la autoridad
BIBLIOTECA VIRTUAL de Derecho, Economía y Ciencias Sociales

 

EL FUTURO, DE LA ESPERANZA
 

Alejandro A. Tagliavini

 

 

 

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LA AUTORIDAD

En la primera cita de santo Tomás, que hice al tratar el tema del 'Orden Natural' (en el Capítulo I anterior), se refiere al gobierno del mundo. Agregando más adelante, que "...por lo que hace a lo esencial del gobierno, Dios gobierna inmediatamente todas las cosas; pero en lo concerniente a la ejecución de este gobierno, Dios gobierna algunas cosas por otras intermedias... Por consiguiente, conviene decir que Dios tiene lo esencial del gobierno, aun de las cosas particulares más insignificantes;... Y como mayor perfección existe en que una cosa sea buena en sí misma, siendo además causa de la bondad en otras que si fuese solamente buena en sí, así Dios gobierna las cosas de manera tal que constituye a unas causas de otras, en cuanto al gobierno, como si un maestro hiciese de sus discípulos no sólo sabios, sino también maestros de otros" (14).

De estas citas se deducen, claramente, una serie de verdades de las cuales, en realidad, algunas ya habíamos discutido. Primero, que existe un orden natural que implica movimiento (una evolución hacia el bien, no del orden sino de la persona humana); y el movimiento implica dirección (autoridad), si es ordenado. Segundo, que Dios tiene lo 'esencial' del gobierno del universo en forma 'inmediata', "aun de las cosas particulares más insignificantes". Y tercero, que existe alguna autoridad terrenal por cuanto "en lo concerniente a la ejecución de este gobierno, Dios gobierna algunas cosas por otras intermedias".

Antes de entrar de lleno en la discusión, quiero aclarar un punto que, aunque está por demás claro, insólitamente (o deliberadamente), casi todos los autores pasan por alto. El Aquinate dice, insisto, que Dios tiene lo esencial del gobierno de todo el universo, en forma inmediata, aun de las cosas particulares más insignificantes. Está claro, también, que Dios 'delega' el gobierno de algunas cosas en otras personas. Pero no delega lo esencial, delega sólo lo 'formal'. Ahora, ¿cuál es la 'forma' del hombre? Para el Doctor Angélico es el alma intelectiva, la razón natural, para el caso. Es decir que Dios delega el gobierno en el alma intelectiva del hombre, pero no delega lo esencial. Ahora, entonces, ¿qué es, o por dónde pasa, lo esencial del gobierno? El Aquinate también lo señala con mucha claridad: la Providencia.

De todo lo que ya hemos estudiado surge, que, como la Providencia se manifiesta a través de la razón natural, en función exclusiva del libre albedrío, para que exista gobierno verdaderamente de Dios, 'delegado', para que se respete el orden natural, el gobierno debe darse de modo exclusivo y excluyente en función y para el desarrollo del libre albedrío humano. Con las propiedades intrínsecas que esto supone, en su máxima potencia. Cualquier 'gobierno' que soslaye este respeto incondicional al orden natural (lo que normalmente sucede violando preceptos de carácter negativo), es decir, este respeto incondicional al libre albedrío, supone una violación directa e irremediable de la naturaleza social del ser humano (15).

En otras palabras: al contrario de lo que comúnmente se cree hoy en día, no puede haber ni gobierno, ni gobernantes, ni gobernados dónde no impera, y en la medida en que no lo hay, libre albedrío. Es decir, que la imperancia real y efectiva del orden natural supone que cada persona adhiere, por propia y personal decisión y en cada acto, a la ley, a cada ley.

Como estudiaremos en su momento, esto no supone (por el contrario, se opone) a la 'libertad individual' racionalista. Pero sí supone, de modo radical, la inexistencia de la violencia (coerción, coacción), en el sentido en que la hemos estudiado, como método de 'gobierno' u 'organización'.

Así, pues, la autoridad en esta tierra es de orden natural y, consecuentemente, será tal en tanto y en cuanto esté inscrita dentro del mismo. Porque los gobernantes terrenales son sólo 'intermediarios', que nada tienen que decir en cuanto al diseño del orden natural (nada tienen que planificar) y, en cambio, deben cuidarse mucho de respetarlo, empezando por negar la violencia.

Es decir que : "La autoridad sólo se ejerce legítimamente si busca el bien común... y si, para alcanzarlo, emplea medios moralmente lícitos" (16). Y "Nadie puede ordenar o establecer lo que es contrario a la dignidad de las personas y a la ley natural" (17).

La necesidad natural de la autoridad es fácil de visualizar. Por ejemplo, como todos los seres humanos tenemos ideas diferentes (desde que cada uno es una persona distinta), por el libre albedrío, pero al mismo tiempo nos urge ser sociales, necesitamos, frente a diferentes opiniones, alguien que, finalmente, decida el camino a seguir. Si es que decidimos seguir uno en conjunto ya que, si bien, debido a nuestra naturaleza social, en algún momento deberíamos hacerlo, nuestro libre albedrío y la imposibilidad de asociarnos con todos en todo momento, nos obligan a decidir cuándo y con quienes.

Podría decirse (para acercarnos a la praxeología de von Mises), que la acción humana, supone una acción dirigida por el orden natural ('hacia' el orden natural). Según hemos visto que, santo Tomás afirma que, la voluntad está necesariamente dirigida al bien y que esta es, propiamente, la acción humana. Esto implica la autoridad porque, es de suyo, en la naturaleza de las cosas, que la acción tenga una dirección. Y esto hace a la eficiencia. Y esta es la parte, según veremos, que los liberales no entienden: que la acción humana implica, de suyo, la existencia de autoridad. Para ponerlo en términos muy simples: dejando de lado el caso de actitudes altruistas, toda acción humana está dirigida a mejorar la situación del sujeto actuante (se trabaja para ganar más dinero, se hacen ejercicios para mejorar la formación física y demás); ahora, mejorar supone algo (superior) que el sujeto no tenía, es decir, supone que alguna 'autoridad' (superior) le indicará que tal acción (que 'no tenía', que desconoce) lo conducirá a una situación mejor.

Insisto, con el siguiente ejemplo. Supongamos que existe un grupo de personas, y que cada una tiene una cantidad x de recursos, que deseamos utilizar en alguna empresa. Luego, descubrimos que cada uno, por su cuenta, es poco lo que puede hacer. Pero que, si juntáramos todos esos recursos podríamos montar una sociedad (de cualquier clase, comercial, financiera, sin fines de lucro, de caridad social, educativa, o lo que fuera) que potenciaría los bienes individuales, obteniendo más de éste modo que la sumatoria de lo que obtendríamos separadamente (lo que, dicho sea de paso, suele suceder dada la naturaleza social del hombre). Luego, como la sociedad implica actuar, para esto hay que tomar decisiones y, sobretodo, realizar acciones. Pero, como todos los seres humanos tenemos opiniones diferentes en razón de que somos personas distintas, todos propondríamos acciones diferentes y, muchas veces, incluso, opuestas. Obviamente, de este modo no podríamos actuar. Consecuentemente, lo que debemos hacer es nombrar una autoridad, cuyo fin será el de dirigir las acciones unívocamente y distribuirlas de modo de no repetirlas inútilmente, de este modo podemos avanzar en nuestra empresa (18). Esto se podrá hacer 'democráticamente', consensuadamente, colegiadamente, o de modo que sea. Pero, finalmente, deber existir una decisión unívoca. Y esto es, claramente, ordenarse de acuerdo a la naturaleza de las cosas. Va de suyo pues, que la autoridad es de orden natural.

Así, el Catecismo de la Iglesia Católica señala muy bien que: "Una sociedad bien ordenada y fecunda requiere gobernantes, investidos de legítima autoridad..." (19). "Esta tiene su fundamento en la naturaleza humana..." (20). "La autoridad exigida por el orden moral emana de Dios... '...quien se opone a la autoridad se rebela contra el orden divino y los rebeldes se atraerán sobre sí mismos la condenación' (Rm 13, 1-2; cf. 1 P 2,13-17)" (21).

Y por otro lado: "... Los regímenes cuya naturaleza es contraria a la ley natural... y a los derechos fundamentales de las personas, no pueden realizar el bien común de las naciones en las que se han impuesto" (22). "'La legislación humana sólo posee carácter de ley cuando se conforma a la justa razón; lo cual significa que su obligatoriedad procede de la ley eterna. En la medida en que ella se apartase de la razón, sería preciso declararla injusta, pues no verificaría la noción de ley; sería más bien una forma de violencia' (S. Tomás de A., th 1-2, 93, 3 ad. 2)" (23).

De todo lo dicho surgen varias cosas que es importante recalcar, porque hacen al fundamento de la autoridad. En primer lugar, existe una reunión voluntaria (natural) de personas, porque han descubierto que, de esta manera, pueden potenciar sus recursos. En segundo lugar, no existe delegación (permanente) de nada (salvo de Dios a la persona humana). Quién aporte dinero, por ejemplo, no delega ese dinero, simplemente decide, voluntariamente, darle el destino convenido en la reunión. Es decir, que la autoridad de la reunión surge de la decisión, voluntaria de las partes, de aceptar sus directivas. Y, de hecho, cualquiera podría, en cualquier momento, retirarse de la reunión llevándose lo propio.

En otras palabras, la autoridad, la sociedad, si bien es anterior al hombre individual, en cuanto que es de orden natural, surge de manera inexcusable de la persona y no a la inversa. Es decir, que la sociedad existe para el ser humano y tiene sentido de este modo, y no a la inversa. En otras palabras, la sociedad no es imponible (esto significaría contradecir al orden natural que dice, precisamente, que la sociedad es anterior a cualquier imposición), es decir, que la iniciativa será siempre de la persona y nunca podrá ser delegada. Finalmente, la ley (directivas) de la autoridad terrenal, de ningún modo pretende suplantar, ni copiar, ni reforzar, ni mucho menos, al orden natural, porque 'Dios tiene lo esencial del gobierno, aun de las cosas particulares más insignificantes, de manera inmediata'. La ley humana no es más que un intento 'superficial' (no esencial) de provocar que la asociación (aunque, en algún momento, necesaria) siempre voluntaria sea lo más eficiente posible. En fin, cuando estudiemos a 'Santo Tomás y la violencia institucional' en el Capítulo IV, profundizaremos más con respecto a la ley humana.

Pero, contrariando todo lo que hemos visto, algunos autores suponen que la autoridad debe, necesariamente, ser coactiva, coercitiva, violenta al fin de cuentas. Detengámonos a analizar a alguno de estos autores.

Entre estos, aparentemente, estaría José Miguel Ibáñez Langlois, que, en su 'Doctrina Social de la Iglesia' (24), afirma que "-el Estado tiene necesariamente -en nuestra condición caída- un poder coactivo y penal contra los infractores del derecho" (25); y más adelante refiriéndose al Estado afirma que "...si esta autoridad viene en definitiva de Dios mismo, de allí se sigue que debe poseer... el necesario 'poder', incluso 'el poder de coacción' (Pio XII, Mensaje de Navidad de 1942), poder efectivo sin el cual su misión se haría ilusoria" (26). Digo aparentemente porque, como el autor no pretende dar demasiadas explicaciones sino, simplemente, intentar una reseña de la Doctrina Católica, no está claro lo que quiso decir con precisión.

Efectivamente, por un lado, justamente "si la autoridad viene de Dios" (lo que es absolutamente cierto, según vimos) está claro que no puede ser coactiva en el sentido de la violencia (aquello que, según santo Tomás es contrario a lo voluntario y a lo natural) porque iría contra la propia esencia del Absoluto. De donde, por coactivo debió haberse figurado una actitud insistente y firme pero no violenta. Porque, por otro lado, afirma que "La condición radical y ontológica de creatura que afecta al mundo, al hombre y a la sociedad humana es la raíz de su grandeza, de su bondad intrínseca, y de su entera sujeción a la ley divina, natural y positiva. La sociedad no debe ordenarse sino conforme a su naturaleza, que expresa el designio de su Creador" (27). Está claro, pues, que la sociedad no debe ordenarse contra lo voluntario y lo natural. Pero todavía insiste en esta posición, en favor de lo natural, afirmando "Que el hombre sea intrínsecamente social significa que cada hombre está ordenado a la sociedad y al bien común; por otra parte la sociedad es para la persona y está ordenada a su bien" (28) ... "la naturaleza social del hombre refleja la gloria de Dios que ha de ser alcanzada en la plenitud de la existencia social... Se trata aquí del 'fin' y de la 'naturaleza' del hombre -conceptos siempre correlativos- en su sentido propiamente metafísico: el hombre, para ser lo que debe ser, está dotado de una naturaleza social" (29).

Va de suyo, entonces, que no hace falta imponerle coactivamente, coercitivamente, nada social al hombre, por el contrario esto significaría destruir su naturaleza social real, de acuerdo con santo Tomás y enfatizado por Ibáñez Langlois: "'Habrá que condenar con el mismo vigor... toda forma de violencia constituida en sistema de gobierno' (Libertatis conscientia, 76)" (30). Finalmente, parece acertar al afirmar que "Es por eso que la Iglesia, no obstante la inercia del pecado, no lo considera una fatalidad personal ni social, y no cesa de anunciar proféticamente el 'deber ser' de la sociedad humana..." (31), que, sin duda, implica el más estricto respeto al orden natural, negando validez a la violencia.

Insisto, el 'deber ser' no es sino el respeto al orden natural. Lo que, de ninguna manera, puede ser considerado como la suposición de la existencia de un orden humano 'mesiánico' sino, por el contrario, significa el humilde reconocimiento de la existencia de un orden 'perfecto' anterior al hombre (formulado por Dios). De aquí que, la negación de la 'perfección' de tal orden, signifique el desconocimiento de la perfección que en Dios existe y, correlativamente, en su creación. Es decir, como (el logos) lo perfecto es 'lógicamente necesario', o es anterior al hombre y humildemente sólo nos cabe reconocerlo y respetarlo, o es 'creado' por la razón humana. En este último caso, evidentemente, es racionalista, por cuanto supone que la razón humana, de algún ser humano 'mesiánico', finalmente, es la creadora de la perfección.

Por otro lado, afirmar que la violencia es necesaria porque, de otro modo, la autoridad sería ilusoria, significa lo mismo que afirmar que la autoridad moral no tiene suficiente efectividad o no tiene suficiente poder, es decir que, en definitiva, no existe realmente. Lo que equivale a afirmar que la moral no es verdadera.

Cuando lo cierto es que la autoridad moral tiene la mayor fuerza (no violenta, se entiende) que existe en este mundo, que proviene de la Providencia que, siguiendo a la naturaleza de las cosas, llevará al ser humano, de modo necesario, hacia el Absoluto. Por el contrario, la concepción coactiva de la 'autoridad' es, sin duda, una concepción materialista. Desde el momento en que cree que, la decisión de dirigir una cosa hacia un lugar determinado es, necesariamente, un hecho físico (debo forzar con mi mano la de otro para que levante la cuchara) (32). De hecho, para ejercer la 'autoridad' coactiva es necesario el correspondiente poder de policía, es decir, armas, es decir, materia pura. Cuando el orden natural (la fe mueve montañas, y sí que las mueve) plantea lo opuesto: la autoridad es todo lo contrario, la autoridad es, esencialmente y definitivamente, moral. Recordemos lo que ya habíamos visto en la Introducción a este ensayo que, finalmente, el mundo está gobernado por fuerzas no materiales.

Recordemos también que, la moral es la adecuación al orden natural (y esto hace a la eficiencia), y que todos queremos conseguir la perfección (el último fin, el bien) que es la propuesta de la Providencia. De modo que seguiremos, de muy buen grado, a quién mejor nos conduzca hacia y dentro del orden natural, quién tenga más 'autoridad moral'. De aquí que, en la medida en que respetemos la naturaleza de las cosas, aquellas personas o instituciones de verdadera autoridad moral serán más respetadas y más escuchadas. Por el contrario, quienes no sigan a la verdadera autoridad, se alejarán de la moral, del orden natural, y, consecuentemente, terminarán desapareciendo y con ellos (de modo espontáneo, natural) el no respeto a la verdadera autoridad.

Como el racionalismo descree del poder efectivo y real de la autoridad moral (necesariamente no violenta) no ve, en la tesis de este ensayo, autoridad alguna y, consecuentemente, sólo ve un 'laissez faire universal'. Empecemos por el lado empírico. Veamos el supuesto poder real y efectivo de la violencia, de la coerción. Todos sabemos que las leyes coercitivas de los Estados han sido 'hechas para violarse'. Basta que la censura estatal coactiva diga que determinado largometraje de cine está prohibido, para que se convierta en la mayor atracción del momento. Alguno dirá que, si existiera la autoridad moral y, por ejemplo, ésta decidiera cobrar impuestos, un gran porcentaje no pagaría. Me pregunto ¿cuántos pagan hoy? (33).

Una bomba atómica con fines bélicos, sin duda destruye mucho, pero ¿qué construye? (34). Se me dirá que, justamente, para evitar la destrucción que provocarían éstos artefactos explosivos, hay que, coercitivamente, imponer el bien (?!). Ya vimos que, como el mal no tiene entidad propia, es la ausencia del bien debido, el único modo real de evitar el mal es 'poniendo' el bien debido donde no está. Si alguien no lo quiere poner, pues lo pongamos nosotros, porque este es el único modo real de eliminar el mal.

Cuanto más aumentan los impuestos coercitivos, menos gente paga. En cambio, ¿qué es lo más importante en su vida? Si es su religión, ¿Usted asiste a la Santa Misa porque lo obligan coactivamente o porque lo desea, según el dictado de una autoridad moral? Si es su familia ¿Usted la cuida porque, coercitivamente, se lo imponen o porque la ama? Si es su profesión ¿Usted la ejerce porque lo fuerzan coactivamente o porque así lo quiere? Está claro, pues, que las cosas más importantes de su vida, sus más importantes acciones, sus más importantes energías, recursos y movimientos los dirige Usted (y todos nosotros) por 'razones morales', a la vez que, por todos los medios posibles, intenta evitar las acciones que pretende imponerle la violencia coercitiva.

¿Donde está, pues, el poder real y efectivo de la coerción con la cual, cobardemente, infantilmente, pretende asustarnos el racionalismo?

El principio metafísico está por demás claro: la violencia es extrínseca al hombre y contraria a su naturaleza y voluntad, es contraria a la vida, de modo que, no sólo nunca tendrá efectividad real (pues sería un contrasentido) sobre la vida, sino que la destruirá. La moral, en cambio, implica, precisamente, el crecimiento y desarrollo de la vida, el poder sobre la vida, la efectividad real y concreta.

Algunos dirán que la 'autoridad' debe ser coactiva porque, de otro modo, muchas personas optarían por no seguirla, cuando lo cierto es lo contrario: lo que las personas no siguen es la inmoralidad. La gente intenta evitar el pago de los impuestos coercitivos, no porque tenga una tendencia nefasta hacia el mal (el típico argumento de los totalitarios, que utilizan para que, finalmente, algún dictador 'iluminado' tenga que imponer el 'bien'), o porque sea inmoral, sino porque 'intuye' o advierte claramente que, quién se lo demanda, no tiene autoridad moral: es violento, para empezar. Por otro lado, toda evidencia empírica demuestra que la autoridad moral, cuando verdaderamente es tal, convoca más esfuerzos, recursos y convicciones que la coercitiva. Pero, supongamos que esto no fuera cierto, supongamos que la moral tuviera menos 'convocatoria' que la coacción. Lo de más que pudiera obtenerse violentamente, quedaría ampliamente superado por las injusticias y la destrucción que siempre, inevitablemente, provoca la violencia. Consecuentemente, el resultado sería, siempre, necesariamente, negativo.

Ya vimos que el orden natural es de ocurrencia espontánea, necesaria, y que la moral responde, entonces, a estas características, es decir, es necesario el ser moral si se quiere subsistir. Vimos también que el hombre tiene un principio básico de supervivencia. Consecuentemente, el resultado neto del accionar social será necesariamente positivo, en el sentido de la moral, del orden natural y el progreso, porque de otro modo desapareceríamos (ya hubiéramos desaparecido), y con nosotros la 'inmoralidad social'. Esto implica que, en definitiva, 'el pueblo tiene razón' (35), es decir que, si determinada autoridad moral no es tan respetada es porque, en realidad, no es tan moral. Porque, de serlo, o sería seguida o 'la sociedad' que no la siguiera desaparecería, y quedaría aquella sociedad que sí lo hiciera. Quiero que quede bien claro que con esto, por cierto, no estoy justificando a los inmorales, aun cuando sean mayoría, me estoy refiriendo a algo anterior, esto es, al proceso necesariamente espontáneo y de crecimiento del orden natural, y a la autodestrucción inevitable que, más tarde o más temprano, necesariamente, provoca el mal.

En fin, para ir terminando y resumiendo, queda claro que no se trata de dejar a la sociedad 'a la deriva', desorganizada, sin autoridad, sino, justamente lo contrario. Se trata de desenmascarar a la falsa 'autoridad', que destruye a la verdadera. Efectivamente, eventualmente podría existir una autoridad verdadera que diera directivas, por ejemplo, con respecto al pago de impuestos. Pero esta acción supone un respeto al orden natural por cuanto, al no ser coercitiva, finalmente, la naturaleza humana real se expresará a través del libre albedrío (y la conciencia moral). La 'autoridad' coercitiva, por el contrario, está hecha, precisamente, para violar el orden natural, por cuanto está hecha para obligar 'necesariamente' a aquellas personas que no pensaban actuar de ese modo, aun cuando su acción fuera el resultado de su libre albedrío, de su conciencia moral (del orden natural). Así, si la autoridad es moral, quien no deba pagar los impuestos porque hacerlo significaría dejar de alimentar a su familia, no lo hará. La 'autoridad' coercitiva, justamente se establece para que paguen quienes no tenían intenciones de hacerlo. Es decir, que provocará el hambre de la familia en cuestión. Se me dirá que así muchos que podrían hacerlo no pagarán. Y aquí cabe recordar la grave falta moral que significa el consecuencialismo y el proporcionalismo. Lo correcto, moralmente, es dejar que alguno se 'escape' antes que provocar daño a inocentes. Pero además, lo cierto es que toda evidencia empírica demuestra, claramente, ya lo dije, que, cuando la autoridad es verdaderamente moral consigue mucho más que cuando es coercitiva.

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