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ISSN 16968360

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Neoliberalismo. Teoría de juegos. Juegos de guerra.

Alfredo González Colunga
alfredocolunga@telecable.es


Para citar este artículo puede utilizar el siguiente formato:

González Colunga, A.  “Neoliberalismo. Teoría de juegos. Juegos de guerra." en Contribuciones a la Economía, marzo 2006. Texto completo en http://www.eumed.net/ce/


 

La energía no tiene únicamente un “valor objetivo” en julios, o en calorías. Para cada animal, para cada uno de nosotros, para cada empresa, el valor de cada energía consumida es, sobre todo, el valor de una oportunidad para consumir más energía futura. Si hoy me alimento ese alimento tiene no sólo el valor energético que representa en calorías, sino también el de todas las futuras comidas que me permitirá obtener. En otras palabras: cada uno de nosotros proyectamos, sobre la energía disponible restante, una sombra correspondiente a nuestras necesidades energéticas futuras. Una especie de cono. Creciente porque, si todo va bien, creceremos y nos multiplicaremos, y así nuestras necesidades energéticas y las de nuestros descendientes (con sus propios conos de necesidad energética futura) crecerán.

Sucede que si esas sombras se proyectan sobre un horizonte con apariencia de disponibilidad energética ilimitada, una especie de esfera con un radio realmente enorme, tan grande que aún no haya sido localizado, pueden convivir. Es decir, si hablamos de carne de pollo, y consideramos que podemos producir tanta como necesitemos, entonces no hay problema. Las sombras de las necesidades energéticas futuras de los distintos productores de pollos son compatibles. Será el consumidor quien decida qué pollo comprará, y la eficiencia triunfará.

Pero si las sombras de la necesidad energética futura de los distintos agentes se proyectan sobre un horizonte energético de unas dimensiones conocidas, una esfera cuyo radio sabemos que no va a crecer, esas sombras comienzan a solaparse. Y cada solapamiento significará, antes o después, un "o tú, o yo".

No es difícil distinguir entre productos que, al menos en apariencia, pueden obtenerse ilimitadamente, y otros que no. Son casos diferentes la carne de pollo y el petróleo. La carne de pollo se regenera. Podemos, en apariencia, producir tanta cuanta necesitemos. El petróleo no.

Los economistas saben que en la Teoría de Juegos hay un nombre para cada cosa, un nombre para los pollos, y otro para el petróleo. Mientras el petróleo parecía inacabable los Jugadores, incluso los más pequeños, podían llegar, siempre que fueran eficientes, a acuerdos del tipo “yo me quedo con estos nuevos yacimientos, tú con aquellos”, “yo seguiré explotando por aquí, tu por allá”, con posibles incrementos futuros del consumo para ambos competidores. Se denomina a estas situaciones “Juegos de Suma no Nula”, es decir, aquellas en las cuales ambos contendientes pueden salir beneficiados. En este caso, sí, las reglas neoliberales tienen sentido.

Pero si se han encontrado los límites del objeto de competencia, entonces lo que yo aspire a consumir de más en el futuro será, necesariamente, algo que dejes de consumir tú. Si yo gano, tú pierdes. También la Teoría de Juegos tiene un nombre para esto. El Juego se habrá convertido en un Juego de Suma Cero.

Imaginemos que en el mercado del petróleo quedan diez empresas. Y un millón de barriles por vender. Cada empresa ya tiene asignados, aproximadamente, los barriles que puede vender, así que las reglas del juego son ahora: cada empresa, si quiere crecer, no ha de ser más o menos eficiente. Esto pasa a ser, dentro de unos márgenes razonables, irrelevante, porque una empresa más eficiente aumentará sus beneficios pero no crecerá (si acaso, al contrario), porque el número de barriles que le quedan por extraer no crece. La nueva regla es: si quiere crecer, una empresa deberá adquirir un rival.

Todas las empresas quieren crecer. Es su razón de ser. Así que todas tratarán de adquirir a otros rivales. Si alguna no lo hace, peor para ella.

La mejor estrategia para cada empresa, por tanto, la estrategia prioritaria, será –o debería ser- la de absorber empresas más pequeñas con la intención de alcanzar un tamaño tal que le permita, posteriormente, absorber empresas que son, en ese momento, de mayor tamaño. Y esto antes de que lo hagan las demás. La empresa más pequeña, salvo que comience rápidamente un proceso de fusiones, no tendrá ninguna oportunidad de supervivencia, independientemente de su eficiencia o de su rentabilidad.

Así que el juego deja de ser de eficiencias, y pasa a ser de tamaños. Y de velocidad, lo que conduce a una aceleración del proceso. Y aún una cosa más: la mejor estrategia para cada empresa, una vez descubiertos los límites en la disponibilidad del objeto de competencia, es idéntica queden reservas para 20 años o para 100.

La definición misma de beneficio ha cambiado. Mientras el petróleo parecía inagotable beneficio suficiente era una diferencia entre ingresos y gastos que permitiese mantener la estructura de cada empresa. Que permitiese, en suma, su “saneado crecimiento”. Ahora beneficio suficiente será adquirir un tamaño tal que impida la absorción por otros. No hay reglas de juego justas, no hay sana competencia por la eficiencia y, desde luego, no hay posibilidad de elección, ni beneficio, por parte del consumidor. El tamaño, y no la eficiencia, ha pasado a ser el motor de la competencia. La empresa que se concentre en la eficiencia, en el buen servicio, podrá ser competitiva, pero si no tiene el tamaño suficiente será eliminada.

Para colmo de males el proceso, que comienza con el petróleo, se extiende como una mancha de aceite por todos los procesos productivos. La limitación energética limita, a su vez, nuestra definición de materias primas, que no son otra cosa que las materias que necesitamos en los procesos productivos... y que cumplan la condición de ser accesibles en función de la energía disponible. La aparición de una limitación en la disponibilidad energética significa una limitación en nuestra valoración de la disponibilidad de materias primas, por lo que estas –y sucesivamente sus derivados, etc- entran también en Juegos de Suma Cero.

Recapitulemos: una vez descubierta una limitación en la fuente disponibilidad de la fuente de energía las variables económicas principales son tamaño y velocidad de absorción. Y NO SON eficiencia empresarial o beneficios para el consumidor. Una vez descubierta la limitación en la disponibilidad de la fuente energética, el liberalismo económico deja de funcionar.

Estas situaciones son tan viejas como la misma historia pero, caramba, ahora felizmente sabemos mucho más que antes. ¿Qué hacer? En mi opinión, lo siguiente:

Sobre todo, no olvidar que es un proceso crecientemente acelerado, que al ser de Suma Nula aboca al enfrentamiento, y que es por completo independiente de si aún queda petróleo para diez o para doscientos años.

Obviamente, dar absoluta prioridad a la localización de una nueva energía de apariencia ilimitada que pueda generar nuevos Juegos de Suma No Nula. Disponer de una energía así supondrá la generación de una tecnología que hará, a su vez, reevaluar las materias primas disponibles.

Y, mientras esta energía es localizada, administrar el tempo del proceso. Entre otras cosas observando, ante cada gran fusión, si beneficiará al consumidor -es decir, si realmente persigue la eficiencia- o si se trata de un simple caso de Suma Cero.


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