LEY DEL VALOR Y MUNDIALIZACIÓN DEL CAPITAL

 

Introducción

 

La ley del valor organiza y regula la actividad humana en la sociedad capitalista. Parafraseando a Marx, Fredy Perlman expone cómo se lleva a acabo esta regulación que las políticas del capital y los nuevos sistemas de organización y explotación del trabajo deben resolver. Dice: “la actividad laboral humana es alienada por una clase, apropiada por otra, se congela en mercancías y es vendida en un mercado bajo la forma de valor”.[1]

La ley del valor tiene que garantizar la continuidad de esa regulación y de los soportes sociales que la mantienen estructurada en la reproducción del capital; cuando esa continuidad se rompe deviene la crisis.

 

1. Globalización y ley del valor

 

La problemática conceptual “globalización-mundialización” del capital no constituye un debate cerrado, como tampoco supera la relativa a la actual fase imperialista del capitalismo sustentada en el predominio de las grandes corporaciones multinacionales, en el capital financiero y en la formación de la tríada hegemónica expresada en los bloques comerciales y económicos liderados por Estados Unidos, Europa Occidental y Japón. Las cuestiones relativas al Estado-nación y a la internacionalización del capital tampoco agotan la discusión, aunque son componentes esenciales de la mundialización. Al enlazar ambos términos con el signo “guión” intento indicar que el concepto anglosajón “globalización” no puede significar absolutamente nada si se aisla del concepto marxista de origen francés “mundialización”, el cual no sólo vincula nuevas nociones como internacionalización, ciclos de capital, ley del valor, tasa de ganancia, etcétera, sino que, además, posibilita orientar la concepción marxista global hacia el estudio de los fenómenos contemporáneos del capitalismo.

Hasta ahora, ningún autor ha puesto en el centro del de- bate el significado de la naturaleza de la globalización. Unos acentúan su carácter comercial; otros se centran en la in- formática y los sistemas de comunicación, y otros más en los sistemas financieros y monetarios, sin olvidar a quienes privilegian los problemas culturales y ecológicos. Pero se ignora el eje central que, a mi juicio, caracteriza a la globalización capitalista: la ley del valor, tal como la planteó Marx en El capital. Esta ley, que ha suscitado grandes controversias en diversos momentos[2] describe y explica el proceso de generalización del trabajo abstracto en la sociedad capitalista contemporánea.[3]

Samir Amin constata esta idea cuando escribe que

 

la ley del valor no funciona entonces más que si la mercancía presenta dos caracteres: i) que es definible en cantidades físicas distintas —un metro de tela de algodón estampada por ejemplo—; ii) que es resultado de la producción social de una unidad de producción claramente separable de las demás, teniendo fronteras definidas —aquí por ejemplo, una fábrica de tejidos y estampados que compra los hilados de algodón y vende la tela estampada. Entonces se puede en efecto calcular la cantidad de trabajo socialmente necesario para producir una unidad de la mercancía considerada. Aquí no entro en el debate acerca de la conversión del trabajo complejo en trabajo simple.[4]

 

Silvio Baró ofrece una buena síntesis de las teorías que se han ocupado de la globalización, tanto a nivel abstracto como desde la perspectiva de las relaciones internacionales.[5] En su trabajo se aprecia que los autores tratados por él no consideran el fenómeno tomando en cuenta la problemática del valor, sino a partir de manifestaciones externas como la comunicación, la informática, la revolución de los transportes, la formación de bloques económicos, la integración, las transformaciones de la economía mundial, el comercio intraindustrial e intrafirmas, el capital financiero y el fortalecimiento de los servicios, la internacionalización de la producción, etcétera. Todas estas características indudables de la actual fase de globalización resultan insuficientes para explicar su naturaleza. Por otra parte, existen autores que asumen la teoría del valor-trabajo de Marx para elaborar una caracterización de dicha fase. Entre otros, debemos mencionar a Ricardo Antunes, José Valenzuela Feijóo y Ruy Mauro Marini.[6]

En efecto, la globalización se debe comprender con base en la teoría del valor de Marx en tanto teoría del capitalismo como modo de producción por primera vez universalizado.[7] Ello supone redefinir y adecuar las funciones de cada una de las formas que adopta el capital en el ciclo de reproducción, esto es, el capital dinero, el capital productivo y el capital mercancías en el contexto de la tercera revolución industrial sustentada en la aplicación de los principios de la microelectrónica, la informática, la ciencia de los nuevos materiales y la biotecnología a los procesos productivos, industriales y agrícolas.

Este “nuevo orden internacional” tiende a acortar los ciclos de rotación del capital fijo, intenta elevar la productividad del trabajo y obtener ganancias extraordinarias mediante la revolución constante de los precios y la apertura de nuevos y variados mercados para la realización mercantil de la producción de los centros imperiales.

En los mercados globalizados la realización del valor de cambio y de la plusvalía contenida en las mercancías requiere que las antiguas y nuevas empresas (pequeñas, medianas o grandes) planeen y tomen en consideración una serie de factores para poder subsistir y expandirse. Uno de ellos es la simultaneidad de la producción de un producto en varios países del mundo, digamos, la fabricación de un automóvil que es propiedad de una empresa transnacional, cuyas partes se producen en cinco o seis países diferentes. Pero no basta con eso; además, se necesita garantizar el suministro de materias primas, de instrumentos de trabajo y de fuerza de trabajo requeridos por la competencia y la productividad media en el plano mundial, como condición para la formación de “ventajas compara- tivas y competitivas” respecto a otras empresas, capitales o naciones que están expuestos a la competencia internacional. Lo anterior incide en la fase distributiva de mercancías y, por ende, en la realización de las ganancias. Es así como Jeremy Rifkin llama la atención sobre lo que significan los retrasos en el diseño de productos de la industria automotriz: “Diferentes estudios realizados en los últimos años sugieren que hasta el 75% del costo total de un producto queda determinado en la etapa de concepción"[8], perdiendo eficacia, desde el punto de vista empresarial, la fase de ejecución del producto representada por el 25% restante de su valor. Sólo seis meses de retraso bastan para que las empresas de ese ramo pierdan alrededor de 33% de sus ganancias.[9]

Otro fenómeno adicional es la “subcontratación” (outsourcing). En la actualidad empresas transnacionales como Chrys- ler consiguen de proveedores externos más del 70% del valor de sus productos, lo que implica una extensión de las características de calidad, productividad y competitividad de las grandes empresas transnacionales a las empresas subcontratistas que aspiren a convertirse en sus beneficiarias y de este modo en dependientes de aquéllas.

Debido al estrechamiento e intensificación de la competencia en escala mundial, así como al extendido fenómeno de subcontratación, debe determinarse el valor de las mercancías, de los servicios y de los procesos de investigación, ciencia y desarrollo encaminados a la producción de nuevas mercancías y tecnologías, que en la práctica de la competencia real intercapitalista están monopolizadas por las grandes corporaciones multinacionales, de las cuales más de 50% son norteamericanas.[10] Estas empresas son las que en realidad se apropian la masa de plusvalía que producen en el mundo millones de trabajadores.

Por supuesto, todo esto requiere una codificación institucional, es decir, legislaciones, normas, estatutos y reglamentos encaminados a romper las trabas y obstáculos que, desde el punto de vista del capital, “estropean” la globalización (flexibilidad).

Los hombres de negocios y los medios de comunicación promueven la ideología de lo “global” para vender la noción de un “mundo sin fronteras”.[11] Ideas encaminadas a justificar la actividad exclusiva de los empresarios para que, como digo, sean sus leyes, sus intereses y estrategias las que rijan el desarrollo capitalista, sin incómodas interferencias que estropeen sus negocios. De aquí la plausibilidad de la globalización como

 

un conjunto de estrategias para realizar la hegemonía de macroempresas industriales, corporaciones financieras, majors del cine, la televisión, la música y la informática, para apropiarse de los recursos naturales y culturales, del trabajo, el ocio y el dinero de los países pobres, subordinándolos a la explotación concentrada con que esos actores reordenaron el mundo en la segunda mitad del siglo XX.[12]

 

De esta forma globalización y mercado se hermanan en el neoliberalismo. En efecto, Bob Jessop nos ofrece una caracterización del neoliberalismo cuando escribe:

 

El neoliberalismo está interesado en promover una transición guiada por el mercado hacia el nuevo régimen económico. Para el sector público, esto significa privatización, liberalización e imposición de criterios comerciales en el sector estatal que aún queda; para el sector privado, esto significa desregulación y un nuevo esquema legal y político que proporcione apoyo pasivo a las soluciones de mercado. Esto se refleja en el favorecimiento por parte del Estado de mercados de trabajo “despida y contrate” (hire- and-fire), de tiempo flexible y salarios flexibles; en un aumento de los gastos tributarios dirigido por iniciativas privadas basadas en subsidios fiscales para actividades económicas favorecidas; en las medidas para transformar el Estado de bienestar en un medio para apoyar y subsidiar los bajos salarios así como para mejorar el poder disciplinario de las medidas y programas de seguridad social; y en la reorientación más general de la política económica y social hacia las necesidades del sector privado.[13]

 

En este contexto neoliberal los países, capitales, ramas productivas, empresas y personas que no se involucren productiva y competitivamente en esos cambios de la mundialización trazados por el capital privado estarán irremediablemente condenados al fracaso y a la “desvinculación” del sistema internacional. Condena que ya sufren países y regiones enteras de África y América Latina, sobre todo las que no cuentan con dichas ventajas para enfrentar y sobrevivir a la competencia, por lo que se ven orillados a especializar sus aparatos productivos y exportadores aun a costa de sacrificar el desarrollo económico y social de su población. Ejemplo de ello es la actual situación de Argentina, México o Ecuador.

Para que la ley del valor funcione bajo estas nuevas condiciones impuestas por la globalización se requiere de la información. Sin ella, ningún proceso comercial o mercantil puede compararse en condiciones internacionales para competir en los mercados globalizados. Por ello, la información tiene que ser convertida en una mercancía, sujeta a las leyes de la ganancia empresarial, puesto que ella contiene potencialmente partes substanciales de los procesos de producción y de valorización del capital.[14] Tan importante ha sido esta disposición mercantil de la informática, que en la actualidad el conjunto de las actividades económicas que dependen de la informática, de las telecomunicaciones y del audiovisual, representan entre 8% y 10% del producto bruto mundial, lo cual supera incluso a la industria automovilística.[15]

La informática y los sistemas de comunicación ordenan, sistematizan, uniforman y codifican en ordenadores datos e información relativa a los valores y precios de las mercancías con el objetivo de recabar todos los elementos de orden económico, organizacional, cultural, contable, de calidad y de mercado de los que depende el éxito o el fracaso de una mercancía que aspira a desplazar a otras en el mercado mundial (automóviles, electrodomésticos, software, computadoras, autopartes, servicios, etcétera).

La generalización de la ley del valor en el ámbito de la economía mundial es la pieza de soporte de donde parte la globalización; pero ésta es incomprensible si no se considera el poderoso proceso de concentración y centralización de capital que preside su formación.

 

2. Ley del valor y centralización del capital

 

En la economía mundializada operan simultáneamente la concentración y centralización como mecanismos de la acumulación de capital. La ley de la centralización es la que históricamente prevalece, determinando la marcha y la configuración del capitalismo global de nuestros días.[16]

La concentración implica monopolización de medios de producción y de fuerza de trabajo por capitalistas individuales a partir de la expropiación de los productores directos (campesinos, artesanos, obreros independientes, etcétera) o de capitales individuales. La concentración de capital produce al mismo tiempo dispersión y “[…] repulsión de muchos capitales individuales entre sí”.[17] Y con ella, a diferencia de la centralización,

 

el incremento de los capitales en funciones aparece contrarrestado por la formación de nuevos capitales y el desdoblamiento de los capitales antiguos. Por donde, si, de una parte, la acumulación actúa como un proceso de concentración creciente de los medios de producción y del poder de mando sobre el trabajo, de otra parte funciona también como resorte de repulsión de muchos capitales individuales entre sí.[18]

 

En cambio, la centralización estimula el proceso de monopolización-absorción de capitales entre sí aun en el caso de que no exista creación de valor ni de riqueza social, sino que sólo se verifiquen cambios en la distribución general del capital en la sociedad. Esta tesis concuerda con la idea de Marx cuando escribe que:

 

Este proceso se distingue del primero en que sólo presupone una distinta distribución de los capitales ya existentes y en funciones; en que, por tanto, su radio de acción no está limitado por el incremento absoluto de la riqueza social o por las fronteras absolutas de la acumulación. El capital adquiere, aquí, en una mano, grandes proporciones porque allí se desperdiga en muchas manos. Se trata de una verdadera centralización, que no debe confundirse con la acumulación y la concentración.[19]

 

Lo importante de la centralización que se despliega en escala ampliada durante el siglo XX, sobre todo a través de la expansión de las corporaciones multinacionales, es que se convierte en una poderosa palanca de acumulación y posibilita homogeneizar las condiciones de organización y explotación de la fuerza de trabajo a nivel global. Como afirma István Meszáros:

 

la tendencia real hacia el desarrollo es hacia una mayor —y no menor— concentración y centralización, con perspectivas cada vez más nítidas de una confrontación casi monopolística, totalmente inconsciente de las consecuencias peligrosas para el futuro.[20]

 

Si el capital aumenta y ensancha su radio de acción al invertir en nuevas máquinas, edificios, establecimientos y fuerza de trabajo y se centraliza en unos cuantos monopolios (empresas transnacionales), ello se desprende de la inexorable expropiación de muchos capitales por otros más poderosos. En seguida, posibilita aumentar la composición técnica del capital a costa de reducir las necesidades de inversión en capital variable, lo que genera una caída en la demanda de trabajo y el consecuente aumento del desempleo.[21]

Una vez que el capitalismo opera de manera centralizada a partir de mediados del siglo XIX, las dos palancas más poderosas de la centralización, de acuerdo con Marx, son el crédito y la competencia. En la actual fase capitalista ambos elementos han alcanzado su máximo desarrollo y entraron en crisis, lo que se refleja en el enorme incremento del endeudamiento externo de los países capitalistas dependientes de la periferia del sistema y el aumento de la competencia mundial entre los más poderosos consorcios del mundo concentrados en los países de la tríada hegemónica (Estados Unidos, Europa Occidental y Japón), cuyas grandes empresas se integran y centralizan con mayor frecuencia a través de fusiones, adquisiciones, traspasos o absorciones con vistas a controlar la producción y el mercado mundial.

Lo anterior deriva de la magnitud media de la composición orgánica de capital que opera en el sistema. A partir de aquí se pueden diferenciar países, ramas y sectores de la producción con composición orgánica baja, media y alta que refleja los niveles de desarrollo. Esta jerarquía centralizada de la economía capitalista mundial es un resultado histórico del juego de la competencia entre capitales y empresas monopolistas por alcanzar una tasa extraordinaria de ganancia.[22] Esto quiere decir que el sistema capitalista produce mercancías, tecnología y servicios no para satisfacer necesidades humanas en abstracto, como postula la teoría neoclásica y funcionalista, sino para elevar al máximo la acumulación de capital y la rentabilidad general del sistema, aunque éste se encuentre inmerso en un ciclo depresivo, como el que se experimenta en la actualidad.[23]

Si en un principio la ley del valor sirvió como soporte de la concentración y centralización del capital, posteriormente son éstos los que redefinen y proyectan a la ley del valor; no la anulan como sugiere la ideología postmodernista.

El estado actual de la centralización del capital nos lo revela la estructura de las 500 empresas más grandes del orbe. En efecto, con base en datos divulgados por el Financial Times el 11 de mayo de 2001, James Petras sintetiza:

 

el hecho más impresionante de la economía mundial es la dominación por las empresas euro-estadounidenses: un 79% de las 500 mayores multinacionales están ubicadas en EE.UU. o Europa Occidental. Si incluimos a Japón, la cifra aumenta a un 91%. En otras palabras, más de un 90% de las mayores empresas que dominan la economía mundial están en EE.UU., Europa y Japón.

Entre los imperios en competencia, EE.UU. es el poder dominante. Un 48% (239) de las 500 firmas mayores son estadounidenses, comparadas con un 31% (154) de Europa Occidental y sólo un 11% (64) de Japón. Las naciones del Tercer Mundo, de Asia, África y América Latina, tienen sólo un 4% (22) de las mayores corporaciones y la mayor parte de éstas han sido adquiridas por multinacionales euro-estadounidenses. Si examinamos las mayores de estas grandes empresas, la concentración de fuerza financiera es aún más unilateral: las 5 firmas que encabezan la lista son todas estadounidenses: 8 de las 10 mayores son estadounidenses y 64% (16) de las 25 mayores son también estadounidenses, seguidas por 28% (7) que son europeas y 8% (2) japonesas. En otras palabras, en la cúspide del poder global las CMNs [Compañías Multinacionales] estadounidenses-europeas prácticamente no tienen rivales. Entre 1999 y 2000 el porcentaje de firmas estadounidenses aumentó de 44% a 48%.[24]

 

Este fabuloso proceso de concentración y centralización de capital, de las empresas, de los recursos humanos (fuerza de trabajo), naturales y financieros, y de activos empresariales (como bienes muebles e inmuebles, edificios, instalaciones, etcétera), en los Estados-nación de los países imperialistas “globales”, es el responsable de la reestructuración de la economía mundial en los años ochenta y noventa. Además, es particu- larmente responsable de la refuncionalización de ley del valor y, con ella, del mundo del trabajo, cuya organización queda, de esa forma, estructurada y expuesta a las características de esta nueva fase de la economía mundializada.

 

3. Ley del valor y mundo de trabajo

 

Para Marx el mundo de las mercancías encierra tanto valor de uso como valor de cambio. Éstos constituyen la “naturaleza bifacética del trabajo contenido en las mercancías”.[25] Tan importante es este carácter bifacético del trabajo que el propio Marx lo erigió como “…el eje en torno al cual gira la comprensión de la economía política”.[26]

La teoría del valor-trabajo postula que el valor de las mercancías capitalistas está determinado por el tiempo de trabajo socialmente necesario para su producción. Esa cantidad se expresa en unidades de tiempo (una hora, diez horas, etcétera) y, su precio, finalmente en unidades de dinero.[27] Esta determinación del valor de las mercancías opera en cualquier sociedad mercantil fundada en la propiedad privada de los medios de producción y de consumo, así como en la explotación y dominio de la fuerza de trabajo asalariada.

En la Segunda Posguerra Mundial se desencadenó la Tercera Revolución Industrial basada en el desarrollo de los ordenadores y la robótica. Al aplicar estas tecnologías en el proceso productivo se acortó el tiempo de trabajo socialmente necesario tanto para la reproducción de las mercancías en general, como de la fuerza de trabajo en particular; es decir, se elevó la productividad del trabajo. Al respecto Marini indica:

la producción global de bienes y servicios, que en 1980 era de 15.5 billones de dólares (en dólares de 1990), alcanzó 20 billones en 1990 (más de 2 tercios concentrados en los siete países más industrializados). Esto significó un incremento de 4.5 billones de dólares en los años ochenta, suma superior al valor total de la producción mundial en 1950. En otras palabras, el crecimiento de la producción en una sola década superó todo el que se había verificado hasta la mitad del siglo XX.[28]

 

Recordemos brevemente que las anteriores revoluciones industriales (la primera inicia con la invención del motor de vapor en el siglo XVIII; la segunda con la electricidad y el petróleo entre 1860 y la Primera Guerra Mundial) tuvieron como efecto sobre el modo capitalista de producción desplazar fuerza de trabajo y abaratar su valor, en el contexto del afianzamiento y desarrollo del Estado-nación. Hoy, en cambio, el mecanismo del valor se globaliza mediante el dominio de las empresas transnacionales, del capital financiero y del mercado, con el fuerte impulso accesorio que les proporciona el Estado.

La economía capitalista posterior a la Segunda Guerra Mundial articuló el mecanismo del monopolio y de las empresas transnacionales con la expansión de la ley del valor:

 

Gradualmente, el eje en torno al cual el sistema capitalista se estaba organizando, y que debería definir las formas futuras de la polarización, se constituía sobre la base de los “cinco nuevos monopolios” que beneficiaban a los países de la tríada dominante: el control de la tecnología; los flujos financieros globales (a través de bancos, carteles de aseguradoras y fondos de pensión del centro); acceso a los recursos naturales del planeta; la media y la comunicación; y las armas de destrucción masiva […] Tomados en conjunto, estos cinco monopolios definen el marco dentro del cual la ley del valor globalizado se expresa a sí mismo. La ley del valor es escasamente la expresión de una “pura” racionalidad económica que puede ser separada de su marco social y político; más bien, es la expresión condensada de la totalidad de esas circunstancias.[29]

 

La cita anterior corrobora la articulación de la ley del valor con el proceso de expansión del capital en escala global. Sintetiza las características señaladas por Marx cuando estudia las formas del valor en el primer capítulo de El capital al distinguir la forma relativa del valor (trabajo concreto) de la forma equivalencial (trabajo abstracto).[30] En particular señala que las características de esta última son tres: a) el valor de uso crea su antítesis: el valor de cambio; b) el trabajo concreto se convierte en trabajo abstracto, y c) los trabajos privados con la forma equivalencial se truecan en trabajos determinados por la sociedad y no ya por los productores individuales, a lo que coadyuva el desarrollo tecnológico y la ciencia.

Articuladas, estas tres contradicciones no hacen más que desarrollarse y profundizarse con la expansión del capital (globalización) y con el despliegue de políticas generales que impone el gran capital en la sociedad mundial. De esta forma,

 

Mientras los horizontes monetarios y políticos buscan suplir la ley del valor como elemento constitutivo de la ligazón social por diversas regulaciones políticas y monetaristas y excluyen al trabajo de la esfera teórica, no pueden hacerlo de la realidad. Esta situación no ha impedido que el Estado y su organización dependan de la construcción de un orden de producción y reproducción social que se asienta en el trabajo, dado que las formas del Estado y sus leyes evolucionan en función de las mutaciones que experimenta la naturaleza del trabajo.[31]

 

Efectivamente, las políticas de ajuste del neoliberalismo establecidas a lo largo de las décadas de los ochenta y noventa del siglo pasado (apertura externa, privatización, competitividad, flexibilidad, reforma laboral, etcétera), ensancharon las fronteras de la ley del valor para homogeneizar las formas de organización y las condiciones de explotación de la fuerza de trabajo. Ello estimuló, con ayuda de la tecnología, la deses- tructuración del Estado-nación[32]n en varias de sus funciones (sociales, subsidiarias, asistenciales, de propiedad de empresas públicas, etcétera), particularmente en lo que respecta a la fuerza de trabajo; reforzando funciones substanciales como las represivo-militares, burocrático-administrativas, geoestratégicas y subsidiarias al gran capital. El objetivo explícito de estas políticas neoliberales es el de impulsar a las fuerzas del mercado como vehículos de dilución de las estructuras e instituciones que amparaban la producción de la forma relativa del valor (de uso).

Una de las consecuencias de la extensión de la ley del valor es acelerar la disolución de las comunidades y sociedades del trabajo que producen con arreglo al valor concreto o de uso en el seno de procesos de autoconsumo, tal y como ocurre con las sociedades cooperativas o con las comunidades indígenas latinoamericanas, cuya existencia está amenazada por la acción voraz del neoliberalismo y del imperialismo globalizado. Y aquí no resulta inútil recordar a las comunidades indígenas del sureste mexicano, insertas en el conflicto de la autonomía territorial, cultural y política en las inmediaciones del proyecto empresarial contrainsurgente y geoestratégico denominado Plan Puebla Panamá. Éste tiene como objetivo crear un gi- gantesco corredor de maquiladoras para asalariar, a bajísimos costos y altas tasas de superexplotación, a la fuerza de trabajo supernumeraria que debe ser por ello desposeída de la tierra y de sus pertenencias que la atan a procesos colectivos ancestrales de producción y a sus comunidades: una nueva y auténtica acumulación originaria de capital.[33]

A raíz de la crisis del fordismo en las sociedades industriales constituidas en la segunda mitad del siglo pasado, la forma que asumió la acumulación de capital fue la flexibilización de la fuerza de trabajo. Ésta refuncionalizó las leyes capitalistas (leyes del valor, de la plusvalía y de la tasa de ganancia sobre procesos específicos de acumulación y reproducción del capital en escala global) e impulsó la concentración y centralización de capital y de la riqueza social. De esta manera, la reestructuración del mundo del trabajo y del capital constituyeron los soportes reales de la historia reciente del proceso de formación de la globalización.[34]

 

Conclusión

 

La ley del valor/trabajo es la base de la globalización-mundialización del capitalismo. Éste, en su fase actual imperialista y expansionista, no se puede entender sin aquella base y las categorías que ésta implica, tales como valor, plusvalía, tasa de ganancia, composición orgánica de capital, monopolios y ciclos de capital.

Al enfocar así el mundo del trabajo, necesariamente tiene que encuadrarse en el proceso global de explotación que con- llevan, como mostramos en este capítulo, la concentración y centralización de capital. Proceso que, en su lógica, es decir, la que implica el capitalismo parasitario, encuentra cada vez más dificultades para producir valor y, por ende, riqueza social. Por lo que el empresariado como un todo tiene que resarcir sus pérdidas recurriendo a la superexplotación del trabajo allí donde existen las condiciones económicas, políticas y jurídico-institucionales; es decir, ya no solamente en la periferia del sistema sino, incluso, en los países del capitalismo central.


 

[1] Fredy Perlman, “El fetichismo de la mercancía”, prólogo al libro de Isaac Illich Rubin, Ensayo sobre la teoría marxista del valor, Cuadernos de Pasado y Presente No. 53, México, 1977, segunda edición, p. 33.

[2] La literatura sobre este debate se encuentra en: Isaac Ilich Rubin, op. cit.; Pierangelo Garegnani, Debate sobre la teoría marxista del valor, Cuadernos de Pasado y Presente No. 8, México, 1979 y, Varios, La división capitalista del trabajo, Cuadernos de Pasado y Presente No. 32, México, cuarta edición, 1980.

[3] Cf. Ruy Mauro Marini, “Proceso y tendencias de la globalización capitalista”, en Marini y Millán (coord.), La Teoría Social Latinoamericana, Tomo IV, Cuestiones contemporáneas, Ediciones El Caballito, México, 1996, en el cual se analiza la globalización con cargo en la ley del valor de Marx y en la teoría de la superexplotación del trabajo.

[4] Samir Amin, Crítica de nuestro tiempo, a los ciento cincuenta años del Manifiesto Comunista, México, Siglo XXI, 2001, p. 75.

[5] Silvio Baró Herrera, Globalización y desarrollo mundial, Editorial de Ciencias Sociales, La Habana, 1997. Un buen debate también se puede ver en Aldo Andrés Romero et al., “Mundialización-globalización del capital”, revista Herramienta No. 5, primavera-verano, 1997-1998, pp. 125-146.

[6] Ricardo Antunes, Os sentidos do trabalho, Boitempo, São Paulo, 1999, especialmente el capítulo VII, pp. 119-134; José Valenzuela Feijóo, Crítica del modelo neoliberal, UNAM, México, 1991 y Ruy Mauro Marini, América Latina: dependência e integração, Editora Brasil Urgente, São Paulo, 1992.

[7] Nuestra definición de globalización se asemeja a la que ofrece Nicolai Bujarin cuando define a la economía mundial: “como un sistema de relaciones de producción y de relaciones de cambio correspondientes que abrazan la totalidad del mundo”, en La economía mundial y el imperialismo, Pasado y Presente No. 21, México, 1976, p. 42.

[8] Jeremy Rifkin, El fin del trabajo, Paidós, Madrid, 1997, p. 127.

[9] Idem.

[10] James Petras, “Imperio con imperialismo”, en www.rebelion.org, 7 de noviembre de 2001.

[11] A ello apunta la obra del japonés Kenichi Ohmae, cuyo título es significativo: The borderless world, (Un mundo sin fronteras), Collins, Londres, 1990. Esta idea fue promovida por la revista de negocios Business Week desde 1990 bajo el título Stateless (sin Estado), y también por William J. Holstein, The Stateless Corporation (corporación sin Estado).

[12] Nestor García Canclini, La globalización imaginada, Paidós, México, 2001, p. 31.

[13] Bob Jessop, La crisis del Estado del bienestar, hacia una nueva teoría del Estado y sus consecuencias sociales, Siglo del Hombre Editores, Universidad Nacional de Colombia, Bogotá, 1999, pp. 87-88.

[14] Para el tema de la historia de la información y su significado actual, véase el libro de Armand Mattelart, Historia de la sociedad de la información, Paidós, Barcelona, 2002.

[15] Cf. Samir Amin, op. cit., p. 130. Según la International Standard Industrial Classification (ISIC), las ramas productivas que integran al sector de las tecnologías de la comunicación y la información son las siguientes:

• ISIC 30: Manufacturas de oficina y maquinaria de computación.

• ISIC 32: Manufacturas de radio, televisión y equipos, y aparatos de comunicación.

• ISIC 321: Manufacturas de válvulas electrónicas, tubos y otros componentes electrónicos.

• ISIC 322: Manufacturas de televisión, aparatos de radio y transmisores, aparatos para líneas telefónicas y telegráficas.

• ISIC 323: Manufacturas de televisión y de radio receptores, sonido y grabadoras de video y aparatos reproductores, y artículos asociados.

• ISIC 64: Correo y telecomunicaciones.

• ISIC 72: Computadoras y actividades asociadas.

Cit. en OIT, World Employment Report 2001, Life at Work in the Information Economy, Ginebra, 2002, Cuadro 4, p. 33.

[16] De hecho esta ley, descubierta por Marx, fue retomada por Lenin en su obra El imperialismo, fase superior del capitalismo donde plantea una dialéctica entre la competencia que engendra la concentración y la centralización del capital y al monopolio que hoy se expresa en un gigantesco poder económico, político, cultural y militar de las grandes corporaciones transnacionales con asiento en los países imperialistas de la tríada hegemónica: Estados Unidos, Europa Occidental y Japón. Para Lenin el monopolio es una “ley general y fundamental del capitalismo”. Cfr. Lenin, (Obras escogidas, Editorial Progreso, Moscú, 1971, p. 181.)

[17] Carlos Marx, El capital, vol. 1, FCE, México, 2000, p. 529. Cursivas del autor.

[18] Idem.

[19] Idem. Cursivas de Marx.

[20] István Meszáros, Más allá del capital, Vadell Hermanos Editores, Caracas, 1999, p. 189.

[21] Marx, op. cit., p. 531.

[22] Véase el excelente estudio sobre la ganancia extraordinaria de Ruy Mauro Marini: “Plusvalía extraordinaria y acumulación de capital”, en Cuadernos Políticos No. 20, México, abril-junio de 1979, pp. 18-39. El autor llegó a considerar este trabajo como un complemento necesario de su Dialéctica de la dependencia, ERA, México, 1973.

[23] Véase el capítulo 3 del presente libro.

[24] James Petras, “El mito de la tercera revolución científico-tecnológica en la era del imperio neo-mercantilista”, en La Página de Petras, www.rebelion.org, 28 de julio de 2001.

[25] Karl Marx, El capital, tomo 1, vol. 1, Editorial Siglo XXI, México, p. 51.

[26] Idem.

[27] "Un valor de uso, un bien, sólo encierra un valor por ser encarnación o materialización del trabajo humano abstracto. ¿Cómo se mide la magnitud de este valor? Por la cantidad de ‘substancia creadora de valor’, es decir, de trabajo, que encierra. Y, a su vez, la cantidad de trabajo que encierra se mide por el tiempo de su duración, y el tiempo de trabajo, tiene, finalmente, su unidad de medida en las distintas fracciones de tiempo: horas, días, etc.”; Carlos Marx, El capital, tomo I, capítulo 1, “La mercancía”, FCE, México, 2000, p. 6. (Cursivas en el original).

[28] Ruy Mauro Marini, “Proceso y tendencias…”, op. cit., p. 51.

[29] Samir Amin, “La economía política del siglo XX”, en www.rebelion.org, 12 de julio de 2000.

[30] Carlos Marx, op. cit., p. 23 y ss. Respecto al valor equivalencial, expresa Rosemberg: “…al caracterizar la forma equivalencial del valor, estamos caracterizando el sistema de la economía mercantil, que se mueve y se desarrolla dentro de contradicciones irreconciliables, pero enmarcadas por las categorías de esta misma economía”, David I. Rosemberg, Comentarios a los tres tomos de El capital de Marx, Facultad de Economía de la UNAM, México, s/f., p. 111. Como hipótesis planteamos aquí que es la forma equivalencial del valor la que se desarrolla con el proceso de internacionalización y globalización, determinando, incluso vía el mercado y las políticas neoliberales, a las formas precapitalistas y tradicionales de producción que producen con arreglo al valor de uso (forma relativa del valor).

[31] César Altamira, “La naturaleza del trabajo en el fin de siglo”, en revista Memoria, 19 de abril de 2001.

[32] Respecto al reforzamiento del Estado imperialista en la época de la globalización, véase a James Petras, “Centralidad del Estado en el mundo actual", en La página de James Petras www.rebelion.org, 26 de mayo de 2001.

[33] Sobre el conflicto en Chiapas y la rebelión zapatista, puede consultarse Neil Harvey, La rebelión de Chiapas, la lucha por la tierra y la democracia, ERA, México, 2001, 1ª reimpresión. Para el impacto en el "campesinado indígena" en Guatemala, véase Armando Villatoro Pérez, El campesinado y la cuestión étnico-nacional en Guatemala, Tesis de Doctorado en Sociología, División de Estudios de Posgrado, FCPyS-UNAM, México, 2002. El reciente conflicto de los campesinos de San Salvador Atenco, México, por salvaguardar sus tierras frente al voraz decreto expropiatorio del gobierno federal para construir el aeropuerto alterno de la Ciudad de México, es otra muestra de ello. Debido a la resistencia y lucha de los campesinos de San Salvador Atenco, así como a la solidaridad que el pueblo de México les proporcionó, el 1 de agosto de 2002 el gobierno, por conducto de su Secretaría de Comunicaciones, anunció la anulación de dicho decreto.

[34] Un interesante, aunque polémico, enfoque de esta problemática se puede ver en Aníbal Quijano, "Colonialidad del poder, globalización y democracia", Trayectorias, revista de Ciencias Sociales#7/8, Universidad Autónoma de Nuevo León, México, septiembre de 2001-abril de 2002, pp. 58-116.