Este texto forma parte del libro
Historia del Pensamiento Económico Heterodoxo
del profesor Diego Guerrero
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Capítulo 4: El pensamiento heterodoxo entre dos siglos.

 

 4.1. Historicismo, institucionalismo, evolucionismo.

 

            El historicismo europeo (fundamentalmente alemán) y el institucionalismo americano (de los Estados Unidos) de finales del siglo XIX y principios del siglo XX se presentan a veces como dos corrientes tan íntimamente relacionadas entre sí que algunos han llegado a hablar de la primera como de los "institucionalistas europeos" o de la segunda como de los "historicistas americanos" (véanse Schumpeter 1954 y Seligman 1962). En realidad, el concepto de historicismo o de historicistas se suele emplear de forma muy amplia por los historiadores del pensamiento económico, hasta comprender en él casi cualquier crítica de la Economía dominante basada en el reproche de un exceso de teorización y de utilización del método abstracto, o de un insuficiente recurso a la observación histórica y factual. Schumpeter es bien conocido por su protesta frente al uso indiscriminado, y según él excesivo, de esta crítica historicista, hasta el punto de escribir en su Historia del análisis económico que "uno de los principales objetivos de este libro es destruir el mito según el cual hubo un tiempo en el que los economistas en masa despreciaron la investigación histórica o de los hechos contemporáneos, o la economía en su conjunto fue puramente especulativa o carente de base factual" (1954, p. 884). Dicho esto, este autor distingue tres escuelas "históricas" alemanas, a las que califica de "antigua" (la de Hildebrand, Roscher y Knies); "nueva", cuya figura central es Gustav Schmoller, pero donde se puede encuadrar también a Brentano, Bücher, Held y Knapp; y "novísima", representada por W. Sombart, M. Weber y el discípulo de Schmoller, A. Spiethoff. Otro famoso historiador del pensamiento económico señala, refiriéndose a la "vieja" escuela historicista, las influencias del filósofo alemán Hegel y de su compatriota, el erudito y jurista Savigny, junto a cierto parecido con las ideas del sociólogo Comte, y, además, la huella de economistas alemanes románticos y nacionalistas, opuestos también a la doctrina clásica, como Adam Müller y Friedrich List (Seligman 1962, pp. 21-22). Pero añade que la preocupación común fue la de investigar el crecimiento y desarrollo de las "instituciones económicas", con el objetivo final de conseguir una "ciencia global de la cultura a la que la economía contribuiría con su parte" (ibidem).

 

            Pero aclaremos que estos autores, igual que los de las escuelas nueva y novísima, no eran heterodoxos en el sentido en que se está utilizando el término en este libro, sino más bien escritores conservadores y tradicionalistas, defensores de una economía capitalista más proteccionista que librecambista, o más intervencionista que liberal, y partidarios de métodos algo diferentes de estudio e investigación. Pero en realidad eran tan defensores del statu quo de la economía de mercado como lo podían ser los economistas de las corrientes ortodoxas dominantes y criticados por ellos. Así los autores de la escuela de Schmoller, que colaboraron en 1872 en la creación de la Verein für Sozialpolitik [Unión para la política social] y fueron conocidos más tarde (irónicamente) como los "socialistas de cátedra", o "académicos", reclamaban la intervención del gobierno en la economía y la instauración de una legislación social dirigida a "enajenar a los trabajadores de las ideas revolucionarias" (ibid., p. 24), por lo que no es extraño que el conservador primer ministro alemán, Bismarck, aceptara plenamente este programa. Sin embargo, y a pesar de su tradicionalismo pro-monárquico, Schmoller creía en la inevitabilidad del socialismo, que -pensaba- "se lograría por medio de los esfuerzos conjuntos de la monarquía y de los obreros más cultos, y no como un producto de la revolución proletaria" (ibidem).

 

            La influencia de Schmoller en los institucionalistas americanos de principios del siglo XX ha sido destacada por un gran estudioso del institucionalismo, J. Dorfman[1], que señala también cómo durante la década de los 70 y 80 del siglo XIX muchos americanos fueron a estudiar a Europa y, más concretamente, recibieron la influencia de Adolf Wagner en Berlín, de Karl Knies en Heidelberg y de Johannes Conrad en Halle (p. 25). Los institucionalistas americanos, con la excepción de Veblen, tampoco fueron auténticos heterodoxos en el sentido de este libro, sino más bien un grupo de autores diversos que, aparte de compartir una época, propugnaba "una forma particular de enfocar el estudio de la economía" (Gordon 1963, p. 124). Dorfman escribe que los padres del institucionalismo eran "rebeldes intelectuales" que estaban "extensamente preparados en la doctrina económica tradicional[2], pero se mostraban insatisfechos con sus limitaciones y rigideces", por lo que querían extender "los límites de la ciencia tanto en extensión como en profundidad", para lo que se mostraron especialmente interesados en la "filosofía del pragmatismo" y en la "psicología funcional (llamada luego conductismo)", en la sociología y en la antropología, en el reconocimiento de la relación entre "las instituciones legales y la economía" y, por último, "en el énfasis en una investigación empírica más exacta, especialmente en el uso de documentos históricos y en la colección sistemática de datos estadísticos y en el en el desarrollo de técnicas estadísticas" (ibid., p. 9). Junto a lo anterior, se ha señalado también que el institucionalismo está más preocupado "por el conflicto que por el orden armonioso", y por la interacción entre las conductas económicas y el entorno institucional, que tiene lugar en forma de un "proceso evolucionista" (Gordon 1963, pp. 124-5).

 

            Si de la caracterización general pasamos a los autores concretos, no cabe duda de que el primer autor que debe estudiarse, y la máxima figura del institucionalismo, es Thorstein Veblen. Veblen no sólo fue "probablemente el más significativo, original y profundo teórico social de la historia americana" (Hunt 1992a, p. 390), sino que fue el institucionalista más heterodoxo, quizás porque además de recibir la influencia de los darwinistas sociales (como T. Spencer o W. G. Sumner) sufrió también un importante impacto de la obra del socialista americano E. Bellamy -el crítico más importante del momento en su país, junto a Henry George-, cuyo Looking Backward: 2000-1887 significó, según la mujer de Veblen "un viraje en nuestras vidas" (Ayres 1963, p. 50). Sin embargo, Veblen no era un socialista ni un reformador: "su corazón no latía por el proletariado ni por los oprimidos y pobres -ha escrito Galbraith-; era un hombre de designios, no de revolución", y si "en el curso de su carrera a menudo tuvo Veblen dificultades", fue por motivos "más personales o idiosincráticos que políticos o ideológicos" (Galbraith, sin fecha, pp. xxviii-xxix). Según Galbraith, el "noruego" (y, por tanto, como él, extranjero) Veblen se consideraba en realidad representante de una cultura superior, aparte de que "la presunción de la élite anglosajona local sólo le inspiraba desprecio", que él manifestó en forma de ironía y de un lenguaje basado en la explicación minuciosa de que estaba "empleando las palabras más peyorativas en un sentido estrictamente no peyorativo", por lo que "el rico americano nunca comprendió bien qué trataba de hacer Veblen" mientras que sabía perfectamente, por ejemplo, que "Marx era un enemigo cuyo veneno había que devolver en la misma especie" (ibid., pp. xxvi y xxx).

 

            Aunque no era socialista, como se ha dicho, Veblen escribió en 1892 que "la base del malestar que conduce al socialismo radica en la institución de la propiedad privada" (1892, p. 396). En su más famoso libro, publicado en 1899, Veblen introdujo el concepto de "instinct of workmanship" -o "placer del trabajo bien hecho"[3]-, que, según él, pugnaría contra el instinto predatorio asociado a las fuerzas de mercado y a los valores pecuniarios en una lucha cuyo final -escribe en 1904- es difícil de adivinar (1904, p. 351). Por último, Veblen pasó del optimismo al pesimismo, pensando, al final de su vida, como escribe Hunt, que había poca esperanza para el socialismo (1923, pp. 17-18), aunque siguió siempre creyendo "que la propiedad privada y su cultura pecuniaria y predatoria eran instituciones anacrónicas destinadas a perecer" (Hunt 1992a, p. 424). Hunt ha señalado que, aunque Veblen es inferior a Marx en muchos aspectos -no tenía una teoría del valor, no elaboró una teoría de la crisis y de las depresiones tan perspicaz como la de Marx, etc.-, "existen áreas en las que el análisis de Veblen es claramente superior al de Marx", pues éste creía erróneamente que estaba próximo el momento en que los trabajadores se rebelarían y echarían abajo el capitalismo, mientras que "el análisis de Veblen sobre la fuerza del fervor patriótico y del consumo de imitación, que condicionaba a los trabajadores a aceptar estas actitudes de auto-derrota, era extraordinariamente perspicaz y penetrante" (ibid., pp. 426-7). La posición de Hunt es que los socialistas han subestimado la importancia de Veblen[4], debido a que no han tenido en cuenta que la lucha entre capitalistas y trabajadores es también una lucha de ideas, o bien debido al pesimismo de las últimas obras de Veblen, pero ellos a su vez no han tenido en cuenta que este pesimismo provenía en gran medida de un buen "conocimiento de la manera en que la cultura capitalista socializaba a los trabajadores y los hacía promover intereses contrarios a los suyos propios" (ibid., pp. 427-8).

 

            Por último, la obra de Veblen plantea también la cuestión del evolucionismo, en una medida mucho más fuerte que la de sus compañeros institucionalistas[5]. Como ha escrito G. Hodgson, Veblen es también importante para los "evolucionistas" modernos porque su famoso artículo de 1898 hizo que el término "evolucionista" fuese adoptado a partir de entonces por todos los institucionalistas. Este "evolucionismo" era lo que llevaba a Veblen a rechazar por ejemplo el "concepto teleológico del objetivo final" marxista por ser "predarwinista" (Hill 1958, p. 138; Dorfman 1963, p. 9). Aparte de esto, Hodgson valora en Veblen sobre todo que estuviera "muy al día en cuanto a los desarrollos de la biología teórica", teniendo en cuenta que "el institucionalismo no se interesó por la biología después de Veblen"; por esta razón -concluye- "Veblen debería ser considerado como una de las figuras fundadoras de la moderna economía evolucionista" (Hodgson 1993a, pp. 199 y 201).

 

            El segundo institucionalista importante es J. R. Commons, a pesar de que su institucionalismo se ha considerado unánimemente como algo muy diferente del de Veblen. Ben Seligman ha definido a Commons como un "gentleman conservador" y un "conservador convencido" -a pesar de su reputación como radical en su juventud, e incluso como "socialista"-, cuya "heterodoxia era simplemente de método", como lo demuestra lo que hizo en dos de sus más famosas obras: "extraer una estructura teórica de un complejo aparato de varios centenares de decisiones judiciales y de decenas de volúmenes de teoría económica" (Seligman 1962, pp. 221-222). Sin embargo, Commons no era un teórico y por eso le gustaba tanto aplicar el "método de casos": "la propensión hacia la alta abstracción, nativa en Veblen, está ausente en él" (ibid., p. 213). Su propia concepción del institucionalismo no era la misma que tenía Veblen, ya que para él sólo significaba "el estudio de la acción colectiva controlando la acción individual", y en realidad pensaba que no estaba haciendo nada nuevo con ese planteamiento, pues era lo que habían hecho los mejores economistas en los últimos doscientos años, desde Locke y Hume hasta Veblen (Commons 1934, p. 8). Concluyó al respecto que "los deseos colectivos en Economía se expresan a través de los tribunales", y consideraba al Tribunal Supremo como "la primera facultad de economía política de Estados Unidos" (Seligman 1962, pp. 206-7). Criticó, como Veblen, la hipótesis neoclásica del comportamiento racional, aunque la escasez le parecía un concepto fundamental, y de hecho "en la primera parte de su carrera" había sido "una especie de tradicionalista" basado en la teoría del valor de Böhm-Bawerk y en la teoría austriaca de la reforma social, aunque a través de R. T. Ely recibió la influencia de los historiadores alemanes. Por otra parte, como Veblen, percibió también una contradicción entre los planteamientos de la industria (ingeniería) y de los negocios; pero mientras éste pensaba "que ambos eran irreconciliables", Commons creía que "el capitalismo podría conseguir un equilibrio activo entre esas fuerzas" (ibid., p. 208).

 

            Aunque realizó algunas contribuciones distintas que lo llevaron a introducir conceptos como los de "transacción", "dinámica del acuerdo", y otros, Commons es conocido sobre todo por su "contribución a nuestra comprensión del movimiento obrero". Su perspectiva de la Economía laboral le hacía ver a los sindicatos como un grupo de presión más, y consideraba que "la lucha de clases en sentido marxista no es esencial al sindicalismo" (ibid., p. 220); de hecho, se opuso a ella, defendiendo a los dirigentes sindicales de "los ataques socialistas" y rechazando la participación de los sindicatos en los asuntos políticos, abogando por el convenio colectivo como un modo esencial de "mantener el equilibrio social" (Commons 1934b, p. 73). Seligman concluye que Commons "de ningún modo fue el crítico duro que fue Veblen", separándose de éste en otro punto importante, al argumentar "que tanto las ciencias físicas como la selección natural de Darwin son de aplicación limitada a los estudios sociales" (pp. 209 y 221).

 

            En cuanto a W. C. Mitchell, Seligman lo considera como un discípulo de Veblen que se dedicó a la "aplicación empírica del institucionalismo", originando una obra que califica de "empirismo sin teoría" (ibid., p. 222). Aparte de su aportación a la cuestión monetaria, que le preocupó desde un principio bajo la influencia de J. L. Laughlin, la principal contribución de Mitchell fueron sus diversos y exhaustivos estudios sobre el fenómeno del ciclo económico, aunque también se recuerda su presencia en dos actividades prácticas de extraordinaria importancia en la historia de la Economía en los Estados Unidos: la fundación, en 1918, de la New School for Social Research -junto a J. H. Robinson, C. Beard y A. Johnson, y a la que pronto acudiría Veblen- y, sobre todo, la actividad que desarrolló en el National Bureau of Economic Research, donde aparecieron muchos trabajos suyos y de otros importantes estadísticos y teóricos, como Kuznets, King o Fabricant.

 

            Como en otros institucionalistas, sus trabajos arrancan de una firme crítica de la psicología hedonista de los marginalistas, que él quiere sustituir por un concepto nuevo de la naturaleza humana, que Seligman califica de "casi marxista": "La naturaleza humana es, en gran medida, un producto social, y entre las actividades sociales que la conforman, la más fundamental es el particular conjunto de actividades de que tratan los economistas" (Mitchell 1914, p. 1). Para Mitchell, Marx fue el primer institucionalista, pero su hegelianismo y su clasicismo limitaban, según él, el alcance de su teoría, que era superior en Veblen, del que Mitchell imita el papel concedido a los "instintos", la tesis del consumo basado en "la emulación y en las comparaciones envidiosas", o la idea del sometimiento de la producción a la ley de los beneficios; sin embargo, respecto a esto último Mitchell "está más cerca de Commons que de Veblen", ya que no critica por ello a los capitalistas, "que se ven obligados a la persecución de los beneficios" por "un sistema del que todos formamos parte" (Mitchell 1937, p. 143).

 

            Por último, digamos que Mitchell fue un defensor de la planificación cuando su país entró en la Gran Depresión, y "creyó siempre que la civilización sólo puede fundamentarse sólidamente en la cooperación entre los hombres", por lo que se nos aparece hoy, aparte de como defensor de un empirismo extremo, como un crítico de la ciencia económica convencional, notable sobre todo por sus contribuciones a la técnica y a los trabajos estadísticos empíricos.

 

 

            4.2. El debate sobre la teoría laboral del valor.

 

            Mientras en los Estados Unidos se desarrollaba la teoría institucionalista, en Europa -mucho más afectada por las consecuencias de la creciente influencia teórica y práctica de ideas y movimientos que sintonizaban con la teoría laboral del valor-, la teoría ortodoxa se dedicó a combatir con cuidado las manifestaciones heterodoxas que seguían esta dirección. En realidad, los ataques neoclásicos a la teoría del valor-trabajo no eran sino una continuación de los ataques que comenzaron ya en la época en que los clásicos defendieron con fuerza esta teoría. Recuérdese la cita de Marx reproducida en el capítulo anterior, donde se reflejan las "razones prácticas que gobiernan la oposición de los malthusianos a la determinación del valor por el tiempo de trabajo": "Que el trabajo es la única fuente de la riqueza parece ser una doctrina tan peligrosa como falsa, pues, por desdicha, da argumentos a quienes pretenden afirmar que toda la propiedad pertenece a las clases trabajado­ras, y que las partes que reciben otros es un robo o un fraude contra ellas."[6] Por esa razón, autores como Malthus o Senior se oponían con todas sus fuerzas  a la teoría del valor-trabajo. Malthus (1827) decía que el valor de las mercancías venía regulado por "la cantidad de trabajo y ganancias", a lo que agregaba Cazenove (1832) que "la expresión trabajo y ganancias es pasible de la objeción de que no se trata de términos correlativos, ya que el trabajo es un agente y la ganancia un resultado; el uno una causa, el otro una consecuencia. Por este motivo, Mr. Senior los remplaza por la expresión Trabajo y Abstinencia" (p. 130).

 

            Teniendo en cuenta que el austriaco Böhm-Bawerk acusaba a Smith y a Ricardo de ser los "padrinos involuntarios de la teoría de la explotación" (1884, p. 3), nos podemos imaginar el tratamiento que dispensaban estos autores a la obra de Marx, en la que no sólo había, desde la Contribución, una teoría laboral completa y coherente del valor, en la línea de Smith y Ricardo, sino que contenía además la versión acabada de la teoría de la explotación capitalista como una teoría de la plusvalía. Dostaler ha resumido lo que pensaban estos autores de Marx: que era "un peligroso continuador de esos 'socialistas ricardianos' que, al atribuir teóricamente el valor al trabajo, reclaman prácticamente la totalidad de la producción nacional para los trabajadores. Por lo tanto es importante en ese momento negar la explotación que el capital hace de la clase obrera, destruyendo la base misma de la construcción teórica que permite explicar los mecanismos de la explotación. Esta tarea se vuelve más urgente en la medida en que, en ese mismo momento, el marxismo se constituye en movimiento político", y "la abundancia de las críticas se produce proporcionalmente a la fuerza que obtiene el movimiento socialista"[7]. En realidad, aunque el origen social e intelectual de estos críticos es muy parecido al de un siglo antes, las críticas a la teoría laboral adquieren un tono diferente después de la llamada "revolución marginalista" que da origen a la escuela neoclásica, pues ahora los argumentos se basan fundamentalmente en los nuevos conceptos y teorías que se están gestando a partir de las teorías adelantadas por Jevons, Menger y Walras (en la década de 1870). Sin embargo, no van a ser estos tres autores, sino sus discípulos -los discípulos son siempre "los verdaderos 'fundadores' de las escuelas", como señala Dostaler- franceses, ingleses y austriacos los que se encargarán de criticar directamente a Marx. Analicemos sucesivamente estas tres corrientes.

 

            Entre los discípulos de Walras, el más importante fue Pareto, su sucesor en Lausana (Suiza), aunque no el único crítico de Marx entre los economistas de su escuela[8], que veían en la teoría marxista "la vieja teoría de Ricardo transformada en máquina de batalla" (Bourdeau 1891) o una reproducción de la teoría de Proudhon (en contra, Bourguin 1893). Pareto creía que no era necesario criticar la teoría de Marx porque los "avances que se han logrado respecto a la teoría del valor" la descalifican por sí mismos. El sofisma de Marx consiste -según él- en abstraer todos los factores, menos uno, para explicar un fenómeno determinado, el valor, pero es posible invertir con facilidad tal sofisma, haciendo abstracción, por ejemplo, no del capital "simple", sino del trabajo, y llegar a la conclusión de que "el trabajo usurpa una parte de la plusvalía que crea el capital" (Dostaler 1978, p. 47). Pareto termina su crítica de Marx anticipando las elucubraciones contemporáneas de un J. Roemer con "una pequeña aventura australiana en la que participan tres personajes, un labrador, un tejedor y un buscador de oro", y haciendo ver cómo "la naturaleza humana, en busca del 'máximo hedonístico', puede transformar a un miembro del trío en capitalista sin que, por ello, exista una apropiación o una producción de plusvalía" (ibid., p. 28).

 

            Por su parte, en Inglaterra, donde las luchas de clases nunca adquirieron formas tan directas y violentas como en el continente europeo, y donde el marxismo influyó bastante poco en el movimiento obrero, el enemigo a batir era Ricardo, antes que Marx, pues fue el primero, en palabras de Jevons, el que "desvió la locomotora de la ciencia económica hacia un mal camino" (Jevons 1871, p. 72). Otra forma de contribuir a esta batalla ideológica fue la que adoptó A. Marshall, que defendió la tesis de que Ricardo no se adhería verdaderamente a la teoría laboral del valor, sino que sólo presentaba la verdadera teoría de forma bastante confusa (1890, anexo). Por su parte, Wicksteed sí realizó una crítica directa de Marx, señalando que la "homogeneidad", el "elemento común" que Marx cree encontrar en el trabajo abstracto es, en realidad, la "utilidad abstracta", que se mide por el grado de satisfacción que proporciona la mercancía, aunque señala también que el valor de cambio así determinado coincide con la cantidad de trabajo contenida en la mercancía (1910, p. 715). A esta crítica respondió el fabiano Bernard Shaw de forma tan débil[9] que en realidad concedió todo, y poco más tarde Shaw y sus compañeros se pasaron con armas y bagajes a la teoría de la utilidad marginal, arrastrando consigo a antiguos socialistas como el alemán E. Bernstein, convertido poco después en la figura central del "revisionismo marxista".

 

            En Alemania y Austria, mientras tanto, se encuentra la mayoría de los críticos neoclásicos de la teoría del valor de Marx durante las últimas décadas del siglo pasado, no en vano El Capital se escribió en alemán, a pesar de que su autor vivía en Inglaterra. El propio Marx conocía las críticas de muchos de estos autores -Knies, Schäffle, Dühring, Faucher, Schramm y, sobre todo, Adolf Wagner, que motivó la conocida crítica de Marx (1880)-, pero junto a estos también escribieron críticas los ricardianos alemanes Heinrich Dietzel, Karl Diehl y Wilhelm Lexis, y otros numerosos autores[10]. Sin embargo, la crítica más importante vino de los representantes de la nueva escuela austriaca, y especialmente del discípulo de Menger, Eugen von Böhm-Bawerk, autor de una conocida teoría ortodoxa del capital. Böhm-Bawerk dedica un largo capítulo de su libro sobre el capital a las teorías de la explotación, que él liga tanto a Marx como a Rodbertus, a quien consideraba como el verdadero padre del socialismo científico, o doctrina según la cual "todos los bienes que tienen un valor son el producto del trabajo humano y, desde el punto de vista económico, son el producto exclusivo de ese trabajo", por lo que "el interés del capital consiste entonces en una parte del producto del trabajo de otro, adquirida abusando de la situación precaria de los obreros" (1884, pp. 2-3). Como señala Dostaler, Böhm-Bawerk cree en realidad que éste es el núcleo, no sólo de las teorías de Marx y Rodbertus, sino también de William Thompson, Sismondi, Proudhon y Lassalle, y cree que la misma puede encontrarse, en germen, en autores como Locke, Steuart, Sonnenfels y Busch, y que es aceptada por autores contemporáneos no socialistas como Dühring, Schäffle, Guth y los socialistas de cátedra, e incluso por el clásico John Stuart Mill (1978, p. 40).

 

            Para Böhm-Bawerk, Marx y Rodbertus presentaron en esencia la misma teoría, pero lo que distingue al primero es su intento de probar la teoría laboral del valor, que antes de él sencillamente se daba por supuesta basándose en la autoridad de los nombres de Smith y Ricardo. Böhm cree descubrir en la demostración de Marx múltiples errores, empezando por la vieja tesis aristotélica y escolástica de la "equivalencia", que afirma que el cambio implica la igualdad, la presencia de algo común en las mercancías. Pero Böhm-Bawerk no se detiene aquí, y sigue adelante con los argumentos de Marx en una famosa crítica[11] que ha podido pasar como triunfante en ciertos ámbitos, debido a que el principal de los argumentos utilizados por Böhm-Bawerk no fue atacado y desprestigiado como merecía. En efecto, el argumento de mayor fuerza utilizado por el austriaco para invalidar la teoría de Marx consistió en afirmar que el argumento de éste era fallido desde el punto de vista lógico, debido a que nunca demostró que lo único que tuvieran en común todas las mercancías era la característica de ser todas ellas el producto del trabajo. Para demostrar su aserto, Böhm-Bawerk añade otras cualidades a la lista de supuestas propiedades comunes de las mercancías, "por ejemplo, también la propiedad común de ser escasas en proporción a las necesidades", o las de "ser objeto de demanda y oferta", "ser apropiadas" o "ser productos de la naturaleza"[12]. Evidentemente, todas estas características son comunes a las mercancías, pero lo que no tuvo en cuenta Böhm-Bawerk es que en ningún caso son propiedades cuantificables, como se exige rigurosamente en el razonamiento de Marx. Por consiguiente, hay que concluir que, mientras los discípulos de este autor no den con la unidad de medida que pueda aplicarse a alguna de estas propiedades, su argumento es completamente ineficaz contra la teoría de Marx, pues ésta se basa en la tesis de que lo único que tienen en común todas las mercancías, y que además puede cuantificarse, es el trabajo (la unidad de medida en este caso son las horas de trabajo). Por lo demás, la propia reproducción social exige guardar ciertas proporciones en las cantidades de trabajo empleadas en cada rama de actividad y tipo de producto, y esto último es algo que en absoluto puede predicarse de ninguna de las otras "propiedades" citadas por Böhm-Bawerk[13].

 

            Tras la publicación en 1894 del libro III de El Capital, Böhm-Bawerk amplía su crítica señalando algo que se iba a convertir con el tiempo en uno de los argumentos favoritos de los neoclásicos contra la teoría del valor de Marx: el argumento de que esta teoría no merece atención por existir una contradicción flagrante entre lo que se dice en el libro I -que los precios vienen determinados por los valores-trabajo- y lo que se afirma en el libro III -que los precios son precios de coste más una tasa de ganancia igual en cada tipo de mercancía, algo que se opone y supuestamente contradice lo que se afirma en el libro I. En realidad, ya antes de la publicación por Engels del libro III se produjo un debate importante sobre estas cuestiones originado en lo hoy se conoce como el "reto de Engels", lanzado en el prólogo al libro II (publicado por él en 1885, también después de la muerte de Marx). El reto le fue sugerido a Engels por ciertos críticos del libro I de El Capital, que habían venido a identificar la teoría económica de Marx con la de su compatriota Rodbertus (entre otros, el propio Böhm-Bawerk, como hemos visto). Engels desafía a los partidarios de Rodbertus a resolver la siguiente paradoja: "Conforme a la ley ricardiana del valor, dos capitales que emplean la misma cantidad de trabajo vivo y lo pagan de igual manera producen en periodos iguales -si las demás circunstancias no varían- productos del mismo valor y, asimismo, plusvalor o ganancia de igual magnitud. Pero si emplean cantidades desiguales de trabajo vivo no pueden producir plusvalor o -como dicen los ricardianos- ganancia de magnitud igual. Ahora bien, en la realidad sucede lo contrario. Capitales iguales, en efecto, independientemente de que empleen mucho o poco trabajo vivo producen, término medio, ganancias iguales en periodos iguales" (Marx 1885, vol. 4, pp. 22-23).

 

            Varios fueron los economistas que aceptaron el reto y se esforzaron por encontrar una solución a esta "contradicción" antes de que se publicara el libro III. El estadístico alemán Wilhelm Lexis, ricardiano, fue el primero, seguido por dos discípulos de Marx, C. Schmidt y P. Fireman, por un profesor de Zurich, Julius Wolf, y por otros autores que hicieron contribuciones menores al problema[14]. Tras la publicación del libro III en 1894, Schmidt y W. Sombart lanzan el debate sobre lo que a partir de entonces se denomina el problema de la transformación (véase el capítulo 5 de este libro) de los valores en precios de producción. En concreto, Sombart -el célebre autor de la Escuela Histórica alemana, que se autodeclaraba marxista durante sus años jóvenes, pero que evolucionó a lo largo de su vida hasta convertirse en un "nazi completo" (véase Seligman 1962, p. 38)- escribe, refiriéndose al libro III de El Capital, que "cuando de repente emerge de las profundidades una teoría 'muy ordinaria' del costo de producción, eso significa que la célebre doctrina del valor se viene abajo", porque "si a fin de cuentas debo explicar las ganancias mediante el costo de producción, )de qué sirve todo el complicado aparato de las teorías del valor y de la plusvalía?" (Sombart 1894, p. 572). Sombart no dice que haya que abandonar la ley del valor, pero le atribuye "un refugio único: el pensamiento del economista teórico", lo que equivale aquí a una descalificación (ibid., p. 574).

 

            Otros autores fueron más duros aún. El italiano A. Loria creía que, en lugar de una solución, en el libro III sólo se encuentra una "falsificación" de la teoría del valor (Loria 1895, p. 477). El propio Böhm-Bawerk (1896) habló de "abandono" de la hipótesis del valor-trabajo en una crítica que se convirtió, según Dostaler, en un "modelo" de crítica que "los representantes de la ciencia económica oficial se limitan a repetir (...) desde hace un siglo" (p. 101). Pareto, por su parte, escribe: "(Por todos los dioses! )por qué no nos lo advirtió antes? El día de mañana publicaré un libro en el que diré que el elefante es un pez. Se discutirá mucho a este respecto y, después de algunos años, publicaré un tercer volumen en el que el lector se dará cuenta de que llamo elefante al atún y viceversa" (Pareto 1899, p. 112). También Veblen se refirió al "destino que se le reserva a la teoría de la plusvalía de Karl Marx en el tercer libro de su Capital, recientemente publicado", concluyendo que "para cualquier fin práctico, confesamos que toda la teoría de la plusvalía es un fárrago inútil" (Veblen 1894/5).

 

            Por la misma época, comenzó a desarrollarse, en una dirección bastante distinta, aunque confluyente al final con la primera, otra línea de crítica que, sin embargo, se anticipó en un siglo a los argumentos que desarrollan hoy en día muchos autores de la escuela neorricardiana. En esta línea, Lexis volvió a escribir una crítica después de la publicación del libro III, en la que se adelantaba a algunas de las célebres conclusiones de su discípulo Bortkiewicz que analizaremos en el próximo capítulo. Lo que hacen Lexis y los demás defensores de esta posición, apoyándose en lo que Dostaler llama una "epistemología empírica", es captar "lo que piensan que es la 'teoría marxista de la distribución', la lucha de los intereses divergentes de los capitalistas y de los obreros"; pero considerar al mismo tiempo que "se trata de una realidad empírica que no hay que explicar", en lo cual coinciden con los modernos neorricardianos, para quienes "el estado de la lucha de clases se concibe como un dato sociológico exógeno que permite cerrar un modelo de precios de producción donde los valores son redundantes": esto significa que "el origen de la ganancia, cuya tasa está por otra parte perfectamente determinada, se pierde en la noche de los tiempos" (p. 116). Esta "epistemología empírica" lleva a muchos autores a rechazar la necesidad de la teoría del valor para explicar la evidencia fáctica de la explotación, y por esta vía se introduce la posición de quienes comienzan poco a poco, en aquella época, a defender el eclecticismo en la teoría del valor: la moderna teoría marginalista y utilitarista de la escuela matemática o subjetivista se considera la única teoría válida desde el punto de vista de la ciencia económica, pero se la quiere hacer compatible con la teoría de Marx y su filosofía "laboral" utilizando éstas como complemento sociológico "realista" de la primera teoría, complemento adecuado para explicar el antagonismo de clases, la explotación y otros fenómenos no abarcados por la teoría subjetiva.

 

            Esta última posición prendió rápidamente dentro de las corrientes que se autodeclaraban herederas del pensamiento marxista[15]. Así, el propio Schmidt aboga por sustituir la ley del valor por otro "principio libre de cualquier ambigüedad". Igualmente, el líder revisionista Eduard Bernstein, sometido al influjo de los fabianos ingleses, que aceptaron muy pronto la teoría de la utilidad marginal, se declara partidario de la "coexistencia de la teoría marginalista y de las tesis marxistas previamente revisadas", añadiendo que "es posible concebir la existencia de la plusvalía independientemente de la teoría del valor-trabajo", e, incluso, sosteniendo que la teoría laboral del valor "más bien ayuda a confundir que a dilucidar la cuestión del trabajo-excedente" (Bernstein 1899, p. 69). El propio Bernstein sintetiza a la perfección la tesis "empirista"[16]: El trabajo excedente "es una realidad empírica, demostrable por la experiencia y que no requiere pruebas deductivas. Si la teoría del valor marxista es exacta o no, deja de importar para demostrar el trabajo excedente. No constituye desde ese punto de vista una tesis de demostración, sino un simple medio de análisis y de señal de evidencia" (ibid., p. 72). Por su parte, el filósofo italiano Croce escribe que la "aparente antítesis" entre las teorías laboral y utilitarista del valor "desaparece en cuanto que se reconoce que la teoría hedonista es, sencillamente, la teoría del valor, y que la teoría de Marx es algo muy distinto (...) una flecha aguda en el costado de la sociedad burguesa"[17]. Por último, el "marxista legal" ruso, Mijaíl Tugán-Baranovski, aparte de unirse a Bernstein y Croce en su manifiesto a favor de la síntesis de las teorías del valor, fue el primero[18] en poner en práctica -junto a su compatriota Dmitriev, ambos reconocidos generosamente como precedentes suyos por el también ruso Bortkiewicz- lo que Dostaler ha llamado "revisión matemática" de la teoría de Marx, que, entre otras cosas, le permitió concentrarse en el problema de la "transformación inversa" -la posibilidad de calcular valores y plusvalías a partir de precios de producción y ganancias-, que economistas contemporáneos como Morishima y Seton han puesto en primer plano.

 

 

                                                           Para seguir leyendo

 

                El nombre de Veblen se asocia hoy en día con su libro más importante, escrito en (1899), donde este crítico institucionalista desata su sátira mordaz contra los hábitos de consumo y de ocio de la clase ociosa, que no es sino otra forma de referirse a la clase de los propietarios. En este libro, Veblen dio entrada a numerosos conceptos que aún hoy se utilizan, algunos de los cuales han pasado a la teoría estándar, como el que se conoce como "efecto Veblen" en la teoría microeconómica del consumo. Sin embargo, Veblen escribió otras cosas importantes, entre las que hemos seleccionado sus dos libros sobre la empresa (1904, 1923), varios de sus artículos más conocidos, que tratan, respectivamente, sobre el evolucionismo (1898), y sobre la crítica de las teorías de Schmoller (1901), Marx (1906/7) y neoclásica (1909). Una visión completa de la figura de Veblen, realizada por el más famoso de los institucionalistas ingleses, es el libro de Hobson (1920), autor muy conocido, a su vez, por su obra sobre el imperialismo (1902), que tanto influyó en Lenin y, a partir de él, en muchos teóricos posteriores del imperialismo y el capitalismo monopolista.

 

                En el libro editado por Dorfman y otros (1963) se encuentran valoraciones interesantes de la obra de los tres grandes institucionalistas americanos, que pueden complementarse con la perspectiva reciente de Samuels (1987) y con la opinión de tres destacados autores españoles: Requeijo (1984), Rojo (1970), Velarde (1964). Dejando a un lado a Veblen, conviene también leer a Commons y a Mitchell en el original, así como a Schumpeter, que normalmente se considera como una figura aparte. De Commons pueden leerse los dos artículos sobre el significado de la economía institucional (1931 y 1936), convertidos en libro en (1934), así como su artículo sobre la economía de Marx (1925). De Mitchell, tres versiones sucesivas del gran tema que le interesó toda su vida: los movimientos cíclicos de la economía (1927, 1941, 1951), sin olvidar un ejemplo de su preocupación inicial por las cuestiones monetarias (1896). Por último, de Schumpeter, citaremos sus trabajo sobre el desarrollo económico (1911) y los ciclos (1939), y un célebre artículo sobre la inestabilidad del capitalismo (1928) que antecede a su famoso libro de Economía comparativa donde aseguraba que el capitalismo no puede sobrevivir, pero sí el socialismo (1942).

 

                En cuanto al debate sobre la teoría laboral del valor, el libro de Dostaler (1978) cumple perfectamente con una amplia visión panorámica sobre la materia, que puede ampliarse con otro libro relacionado, editado por el mismo autor en (1985), y con gran parte de la bibliografía que comentamos en los capítulos 8 y 10.

 

                                                                                           Bibliografía:

Commons, J. R. (1925): "Marx today: capitalism and socialism", Atlantic Monthly, noviembre, pp. 682-693.

--(1931): "Institutional economics", American Economic Review, diciembre, pp. 648-657.

--(1934): Institutional Economics; Its Place in Political Economy, Macmillan, Nueva York.

--(1936): "Institutional economics", American Economic Review Supplement, marzo, pp. 237-249.

Dorfman, J. y otros (eds.) (1963): Institutional Economics. Veblen, Commons and Mitchell Reconsidered, University of California Press, Berkeley.

Dostaler, G. (1978): Valeur et prix. Histoire d'un débat, París [Valor y precio: historia de un debate, Terra Nova, México, 1980].

--(ed.) (1985): Un échiquier centenaire: théorie de la valeur et formation des prix, La Découverte, París.

Hobson, J. A. (1902): Imperialism.

--(1920): Veblen, Fondo de Cultura Económica, México, 1978.

Mitchell, W. C. (1896): "The quantity theory of the value of money", Journal of Political Economy, 4, marzo, pp. 139-165.

--(1927): Business Cycles: the Problem and its Setting, National Bureau of Economic Research, Nueva York.

--(1941): Business Cycles and their Causes, University of California, Berkeley.

--(1951): What Happens During Business Cycles: a Progress Report, National Bureau of Economic Research, Nueva York.

Requeijo, J. (1984): "Presencia y vigencia del institucionalismo", Información Comercial Española, n. 607, marzo, pp. 79-89.

Rojo, L. Á. (1970): "Veblen y el institucionalismo americano", Anales de Econo­mía, nn. 5/8, enero-diciembre.

Samuels, W. J. (1987): "Institutional economics", The New Palgrave: A Dictionary of Economics, eds. J. Eatwell, M. Milgate, P. Newman, Macmillan, Londres, vol. II, pp. 864-866.

--(ed.) (1988): Institutional Economics, 3 vols., Elgar, Aldershot.

Schumpeter, J. A. (1911): The Theory of Economic Development, Boston, Mass. [La teoría del desenvolvimiento económico, Fondo de Cultura Económica, México, 1944, 1978].

--(1928): "The instability of capitalism", Economic Journal, 38, pp. 361-386.

--(1939): Business Cycles. A theoretical, Historical and Statistical Analysis of the Capitalist Process, 2 vols., McGraw Hill, Nueva York.

--(1942): Capitalism, Socialism, Democracy, Nueva York [Capitalis­mo, socialismo y democra­cia, Aguilar, México, 1963 (30 edición)].

Veblen, T. (1898): "Why is economics an evolutionary science?", Quarterly Journal of Economics, julio, pp. 373-397.

--(1899): The Theory of the Leisure Class: an Economic Study of the Evolution of Institutions, Modern Library, Nueva York [Teoría de la clase ociosa, 40 edición, Fondo de Cultura Económica, México, 1966].

--(1901): "Gustav Schmoller's Economics", Quarterly Journal of Economics, noviembre, pp. 69-93.

--(1904): The theory of Business Enterprise, Charles Scribner's Sons, Nueva York.

--(1906/1907): "Socialist economics of Karl Marx and his followers", Quarterly Journal of Economics, agosto, pp. 578-595, y febrero, pp. 299-322.

--(1909): "The limitations of marginal utility", Journal of Political Economy, noviembre, pp. 620-636.

--(1923): Absentee Ownership and Business Enterprise in Recent Times; the Case of America, B. W. Huebsch, Nueva York.

Velarde, J. (1964): "El institucionalismo: una peligrosa dirección positivista en economía", Anales de Economía, 30 época, julio-septiembre.


 

 


 

    [1] Dorfman (1963), pp. 38-39. Véase también Veblen (1901).

    [2] Paul Homan, sin embargo, no cree posible distinguir una Economía tradicional de otra institucionalista, al señalar que "una Economía institucional, diferenciada de otra Economía por criterios observables, es en gran medida una ficción intelectual, substancialmente desprovista de contenido" (Homan 1932, p. 15).

    [3] El traductor español de Veblen (1899) señala que ésta es la traducción que empleó en francés G. Pirou, que me parece preferible a la que él mismo utiliza -"instinto del trabajo eficaz"- o la que usó Sánchez Vázquez en la traducción del libro de Hobson sobre Veblen: "instinto de laboriosidad".

    [4] Véase Simich y Tilman (1982), donde se encuentra un exhaustivo repaso de las distintas posiciones que diversos escritores socialistas han tenido de la actitud y la obra de Veblen. Para un análisis de la propia valoración de Veblen hacia la economía de Marx, véase su artículo de 1906/7.

    [5] En Dorfman y otros (eds.) (1963) se considera que los tres fundadores del institucionalismo son Veblen, Commons y Mitchell. Por su parte, Seligman (1962) amplía la lista hasta incluir además a J. M. Clark, Ayres, Hoxie, Perlman, Means, Galbraith, y al británico Hobson.

    [6] Cazenove (1832). Citado en Marx 1862, vol. 3, p. 53.

    [7] Dostaler (1978), p. 20. Una interpretación similar se encuentra en Robinson y Eatwell (1973) y en Lavoie (1992).

    [8] Dostaler señala las críticas de Maurice Block y de los demás colegas del "grupo de París", conjunto de economistas ultraliberales que controlaban el Journal des Économistes, la única revista francesa de economía hasta que se fundara en 1887 la Revue d'Économie Politique. Miembros de este grupo fueron Paul Leroy-Beauliu, Jean Courcelle-Seneuil, Pierre-Émile Levasseur, Gustave de Molinari, Yves Guyot y Léon Say, y entre sus antagonistas de la otra revista Dostaler cita a Cauwès, Gide, Rist, Landry, Bourguin y Aftalion. Otros críticos franceses examinados por Dostaler son Jean Bourdeau, Alfred Espinas o Émile de Laveleye, y, entre los italianos, Achille Loria y G. Ricca-Salerno, éste último partidario de conciliar la teoría "ricardo-marxista" con la teoría hedonista, basada en la utilidad.

    [9] Para una crítica en profundidad de la posición de Wicksteed -que ha sido reivindicada recientemente por Steedman (1995a)-, véase Fradin (1976).

    [10] Dostaler cita a G. Adler, O. Gerlach, G. Gross, J. Lehr, R, Meyer, A. O. von Schubert-Soldern, K. Strausburger y H. von Sybel, que publicaron sus críticas entre 1871 y 1894.

    [11] La otra crítica de Böhm es el tiempo, repetida luego por Samuelson, pero anticipada por Torrens en 1818, y por Malthus. Sraffa también entrará, como veremos, por esta vía secundaria de Ricardo.

    [12] Böhm-Bawerk (1896), p. 89. En realidad, este autor se olvidó de añadir una característica que podría haber resumido todas las demás: "ser valores de uso".

    [13] Algunos economistas contemporáneos piensan que la crítica de Böhm-Bawerk puede mantenerse en pie señalando que las mercancías tienen en común la propiedad de tener precio. Pero esto, aparte de olvidar que las mercancías no se igualan porque tengan precio sino que tienen precio porque se igualan como productos del trabajo, olvida además la circunstancia de que el precio no es sino una forma de expresar el trabajo contenido en la mercancía, que se mide en el cuerpo de otra mercancía, por ejemplo el oro.

    [14] Dostaler cita también a Gärtner, Lehr, Lande, Skworzoff y Hourwick, y a los italianos Soldi, F. Coletti y Graziadei, junto al francés P. Lafargue.

    [15] Aunque también muchos marxistas la rechazaron tajantemente: véase a este respecto la sección que dedica Dostaler a "la réplica ortodoxa" (pp. 148-171), donde advierte, sin embargo, que "la respuesta a las correcciones y revisiones técnicas de los modelos de Marx es pues, globalmente, un fracaso" debido a que los participantes en la réplica, salvo excepciones como Labriola o Hilferding, "se sitúan en el mismo terreno, que no es el de Marx, sino el de una lectura obviamente economicista de El Capital", que es "en el mejor de los casos, ricardiana" y ajena a la "especificidad del método marxista" (ibid., p. 156).

    [16] En la misma línea, Graziadei, Giuffrida, Natoli y F. Coletti.

    [17] Citado en Dostaler (1978), p. 133.

    [18] Tugán es importante, entre otras razones, por su forma de plantear las ecuaciones del sistema de producción, vinculándolas a la cuestión de los requerimientos de la reproducción simple que Marx analiza en el libro II de El Capital, lo que hace que se pueda apreciar en su teoría, más que la tesis de una contradicción entre los libros I y III (como en Böhm), la de una contradicción entre los libros segundo y tercero. Véanse al respecto Tugán (1890, 1900) y, sobre todo, (1904).