Resumen del debate hasta su interrupción

 

Hago constar aquí, primero, mi congratulación por la respuesta que, aunque camuflada, dio el Dr. Furió en 2001 a mi trabajo de 1996 y, después, mi descuido por no haber tenido noticia de ella hasta el año 2002. Leyendo el trabajo citado, compruebo que era mínima o nula la posibilidad de que el autor hubiera tenido intención de notificarme su esperada contribución al debate por la sencilla razón de que ha eliminado del mismo toda referencia a la discusión que él inició ya que, en la introducción, aclara lo siguiente:

 

Un punto de discusión y debate importante entre los distintos especialistas en la investigación turística se refiere a su propio objeto de estudio, es decir a su conceptualización. Esta cuestión, en mayor o menor medida, estuvo presente en distintos momentos. Muñoz de Escalona (1990) reabrió el debate en España al presentar una propuesta sobre el tema. Esta discusión se mantuvo a partir de diversos trabajos publicados durante los años noventa por diferentes autores. El presente trabajo recoge algunas cuestiones abiertas por ese debate.

 

Cuando se realiza una conceptualización del turismo desde el punto de vista económico, es necesario prestar atención a las distintas definiciones existentes. Asimismo, es conveniente introducir algunas notas que, al complementar dichos trabajos, permitan entender mejor su contenido y alcance. Esto se debe a que se presta especial atención a las actividades turísticas como un producto, lo que denota ciertas preferencias analíticas

 

Esto es todo lo que en Furió (2001) comunica al lector sobre la situación del debate que él mismo abrió en 1995 sobre mi propuesta de identificar objetivamente el turismo como la actividad que consiste en elaborar un plan de desplazamiento circular o, si se prefiere, un programa de visita. Como puede comprobarse por la cita anterior, las referencias al debate son harto genéricas por  no decir vagas y confusas. Tanto que solo cabe entenderlas como una camuflada renuncia al debate, el cual no debería quedar cerrado sin el consentimiento expreso de los intervinientes.

 

El presente trabajo es, ante todo, una invitación formal a la continuación del debate. Espero que el Dr. Furió acepte la invitación o que manifieste claramente su deseo de no continuar aduciendo razones científicas. Quiero decir, sin caer en las descalificaciones de 1995.

 

El lector puede informarse sobre el estado del debate hasta este momento acudiendo a Furió Blasco (1995) y a Muñoz de Escalona (1996). Puedo, no obstante, facilitarle la tarea haciendo un resumen de los citados trabajos.

 

Como refleja el título de Furió (1995), su crítica se centra en el conocido postulado según el cual el producto turístico (o, abreviadamente, el turismo) es un plan o programa de desplazamiento de ida y vuelta cualquiera que sea la distancia, el tiempo y el motivo

 

Como he repetido en numerosos ocasiones, este postulado no debe interpretarse como una definición sino más bien como una identidad o una equivalencia, o incluso como representación y descripción de la realidad objeto de estudio teórico y de actuación en la práctica de los negocios.

 

Respondí en 1996 que la pretendida crítica de 1995 no es presentable, no porque sea negativa, sino porque no cubre el nivel mínimo exigible a todo razonamiento científico por quedarse en pura y simple descalificación. De su trabajo extraigo los siguientes puntos:

 

a)             En primer lugar, hace un resumen aparentemente pormenorizado de algunos de mis trabajos.

 

b)             A continuación, expone dos casos a modo de ejemplos con los que espera reflejar la verdadera realidad del turismo y rebatir mis propuestas.

 

c)             Finalmente, elabora un marco teórico de referencia para exponer su refutación de lo que cree que es mi definición del turismo  (el postulado)

 

Furió (1995) no hace referencia alguna al contexto en el que se formulan mis planteamientos alternativos en materia de economía del turismo. Sus lectores pueden creer que las muy abundantes citas que hace de tres trabajos míos (como ya he dicho, no precisamente los más indicados para sus fines) son más que suficientes para resumir mis planteamientos, pero no deja de ser sorprendente que no destaque en absoluto que mi análisis parte de una minuciosa y documentada crítica de la economía convencional del turismo y que su objetivo (conseguido o no) es evidenciar la incoherencia lógica en la que cae para terminar haciendo una propuesta alternativa capaz de eliminar la grave anomalía a la que conduce el enfoque de demanda, y que, como ya he dicho, no es otra que la imposibilidad de identificar objetivamente un (y solo uno) producto entre todos los posibles como materialización de la oferta turística.

 

Es incorrecto sostener, como hace Furió (1995), la “naturaleza intrínsecamente inconsistente de (mi) definición” de producto turístico sin antes pronunciarse sobre las incongruencias lógicas que atribuyo al enfoque convencional o de demanda aplicado al estudio de la economía del turismo.   

 

Furió (1995) expone dos casos tomados de la realidad y cree que podía “continuar explorando en otros campos de la actividad humana”. El primer ejemplo se refiere a un británico que decide pasar sus vacaciones en Benidorm por lo que, para elaborar su plan de desplazamiento de ida y vuelta, debe “responder a las siguientes cuestiones: dónde ir, por cuánto tiempo, cómo ir, qué hará en el lugar de destino y cuanto dinero está dispuesto a gastarse”.  Una vez elaborado el plan, el británico del ejemplo pasa a realizarlo. O dicho de otro modo, de la fase de producción, pasa a la fase de consumo y, por consiguiente, viaja en un avión, se aloja en un hotel, va a la playa y a las discotecas y come en restaurantes. Finalmente, vuelve a su lugar de residencia habitual en avión, todo lo cual le significa dedicar una cantidad n de libras esterlinas “incluidos los souvenirs que tal vez compre” Furió especificaba que “este conjunto de actividades puede definirlas (sic) y adquirirlas nuestro turista por su cuenta, pero que también puede dirigirse a un tour-operador y adquirir una parte importante de las mismas”. Y termina diciendo que, cualquiera que sea la opción que tome, el británico “acabará poseyendo un plan de desplazamiento de ida y vuelta, esto es, un producto turístico” (en alusión al postulado que critica)

 

En mi respuesta le hago esta pregunta: ¿demuestra el ejemplo que el postulado es erróneo o inadecuado? Personalmente, no lo creo, pero todavía espero la respuesta de mi crítico, y, en consecuencia, hasta tanto no lo haga, sigo sosteniendo que, con el primer ejemplo, no consigue lo que se propone, falsar el postulado.

 

Con el segundo ejemplo, Furió se refería a una empresa de transporte de mercancías que unas veces es un trabajador autónomo y otras una empresa mercantil porque, como muchos analistas, parece creer que en  economía tiene especial interés distinguir si la empresa es persona física (trabajador autónomo o por cuenta propia) o persona jurídica (entidad mercantil con trabajadores por cuenta ajena). Por ello, en el transcurso de su exposición, se ve obligado a cambiar de una a otra forma jurídica porque se percata de que el ejemplo no le funciona como espera.  Se trata también en este caso, dice mi crítico, de “otro ejemplo de un posible plan de desplazamiento de ida y vuelta”. Y lo formula diciendo que un transportista autónomo de naranjas entre Gandía y Perpiñán, antes de salir de Gandía, elabora un plan de desplazamiento de ida y vuelta. Y, haciendo gala de lo que cree que es una extrema y sutil perspicacia, se preguntaba “si nuestro transportista (versión trabajador autónomo, añado yo) es un consumidor turístico”. Pero el lector espera que la primera pregunta sea si el transportista es un productor turístico en el sentido del postulado a falsar. Si Furió hubiera planteado esta pregunta no habría tenido que manipular el ejemplo dando la indeseada impresión de que se da cuenta de que no le funciona como espera. Basta detenerse un momento para darse cuenta de que no es necesario cambiar de un transportista autónomo a un transportista asalariado ya que, como digo, si el análisis se hace en el campo de la economía, es posible hacer abstracción de la forma jurídica de la empresa.

 

Por ello, expondré, en primer lugar, la pregunta que Furió no plantea, la relativa a si la empresa de transporte de naranjas es un productor turístico porque elabora un plan de desplazamiento circular Gandía – Perpiñán – Gandía, plan que, según el postulado a falsar, sería un producto turístico. Es evidente que, con sujeción estricta a la lógica del postulado, desgajada de los fines prácticos que deben guiar al analista, habrá que responder que, en efecto, la empresa de transporte de naranjas o el transportista autónomo, qué más da, elabora un producto turístico. Pero es evidente que, en cualquier caso, es una conclusión irrelevante para el analista de la actividad productiva a la que se refiere el ejemplo, que no es otra que la del transporte de naranjas por carretera. Cualquier analista sensato parte siempre del hecho, implícito en el ejemplo, de que el output del transportista es un servicio de transporte de naranjas y, por ello, todos los bienes y servicios que se ve obligado a adquirir a otras empresas, los ha de tratar como los demás inputs que figuran en el vector de costes de la actividad productiva que está estudiando.  Por ello, no tiene ningún sentido tratar los gastos en alojamiento y comida del chofer como inputs de un producto turístico ya que, finalmente, el output resultante, el producto turístico, tendrán que ser tratado como un input del servicio de transporte que está prestando. Por consiguiente, no tiene sentido pasar por su tratamiento intermedio como output ya que, por ser un output intermedio de la producción del servicio de transporte de naranjas, cumple la función de input.

 

Debo llamar la atención del lector sobre lo que acabo de decir porque en esta respuesta que di en 1996 a la pretendida refutación de Furió (1995) se encuentra la explicación de los planteamientos que hace en Furió (2001), un trabajo que, como digo, puede parecer a cualquier lector que nada tiene que ver con el debate pero que, sin duda alguna, fue concebido en su primera versión como respuesta a Muñoz de Escalona (1996) como pone de manifiesto el hecho de que en la bibliografía se cite Furió (1995) pero no Muñoz de Escalona (1996). Lo correcto habría sido no citar Furió (1995) y, de hacerlo, citar también Muñoz de Escalona (1996). Citar solo el primero demuestra que Furió (2001) fue escrito en el marco del debate. No citar el segundo indica que mi crítico decidió interrumpir unilateralmente el debate iniciado por él sin dar explicación alguna de su decisión.

 

Pero sigo desarrollando este punto.  Furió (1995) se sitúa sin decirlo (o sin darse cuenta) ante la cuestión del autoconsumo y, por esta razón, cambia en su segundo ejemplo, sin previa advertencia, del trabajador autónomo a la empresa mercantil Da con ello la impresión de que cree que una persona física es siempre un autoconsumidor aunque realice una actividad productiva y que una empresa mercantil es siempre un productor. Sin embargo, es evidente que tanto una persona física como una persona jurídica pueden elaborar un bien o servicio para consumirlo ella misma (autoconsumo) o para el consumo de terceros (alteroproducción)  

 

La argumentación de Furió (1995) se centra, por ello, en averiguar en qué sector habría que clasificar a la empresa de transporte de naranjas: en el sector turístico, porque elabora un plan de desplazamiento circular, o en el sector del transporte, porque lleva naranjas de Gandía a Perpiñan en un vehículo de transporte de mercancías. La duda le  surge, repito, porque no ha distinguido, previamente, el output del agente productor cuya actividad es el objeto de su análisis económico. Como no lo hace así, no le es posible clasificar al productor en el sector productivo correcto y termina cayendo en el absurdo de intentar clasificarlo en varios sectores a la vez.

 

Siguiendo con el ejemplo de la empresa transportista de naranjas que pone Furió, ¿qué habría que hacer con ella si, además de tener camiones, y conductores tuviera un taller para reparar sus propios vehículos, personal contable y jurídico encargado de la contabilidad y de la asesoría jurídica y fiscal de la empresa y un comedor para la refacción de sus empleados?  ¿Cómo debemos clasificar a la empresa, en el sector del transporte de mercancías por carretera, en el de talleres de reparaciones mecánicas, en el de gestoría o en el de restauración? ¿En todos a la vez o en uno sólo? Y si elegimos uno, ¿en qué sector la incluiremos? En Muñoz de Escalona (1996) me interesaba por conocer la solución más correcta que propondría el Dr. Furió, y esperaba que estuviera de acuerdo conmigo en que el criterio habitual de clasificación se atiene, sin excepción, al output principal de la empresa en cuestión y en que, en todo caso, estamos en esta materia ante una cuestión de tipo práctico, totalmente ajena a las grandes cuestiones de la filosofía de la ciencia, en cuyo marco basa su pretendida falsación de mis planteamientos e hilvana sus extemporáneos comentarios críticos ayunos de fundamentos presentables.

 

Pero no quedan aquí las cosas. Furió (1995) pasa a renglón seguido a comentar el problema de saber si el chofer del camión de transporte de naranjas es un consumidor turístico porque ha realizado un plan de desplazamiento de ida y vuelta. En Muñoz de Escalona (1996) le hago ver que quien estudie el sector del transporte de mercancías tratará al chofer como factor trabajo asignado a la prestación del servicio de transporte de mercancías por carretera y que, por ello, puede prescindir de él como consumidor turístico, aunque duerma en un hotel y coma en un restaurante, pero que, quien estudie la demanda de las empresas de alojamiento y de refacción de Perpiñán, tendrá interés, indudablemente, en estudiar el gasto del chofer, entre otros pasajeros en la ciudad, en estos servicios.  Un experto convencional podría incluso tratarlo como lo que a mediados del siglo XX llamó Kurt Krapf “turista anfibio” si es que, además, el trabajador va a una discoteca por la noche para divertirse antes de irse al hotel a descansar.

 

Suponiendo logradas sus pretensiones, Furió (1995) termina su exposición del segundo ejemplo diciendo que “seguramente encontraríamos muchos otros casos que, sorprendentemente, se ajustarían a la definición de producto turístico aportada por Muñoz de Escalona.  También con ello, continua, el universo de empresas turísticas se ampliaría sobremanera más allá de los tour-operadores”. 

 

Contestando a la crítica basada en estos dos ejemplos, hice ver a Furió en 1996 que, en la medida en que la casuística aportada tuviera la misma capacidad refutatoria de mis propuestas que los ejemplos aportados, la conclusión que se extraiga de ellos no sirve para apoyar su pretendida descalificación. Y que él mismo se delata al afirmar que “la definición de producto turístico como un plan de desplazamiento de ida y vuelta (...) nos llevaría a otorgar el calificativo de turismo o producto turístico a productos, bienes y servicios y a actividades que bajo  criterios usuales no lo son”. (Yo subrayo)

 

Pero donde indudablemente con más claridad se advierte qué es lo que lleva a Furió a descalificar mis planteamientos es en el marco teórico en el que sitúa su pretendida crítica. En ese marco advierto tres componentes:

 

·        los que llama “problemas ontológicos existentes (...) en la literatura del turismo”,

 

·        las características del modelo de producción industrial que conocieron las economías occidentales tras el fin de la II Guerra Mundial

 

·        la existencia de “suficientes indicios para afirmar que está cambiando la naturaleza del modelo industrial”. 

 

Situando en un marco tan pretencioso mis modestas aportaciones se equivoca de plano mi crítico.  Ello puede deberse a que no haya logrado entender el sentido de mis propuestas, estrictamente orientadas a hacer posible la aplicación al turismo del esquema metodológico que convencionalmente se utiliza en los estudios económicos de los sectores productivos, o, tal vez, a que crea que la descalificación es una tarea sumamente fácil que, además, puede ser bien recibida por la comunidad de expertos científicos en turismo. 

 

Mis investigaciones se mueven en un marco mucho más modesto:

 

·        son ajenas a la ontología del turismo en las que pretende verlas Furió

 

·        no tienen absolutamente nada que ver ni con supuestos modelos de producción industrial ni con hipotéticos cambios del paradigma industrial. 

 

Como tantas veces he dicho, cuando me enfrenté con la literatura del turismo al uso experimenté gran malestar intelectual y pensé que podía resultar viable tratar el turismo como un producto más y, en consecuencia, utilizar el mismo esquema analítico que convencionalmente se aplica en el estudio de los demás productos y de las actividades que llamamos productivas porque aportan nuevas utilidades a partir de otras. 

 

De ahí mi propuesta de desarrollar un enfoque de oferta, que es el que convencionalmente se utiliza cuando se estudia la economía de cualquier sector productivo, y la identificación, a través de un postulado, del producto turístico como un plan de desplazamiento de ida y vuelta o, alternativamente, como un programa de visita. 

 

Trabajar con este esquema y con un producto, identificado objetivamente como se deriva del mismo, me sigue pareciendo perfectamente legítimo, viable y mucho más fructífero desde el punto de vista analítico y de la aplicación a los negocios que el enfoque convenciona, aunque, obviamente, la comprobación de todo ello sólo puede venir de su reiterado empleo en trabajos concretos, nunca, como parece pretender ingenuamente el Dr. Furió, de una hipotética refutación o falsación, algo que solo procede hacer con una teoría científica sustantiva, no instrumental o metodológica como es la mía. Errando al elegir el marco en el que situa la crítica, se comprende que Furió (1995) extraiga conclusiones tan desmesuradas e improcedentes como que mis propuestas:

 

·        son una concepción “aproblemática”,

 

·        son de “naturaleza intrínsecamente inconsistentes” y

 

·        por consiguiente, sobre ella (la supuesta definición) no puede sustentarse un análisis económico del turismo”.

 

En Muñoz de Escalona (1996) dije que esperaba haber dado una respuesta definitivamente a las interpretaciones de mis planteamientos que ven en ellos la formulación de una pretenciosa e imposible teoría científica del turismo.  Nada más alejado de la realidad.  Es evidente que el enfoque de oferta es algo suficientemente conocido y que no he inventado yo.  Tratándose de un enfoque, ha de ser considerado como un esquema metodológico alternativo al enfoque de demanda utilizado en los estudios económicos del turismo.  Mis críticas han ido siempre dirigidas a estos estudios, no al enfoque utilizado, cosa que no tendría sentido alguno. Pero que, estando convencido de que el problema de una parte de la economía del turismo es de enfoque, vengo tratando de probar si la solución pudiera consistir en un eventual cambio de enfoque. 

 

Demostraba también la inconsistencia de las descalificaciones de Furió y terminaba formulándole las siguientes preguntas, preguntas que todavía siguen sin contestar, cuando podían haber sido contestadas en Furió (2001):

 

·   ¿Está usted seriamente convencido de que el enfoque de oferta impide aplicar el análisis económico al turismo?  Porque, mantener esta afirmación, equivale a descalificar la economía que se aplica al estudio de las actividades productivas. 

 

·   ¿Cree que hay que seguir aplicando el enfoque de demanda, o, tal vez, la solución se encuentra en lo que usted llama “enfoque de enlaces”? 

 

Parece comprensible que Furió se extrañe que yo sostenga que analizar el turismo desde la demanda o el consumo equivale a escamotearlo a la economía porque, evidentemente, la economía estudia la realidad utilizando tanto la demanda como la oferta.  Sin embargo, lo que yo vengo denunciando es la anomalía que se introduce en el análisis económico del turismo identificando la oferta (la producción) en función del agente demandante (el consumidor), máxime si, además, se tienen en cuenta las insalvables dificultades conceptuales que se plantean si se pretende distinguir a un turista de quien no lo es por medio, como es usual, de notas diferenciales, como he demostrado en Muñoz de Escalona (1988) y remarqué con más datos en Muñoz de Escalona (1991).

 

También pudo extrañarse el Dr. Furió de que yo sostenga que la economía de la producción turística no se limita, como pudiera creerse, al estudio de los turoperadores. Al menos dos razones justifican que no deba limitarse al estudio exclusivo de las únicas empresas a los que, de acuerdo con el postulado, considero como productores de turismo:

 

·   el respeto a las valiosas aportaciones ya seculares que debemos al enfoque de demanda

 

·   el enorme interés que tiene el estudio de los sectores auxiliares del turismo tanto para la técnica productiva como para la economía de la producción de turismo. 

 

Terminaba mi respuesta de 1996 al Dr. Furió afirmando que, con mi aproximación a la economía del turismo, cada elemento ocupa el lugar adecuado en función del papel que cumple en el proceso productivo, cosa que, evidentemente, no ocurre con el enfoque convencional, lo que explica que se vea en la necesidad de recurrir a un listado más o menos completo de servicios, a la figura de la llamada cadena turística o al constructo del cluster, o incluso del llamado análisis sistémico, los cuales no son otra cosa que artificiosas maneras de seguir insistiendo en el enfoque de demanda sin que lo parezca.


febrero 2005

Francisco Muñoz de Escalona
Producción y consumición de turismo: ¿diacronía o sincronía?