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Número Internacional Normalizado de Publicaciones Seriadas
ISSN 16968360

Pagina nueva 1

ENERGÍA POR ENERGÍA
 

Alfredo González Colunga
alfredocolunga@telecable.es


Para citar este artículo puede utilizar el siguiente formato:

González Colunga, A.  “Energía por Energía" en Contribuciones a la Economía, mayo 2006. Texto completo en http://www.eumed.net/ce/


-¿Le van bien las cosas a los dueños del petróleo?

Hay que ponerse en el lugar del dueño del petróleo, poseer petróleo o gas es algo muy distinto a poseer una fábrica, o unos terrenos para cultivar, o una ganadería.

Si usted es dueño de una fábrica de barquillos o trabaja en ella le gustará pensar que, si se esmera, obtendrá ingresos y podrá seguir fabricando y vendiendo. Si trabaja un campo podrá, si dispone de los beneficios suficientes, invertir una parte de ellos en tecnología para producir más. Una central eléctrica de cualquier tipo, incluso una que funcione con petróleo o gas, está concebida como la inversión de una empresa, de la que se espera rentabilidad suficiente para erigir, en el futuro, nuevas centrales, estén basadas en el mismo o en otros procesos.

Pero el petróleo, simplemente, se gasta. Como no se regenera su dueño se encuentra sentado sobre una montaña de posibles beneficios y, no importa si dispone de reservas para cinco o cincuenta años, sometido a tensiones permanentes. Cuanto más abre el grifo para vender, más gana, pero la montaña también disminuye más rápido. Si, a imitación de sus colegas empresarios, invierte en su negocio para vender más, gana más también, pero la montaña disminuye aún más rápido.

Si uno se pone en el lugar del dueño del petróleo, observa que hay otros ofreciendo el mismo producto. Si los precios suben, ¿por qué no mejor guardar por el momento, vender más tarde... ?

Todavía más paradójico aún: poseer petróleo y venderlo a cambio de dólares o euros es un proceso enfrentado a una contradicción incluso mayor en un mundo que, sin el petróleo, es inviable: o bien el petróleo no es sustituido, y por lo tanto cuando el petróleo se acabe el dinero obtenido no valdrá nada, porque no habrá energía -¡petróleo!- con qué gastarlo, o bien, en algún momento, el negocio será sustituido por otro.

Usted no piensa en ello, pero el dueño del petróleo sí. El negocio del petróleo, a diferencia del de los embutidos, se acabará más pronto que tarde. Su dueño sabe que el negocio del petróleo no tiene futuro.

Y esto lo convierte en un negocio singular porque ¿en qué se basa la configuración de las economías occidentales, la potencia de sus planificaciones, de sus leyes, de sus acuerdos laborales? Precisamente en la confianza en el futuro. Si una empresa pacta con un sindicato es sobre la base de que habrá un futuro, una continuidad. Si no fuese a cambio de futuro, ¿qué clase de pacto sería posible? A más incierto el futuro, más difíciles los pactos.

Resulta evidente que si a un fabricante de embutidos le va bien podrá abrir nuevas fábricas, y llegar a acuerdos con sus empleados. Pero si sabe que no tiene maquinaria para seguir produciendo, y que le quedan tres o trescientas toneladas de embutidos por vender antes de cerrar, todas sus cuentas irán dirigidas a reducir los gastos. Estará en otra fase: o para ti, o para mí.

Cuando una empresa va a cerrar, las reglas del juego cambian. Y las empresas petroleras son, por definición, “una empresa permanentemente a punto de cerrar”.

¿Les va bien a los amos del petróleo? ¡Que me pongan en su lugar!, pensaremos. Cuando uno dice que le va bien, es que le va bien... y espera que mañana le vaya al menos igual de bien, y si puede ser mejor. Si no, nadie dice que le va bien.

Incluso sentado sobre una montaña de petróleo.

- Exigir energía por energía.

Simplificando para nuestros fines, podemos decir que a día de hoy hay dos grandes grupos en el terreno de la energía: por un lado están los dueños de la energía de hoy. Por otro los constructores –y presuntamente dueños- de la energía de mañana. El dueño de la energía de hoy observa con evidente desconfianza las energías del mañana, que no le pertenecen. A la mínima oportunidad destejerá por las noches lo que en ese terreno otros tejen durante el día. Los constructores de energía futura, ni más tontos ni más listos que el dueño del petróleo, saben de sus maniobras. Pero callan porque, hoy, necesitan de esa energía para sobrevivir.

¿Qué falta entonces? Si además de dinero el poseedor de petróleo obtuviese una participación en la explotación de energías futuras, el dueño del negocio del petróleo se asegurará de que su negocio tendrá futuro. El negocio deja de tener fecha de caducidad.

Los países y las empresas poseedores de combustibles fósiles deberían exigir a los países tecnológicamente más avanzados, además de un precio en dólares, un porcentaje en las fuentes de energía futuras. Una cuota suficiente que asegure que, al menos, no perderán cuando la transición energética llegue. Una cuota en la investigación, en el desarrollo, en la producción comercial y en la distribución de esas energías.

Por el mero hecho azaroso de que mi país, o mi empresa, posean petróleo, ¿tengo derecho a asegurarme una parte en los negocios futuros de energía? Si puedo exigirlo, claro que sí. Y con plazos. ¿Cuándo va a funcionar el ITER? Si me dices para cuándo estará, y me ofreces una parte, entonces acordaremos precios y yo te suministro. Sin problema, porque a mí también me interesará que ese día llegue Pero quiero, claramente, una participación en el desarrollo de esa energía futura y un porcentaje en los beneficios.

¿De cuántas alternativas energéticas a medio plazo dispone la humanidad? ¿Una, dos, cincuenta? Si yo fuese el dueño del petróleo exigiría un porcentaje en cada una de ellas. Si los productores de energía de ahora encuentran garantizado una parte de ese pastel, todos miraremos el futuro de otra manera. En vez de temerle, desearemos que llegue.

Un pacto así es un pacto de futuro con los productores y con las empresas. También con los gobiernos. En cualquier sociedad, y nuestro mundo globalizado no es una excepción, el control de la energía que es motor de la sociedad va estrechamente unido al control de un ejército que la proteja. ¿Qué eso sitúa a algunos en condiciones de exigir? Pues bien, que exijan. Que garanticen su futuro. Que normalicen su negocio. Y luego, por un tiempo, que desaparezcan de los telediarios de la faz de la tierra.


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