

En otras palabras, en el mercado natural lo que importa son las personas, que son quienes deciden lo que las empresas deben hacer, a partir de una autoridad moral de algún modo establecida. Consecuentemente, el empresario no puede planificar, sencillamente, porque nunca sabrá de antemano lo que la gente querrá (generalmente, ni las personas mismas lo saben, menos lo puede saber un tercero). Pero si el gobierno impone coercitivamente regulaciones (por ejemplo, obliga al uso de cinturones de seguridad, los empresarios sabrán que la gente demandará estos aparatos), así podrán tener 'información' anticipada. Ahora esta 'información' no es tal que 'antes no sabíamos que existía' es decir, no es creación humana, sino simple decisión del burócrata. Teniendo esta 'información' anticipada, el empresario puede olvidarse de crear, de servir a la gente y, en cambio, hacer según el gobierno manda.

Por otro lado, tengamos en cuenta que, la diferencia entre las empresas autoritarias y las naturales (por ejemplo, las de tipo militar y las que, de algún modo, reproducen internamente procesos de mercado), es que, en las primeras, aparentemente, se evitan los costos de las transacciones internas. En las segundas, estos costos se antojan como más altos. Pero la ganancia es muy superior, por cuanto, cada unidad de la empresa, al competir entre ellas, estando más cerca de la gente (los clientes), se transforma en un poderoso buscador de información. Consecuentemente, en la medida en que la 'información' viene dada desde el gobierno, la organización autoritaria vale, pero si a la información hay que buscarla en el mercado, las instituciones naturales se imponen.

Pero veamos un ejemplo concreto. Existen países en donde, para ejercer determinadas profesiones (medicina, abogacía, ingeniería, arquitectura, y demás), se necesitan 'títulos habilitantes'. Es decir que, por imposición coactiva, se debe obtener un 'título' en una universidad autorizada por el gobierno. Conclusión, si Usted consigue la respectiva autorización, puede instalar una casa de altos estudios con el privilegio (coactivamente garantizado por el Estado) de que tendrá un mercado potencial asegurado. Ya que, muchos querrán ejercer estas profesiones y, consecuentemente, necesitarán del 'titulo' correspondiente que Usted está 'habilitado' para otorgar. Para colmo, el gobierno suele imponer los programas de estudio, además de otras regulaciones, dejando poco lugar para la competencia (la búsqueda de información, la creación) entre los distintas universidades. Conclusión, Usted puede planificar buena parte de su actividad. Por un lado, de antemano conoce los programas y de aquí puede deducir los costos (necesidad de aulas, horas profesor, y demás) y, por el otro, en función de este costo y de que tiene un mercado obligado a conseguir el título, Usted puede estimar la relación cantidad de alumnos / aranceles y, consecuentemente, su presupuesto.

Si en el mercado no existiera esta imposición coercitiva, Usted no tendría asegurado ningún alumno y tendría que competir con los otros programas de las distintas universidades. De modo que no podría planificar nada: ni el costo, ni la relación alumno/arancel. Lo más que puede hacer es estudiar al mercado natural, de manera de ver que parece de interés para potenciales alumnos, y luego, enseñar esto al menor costo posible. Seguramente, para cuando empiece las clases el resultado será (por exceso o defecto) muy diferente a lo que Usted imaginó. Entonces, deberá ajustar las cosas. Para cuando las haya ajustado, aparecerán nuevas variables (una computadora nueva que interesa conocer más que la que Usted enseñaba, o lo que fuera) que lo obligarán a ajustarse nuevamente, y así en un proceso creativo de nunca acabar. En ningún momento podrá planificar nada, todo lo que puede hacer es estudiar, ordenadamente, al mercado natural, e intentar, ordenadamente, responderle (proyectar), e ir cambiando (creando) permanentemente sus acciones en función del servicio a las personas.

En definitiva, en el mercado natural, un empresario sólo pone la intención y proyecta el futuro(11), pero ni antes de empezar, ni después, planifica nada. Por el contrario, participa de un permanente proceso creativo tendiente al perfeccionamiento personal y social. La 'planificación' la hará el mercado(12). Hoy en día, por ejemplo, cualquier especialista en marketing sabe perfectamente que, para una empresa, son fundamentales los permanentes relevamientos. Y, de esta manera, disponer de datos, como conocer a la competencia, a los actuales y potenciales clientes, la conformidad con el servicio que se ofrece, frecuencia de compra, gustos o preferencias, y demás. Porque ésta información le permite ir adecuando su negocio a las condiciones del mercado natural en 'tiempo real'. Y para esto se utilizan técnicas, métodos y propuestas diversas: encuestas, observaciones directas, desarrollo de estrategias, monitoreo e implementación de servicios, relevamiento de la imagen de la compañía, mediciones de rentabilidad y costos, evaluación y factibilidad de proyectos de inversión, y demás.


(1) Ver Esteban Thomsen, 'Prices and knowledge: A market process perspective', Londres y Nueva York: Routledge, 1992, p. 61.

(2) I. Kirzner, 'El descubrimiento empresarial y el proceso competitivo del mercado: el punto de vista austriaco', en 'Competencia y Empresarialidad', Unión Editorial, Madrid 1998, p. 263. Ver Ernest Pasour, 'Economic efficiency and inefficient economics: another view', J. Post-keynesian Econ., primavera 1982, 4 (3), pp. 454-9; N. Moldofsky, 'Market theoretical frameworks-which one?', Econ. Rec., junio 1982, 58 (161), pp. 152-168; George L.S. Shackle, 'Epistemics and Economics: A critique of economic doctrines', Cambridge: Cambridge University Press, 1972; James M. Buchanan, 'Natural and artifactual man', en 'What should economists do?', Indianapolis: Liberty Press, 1979, pp. 93-112.

(3) 'Socialismo, cálculo económico y función empresarial', Unión Editorial, Madrid 1992, p. 60. Recordemos que, para santo Tomás de Aquino, crear es hacer algo a partir de la nada (ver la nota 27, Capítulo I, Parte Primera), de donde, en rigor, como El Creador es Dios, sólo El es capaz de crear algo de la absoluta nada, el hombre sólo puede participar de esta creación. De aquí la importancia de la fe natural que le permite al hombre esta participación. De aquí también que, la planificación, que significa negarle al hombre la posibilidad de crear (y si recordamos que el hombre es uno: cuerpo y alma), significa negarle al hombre proceder en su fe limitándolo a un ser material. Así, la característica de la 'creación' humana es que ésta consiste en 'encontrar (inspirados por el Don de la Sabiduría, diría la teología católica) información que antes ni siquiera sabíamos que existía', pero nunca crear información de la nada como pretende el racionalismo. Nótese que encontrar significa una actitud ('empírica') volcada hacia lo preexistente, en tanto que 'crear de la nada' significa una (abstracción racionalista) actitud egocéntrica: es el yo que crea, para tener todo 'egocontrolado' desde su origen.

(4) 'Socialismo, Corrupción Ética y Economía de Mercado', Libertas no. 27, ESEADE, Buenos Aires, Octubre de 1997, p. 266.

(5) S.Th., I-II, q. 3, a. 4.

(6) cfr. santo Tomás de Aquino, 'Compendium theologiae', 1, 107; y la S.Th., I, q. 81, a. 1. De aquí que la información, el conocer, tienda al equilibrio, a la quietud, que nunca encontraremos completamente en esta tierra, según discutimos cuando estudiamos el proceso del mercado en la Parte Primera.

(7) San Agustín, 'De Trinitate', XIII, V.

(8) 'Ochenta y tres cuestiones', 35.

(9) In Met. XII, VIII.

(10) Quizás el caso más sintomático sea el tipo de organización que imaginó Frederick Taylor ('Principles of Scientific Management', Norton, New York, 1911) que desarrolló en base a su teoría de la 'administración científica'. Esta filosofía de la administración 'científica' tiene, de hecho, grandes similitudes con las propuestas de una planificación económica centralizada por el Estado. Ambas propugnan la creación de planes 'racionales', articulados para precoordinar la conducta humana. Y ambos tipos de planificación tuvieron grandes defensores (véase, por ejemplo, Judith A. Merkle,'Management and Ideology: The Legacy of the International Scientific Management Movement', University of California Press, Berkley, 1980; ver también Peter Boettke, 'The Political Economy of Soviet Socialism', Kluwer Academic Publishers, Boston 1990.

(11) Ver lo que ya estudiamos con respecto a la fe natural en el apartado correspondiente y cuando tratamos el racionalismo, en el Capítulo I de la Parte Primera. Según Jim Heckman, de la Universidad de Chicago, "Aunque el cambio no puede ser totalmente previsto, podemos saber cuál va a ser su dirección...Hay oportunidades que surgen, que las personas inteligentes, flexibles y hábiles pueden aprovechar... en el mundo hay oportunidades que van y que vienen para responder a ese cambio... Una de las reglas empíricas mejor establecidas en la economía moderna es que las personas más educadas, más flexibles y más capaces, son las que mejor se adaptan al cambio. Esto se aplica tanto... a la innovación de productos ....a medida que los países se abren a la economía mundial, como si se debe (el cambio) a la tecnología y sus innovaciones", conferencia pronunciada durante la convención de ADEBA, en Buenos Aires el 20 de mayo de 1997.

(12) En este sentido (en el de los dictados del mercado que debemos aprender a escuchar), para Michael Porter el componente predominante en su 'cadena de valor' es la logística, cuya ciencia empuja al marketing tradicional a una nueva frontera de costo-eficacia con el propósito de lograr ventajas competitivas para identificar, anticipar y satisfacer al consumidor final. En el mismo sentido Douglas Lambert, de la Ohio State University, insiste en que las empresas dependen cada vez más del intenso procesamiento de todos los datos que deberán recabar para adaptarse a modificaciones sustanciales, mucho antes de que se mueva nada (ver El Cronista Comercial, Jorge Vilches, Buenos Aires 25 de junio de 1997). Así David Parker y Ralph Stacey aseguran que "Solamente la firma adaptable basada en el aprendizaje en 'tiempo real' y rápida reacción- la firma inherentemente flexible- puede contender con el desconocido futuro. Estas firmas operan exitosamente con una combinación de ambas ordinarias y extraordinarias reglas de dirección. En otras palabras, son las firmas que operan con (bounded instability) equilibrio inestable, como los sistemas creativos en la naturaleza", 'Chaos, Management and Economics', IEA Hobart Paper 125, London 1994, p. 70.


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