UNA VISIÓN ALTERNATIVA DE LA FAMILIA COMO AGENTE ECONÓMICO

 

De los apartados anteriores se resaltarán dos conclusiones que sirven de base para argumentar una visión alternativa respecto a la familia como agente económico. La primera alude a la visión convencional de la familia como una institución en la cual se decide y se realiza el consumo; en tal sentido, no hay producción ni hay trabajo doméstico; ya que éste sólo es el reflejo empírico de “los actos para el consumo”.[1]

 

En lo micro la teoría plantea que, frente al mercado, la familia debe resolver dos interrogantes: ¿qué puedo consumir? y ¿qué prefiero consumir?, inducida por un comportamiento maximizador de su bienestar. El primer interrogante da la idea de una restricción monetaria en vista de que el ingreso depende de la distribución del tiempo entre el mercado y el hogar y lleva a suponer que éste será mayor si son más las  horas dedicadas al mercado de trabajo. La segunda pregunta orienta el análisis hacia los gustos de la familias, quienes deben decidir entre bienes del mercado y bienes del hogar; algunas tendrán fuertes preferencias por los primeros; otras por los segundos y entre esos dos extremos se ubicaría cualquier familia. En resumen, “la teoría microeconómica convencional plantea que las elecciones en la familia se hacen en consideración a un comportamiento maximizador, de acuerdo con el nivel de ingresos; los precios de mercado exógenamente determinados (incluyendo salarios); la producción de tecnologías y las preferencias estables...”. (BURR, WESLEY, 1991: 8)

 

La cita anterior sugiere que para lograr el máximo bienestar posible, las familias se enfrentan a unos precios y salarios que no son establecidos por ellas, sino por el mercado; y a unas preferencias constantes: educación, locomoción, nutrición, cuidado de los niños, mantenimiento material del hogar; lo que varía son los bienes y servicios que el mercado pone a disposición para la satisfacción de éstas. En el ejercicio de maximización del bienestar intervienen también las  tecnologías tanto para la producción de mercancías por parte de las empresas, como para la producción de satisfacción o bienestar que se logra en el hogar. 

 

La segunda conclusión, y en esta ocasión del lado del marxismo, sustenta que la familia trasciende la función consuntiva en razón a que ésta no es un acto terminal, sino una decisión económica con un fin productivo, como es el de generar la mano de obra; es decir, el consumo que realiza la familia se constituye en una acción intermedia que tiene un sentido: la reposición cotidiana y generacional de la fuerza de trabajo.   

 

Ambas visiones, someramente recapituladas, son ahora sometidas a cuestionamientos; ninguna de ellas logra entregar una concepción holística de la actividad económica, en razón de que tienen en común la separación en sectores: sector de la producción (empresas) y sector del consumo (familias) según la ortodoxia convencional; y en cuanto al análisis marxista, el último deja de ser de consumo para convertirse en el espacio de la producción y reproducción de la fuerza de trabajo.

 

De la identificación de los sectores antes aludidos, que bien puede hacerse con meros fines de sistematización para ayudar a una mejor comprensión de las relaciones entre ellos, se derivan sesgos que inicialmente se ubican en el campo del análisis con fines prácticos, pero que trascienden hacia lo conceptual e ideológico. La economía ortodoxa centra el estudio de la actividad económica en el proceso de crecimiento y de acumulación capitalista; hace énfasis por tanto, en relaciones cuantitativas en la producción de bienes y servicios que van al mercado y se vinculan con el comprador a través de un precio. La producción de mercancías -bienes con valor de uso y valor de cambio- es vista como una actividad económica, pero no considera como tal la producción de bienes que no hacen tránsito por el mercado.

 

Las mercancías toman su forma concreta a través del mercado, el cual comienza a ser la fuente básica de información para la evaluación cuantitativa del producto de la sociedad; lo que se produzca por fuera de los principales ámbitos de él es considerado como periférico al sistema económico y no es definido como “económico”. Cuando el trabajo se aplica en la producción de bienes y servicios para su posterior venta, empieza a ser considerado como actividad económica; la participación en la fuerza laboral, es por tanto, medida en términos de los vínculos del trabajo con la actividad del mercado. En tal sentido, quien produzca, pero el fruto de su trabajo no se constituya en mercancía, no se relacione con un precio o no circule por el mercado, se considera que, o no trabaja o no hace parte de la fuerza laboral y se cataloga como población económicamente inactiva. (BENERIA, 1982)

 

En cuanto a los marxistas, y según la misma autora (1982), ellos en su crítica a la ortodoxia, han argumentado que la economía no puede ser confinada a simples vínculos cuantitativos entre las personas y las mercancías; por encima de ellas se ubican las relaciones sociales inherentes a la producción y al intercambio, pues en el fondo, lo que está detrás de una mercancía es un trabajador y detrás de él una familia; en consecuencia, las relaciones entre mercancías son relaciones entre personas. A pesar de la crítica, permanece la idea de reconocer los sectores de subsistencia y de la economía doméstica como no productores de bienes y servicios mercadeables.

 

En esta misma línea crítica se ubica QUICK (1992); para quien, los análisis marxistas ven el modo de producción capitalista desde la consideración de que toda la producción es de mercancías; los únicos medios de producción son los apropiados por la clase capitalista; sólo es trabajo lo que se realiza para el mercado, pues el día de trabajo equivale a las horas transadas por un salario y éste representa el valor de la fuerza laboral. Así, tanto los análisis ortodoxos como los marxistas hacen énfasis en la esfera de la producción de mercancías y dejan fuera los procesos de producción doméstica y su respectivo valor.

 

Con base en las críticas de Benería y Quick, se sintetiza que, tanto ortodoxos como marxistas, ven la actividad económica departamentalizada; a partir de ello se busca aportar a la discusión para retar las concepciones que sustentan la imagen convencional de la familia como unidad económica. Esta intención se apoya en tres planteamientos: el primero, relativiza el origen de la familia nuclear que, por lo común se cree, surgió a partir de la “nuclearización” de la economía propiciada por el avance de la industrialización. El segundo, amplia la noción de ingreso familiar. El último, cuestiona la visión, ampliamente generalizada, de la familia como unidad de consumo; esta observación se desarrolla con base en las reflexiones alrededor de las dos siguientes premisas: 1. El trabajo doméstico debe ser comprendido como la producción de valores de uso mediante la utilización de medios de producción apropiados por la clase trabajadora. 2. La familia realiza producción con base en unas relaciones domésticas de producción y se inserta en la economía de mercado conformando un continuom productivo. 

 

Para cuestionar el origen de la familia nuclear conviene presentar un somero análisis retrospectivo. Hasta hace relativamente poco,[2] era de amplia creencia que la mayoría de las personas debían ser miembros de “familias extensas” y que el tránsito hacia la familia nuclear era una consecuencia de la industrialización. Ambas concepciones habría que relativizarlas pues en realidad este tipo de familia ha existido en algunos lugares y en otras épocas “al menos en Europa y América colonial existía la familia nuclear en el período preindustrial o temprano moderno (incluso); en la Grecia clásica y en la sociedad romana también existieron tipos de familias muy similares, aunque no en todo, a la familia moderna”. (NICHOLSON, 1986: 107, 109)

 

Para NICHOLSON (1986), el origen de la familia moderna tiene su clave en el parentesco, pues en la medida en que éste pierde importancia en la conformación del estado -dos siglos antes a la época moderna-, se consolida dentro el ámbito del hogar. El Estado empieza a conformarse progresivamente bajo principios más universalistas, donde las relaciones clientelares, propias del parentesco, comienzan a generar restricciones para su consolidación; pero el debilitamiento de tales relaciones se traduce en fortalecimiento del seno familiar y causa el surgimiento de la institución de la familia, definida según criterios de domesticidad y de parentesco. En palabras textuales de la autora citada, “...el parentesco se restringió a la esfera de la vida doméstica. En los inicios del período moderno, mientras el vínculo entre parentesco y política desapareció, la relación entre parentesco y organización doméstica se fortaleció. Una consecuencia es el surgimiento de la familia moderna que une el parentesco y lo doméstico”. (1986: 106)

 

Si bien es cierto que la familia nuclear no surge exclusivamente con la industrialización, este acontecimiento económico y social si fue fundamental para la casi generalización de este tipo de familia. La imagen de familia nuclear se consolida paralelamente con la de una “economía nuclear” que significó para la primera, su reducción a unidad de consumo con claras definiciones de roles para hombres y mujeres y, para la segunda, unos límites claros y un papel específico y especializado en la producción. “La economía nuclear fue una teoría compuesta por empresas legales, autónomas, cada una con sus empleadores y empleados, encargadas de producir bienes y servicios para el mercado” (WALLERSTEIN y SMITH). Lo que no estuviera incluido en esta nuclearización era considerado anormal o disfuncional, para el caso de la familia, o, marginal, subterránea, informal o sumergida, si se hacía referencia a la economía.

 

Pero estas imágenes no pasan inadvertidas, de ellas se derivan ciertas implicaciones. Por ejemplo, empieza a tomar forma la idea de roles familiares “normales” para señalar la identificación del varón adulto con la figura del providente económico (breadwinner = quien gana el pan), porque fue él quien, presumiblemente, aunque no en forma exclusiva,[3] salió a trabajar por una remuneración con la cual apoyar a su familia; desde entonces, los salarios son identificados con hombres adultos; parejo con esta conceptualización del hombre, sustento económico, ha ido el concepto de ama de casa, mujer adulta.

 

Las nociones de varón adulto = soporte económico de la familia y mujer adulta = ama de casa, a su vez, se constituyen en elementos básicos para dejar sentada la concepción del mundo del trabajo, hasta el punto de que, tanto el adulto desempleado como el ama de casa, fueron involucrados  en una especie de sector marginal o de economía informal, no definidos como ocupados; sino como personas inactivas. En argumentación de BENERIA (1982), de tal noción de mundo de trabajo devienen implicaciones ideológicas y monetarias; lo primero se relaciona con la tendencia a considerar el trabajo doméstico y de subsistencia de las mujeres, como secundario y subordinado al trabajo de los hombres; y lo segundo, en lo monetario, una gran proporción del trabajo de las mujeres no es pagado, por tanto no es reconocido como trabajo. “Los aspectos ideológicos y monetarios son simbolizados mediante respuestas cotidianas como: “mi madre no trabaja” incluso aunque deba trabajar muchas más horas que cualquier otro miembros del hogar. Trabajo, en este caso, significa participación en la producción pagada, una actividad generadora de ingreso”. (BENERIA, 1982: 135)

 

El reto a la imagen convencional de familia, que con tono crítico se expuso en párrafos anteriores, requiere también ampliar el concepto de ingreso. La gran mayoría de personas llevan a cabo parte de su diario vivir en una institución denominada hogar,[4] el cual, si está constituido por miembros relacionados biológicamente o por afinidad, en la visión común se asimila a familia; ella se ve como la responsable de la continua y básica necesidad de reproducción, que engloba requerimientos como alimentación, abrigo, vestuario, cuidados de la salud, reposo, etc. y para ello sus integrantes reúnen diferentes clases de ingresos. Para WALLERSTEIN y SMITH (s.f) la gran mayoría de familias incorporan sobre una base diaria, anual o multianual, alguna o todas las variedades de ingresos que parecen existir: salarios, ventas en el mercado (beneficios), rentas, transferencias, y subsistencia (o insumos directos de trabajo).

 

Salarios son ingresos en efectivo o en especie, o una combinación de ambos, provenientes de alguien o de una entidad ajena a la familia en retribución a la venta de la fuerza de trabajo. El sitio donde se realiza el trabajo es indiferente a la definición; se sabe que muchas veces se realiza dentro del hogar, por lo general remunerado a destajo, esto es, por unidades producidas; pero también se da la remuneración por unidad de tiempo laborada.

 

Ingresos del mercado o beneficios, se aprecian como directos en el caso de ventas de artículos o mercancías. Si alguien en el hogar hace o adquiere algo para la venta en el mercado, está en procura de un ingreso neto, que no es más que un beneficio económico que se distribuye entre consumo inmediato e inversión. La cuestión tiende a confundirse cuando se trata de un servicio; si alguien cuida a otra persona, a un bebé o a un anciano, o asea una casa o un carro, el ingreso que proviene del mercado es visto como semejante a la producción de un artículo o de una mercancía; pero si alguien es editor, abogado, programador de computador, en fin, si ejerce cualquier profesión independiente, el ingreso es con frecuencia asemejado a salario.

 

El ingreso por rentas no requiere trabajo sino la abstención de usar algo sobre lo cual se tienen derechos legales de propiedad; tal abstención es remunerada por un usuario que es ajeno a la familia y que usufructúa dicho bien y dicho servicio. Por ejemplo, alquilar un cuarto es privarse de su uso para que otro lo utilice y, tras de ello, está el pago de un arriendo; depositar dinero en un banco es sacrificar un gasto y asumir un riesgo y constituye una fuente de unos ingresos denominados intereses; lo mismo ocurre cuando se invierte en acciones para recibir dividendos. También se puede rentar la propia persona, como cuando alguien hace fila en reemplazo de otra, lo cual se puede asimilar a la venta de un servicio; en la práctica ese alguien está vendiendo el tiempo absteniéndose de utilizarlo en gestiones personales. 

 

También existen las transferencias, que se definen como la recepción de ingresos sin contraprestación laboral inmediata entre las partes. Por ejemplo, las familias reciben transferencias estatales representadas en pagos a la seguridad social, al subsidio por desempleo, subsidio para la adquisición de vivienda, a actividades de bienestar social, etc. Se alude a la contraprestación inmediata pues, en el fondo, para hacer las transferencias es necesario realizar recaudos anticipados, los cuales, necesariamente, requirieron de insumos laborales; en tal sentido, “las transferencias representan una compensación diferida, distribuida colectivamente, proveniente de insumos de trabajo previo”.

 

Las transferencias hacia las familias no sólo provienen de la acción del Estado; también las hay privadas y en lo común denominadas regalos. Los miembros de las familias son sujetos de regalos de parte de sus “familias ampliadas” con motivo de aniversarios, nacimientos u otros acontecimientos sociales, o de parte de “familias súper extendidas, reconocidas como comunidades”; incluso del círculo de amigos. Estos regalos son transferencias, en tanto que formalmente no existe obligación de reciprocidad y lo que se manifiesta como importante es el espíritu y sentimiento que involucran el acto y la relación social entre las partes; el aspecto económico queda minimizado, pese a que se sabe que un regalo no correspondido o compensado con otro de más bajo valor, puede llegar a despertar comentarios negativos. Independiente de esto, estas transferencias tienen un sentido: “realizar ajustes en el ingreso ante situaciones irregulares de gasto a lo largo de la vida, como en ocasiones de nacimientos, matrimonios, fallecimientos y demás”. (WALLERSTEIN y SMITH , s.f, 39)

 

El ingreso de subsistencia proviene de un modelo de familia que ante la generalización de la economía de mercado, prácticamente ya no existe o de la cual quedan sólo pequeños reductos en sociedades tribales con escaso o ningún contacto con las formas de producción, distribución y consumo del modo capitalista de producción. Se hace alusión a un modelo de autosuficiencia, capaz de autoreproducirse con base en lo que la entidad produce, es decir completamente autárquica. Pero en el continuo que va desde la autarquía absoluta hasta la total dependencia del mercado es necesario reconocer que, en diferentes proporciones, unos más, otros menos, según las circunstancias, cada hogar produce algo de lo que necesita para su reproducción, es decir, algo de ingreso de subsistencia, aquí se podrían ubicar las familias insertas en la economía campesina.

 

Las circunstancias en referencia obedecen al grado del estado de transformación económica de una sociedad determinada. La penetración gradual del mercado en la vida económica de una sociedad o de uno de sus sectores, no es uniforme, y eso determina ritmos diferenciados en la transición de la producción de lo doméstico a la esfera del mercado. En sociedades altamente industrializadas se depende básicamente del salario y la función del trabajo doméstico es transformar las compras del mercado en bienes y servicios consumibles; poco a poco la producción de subsistencia ha sido removida del hogar pero incluso en estas sociedades aún quedan sectores poblacionales cuyo ingreso de subsistencia tiene un alto contenido de producción propia. De otro lado, en sociedades o sectores poblacionales predominantemente agrícolas o de estratos socioeconómicos bajos, el ingreso de subsistencia constituye una alta proporción del ingreso total de las familias y es el resultado de una gran variedad de actividades, igualmente de subsistencia, como acarrear agua, recoger leña, transportar alimentos, pescar, cazar, criar especies menores, etc. (BENERIA, 1982)

 

Pero, muchas familias emprenden para sí mismas, procesos de fabricación de manufacturas -conservas, ropa, la casa en sí- que también son manifestaciones de ingreso de subsistencia; además, una gran mayoría no sólo prepara su propio alimento, sino que continúa con el mantenimiento de la vivienda y de la ropa. “En verdad, (un gran número de familias) quizás dedican mucho tiempo al mantenimiento de la habitación y la ropa, a pesar de que el número de aparatos e instrumentos utilizables como herramientas se incrementan. Las herramientas no parecen reducir el insumo trabajo en términos de tiempo, lo que sí parece que se requiere es menos fuerza muscular”. (SMITH, citado por WALLERSTEIN y SMITH, s.f. 40)

 

La proporción de producción de subsistencia no sólo está determinada por el grado de avance de transformación económica, otro factor que influye es el curso de la economía en patrones cíclicos de expansión y de contracción. En épocas de receso económico, muchos hogares se ven forzados a  buscar formas de reducir gastos, tienen que hacer durar más la ropa, por tanto deben remendar más, o reducir comidas fuera de casa y remplazarlas por comidas dentro; éstas y otras decisiones deben tomarse para adaptarse a las situaciones propiciadas por una política económica de austeridad la cual conlleva el aumento de impuestos, la reducción de gasto público, la eliminación de subsidios el no aumento del salario real, etc. Las familias perciben todo eso como la disminución de alguna clase de ingreso y sus esfuerzos de compensación se presentan como incrementos en el ingreso (producción) de subsistencia. Por ejemplo, más ancianos y más niños y enfermos para cuidar ante el cierre o la no expansión de la capacidad de ancianatos, guarderías y hospitales.

 

En resumen, el grado de penetración del mercado, los ciclos de expansión y contracción económica y las decisiones de las autoridades económicas son elementos determinantes de la proporción de ingreso de subsistencia que se incorpora a las familias; obviamente estos no son todos los factores; también habría que considerar los culturales, los de ubicación espacial con respecto a los recursos naturales -comunidades ribereñas por ejemplo- y algunos otros que por ser obvios no vale la pena mencionar.

 

Ampliar la noción de ingreso es una condición necesaria para el reto de cuestionar la imagen convencional de familia, dado que de esto se derivan otras reflexiones. Contrario a lo que se piensa, todos los miembros de una familia producen algo de ingreso, bien sea si se mira en un momento determinado o si se aprecia en una perspectiva de ciclo de vida familiar, lo cual conduce a otro reto: algunas fuentes de ingreso no se identifican claramente con algún miembro del hogar sea por género o por generación; pero además, paulatinamente cierta clase de ingreso -el monetario- deja de asociarse automáticamente y en forma exclusiva con el hombre adulto.

 

Hasta hace poco los salarios eran identificados casi exclusivamente con los hombres adultos, pese a que el trabajo infantil, el de las mujeres y de los ancianos ha sido una constante; en estas circunstancias, la imagen de familia moderna era nuclear y de monoprovidencia económica en cabeza del esposo. La convergencia de diferentes factores ha dinamizado el mercado laboral para las mujeres y, si antes el trabajo asalariado era fuente de ingreso de mujeres pobres, hoy esto se ha generalizado hacia todos los estratos socioeconómicos; con ello, el salario se asocia con la pareja y se configura el tránsito hacia la coprovidencia económica como rasgo característico de la familia moderna, además, surge la providencia económica múltiple, producto del aporte monetario de otros miembros.

 

La obtención de ingreso proveniente de actividades que se orientan a producir algo para el mercado incorpora cierta flexibilidad en cuanto a horarios, espacios, insumo trabajo, organización y ejecución de tareas, lo cual en la práctica es una ocupación que requiere sentido de empresa, tareas de coordinación y ejecución y división de funciones; estas circunstancias dificultan identificar este ingreso con algún miembro particular de la familia según sexo o edad. Es común que la comercialización la realice el hombre adulto, hecho que lo ubica en una posición favorable respecto a la toma de decisiones sobre el destino que se le dé al dinero; pero este aspecto está del lado del control y no de la generación del ingreso.

 

“Las actividades que generan renta -al menos en teoría- son actos domésticos colectivos” (WALLERSTEIN y SMITH, 41, s.f.) desde tal consideración, la identificación de este tipo de ingreso con algún miembro de la familia en particular, no estaría claramente definida. Sin embargo, la evidencia empírica señala[5] que los ingresos por concepto de arrendamientos e intereses se incorporan a las familias mayoritariamente vía hombre adulto; por tanto, la renta puede constituirse en un recurso específico de la edad y el sexo.    

 

El ingreso de las familias por concepto de transferencias se supone colectivo, lo que no se cumple en todos los casos. Un subsidio para la adquisición de vivienda es para el grupo en conjunto, aunque por lo general lo recibe quien por tradición ha sido considerado el jefe del hogar, es decir el hombre adulto. Otro se otorga a individuo en particular: al desempleado, a un estudiante, a un deportista, etc. En estos casos puede establecerse una relación de la transferencia con grupos según la edad y el sexo. De las transferencias también hacen parte los regalos que se obsequian indistintamente según las circunstancias; al recién casado, a la quinceañera, a quien obtiene un grado, etc. Por tanto el ingreso por transferencias no se asocia siempre con alguien en particular.

 

Respecto al ingreso de subsistencia, es cierto que cada persona, hombre o mujer, y en cualquier etapa de su vida, contribuye mucho o poco con este tipo de ingreso; eso le imprime un carácter de amplia flexibilidad en el esfuerzo de identificarlo específicamente con alguien; también es cierto que es común asociar, casi automáticamente, ingreso de subsistencia con mujer adulta, en la misma forma que se relaciona sin mayor reflexión trabajo asalariado con hombre adulto. En el fondo, lo que se refleja es según (WALLERSTEIN y SMITH, s.f. 42), “una constante del patrón organizacional de la economía del mundo capitalista en el cual en la mayoría de las veces y lugares, la gran parte del ingreso de subsistencia ha sido producido por mujeres adultas y esto se encuentra implicado en el concepto de ama de casa (...) en tanto el ingreso salarial se correlaciona perfectamente con el rol de providente económico en cabeza de un hombre adulto”. 

 

Se ha tratado de hacer claridad con respecto a que si bien, un gran número de familias se encuentran inmersas en una economía de mercado y que dependen de ingresos salariales, disponen de un ingreso de subsistencia producto de un trabajo realizado por algunos miembros de la familia y que no pasa por el mercado. Esto implica que en el interior de las familias hay producción que se aplica como un medio para conservar la vida y la especie. Argumentar lo anterior es plantear otro reto a la imagen convencional que las identifica como “unidades de consumo”. 

 

Una primera parte del argumento se fundamenta en la siguiente reflexión: el trabajo doméstico debe ser comprendido como la producción de valores de uso mediante la utilización de medios de producción apropiados por la clase trabajadora. Desarrollar la anterior premisa requiere revisar la historia.

 

En un principio la especie humana utilizó la tierra como objeto de trabajo; esto es, como despensa que lo surtía de lo necesario para vivir, sin mayor incorporación de energía; luego la explotó como medio de trabajo, al recibir la inversión de energía, básicamente humana,[6] para hacerla productiva, lo que requirió el desarrollo de técnicas agrícolas y artesanales para practicar una agricultura de elevada productividad con miras a satisfacer las necesidades alimentarias y garantizar así el mantenimiento y reproducción de una naciente sociedad agraria.[7] Las técnicas artesanales se aplicaron en la obtención de medios individuales de producción cuya adquisición sólo requería inversión de trabajo individual.

 

El tránsito de la tierra como objeto de trabajo a la tierra como medio de trabajo que significó el advenimiento de la comunidad agrícola doméstica, no implicó que las personas perdieran las condiciones objetivas de su existencia; el hombre[8] no se separó de los medios y el material de trabajo y tampoco de la tierra y puede vivir de ésta -independiente de su trabajo-.

 

En las comunidades domésticas agrícolas las relaciones objetivas del trabajo de los seres humanos se sustentaban en el patrimonio[9] sobre la tierra; esto permitía que los miembros de la familia y la comunidad se dedicaran a la producción de bienes para la subsistencia y la generación de excedentes para establecer relaciones de intercambio con otras comunidades. En este sentido MARX (1979: 110 y 111) plantea: "La tierra se constituye en un taller, un medio de trabajo, un objeto de su trabajo y el medio de subsistencia del sujeto”. La producción para el propio consumo y los excedentes utilizados para el intercambio de bienes estaban encaminados al uso; es decir, a obtener las subsistencias necesarias para el mantenimiento y la perpetuación del productor, de su familia y de la comunidad a través de los medios y mediante explotación directa. No se daba la acumulación, en el sentido económico actual, de aplicación productiva de los excedentes.   

 

La comunidad doméstica[10] es la unidad básica del modo de producción doméstico y según MEILLASSOUX (1979), se da en un marco de condiciones referenciadas tres párrafos antes, a las que el autor agrega algunos elementos del contexto histórico. Por ejemplo, el grueso y la profundidad de las relaciones que estas comunidades establecían con comunidades semejantes incorporaba el libre acceso a las tierras, a las aguas y a las materias primas, de donde se deriva que la conquista de tierra era una práctica innecesaria y por tanto ausente. La base de las relaciones era la autosubsistencia,[11] si ésta desaparecía, se desmoronaban las relaciones.

 

La comunidad doméstica albergaba especialistas pero no había especialización; esto significa que muchos practicaban con habilidad un oficio determinado -el herrero por ejemplo- sin abandonar las actividades agrícolas. Además, la principal preocupación del grupo era la reproducción de los individuos, aunque subordinada a las condiciones de producción; de ahí el énfasis en el matrimonio, la fecundidad, las prohibiciones sexuales y demás mecanismos de control, algo completamente distinto a las hordas cuando la reproducción era un acto breve. (MEILLASSOUX, 1979)

 

En cuanto a la producción y circulación, la economía agrícola doméstica evidenciaba: en lo primero, se obtenía a un plazo fijo pues la tierra ya era medio de trabajo, además, de manera dirigida y ordenada, se hacía la recolección, el almacenamiento y la redistribución de lo producido. En lo segundo, operaba un circuito prestatario - redistributivo. De lo anterior se infiere que se requería a alguien con la función de gestionar, la cual era delegada en uno o más viejos, quienes eran los responsable de la subsistencia pasada y de la adquisición de las semillas para continuar el ciclo agrícola. Producción y circulación “suscitan una estructura jerárquica fundada sobre la anterioridad o la edad (...), definen un poder de gestión reservado al más anciano en el ciclo productivo (...). Se trata de algo así como el “padre”. Padre significa, en efecto, no el genitor, sino “el que alimenta...”. (MEILLASSOUX, 1979: 67 y 73)

 

La anterior estructura jerárquica también sustentaba el proceso de distribución o intercambio de los productos, caracterizado por un dar y un entregar, sin que esto generara la obligación de retribución o contraprestación, en lo que NANDA (1982) ha denominado reciprocidad generalizada.

 

Acontecimientos históricos, que no viene al caso detallar, hacen que cambien ciertas condiciones en que se desarrollaba el modo de producción doméstico.[12] La energía humana empieza a ser complementada con la animal; la distribución de subsistencias basada en la gestión de los más viejos, crea condiciones para la acumulación a favor de las familias más productivas, de donde surge un reducto que empieza a controlar para su provecho la sociedad doméstica y, “se tiende a instaurar relaciones desiguales más o menos soportadas...” (MEILLASSOUX, 1979: 124). Además, estas comunidades vivían en un estado de vulnerabilidad, sin un interés material común que no favorecía su cohesión; esta situación y las antes mencionadas fueron aprovechadas, de un lado, por grupos dedicados al pillaje que iban tras la cosecha almacenada, tras las mujeres, tras el ganado y a la conquista del territorio; y de otro, por comunidades deseosas de recuperar tierras antes ocupadas por éstas o que en su ambición pretendían arrebatarlas. De estos obstáculos surge la guerra que moviliza todo el trabajo comunal.          

 

De este ambiente inseguro y de expansión territorial violenta, surgió la necesidad de protección militar y es de entenderse la importancia dada al desarrollo de las capacidades individuales para la defensa o el ataque, para liderar movimientos de grandes contingentes, en plan defensivo, ofensivo o de ocupación. En estas circunstancias, aparece el feudalismo profundamente arraigado en el “linaje masculino”, como una institución particular pues sólo posee un linaje[13] el individuo apto para las armas, es decir el hombre que física y económicamente es capaz de llevarlas y de equiparse a sí mismo, y no puede hacerlo tiene que acudir a la comendación de un señor que lo protege pero al mismo tiempo dispone de él (...) a cambio de esto, presta servicios y derrama tributos” (WEBER, 1987: 55-61). Se configura así una dominación de clase.[14]

 

El uso de otras fuentes de energía diferente a la humana, la acumulación a favor de unos cuantos y, sobre todo, la transformación de comunidades domésticas que mantenían relaciones entre sí, en comunidades con relaciones entre desiguales, basadas en la posesión privada de la tierra y en la sujeción de la mano de obra, marcan el desvanecimiento del modo de producción doméstico. A pesar de esto prevalece la comunidad doméstica dado que las relaciones domésticas de producción no desaparecen -ni han desaparecido- totalmente y sobre esta “economía doméstica se (construyen) las otras, desde la economía aristocrática hasta el capitalismo, e incluso la esclavitud que, (...) sólo puede existir por ella”. (MEILLASSOUX, 1979: 127)

 

Del párrafo anterior se colige que el modo de producción doméstico se resistió a su total extinción debido a la persistencia en el tiempo de las relaciones domésticas de producción, lo que incluye una técnica de producción basada en la cooperación -solidaridad- durable y permanente de los miembros de un grupo, que en su mínima expresión bien puede corresponder a la familia nuclear;[15] una forma de circulación de la producción fundamentada en ciclos de adelantos y restituciones, donde los más viejos adelantan y quienes vienen después restituyen,[16] una jerarquización social en la cual, como ya se mencionó, el poder de gestión recaía en el más viejo y determinaba diferenciaciones entre mayores y menores; entre protectores y protegidos (MEILLASSOUX, 1979).

 

La economía de extracción basada en el uso de la tierra como objeto de trabajo; mediante actividades tales como caza, pesca y recolección, se constituye en acumulación primitiva para la agricultura en el modo de producción doméstico; en esa misma forma sobre la acumulación de este modo de producción se instauran el feudalismo y el esclavismo, los cuales funcionaron sobre la base de la propiedad privada de los medios de producción y de la sujeción de la mano de obra, pues el trabajo de los esclavos y siervos tenía un carácter abiertamente forzoso y la explotación no se encubría en forma alguna (NIKITIN ). En el caso del feudalismo los trabajadores -siervos- no eran libres de escoger patrón o dueño, ni de cambiarse de feudo. Eran poseedores, mas no propietarios, de los aperos y medios de subsistencia inmediata. (PULECIO, 1995: 18)

 

Según QUICK (1992), en el feudalismo se dan tres modelos de explotación del trabajador. En el primero, el siervo debía disponer de una parte de su tiempo para realizar una cantidad de trabajo tanto en la tierra como en el hogar del señor feudal, el resto quedaba para su propia disposición. En el segundo se hacían pagos al señor feudal en dinero o especie a un nivel que le permitiera al labrador destinar parte para su propia subsistencia; el control de la tierra y de las personas habilitaba al señor feudal para extraer el excedente en forma de renta y los medios de producción estaban bajo el control de los trabajadores. Finalmente, se presentó un modelo más cercano al capitalismo; en él, tanto la producción agrícola como la artesanal fueron asumidas por unidades domésticas patriarcales; sus miembros fueron los sirvientes quienes eran alimentados y hospedados como parte de los hogares de las clases superiores; producían su propia subsistencia mediante el uso de medios de producción claramente apropiados por ellas y al tiempo obtenían los valores de uso requeridos para las necesidades de lujo y subsistencia de las clases dominantes.[17]

 

Se puede apreciar que el feudalismo se caracterizó por el dominio sobre los campesinos y su descendencia, quienes estaban atados a sus patronos de por vida y debían producir para su propia subsistencia y entregar los excedentes al señor feudal para su usufructo. El hogar era espacio de producción y reproducción social y generacional, no se evidenciaba una demarcación entre estos procesos, eran un continuom que permitía la existencia del señor feudal, del siervo y de las familias de ambos. 

 

A propósito de la familia y de su función económica, en el feudalismo se recogen los rasgos de la “familia dominical”;[18] uno de ellos es el patriarcalismo. “En él la apropiación compete exclusivamente a un individuo, el señor de la casa a quien nadie puede pedir cuentas; se caracteriza también por el despotismo absoluto, vitalicio y hereditario del padre de familia (...). No existe diferencia alguna entre la esclava[19] y la mujer, entre la mujer y la concubina, ni tampoco entre los hijos reconocidos y los esclavos”. (WEBER, 1987: 58)

 

En lo económico, en el feudo, al igual que en la propiedad dominical, como centro de la producción agrícola y artesanal, se ubicaba el hogar; faltó “en absoluto toda distinción entre economía doméstica de tipo consuntivo y economía lucrativa” (WEBER, 1987: 65) y aunque recurrían al comercio y la producción industrial, fueron actividades accesorias y completamente marginales. Lo anterior lo sintetizó Rodbertus[20] como economía del oikos.

 

Del sistema de explotación feudal se fue originando poco a poco la economía monetaria, en un principio con el interés de organizar el régimen fiscal y luego con más fuerza, cuando los señores vieron la posibilidad de dar salida a sus productos. Tras el interés de aumentar los ingresos, y reafirmar que las propiedades eran susceptibles de producir para el mercado, los señores propietarios favorecieron los cambios hacia una posterior instauración del capitalismo.

 

Lentamente las relaciones fueron sufriendo profundas transformaciones; hacia los siglos XII y XIII por emancipaciones en masa que se produjeron simultáneamente con la aparición de la economía monetaria y en virtud de ella, el número de siervos quedó muy reducido; se abolió pronto la servidumbre corporal; se delimitaron los servicios y tributos de los campesinos y se implantó la aparcería de subsistencia, en la cual los aparceros debían suministrar lo necesario para el señor; rápidamente se reveló la fuerte tendencia de orientación hacia la producción capitalista.

 

Se ha enunciado que sobre la economía doméstica se construyeron otras economías; el feudalismo y el esclavismo; pero también surgió el capitalismo como un modo de producción en el que la explotación adquirió una nueva y diferente forma. En este sentido es importante anotar que el proceso crucial en la transición hacia el capitalismo, fue la separación del trabajador de sus medios de producción y una consecuencia inmediata fue la incapacidad de éste para producir lo suficiente para vivir -ha perdido las condiciones objetivas de existencia y ahora son subjetivas; depende de la venta de su trabajo-; en esta circunstancias, es forzado a vender su capacidad de trabajo; debe llevar a cabo una producción para el capitalista y por ello se le reconoce un salario; el capitalismo transforma así, a las personas en clase trabajadora y a los medios de producción en capital. (QUICK, 1992)

 

A diferencia de los sirvientes en el feudalismo, los trabajadores asalariados no fueron autorizados para dormir y comer en el hogar de sus patrones. Por tanto, tuvieron que comprar con sus propios salarios los alimentos y demás cosas necesarias para reponer las fuerzas de ellos y de sus familia. El salario se convirtió en indispensable pero no suficiente para la supervivencia; con él se adquieren en el mercado bienes y servicios que se complementan con trabajo doméstico y otros medios de producción para obtener la subsistencia. 

 

El proceso de expropiación de los medios de producción sólo comprendió una parte de éstos, las tierras por ejemplo; en la práctica, muchos otros fueron apropiados por los trabajadores y con ellos continuaron produciendo, mediante la labor doméstica, bienes de uso. Marx escribió acerca de los cocineros de un hotel, que ellos dan a un trozo de carne su forma apetitosa y agradable y de esta manera fijan trabajo e incrementan su valor; “exactamente en la misma forma como el cocinero cocina en calidad de trabajador asalariado para un capitalista, la clase trabajadora debe (...) desempeñar este trabajo para sí misma, pero sólo es capaz de llevarla a cabo si ha trabajado productivamente. La clase trabajadora sólo cocina carne para sí misma cuando ha producido un salario con el cual pagar por la carne”.[21] Si Marx se hubiera detenido en el análisis quizás “habría reconocido que al cocinar se usa un fogón, una olla y demás utensilios como medios de producción, bien sea que tal labor se realice en el hotel o en el hogar; y que la carne comprada con el salario es la materia prima usada en esta producción y además habría descubierto la categoría de labor doméstica”. (QUICK, 1992: 4)

 

La cita anterior y unos cuantos párrafos que la preceden dejan en claro dos cosas: la primera, que el trabajo doméstico surgió con la producción de valores de uso mediante la utilización de medios de producción apropiados por los trabajadores. Y así continúa pues “la comunidad doméstica, vacila pero sin embargo resiste (...). Subyacen aún millones de células productivas insertas de diversas maneras en la economía capitalista, produciendo sus substancias y sus energías” (MEILLASSOUX, 1979: 127). La segunda, que la comunidad doméstica, y en especial sus relaciones de producción, fue y sigue siendo la acumulación originaria para el capitalismo; “la reproducción de la fuerza de trabajo se efectúa, hasta en el sistema capitalista en el marco de relaciones sociales de tipo doméstica (...); es mediante la preservación de un sector doméstico productor de alimentos[22] como el (capitalismo) realiza y sobre todo perpetua la acumulación primitiva”. (MEILLASSOUX, 1979: 138, 139)

 

La segunda parte del argumento dirigido a cuestionar la visión estándar de la familia, que la generaliza como unidad de consumo, lleva a plantear que ella realiza producción y para sustentarlo se apoya en el desarrollo de la siguiente premisa que conviene recordar: “La familia realiza producción con base en unas relaciones domésticas de producción y se inserta en la economía de mercado conformando un continuom productivo”. Para este propósito es importante comenzar con una rápida claridad acerca de las relaciones domésticas, contrastándolas con las del capitalismo y luego entrar de lleno en la argumentación del punto de partida propuesto, para lo cual es útil la perspectiva histórica.

 

Atrás quedaron consignadas las relaciones de producción en el marco del modo de producción doméstico, y es importante actualizar la mirada para entender el devenir de dichas relaciones en el capitalismo. El modo de producción doméstico posee una forma de organizar la producción y distribución de los bienes, basada en el parentesco, que garantiza unas relaciones intersubjetivas de larga duración, las cuales alcanzan varias generaciones y son gobernadas por el altruismo; “característica distintiva y universal observada en la familia a través de todas las culturas (...) los miembros dan y reciben sin tener en cuenta la cantidad o el valor de lo que se incorpora en la transacción” (BEUTLER, et. al., 1989: 810). Estas relaciones implican una distribución de roles que responde a relaciones diferenciales y jerarquizadas entre hombres y mujeres; adultos, ancianos y niños. Esta jerarquización afecta el contenido (insumos, herramientas, espacios, conocimientos) y organización (quién, para qué y para quién, distribución de tareas y resultados) del trabajo.[23]

 

Ligado a lo anterior, se da una forma de circulación de la producción basada en lo que NANDA (1982) denomina reciprocidad generalizada que alude a la distribución de bienes donde no se lleva un registro de lo dado o recibido y ante lo primero, no se espera nada a cambio. Son transacciones que en otros términos, BUOLDIN[24] llamó “economía de la donación” para explicar como en las familias predominan las transferencias de una sola vía, donde entre las personas circulan recursos -concretos o abstractos- sin un acuerdo contractual, ni una expectativa formal o informal de que el favor será retornado. La función de la donación va más allá de la mera circulación; BIVENS[25] reconoce en ella un papel integrador que se expresa en la forma como contribuye “a la intimidad, cercanía, compromiso, lazos, nutrición y al deseo de sacrificio y de servicio en el ámbito familiar”.

 

Se ha tratado de esclarecer la persistencia de unas relaciones domésticas de producción que soportan la prevalencia del modo de producción doméstico; no obstante, esto no resuelve lo del continuom productivo donde se inserta la familia; solamente refuerza la advertencia de MEILLASSOUX quien dice que mientras existan relaciones domésticas de producción, existirá el modo de producción doméstico. Para sustentar lo del continuom productivo, de nuevo es útil la perspectiva histórica.

 

Se decía con anterioridad que en los estadios primitivos de la sociedad, los recursos productivos eran posesión, más no propiedad comunal. El alimento debía recolectarse y, después de ligeras transformaciones, pasaba a ser parte del consumo; esto era así para todo lo que se requería para la existencia; la producción era destinada al uso o al consumo; o como se afirmó, el fondo de producción era igual al fondo de consumo. En estos grupos en los que “la organización de la casa en la gens y mientras los clanes eran matrilineales, el trabajo que sólo entre comillas y de forma un tanto retrospectiva podría ser llamado “doméstico”, era considerado un trabajo socialmente necesario; como una industria pública, tenía un carácter público y no estrictamente doméstico...era una función social”.[26]

 

Incluso, en las sociedades tribales que aún existen en un estado primitivo y cuyo contacto con el mercado es apenas tangencial, los medios de producción son tan simples que quien quiera poseerlos puede hacerlo; los recursos con potencial productivo, como la tierra, no han adquirido la característica de ser propiedad de alguien en particular; no hay un poder sustentado en la propiedad privada y, por tanto, no existen clases aunque si jerarquías; estas condiciones sustentan características semejantes a las ya registradas en el párrafo anterior; es decir en estas sociedades sin propiedad privada y sin clases, “el trabajo de los hombres y las labores de las mujeres (tienen) idéntica significación social. Hombres y mujeres (están) implicados en diferentes niveles de la producción de la misma clase de artículos es decir, la producción para la subsistencia. Toda la producción es de la misma clase: producción para el uso” (SACKS, 1979: 250).

 

Como grupo primitivo o como sociedad tribal que se mantiene al margen de las relaciones de mercado, se está ante hombres y mujeres que se sitúan en la naturaleza como transformadores para la subsistencia. Sus primeras necesidades son comer, abrigarse y protegerse, de estas necesidades emergen actos dotados de intencionalidad pero con un gran sentido de integración. La separación de funciones económicas -producción, distribución y consumo- son producto de la sistematización y teorización que se hace desde afuera y hay que verlas, como en el caso del trabajo doméstico, retrospectivamente. Tal separación jamás la hicieron o la hacen las sociedades primitivas; en su interior no se dan o no se daban aisladas del resto de actividades; por el contrario, están o estaban incorporadas en un todo: en el rito, en la ceremonia; en el intercambio como mecanismo de integración social; en el “ahorro” que se dedica o dedicaba a “gastos” de los cuales de alguna manera participa o participaba el grupo, como es el caso de las fiestas.

 

Bajo los modos de producción, sustentados en la propiedad individual y privada de los medios de producción y en la sujeción de mano de obra, como podrían ser el esclavismo y el feudalismo, tampoco se verificó una separación entre lo que WEBER (1987) denominó economía consuntiva y economía lucrativa. Fundamentalmente, toda acción productiva estaba orientada a cubrir las propias necesidades de consumo para asegurar el mantenimiento diario y la perpetuación del “grupo familiar”,[27] esto es, la subsistencia. En muy pequeña escala la producción se orientaba hacia la ganancia, producto del intercambio, o hacia la obtención de excedente con fines económicos. La separación entre economía consuntiva y economía lucrativa es algo de la actualidad; en los siglos XIV y XV no se conocía tal distinción.

 

“En la edad media, cuando existía un excedente, éste no se ahorraba para invertirlo con miras a un crecimiento; la idea de capitalización no existía; el excedente se despilfarraba en gastos suntuarios, de los cuales de alguna manera, participaba todo el grupo: la construcción de la catedral, la fiesta, (...), los torneos y la guerra. El cuerpo era el cuerpo del trabajo sin que se convirtiera en herramienta, obtenía lo necesario para vivir hoy y la próxima estación, pero no capitalizaba en vistas al futuro, pero el cuerpo era también el cuerpo de la fiesta”. (BIDEGAIN, 1995: 128)

 

Poco a poco los propietarios de los medios de producción quienes a su vez ejercían sujeción sobre la mano de obra se enteraron de las posibilidades de dar salida a sus productos para aumentar sus ingresos; lo cual determinó una fuerte tendencia a orientar sus propiedades hacia el abastecimiento del mercado y empezar con ello el tránsito hacia el capitalismo.[28] Además, ante el auge del dinero se familiarizaron con él el propietario de la tierra y el trabajador sometido, mientras que el trabajador encontró la posibilidad de liberarse del trabajo exclusivo para el señor mediante la venta de su mano de obra y con ello obtener mayores ingresos, el primero comprendió “que el trabajo libre era más productivo que el trabajo servil, (...) y aprendió que un campesino sacado de su tierra para (cultivar) la del señor, era un trabajador que no rendía todo lo deseado”. (HUBERMAN, 1936: 49)

 

De paso, el propietario también se enteró de dos cosas: una, que a los campesinos libres podía gravarlos con impuestos más elevados (WEBER, 1987) otra, que podía reducir sus costos de producción pues no debía, por más tiempo, responder por la manutención del trabajador, su esposa y sus descendientes. Ante tal circunstancia la lógica era pagar por el trabajo diario y descargar sobre los trabajadores los costos de reposición presente y futura de la fuerza de trabajo. Así, lo que antes se veía como una sola economía, empieza a verse como dos: la economía de consumo y la economía lucrativa; la primera como función exclusiva de la comunidad doméstica que “con el transcurso de los siglos (...) se redujo de tal manera que, en lo sucesivo, podían considerarse como titulares de la propiedad individual el padre con la mujer y los hijos, lo cual no había sido posible técnicamente en las etapas anteriores”. (WEBER, 1987: 109)

 

Aún en la época preindustrial, la familia era taller, iglesia, reformatorio, escuela y asilo. En “los hogares premodernos convergían una variedad de roles no necesariamente mediados por el parentesco; había aprendices, sirvientes, huérfanos o niños abandonados provenientes de matrimonios disueltos e incluso miembros dependientes de la comunidad ubicados en algún hogar por las autoridades” (HAREVEN, 1976: 194). Bajo el impacto de la industrialización y el crecimiento económico, el taller como lugar de trabajo, se trasladó del hogar al espacio público y otras funciones de bienestar fueron asumidas por el estado y algunas instituciones como la iglesia. En síntesis, La industrialización no sólo consolidó la economía de mercado, sino que determinó con mayor claridad la separación entre lugar de “trabajo” y casa; esto significó cierta pérdida de la independencia económica de la familia y el paulatino retiro de los extraños.

 

La industrialización no dio origen a la familia nuclear; sencillamente se volvió más “interna y asumió la domesticidad, la intimidad y la privacidad como sus principales características” (HAREVEN, 1976: 198); pero además de “interiorizarse” se especializó, no propiamente como unidad de consumo, sino en el consumo con un sentido, la procreación y la crianza de los niños; “toda la energía del grupo se dedicó en ayudar a los hijos a crecer individualmente en el mundo, (...) los niños en vez de la familia” (HAREVEN, 1976: 198). Interiorización y especialización parecen definir unos espacios y unas funciones y lo que antes era integralidad, ahora aparece escindido; de un lado, producción -economía lucrativa- empresa; y de otro, consumo -economía consuntiva- familia. Pese a esta visión, la integralidad se conserva, según se argumentará en los párrafos siguientes.

 

Marx sostenía que “en todas las formas de sociedad -doméstica, feudal, capitalista...- existe una determinada producción[29] que asigna a todas las otras su correspondiente rango...”.[30] De otra parte se advierte que la comunidad doméstica se resiste a su disolución pues las relaciones domésticas de producción aún siguen vigentes. Para el caso de la familia, articulada a una economía de mercado, esa determinada producción, que MEILLASSOUX simplificó en “la de los alimentos agrícolas”, hoy en su forma compleja, bien puede ser la disposición “para el consumo o el uso inmediato de la comida, el vestido y el abrigo; sino también las diversas formas como se provee el cuidado de los niños, enfermos y ancianos e incluso, la organización de la sexualidad. (FOX y LUXTON, 1993: 23). Pero antes y hoy toda esa producción se transforma en otra producción, la de energía humana. “Producción energética y producción alimenticia (...) dos fases de un mismo proceso productivo (...) que asegura la perpetuación y la reconstitución de la (sociedad)”. (MEILLASSOUX, 78 y 79, 1979)

 

Pero la producción y reproducción de la energía humana y, dentro de ésta, la producción y reproducción de la fuerza de trabajo -mercancía[31] según lo plantea MEILLASSOUX (1979), se lleva a cabo en el contexto de las relaciones domésticas mediante el entrelazamiento con el modo de producción capitalista. Confluyen entonces, dos modos de producción que se articulan en relaciones intersubjetivas, dado que los agentes, en el modo de producción capitalista, definen como objetivo la producción de mercancías para la satisfacción de necesidades y ésta es la vía para la obtención del lucro. En el modo de producción doméstico, el objetivo es lograr el máximo bienestar a través de la satisfacción de las necesidades, para lo cual parcialmente sirven de insumos las mercancías adquiridas en el mercado mediante el ingreso obtenido por la venta de otra mercancía denominada fuerza de trabajo. Estos propósitos se determinan sin reparar que en el fondo ambos actúan en procura de mantener vivo a un ser depositario de la energía humana.

 

El hecho de que las relaciones de producción en el capitalismo y en la economía doméstica sean diferentes, no impide que se configure un continuom productivo sin principio y fin definidos, que bien puede arrancar en la producción de energía humana, para ser aplicada en la producción de mercancías y en la producción de bienes de uso de tipo doméstico a su vez utilizados en la generación, -a través de la reposición cotidiana- de más energía humana; o iniciar con la producción de mercancías que se incorporan a la familia y se combinan con los valores de uso allí producidos para la obtención, reposición y reproducción de energía humana.   

 

La producción, en el sentido más restringido, abarcaría sólo “las actividades que dan como resultado objetos que se compran y se venden” (NICHOLSON, 32,1990); es decir únicamente se producen mercancías. En su acepción más amplia sería “cualquier actividad que tenga consecuencias” (NICHOLSON, 1990: 32). Según DUSSEL (1984), todo actividad de trabajo está orientada a garantizar la supervivencia y desenvolvimiento de los grupos humanos, esas serían las consecuencias últimas, en ello se materializaría la producción. Si se acepta como producción el sentido más restringido, ésta queda como función exclusiva de las empresas; las familias por su parte, quedan especializadas en el consumo; carecen de funciones de producción, pues lo que producen no alcanza la categoría de mercancía y por tanto no adquiere un valor cualitativo, objetivo y universalista. Así las cosas, el trabajo doméstico y sus resultados empiezan a verse como responsabilidad de la familia, -cuando antes era un todo integrado y la manutención del trabajador corría por cuenta del propietario de la tierra- como connatural a ella,[32] e incluso como algo fisiológico, y en especial, como un aspecto separado del mundo de la producción.

 

Desde la idea más amplia de producción, como algo del contexto de acción socialmente integrado, donde los trabajadores[33] participan sobre la base de un consenso ínter subjetivo, quizás implícito, acerca de sus consecuencias: generación de energía humana aplicada a la supervivencia y al desenvolvimiento de los grupos humanos. En esta perspectiva, la producción sería algo del “mundo de la vida”, mientras que el mercado es un “sistema” de coordinación de intereses, donde cada agente, comprador o vendedor, tiende a maximizar la utilidad.[34]

 

Vista así, la producción se entiende como un continuom que responde a un proceso idem que es biológico, en razón de que “los hombres tienen la necesidad de reproducirse a sí mismos; diariamente, mediante reaprovisionamiento permanente y necesario del organismo, con combustible para sus necesidades biológicas; mediante lo cual, el hombre se hace materialmente. Pero también se “hace reproductivamente en tanto perpetuación de la especie con trabajos de parturición de las mujeres” (NICHOLSON, 1990: 40). Tanto hacerse materialmente como reproductivamente es continuom biológico y al mismo tiempo productivo; al fin y al cabo, en la obtención del combustible para las necesidades biológicas, tan necesaria es la producción de mercancías, como la producción de bienes de uso.

 

Palabras más, palabras menos, se ha tratado de argumentar que la familia realiza producción y se incorpora en la economía de mercado constituyendo un continuom productivo. No está por demás una breve síntesis a la luz de la argumentación de QUICK (1992).

 

Antes del desarrollo del capitalismo e incluso en las sociedades tribales que aún subsisten, casi toda la producción asumió la forma de valores de uso y el trabajo dedicado a la obtención de bienes para la manutención de los miembros de la familia, sólo hoy se concibe como doméstico. Con el capitalismo, la labor necesaria para la producción y reproducción de la energía humana y dentro de ésta la fuerza de trabajo -mercancía, incluye una porción de trabajo asalariado y otra de labor no pagada que es invisibilizada.

 

La producción doméstica es el resultado de la aplicación del trabajo mediante el uso de medios de producción apropiados por la clase trabajadora en su integralidad, es decir, constituida por hombres, mujeres, niños y niñas organizados en varias formas de familia o comunidades y con la aplicación de unas relaciones domésticas de producción; mientras que la producción de mercancías es la obtenida por los productores directos usando medios de producción apropiados por la clase capitalista.

 

Las mercancías compradas con el salario, que representan una porción del valor producido en la sociedad, se constituyen en insumos para emprender los procesos de producción doméstica, y en conjunto generan una producción total, tanto capitalista como doméstica, que conforman el universo de la producción de bienes y servicios para la producción de energía indispensables en la supervivencia y el desenvolvimiento de los grupos humanos. Ante la producción total, las familias son capaces de retener para sí mismas sólo aquella parte que ha sido producida mediante sus propios medios de producción, su propia fuerza de trabajo -valor de uso- y bajo sus particulares relaciones de producción.

 

Lo anterior se ilustra en el siguiente esquema recreado a partir de QUICK (1992):

 

       Trabajo Diario                                                Producción Diaria

Trabajo Doméstico

Producción doméstica mediante el uso de medios de producción propiedad de la familia y relaciones domésticas de producción

Trabajo asalariado              Producción Capitalista – Mercancías usando medios de producción, propiedad del capitalista y relaciones  capitalistas de producción

Trabajo asalariado necesario para producir mercancías que se convierten en insumos para la producción doméstica.

Trabajo asalariado excedente que produce plusvalía

Trabajo necesario total que produce todos los requerimientos para la producción de energía humana (Inclusive la fuerza de trabajo que en calidad de mercancía se vende por un salario).

Trabajo excedente

 

Una condición necesaria del capitalismo, es acelerar los procesos de comodificación, es decir, colocar en el ámbito de las relaciones de mercado los bienes y servicios, que en forma de valores de uso, se producen en familia; lograr que aspectos como preparación de alimentos, confección de vestuario, educación de los niños y otros más, dejen de ser producidos por los miembros del hogar bajo el predominio de relaciones ínter subjetivas basadas en el parentesco y que éstos sean reemplazados “por la creación de bienes de muchos hogares diferentes que se juntan en un sitio para realizar una producción para el intercambio, todo realizado con la motivación del provecho”. (NICHOLSON, 1990: 38)

 

Favorecer esta condición ha sido un proceso histórico que ha trastocado la concepción de dos elementos importantes -al menos para esta investigación- como son el trabajo y su resultado: la producción. La noción prevaleciente en la actualidad es que trabajo es "toda actividad mediante la cual la persona que la realiza recibe una compensación en salario por los bienes producidos" (STANDING, s.f., 3). Esta concepción sólo tendría un relativo  sentido en el marco del avance y consolidación de las sociedades capitalistas que, según se estableció responde a un proceso histórico y, si esto es así, significa que bajo otras formas de producción las visiones acerca de trabajo y producción son distintas.

 

En las sociedades precapitalistas el trabajo era concebido como algo no diferenciado de la estructura social. Se sustentaba en aspectos tales como las relaciones de parentesco; en orientaciones religiosas que parcialmente le daban sentido a las actividades productivas; en el ejercicio del poder y la autoridad sobre los grupos sociales  inferiores, que debían destinar parte de su producción para surtir la mesa del propietario de la tierra; y en la necesidad de producir, no con un sentido acumulativo y especulativo, sino para la subsistencia individual, familiar y comunitaria.

 

En concomitancia con la idea de trabajo estaba la de producción, la cual incorporaba los valores de uso obtenidos sobre la base de la actividad de la familia. “Durante gran parte de la historia, los alimentos, la ropa, la casa y otras necesidades básicas fueron producidas por su valor de uso y se distribuyeron a tribus y grupos sobre una base recíproca” (CAPRA, s.f. 220). La producción no respondía a una división de frío cálculo y una fragmentación de actividades y procesos que reportaban un beneficio económico para unos y se constituía en enajenación para otros. La familia era la fuente y motor de todas las actividades y gozaba de un reconocimiento por la función social que cumplía. La actividad productiva, centrada en  valores de uso, no excluía la obtención de excedentes para el intercambio con otros grupos. Los mercados[35] existían pero con unas características y connotaciones diferentes; eran básicamente locales, debido a que predominaba el intercambio directo, a través del trueque, sobre el indirecto, con base en el dinero; además, el comercio solía ser una actividad religiosa y ceremonial que trascendía lo meramente económico. (CAPRA, s.f.)

 

“Desde el momento histórico en que se cristaliza la ruptura de la sociedad comunitaria basada en la división funcional del trabajo, en el usufructo colectivo de los medios de producción y en la reciprocidad como norma de acceso al producto social, y se instaura la división del trabajo que jerarquiza el grupo social, entre los que participan directamente en las tareas productivas y aquellos que, controlando el proceso de producción y de distribución del producto social, se excluyen de la producción directa, se levanta un entramado ideológico para legitimar esa fragmentación social”. (PALENZUELA, 1995: 5)

 

Esa fragmentación a la que alude la cita anterior, trasciende la división entre productores directos y productores indirectos. En primera instancia, las ideas del  mercantilismo con su marcado énfasis en el comercio como fuente de riqueza incide en la desvalorización de la actividad agrícola – que se constituye básicamente en una actividad doméstica-; luego el pensamiento fisiócrata que reduce la idea de producción a la obtención de mercancías, y deja sentado que el intercambio de éstas es el mejor mecanismo de integración social y permite que las personas consigan el orden más ventajoso para ellas; y posteriormente los clásicos quienes a través de Adam Smith definieron trabajo productivo e improductivo, sirven de punto de partida en la construcción de una ideología que, basada en un esquema de sistemas duales, determina a un sector como productivo por ser generador de mercancías obtenidas a través del trabajo y a otro sector como el del consumo y de descanso, responsable de actividades diarias para la manutención de sus miembros.

 

Este entramado ideológico se refuerza con la revolución industrial que generaliza la visión de que “el día de trabajo es idéntico al número de horas dedicadas al trabajo asalariado y el salario es equivalente al valor de la fuerza laboral. No existe más producción que la destinada al intercambio y quedan por fuera los procesos de producción doméstica y con ello la labor doméstica (como trabajo)”. (QUICK, 1992: 2)

 

Los procesos productivos realizados en la familia, a partir del trabajo de todos sus integrantes, se trasladan al espacio público (las fábricas) y son reconocidos socialmente, por el carácter monetario que se les imprime. En el espacio privado quedan circunscritas las actividades dirigidas a la manutención de sus integrantes y los procesos de socialización de las nuevas generaciones, adquiriendo un status secundario y se empieza a catalogar a la familia sólo como consumidora de bienes y servicios obtenidos del espacio público.

 

El trabajo manual, indispensable hasta el momento para la producción de los bienes y servicios dirigidos a la satisfacción de las necesidades del productor directo -el trabajador y su familia- y para el intercambio, es reemplazado por las máquinas, que posibilitan la producción en serie y a bajos costos, conducen a la desvalorización del trabajo artesanal y, por ende, de la producción doméstica. El propietario industrial se apropia del conocimiento acumulado de la familia y aprovecha su capacidad para comprar fuerza de trabajo y, de esta manera, cumplir con su objetivo de producir eminentemente para el mercado, siempre con la proyección de obtener el máximo beneficio económico, razón de ser de la sociedad capitalista.

 

Los mercados de tierra, trabajo y capital, se constituyen en elementos necesarios para la producción de las mercancías, que sus propietarios -productores indirectos- están prestos a vender por un precio. "El mercado, o la producción para el mercado y no para el autoconsumo, se convierte en elemento clave de la economía y la sociedad” (PULECIO, 1995: 19). No sólo la producción de bienes se concibe como mercancía, el trabajo realizado por los seres humanos también adquiere esa connotación, pues queda sometido a la transacción a través del dinero. Los sujetos que están privados de las condiciones objetivas de vida deben salir a ofrecer su fuerza de trabajo y muchas de las actividades que le daban razón de ser a la existencia de las personas pasan a manos de unos pocos, los capitalistas.

 

La mercancía que adopta el producto del trabajo es la célula económica de la sociedad capitalista (DUSSEL, 1984) y, a través de ella, se empieza a definir trabajo; el producto que no se categorice como mercancía, que no pase por el mercado, no es el resultado del trabajo sino del descanso. “La dicotomía trabajo/descanso proviene de la industrialización del trabajo y la participación de los trabajadores en la fuerza laboral. La actividad en la esfera del mercado laboral industrial es llamada “trabajo” (...). Cualquier actividad fuera del ámbito del mercado laboral es definida como descanso: Es decir “descanso” es toda aquella actividad fuera del trabajo”. (BEUTLER, et. al., 1989: 813)

 

Aunque no en forma exclusiva, la dicotomía trabajo/descanso reafirma el trasfondo ideológico que sustenta los procesos productivos y las relaciones, tanto sociales como económicas, que él genera. Con base en este esquema de dualidades, el descanso pasa a ser una actividad residual y así es visto por empleadores y personas que actúan en roles no familiares. El descanso como algo residual del trabajo distorsiona la realidad y vuelve invisible mucha de la experiencia de ser padre, madre, hijo; de actuar, trabajar y producir en la familia. Al reducir las nociones de producción, economía y trabajo, quedan por fuera actividades como el parto, la crianza de los hijos, el cuidado de los enfermos y el mantenimiento de la casa lo cual significa separar la continuidad histórica de la producción de la continuidad biológica. (NICHOLSON, 1990)

 

La distorsión de la realidad sucede por dejar arraigado en el ideario común una visión reducida del trabajo y de su resultado, la producción. En contraste, queda velada la centralidad del trabajo en la vida social, sustentada en lo que PALENZUELA (1995) nomina como la universalidad de la actividad productora de bienes y servicios para la subsistencia material de cualquier forma de organización social, o que HABERMAS[36] refiere como cosa del mundo de la vida, para dar a entender que la esencia es la producción y, el modo como ésta se obtiene, es la circunstancia y ésta no es universal.

 

La universalidad de la actividad productora indica entre otras cosas, que se da independiente del modo de producción por el cual haya optado la sociedad; no importa donde se verifique: fábrica, casa o terruño; tampoco interesa el grado de complejidad de los instrumentos ni la tecnología utilizada. El carácter de universalidad se lo imprime el trabajo concreto y abstracto que lleve incorporado la actividad productora y la intencionalidad con que se realice, pues en palabras de Marx, los hombres realizan el trabajo cuando crean y reproducen su existencia; en la práctica diaria al respirar, al buscar alimento, cobijo, amor, etc. Todo esto lo realiza el hombre actuando en la naturaleza, tomando de ella y transformando conscientemente lo que sea necesario para este propósito; en definitiva, producir es “el acto de poner el objeto ahí, a la mano, con el fin de satisfacer necesidades humanas”. (DUSSEL, 1984: 86)

 

Junto a la universalidad de la actividad productora está la universalidad del trabajo que, en su acepción amplia, PALENZUELA (1995, 4) lo define como “conjunto de acciones intencionales y no instintivas, individuales o colectivas, encadenadas y ordenadas, que relacionan la fuerza de trabajo (capacidad física y conocimientos) con los medios de producción y los instrumentos de trabajo, al objeto de conseguir un resultado final que responda a una necesidad social”. Puesto este concepto en los escenarios de lo que la dicotomía determina `como descanso` y concretamente en la familia, habrá que plantear que más que ocio, las actividades que se realizan en su interior son trabajo, dado que responden a las características antes expuestas.

 

En estas actividades por lo general realizadas por mujeres con capacidad física para llevar a cabo un sinnúmero de tareas, se utiliza energía -trabajo abstracto-; también se ponen en juego conocimientos técnicos y habilidades -trabajo concreto- que arrojan como resultado valores de uso y que materializan todos los procesos y tareas que las personas emprenden: consecución, administración y distribución de recursos; manejo del tiempo, distribución de oficios, utilización de herramientas, equipos y tecnología entre otros. Así mismo, se acopian materias primas que son transformadas en bienes y servicios aptos para el consumo o para el uso y, de este modo se logra la producción y reposición de energía humana, potencialmente aplicable en procesos igualmente productivos que se verifican fuera del contexto de la familia, pero que, dadas las múltiple y complejas interrelaciones, se constituyen en un continuom productivo.

 

En síntesis, contrario a la visión generalizada de trabajo, como el aplicado a la producción de mercancías y realizado por una remuneración, se diría que “todo trabajo es parte de un todo, porque la totalidad toma figura de un organismo formado de sistemas particulares de necesidades, medios y trabajo, de modos de satisfacer las necesidades” (DUSSEL, 1984: 61). En la línea de pensamiento del autor, el todo hace referencia a la universalidad de la aplicación de energía, habilidades y conocimientos como parte de los medios[37] que se requieren para un fin, tal como es el de garantizar las condiciones de supervivencia y de preservación de la vida humana. Ese todo adquiere forma, en los procesos, resultados y relaciones que se establecen en el modo de producción doméstico y en el modo de producción de mercado.

 

Cuando se hace alusión a un todo articulado es común que opere lo que ADORNO[38] denomina la lógica de la identidad ó la reducción del objeto de pensamiento -en este caso el trabajo- para establecer dicotomías que convierten ese todo concreto en partes independientes; y mediante esta lógica se estereotipe la idea de que el trabajo doméstico pertenece al mundo del descanso o del ocio; por lo tanto es definido ya no como trabajo, sino como algo que, por concebirse como natural, se le atribuye su responsabilidad al grupo familiar, en especial a las mujeres; esta “naturalización” se sustenta en los requerimientos sico-biológicos que ponen en movimiento la actividad productiva doméstica.

 

En el ámbito de la producción se impone la del mercado y dentro de ésta el trabajo abstracto, es decir, la aplicación de energía humana; el trabajo concreto pasa desapercibido, al menos para el trabajador -la producción masiva y en serie no le permite verlo-. También se impone la mercancía que, mediante una “descodificación” de los flujos, circula a través de la maquinaria social; el código determina la calidad del flujo: flujo de bienes de consumo o de bienes de prestigio. En el contexto de la producción total, también un código califica: flujo de mercancías y de valores de uso. Se codifica para sistematizar y también para departamentalizar. La preponderancia, atribuida a la mercancía, instituye el ámbito de lo medible o de lo valorable, de la homogeneidad y así la parte, producción de mercancías, aparece abarcando el todo, es decir como la producción total.

 

El código, por su lógica de operación en oposiciones y dicotomías, es excluyente, no es objetivo e invisibiliza la producción de los valores de uso, al tiempo que desconoce las conexiones productivas entre dos modos de producción: el de mercado y el doméstico. La subjetividad del código ubica el trabajo domestico y su producción en una instancia extraeconómica, pero el significado del código trasciende hacia interpretaciones que, en una sociedad capitalista, le asignan a la producción de la mercancía un papel de soporte y de agente de inscripción de la producción doméstica.

 

La visión generalizada por la cultura, al conceder la función productiva de la economía como exclusiva del mercado, y además al dejar sentado que la producción doméstica está al servicio de la producción de mercado, y que la primera no puede llevarse a cabo sin antes haber obtenido unos ingresos como producto del trabajo remunerado, impide ver que la producción capitalista utiliza a las familias como instrumentos de extracción de plusvalía con base en dos propiedades de estos grupos, primero, por tratarse de una organización productiva colectiva, cuya explotación es más ventajosa que la de un individuo; y segundo, por la posibilidad de producir un plustrabajo. (MEILLASSOUX, 1979)

 

Pero aún, aceptando que la producción doméstica es instrumento de la producción de mercado, esto no es suficiente para aceptar la ruptura de un continuom productivo que resulta de la departamentalización de las funciones económicas de producción y de consumo. Así como un instrumento, aquello que sirve para algo en su utilización, no es independiente de la persona que hace uso de él, sino que se constituye en parte y momento del ser humano, tanto instrumento y persona son un todo. El instrumento aislado es ontológicamente imposible; análogamente, la producción doméstica como “instrumento o servicialidad” y la producción de mercado conforman un todo y separadas, ontológicamente también son imposibles. En cuanto momentos, están determinadas por “condiciones particulares” que proyectan una especificidad, pero “las condiciones generales son de la unidad esencial (..) de la producción (y estas condiciones son): el sujeto, el objeto, pero al mismo tiempo el instrumento de producción, el trabajo como fuerza física actual, el trabajo acumulado en forma de capital o en forma de pericia y ciertas relaciones de producción”. (DUSSEL, 1984: 74 y 75)

 

En definitiva, en la misma forma en que un escritorio como tal es abstracto, es la abstracción de una totalidad denominada aula de clase y, separado de ésta, puede cambiar de naturaleza, puede ser una mesa, un andamio o cualquier otra cosa; así mismo, la producción doméstica y de mercancías, por separado, son abstractas, abstracciones de la universalidad productiva. En este sentido, aislada la producción doméstica de esa universalidad, su naturaleza se transforma, deja de ser producción y pasa a ser resultado del descanso o del ocio; o algo natural impulsado por fuerzas sico-biológicas. Del lado de la producción del mercado, “subsumida por el proceso de valoración, dicha producción (también) cambia de naturaleza; ahora es modo de producción capitalista en vista de la producción de plusvalía” (DUSSEL, 1984: 156). Para el capitalista, la mercancía deja de ser un objeto con una utilidad social en tanto que satisfactor de una necesidad, y se constituye en un medio de obtención de lucro, para ello le sirve como instrumento “el trabajo subsidiario” que se realiza en familia, en especial por las mujeres.


 

[1]  Es del caso recordar que en teoría la función de consumo reúne dos actos inseparables: “actos para el consumo” y “actos de consumo”.

[2] Sólo a partir de los años 50 y 60 del siglo XX, empieza a surgir el interés por los estudios de familia y los análisis históricos se han encargado de desvirtuar que la familia nuclear sea producto de la sociedad moderna.

 

[3] La revolución industrial de cuenta de la incorporación al trabajo asalariado de mujeres pobres y niños.

[4] Se toma hogar en el sentido que lo propone Flaquer (1998), como el “receptáculo de la Familia”.

[5] Serrano y Villegas (2000). Desigualdad intrafamiliar: Evidencia empírica para Manizales.

[6] En un principio fue una agricultura nómada propia de la economía primitiva. Se practicó el cultivo de azada, sistema agrícola que se lleva a cabo sin animales de trabajo. Ver WEBER, 1987.

 

[7] La producción de alimentos además de garantizar las necesidades de mantenimiento y reproducción de la sociedad, también debía asegurar la repetición del ciclo agrícola. Más detalles en MEILLASSOUX (1979).

 

[8] Se utiliza la palabra hombre en el sentido genérico para hacer referencia a la especie humana.

[9] Se usa el término patrimonio en acato de la observación de MEILLASSOUX (1979) quien considera inapropiada la palabra propiedad aunque vaya acompañada de común -propiedad común-, dado que propiedad en su sentido amplio está ligada a la economía mercantil y se inserta en relaciones de producción contractuales de un orden distinto a las que prevalecen en la comunidad doméstica, “El derecho moderno ofrece como categoría más aproximada la categoría patrimonio, vale decir de bien perteneciente de manera indivisa a los miembros de una colectividad (familiar) y que se transmite normalmente por herencia...” (MEILLASSOUX, 1979: 59).

[10] En las distintas definiciones de comunidad doméstica surgen algunos elementos comunes como: la práctica de una agricultura de autosubsistencia, el desarrollo únicamente del valor de uso y por tanto la ausencia de intercambio mercantil en su seno, la no existencia de venta ni compra de propiedad. En cuanto a qué consumen y producen en común, sobre una tierra común, WEBER (1987) advierte que la comunidad doméstica se dio no únicamente bajo el signo del comunismo integral, es decir, comunismo agrícola o de explotación agrícola con comunismo en la propiedad o formas de apropiación.

[11] Autosubsistencia no significa autarquía; ésta hace referencia a una total ausencia de relaciones hacia afuera; lo primero en cambio, admite intercambios con el exterior, incluso de tipo mercantil.

[12] Aquí se entrega un análisis con base en las condiciones que se suscitaron en ciertos lugares de Europa. Es de entender que estos procesos no son uniformes, ni siguen una linealidad. Se presenta con el fin de entender a partir de un caso muy particular, ciertas condiciones que marcan el debilitamiento del modo de producción doméstico.

[13] Se hace referencia a lo que WEBER (1987) denomina linaje como círculo de parentesco, pues él distingue otras clase de linaje: linaje en el sentido de un parentesco mágico, linaje militar (fratrías). Reconoce también que hay linaje de constitución femenina si la propiedad y otros derechos son de sucesión materna -cognación-; en caso contrario sería linaje de constitución masculina o agnación.

[14] El feudalismo surge de la propiedad de dominio o propiedad dominical que explota las tierras bajo la forma de infeudación. En la posesión de tierra gana prestancia el jefe guerrero quien inicialmente adquirió una propiedad igualmente dominical gracias al dominio de la técnica militar y a la calidad del armamento cosas inalcanzables para individuos sin libertad económica. Pero la anterior fue sólo una forma de aprovisionamiento de tierra y mano de obra; durante la vigencia de la propiedad dominical se distribuyó tierra por dignidad principesca, por conquista y por sojuzgación de poblaciones enemigas, por colonización basada en la cantidad de hombres y bestias para roturar a gran escala, por carisma mágico o por la monopolización del comercio de donde se crearon condiciones de atesoramiento que se dedicó a la usura y por esta vía se accedió a esclavos por deudas y a la acumulación de tierras. Detalles en WEBER, 1987.

[15] WEBER denomina a la familia nuclear como familia estricta o familia limitada. “Hoy la comunidad doméstica o grupo familiar es por lo común una familia limitada, es decir: una comunidad de padres e hijos. (41, 1987).

[16] Concretamente se refiere MEILLASSOUX a la dinámica con que se desarrollaba el ciclo productivo agrícola. A los mayores se les debe la subsistencia durante el tiempo improductivo -siembra, crecimiento...- y también el productivo -cosecha y almacenamiento- y la semilla para reiniciar el ciclo. El más viejo en el ciclo de producción no le debe a nadie, salvo a sus ancestros, mientras que los menores empiezan a deberle a los que le siguen (66, 1979). 

[17] Es necesario insistir que la explotación feudal se presentó con diferencias territoriales y lo que aquí se entrega es una generalización. Es más, WEBER (1987) advierte que la economía feudal propia se dio en occidente pues en oriente más que ésto, lo que se presentó fue una “auténtica expoliación tributaria”. En cuanto a América, detenerse en sus particularidades queda por fuera de la intención de esta investigación.

[18] “Familia Dominical” para hacer alusión al grupo doméstico que habitaba un feudo denominado “dominium”.

[19] Conviene registrar aquí, que según lo advierte WEBER (1987: 83) “En la hacienda feudal coexisten pequeños arrendatarios libres y esclavos; los libres trabajaban con aperos que les proporcionaba el señor, siendo por lo tanto, una clase obrera”.

[20] Citado por WEBER, 1987, p.65.

[21] La afirmación es de Marx, citado por QUICK (3, 1992).

[22] MEILLASSOUX se refiere específicamente a la producción de alimentos pues él considera que “producción energética y producción alimenticia son dos fases de un mismo proceso, uno metamorfeándose en otro y viceversa” (1979: 79) y esto es clave para comprender la explotación del sector doméstico. “La agricultura de alimentación, en los países subdesarrollados, (...) está directa o indirectamente, en relación con la economía de mercado mediante el abastecimiento de mano de obra alimentada en el sector doméstico, o de alimentos de exportación producidos por campesinos alimentados con sus propios productos” (1979: 137).

 

[23] NICHOLSON (17, 1990), advierte que las relaciones jerárquicas, que son referidas al género, no al sexo, históricamente implican diferente acceso al control de las actividades relacionadas con la consecución de alimentos y objetos y en tal sentido son relaciones de clase que colocan en el plano meramente ideal el altruismo y en vez de ser la familia nuclear moderna “un refugio en un mundo sin corazón, (es) un lugar de cálculo egocéntrico, estratégico e instrumental, así como lugar de intercambios generalmente explotadores de servicios, trabajo, dinero y sexo”     

[24] Citado por BURR, et. al. (1987). “Epistemologies that Lead to Primary Explanations in Family Science” . P.199.

[25] Ibid., p. 200.

 

[26] La cita aparece en: “Sobre la ideología de la división sexual del trabajo” página 263. Material fotocopiado sin más datos.

 

[27] Según NICHOLSON (1990) para la época del feudalismo la familia se definía en términos de la convivencia y no del parentesco; por ello dentro del grupo familiar se incorporaban al señor feudal, su esposa, sus hijos, pero además a los siervos, sus respectivas cónyuges y los descendientes. Aunque en rigor, se debería hacer alusión a grupo doméstico y no a familia, si se acata la observación de FLANDRIN, citado por FOX y LUXTON ( ) que aclara que antes del siglo XVIII en Europa no había un término de referencia para la gente que estaba relacionada por sangre, matrimonio o residencia común. Incluso como dato curioso, la etimología de la palabra FAMILIA proviene del Latín fámulus–i que significa siervo, criado. (Ver Raíces griegas y latinas, 1942).

[28] Para el caso del esclavismo, dentro de las posibles causas de disolución y el paso al otros modos de producción, figura la carestía de los esclavos. Al estar desarraigados de sus mujeres tenían muy baja tasa de reproducción, lo que los convertía en un factor productivo escaso y por lo tanto costoso. También habría que considerar que la esclavitud y el feudalismo serían rentables en la medida en que se pudiera alimentar y cuidar la fuerza de trabajo a bajo costo. Además, la presencia de cultivos de temporada hacía inoficioso mantener durante todo el año a criados, criadas y obreros agrícolas.  

[29] Las cursivas son nuestras.

[30] Marx, citado por MEILLASSOUX (1979), en “Mujeres, graneros y capitales”, página 78.

[31] MEILLASSOUX (1979), diferencia lo uno de lo otro. Energía humana es algo más amplio que fuerza de trabajo. Energía humana es toda la potencia energética producto del efecto metabólico de los alimentos. La fuerza de trabajo es la parte de la energía humana que tiene valor de cambio. La que es empleada en el tiempo libre, ocio, no es considerada por el capitalismo como mercancía. 

[32] Atrás se insistió en mostrar que la separación de actividades “productivas” y “no productivas” ó domésticas es un hecho histórico, no natural. Esa separación está ligada históricamente a una forma de organización social donde el principio de intercambio es el medio para organizar la producción y distribución de bienes. En las sociedades precapitalistas no había tal separación y el medio para organizar la producción y distribución de bienes era el parentesco.

[33] El sentido de trabajador acá también es amplio; incluye a quienes venden su fuerza de trabajo -en tanto mercancía- y a quienes no lo hacen, -en tanto valor de uso-.

[34] Mundo de la vida y sistema corresponde a la diferenciación que Habermas hace de la racionalización social. Ver a FRASER, Nancy (1990) en ¿Qué tiene de crítica la teoría crítica? Habermas y la cuestión del género.

[35] El hecho de la existencia de mercados no significa la instauración de una economía capitalista; para que esto ocurra, además de la necesaria separación de lo económico con lo político, se requiere que todos los elementos de la economía - tierra, trabajo y capital- estén dirigidos por las acciones del mercado. Al menos los dos primeros estuvieron controlados hasta muy entrado el siglo XIX, época en la cual se ubica el inicio del funcionamiento de una economía de mercado en su totalidad. Ver NICHOLSON, Linda (1990) en “Feminismo y Marx: Integración de parentesco y economía”.

[36] Citado por FRASER, Nancy (1990).

[37] Bajo la línea de pensamiento de medios para un fin además de la energía, habilidades y conocimientos se tendrían en cuenta la transformación de materias primas, el desarrollo y la aplicación de tecnologías.

[38] ADORNO, citado por BENHABIB y CORNELL (1990), en “Teoría Crítica y Teoría Feminista”, p. 18.