La opción latinoamericana

En su memoria sobre qué colonias debían ser retenidas por España y cuáles deberían abandonarse, el conde de Aranda argüía que la isla de Cuba debería seguir siendo parte del Imperio. Aunque, como opina Arthur Whitaker, la Memoria de Aranda haya sido menos cierta de lo que se piensa, la realidad le dio la razón.

En términos de historia económica comparada, Cuba era diferente (también lo fue para los pioneros independentistas de principio del siglo XIX1). La importancia en términos absolutos de Cuba como comprador y vendedor en el mercado internacional eran únicos en América Latina2.

Durante estos años de «crisis coloniales», hacia finales de siglo (1898), podemos leer que España «es un país dominado por el capital extranjero, que depende cada vez más estrechamente de las grandes potencias para asegurar su equilibrio económico. Desde hace mucho tiempo ya no es más que una potencia de segundo orden. Sin embargo, y contra toda evidencia, sigue manteniendo el mito imperial. De donde el desarrollo del americanismo, que no hay que confundir con las preocupaciones cubanas. La pérdida de Cuba en 1898 no es más que un episodio K. Salvuucc, La Independencia Americana: Consecuencias Económicas, particularmente doloroso de una descolonización comenzada mucho tiempo antes. Sin embargo, los militares españoles sufren profundamente la humillación de la derrota.

El fracaso de 1898, sin embargo, no se ha traducido en un repliegue de España hacia Europa, sino todo lo contrario. Los regenerecionistas insisten en recordar la misión de España: tanto si ejerce como no una dominación colonial, su vocación es transmitir y perpetuar una civilización superior. Más allá de las guerras fratricidas y de los abandonos militares, existe una comunidad de lengua y de cultura que une las dos Españas de los dos lados del Atlántico.

El Imperio se ha fraccionado, pero la unidad iberoamericana permanece. Quizás es el sueño de una élite intelectual, pero también es un sentimiento profundamente experimentado por la masa española. El mantenimiento de las misiones religiosas allende los mares recuerda la unidad cristiana que es uno de los componentes esenciales de esta comunidad de cultura. Las migraciones hacia la América española nunca han sido tan numenrosas como en estos años finales de siglo XIX3».

Pues bien, paradojas de la historia, un siglo después del repliegue definitivo de España al perder nuestra última colonia; Cuba, se vuelve a este continente que de ninguna manera a nadie nos es ajeno: América Latina. Ahora con otras coordenadas, ideas, perspectivas e ilusiones, que confieren a las empresas españolas que se han internacionalizado durante la Adécada inversora dorada» a lo largo y ancho del continente con los vientos de la globalización, perspectivas impensables hace tan solo una década.

Cierto, una realidad recorre intensamente el mundo; la globalización. España no es ajena a este movimiento, sino todo lo contrario, se ha incorporado en tiempo y espíritu, logrando de esta manera, no perder el tren de la historia y sintonizar con las coordenadas competitivas de la economía global: tamaño y dimensión internacional.

Seriamente decididas a ser parte activa y protagonistas de primer nivel en esta economía, que definitivamente se dirige hacia la configuración de un único espacio para competir, el mundo, nuestras empresas han elegido aquél que le resulta más próximo en lo cultural, en lo psicológico, en lo afectivo: América Latina. Estos referentes, sin duda, los considero vectores determinantes de esta expansión, pero adviértase, que la extraordinaria posición alcanzada en este continente ha sido posible gracias a nuestro venturoso aliado; «el idioma4», que nos confiere toda la proximidad y vinculaciones con el mundo latinoamericano. En la articulación de estos factores precisamente reside nuestra permanente ventaja comparativa, que nos otorga un valor considerable respecto a los competidores, y es que esta perenne proximidad, producto de más de cinco siglos de historia compartida, no se improvisa, ni mucho menos se adquiere en los mercados internacionales.

Reconocido el terreno, listos los medios humanos, financieros y técnicos, la estrategia se pone en marcha, destacando algo tan fundamental como importante: desde los inicios, este accionar se ha planeado para el largo plazo, no para recoger los dividendos de coyunturas económicas favorables, característica de los capitales cortoplacistas o golondrina, que con las primeras dificultades «emigran». La apuesta es tan seria como importante, dadas las cuantiosas cantidades comprometidas en los diferentes países y sectores, lo cual, significa, expresar la confianza en todo el continente y compartir con los respectivos países las venturas económicas y sociales.

Piénsese, además, que estas altas inversiones se realizan desde unas empresas que operan en un país de economía media alta, de reciente aprendizaje en la internacionalización empresarial y en el manejo de inversiones directas, lo cual tiene un doble significado: riesgo y valor, que conlleva, tal como expresaba The Washington Post (febrero 2000) un gran arrojo y seguridad en la partida que están protagonizando las empresas españolas en América Latina.

La nave empresarial está en marcha, su rigor en el planteamiento, su acierto en las inversiones y su destreza en competir internacionalmente elevan a nuestras compañías a la cúspide de la economía latinoamericana y, por extensión, en el amplio contexto internacional, pues otras geografías reclaman su atención: el mundo es cada vez más un solo mercado global.

América Latina es una gran región del mundo, no sólo por su extensión y por su población, sino por el singular papel económico que desempeña, particularmente relevante en los últimos tiempos. Por ello, nadie en España puede sentirse indiferente ante este continente, no sólo físico sino también cultural, ni nuestra aproximación a los asuntos de los países que conforman esta vasta área puede ser tampoco neutral5.

Ilustres latinoamericanos han hablado de que su continente es un «crisol de razas». Trasladando la imagen, también podría decirse que América Latina es el «crisol de la economía mundial». Fue la pieza esencial y necesaria del origen de las formas modernas de la economía en Europa y ha seguido siendo un elemento básico para el desarrollo de la economía internacional. En este sentido, España puede jugar un papel tan relevante como dinámico en aproximar América Latina al contexto económico y financiero europeo. Pero, indudablemente, no podemos ni debemos sobreestimar la capacidad de la economía española ni de España como país en el contexto europeo e internacional.

Sí es evidente que existen intereses afines, unos derivados de la común civilización, y otros derivados de la experiencia afín; pues se da la paradoja de que España, que antaño fue metrópoli y «centro» de ese continente, en su historia reciente, ha pasado por problemas en gran parte cercanos a los que viene sufriendo. En el siguiente Gráfico XIII se aprecia la evolución reciente (desde 1960 hasta hoy) de la economía mundial, y la situación en cada uno de los períodos de la expansión española en América Latina, y estas experiencias es evidente que nos acercan. También España .como todos los países, incluso los desarrollados. tiene una interdependencia económica que, aunque no es comparable con la de América Latina por condiciones históricas, económicas y geográficas diferentes, facilita también una mutua comprensión. Todo ello permite, dando fin a la retórica del pasado, que se establezcan las bases de una cooperación, relaciones económicas y comerciales, que fortalezcan nuestros históricos lazos cuya semilla está aún por dar, sin lugar a dudas, sus mejores frutos.


1 Una de las notas más destacadas de la historia hispanoamericana del siglo XIX, fue la ausencia de Cuba de los pioneros independentistas. Un conjunto de circunstancias especiales mantuvieron una difícil y peculiar «lealtad» cubana a la metrópoli en un marco comercial y político que ha llamado la constante atención de los historiadores.
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2 Vease para más detalle Leandro Prados de la Escosura y Samuel Amaral: El Caso Cubano: Exportaciones e Independencia, Cap. III. Así como Pedro Fraile Balbín, Richard Salvuucci y Linda Alianza Universidad Alianza Editorial. Madrid. 1993.
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3 Véase para más detalle. Historia de la España Contemporánea. Desde 1868 hasta nuestros días. Capítulo V. Las Crisis Coloniales y la «reacción nacional». La generación de 1898. Mantenimiento o renovación del mito colonial. E. Témine, Al Broder, G. Chastagnaret. Editorial Ariel (cuarta edición). Ariel Historia. Barcelona, 1991.
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4 La llegada de un nuevo milenio ha confirmado que la organización supranacional, global, parece una obvia clave para el futuro. Sin embargo, algunos tal vez consideren que la nacionalidad es un concepto desfasado. No obstante, la nacionalidad fue el motor del progreso en Inglaterra durante los siglos que siguieron al año 1000. El impactante sermón del arzobispo Wulfstan a sus paisanos era a la vez un lamento cargado de siniestras implicaciones y una llamada al sentido nacional de Inglaterra. La geografía supuso un factor vital, y el idioma otro, pues aunque la democracia, la tecnología y la empresa económica inglesas lograrían numerosas conquistas en el curso de los siguientes mil años, fueron la fuerza y la flexibilidad de la lengua inglesa las que alcanzaron las conquistas más universales. Véase para más detalle. El Año 1000. Formas de vida y temores ante el cambio de milenio. Robert Lacey y Danny Danziger. Ediciones B. Barcelona, 1999.
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5 Véase, para un análisis completo realizado desde el contexto de los años setenta: Economía Latinoamericana. Banco Exterior de España. Servicio de Estudios Económicos. Madrid, 1979.
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